sábado, 17 de diciembre de 2016

Por gusto



La columna de hoy va por los pestiños de M. Antonia, las albóndigas de Rede, los pinchitos de Marita, las torrijas de Lola, las migas de Rosana, las tortas de aceite de mi abuela, el relleno de mi otra abuela, los flamenquines de mi madre... y todas aquellas recetas que nos llevan al hogar.




"Dicen que sobre gustos no hay nada  escrito, pero no es verdad. Mejor la sentencia latina De gustibus et coloribus non est disputandum, vamos nuestro actual Para gustos, los colores. Sobre gustos hay mucho escrito y mucho hablado, aunque en este aspecto las opiniones no puedan ser más diversas y menos discutibles. Probablemente uno de los sentidos que más nos individualiza es el gusto. Elegimos los sabores, o los sabores nos eligen a nosotros, habría que ver, pero se convierten en compañeros  casi siempre de por vida. Se defienden las recetas familiares o locales como se defiende una bandera que nos remite a la única patria irrenunciable, el hogar familiar. En esta época navideña, como en tantas otras, las celebraciones están ligadas a la gastronomía. Se podría hacer un mapa por zonas de pestiños, por ejemplo, porque sorprende cómo pueden variar según la densidad de la masa, el tamaño, la cobertura con enmelado o azúcar y canela… Pero en cada casa habrá una variante especial que nos hará asegurar que los nuestros son los mejores. Y en todos los casos será verdad porque las recetas tradicionales forman parte de la educación sentimental de cada uno. Se heredaban las recetas como se heredaba el ajuar, por vía materna. Y se conservan para no perder del todo la infancia. Se vuelven a hacer aquellas que, como la magdalena de Proust, nos llevan otra vez a cuando éramos niños. Mucha gente dedica horas en estas fechas a hacer pestiños en casa, aquí en El Puerto también a las tortas de Nochebuena. No es una cuestión religiosa, o no solo, yo tengo amigos muy ateos que cocinan por Navidad. Son recetas que sacamos una vez al año para volver a ser los niños que fuimos. Mi padre adora los roscos de vino porque le traen a su madre, vuelve con ellos a cuando vivían ¡hace tanto! en el cortijo. Los toma concentrado, recuperándola un poco en cada bocado. Porque el sabor tiene memoria, es una experiencia sensorial que se pega a un recuerdo y lo hace más vívido. Por eso no es discutible. Hablamos de un recuerdo apresado. Con cada bocado se revive un sabor, pero también un olor, unas manos, un abrazo, un amor… Gracias a la sinestesia, un sencillo pestiño  abre toda una historia."

domingo, 4 de diciembre de 2016

Café y respeto

 Dicen mis amigos hosteleros que lo más difícil y tedioso es el café. Que en una tarde servir cien cafés no puede ser un acto rápido y mecánico porque hay mil modos de pedirlo y servirlo si se quiere hacer bien. Solo o con leche, claro, pero también manchado, cortado, con una nube, con hielo, corto de leche, corto de café, americano… y todos ellos en su variedad normal o descafeinada, con azúcar o sacarina. Aquí en El Puerto existe incluso un complicado. Por supuesto, luego está la temperatura y, últimamente, con formas de corazón, espiral o sonrisa dibujados en la espuma. Si el café es para desayuno, se añade la dificultad de los tipos de tostada y si es por la tarde, el problema está en mantener una mesa ocupada, a veces durante horas, a cambio del reducido precio de un café. Los cafeteros no suelen irritarse demasiado con estas molestias, al contrario, tienen una capacidad asombrosa para memorizar quién ha pedido cada cosa y sirven el pedido con profesionalidad, paciencia y, casi siempre, buen humor. En cuanto a café, somos muy respetuosos con los gustos del otro, simplemente asumimos que somos diferentes y llevamos con nosotros esa peculiaridad.  Pero parece que la capacidad de respeto y tolerancia con la diferencia acaba ahí.  Lo normal es afianzar nuestra manera de entender el mundo a costa de ridiculizar el modo en que lo ven los  demás. No nos planteamos que quizá la convivencia no va de estar o no en posesión de la verdad. La verdad o no existe, o  se compone de muchas capas, de muchas verdades pequeñas y variadas.  Tomar un café es un acto serio y complejo. Tal vez a los juicios aseverativos y tajantes que escuchamos estos días para descalificar a vivos y muertos les falta eso, un poco de café. Después de todo, como escribía Rubén Darío una buena taza de su negro licor, bien preparado, contiene tantos problemas y tantos poemas como una botella de tinta. Los problemas ya los tenemos, habría que trabajar para encontrar el acuerdo y la poesía. Pues eso, políticos, tertulianos, twitteros  y cabecillas de medio pelo: menos agresividad y más tolerancia. Mejor tomamos un café y lo hablamos.

sábado, 19 de noviembre de 2016

Red de bulos

Me preocupa la manera desinformada que tienen las nuevas generaciones de formarse. Si para un adulto de espíritu crítico es difícil desbrozar información de manipulación, para un adolescente que  está creciendo con un móvil en la mano conectado a internet, al que muy pocas veces se ha puesto reglas de uso, es casi imposible. A ellos no les interesan los informativos y, en la mayoría de los casos, no tienen en casa a nadie que se los explique para guiarlos en la interpretación del mundo. Y claro, donde no hay ciencia, hay creencia. El uso solitario de la televisión e internet hace que asuman como realidad toda la basura que cualquiera es capaz de volcar en la red. No hay información sino boca a boca a gran escala, o móvil a móvil. Consumen con fe ciega vídeos trucados e información estrafalariamente manipulada y reenviada por las redes.  Igual que son seguidores de influyentes youtubers que marcan inofensivas tendencias en moda, siguen a otros que defienden creencias irracionales que nadie se preocupará por rebatir. El resultado es descorazonador. Esta misma semana he hablado con un chico de 16 años al que la palabra natalidad le recordaba un vídeo auténtico en el que una mujer quedaba embarazada de una luz que resultaba ser el diablo y tenía un hijo deforme; otro me preguntaba, al contarle un mito grecolatino, si “eso” había pasado de verdad y un tercero, capaz de creer que un determinado yogurt lo arregla todo porque lo dice la publicidad, me discutía la veracidad de un documental que yo había puesto en clase, colocándolo así al mismo nivel que  los fake que circulan por la red. Para ellos los límites entre realidad y ficción se han borrado. Es muy difícil discutirles  que  el diablo no contesta cuando se marcan determinados números malditos en el teléfono si entras en internet y compruebas que hay miles de testimonios que afirman lo contrario. Se mueven en un mundo de creencias tan oscuras como las medievales. Asusta que internet pase de ser una ventana abierta a la información a un lodazal donde realidad, ficción y manipulación se den la mano y sean tratadas con un mismo rasero. Así los radicalismos, populismos y falsedades tienen la puerta abierta.

sábado, 5 de noviembre de 2016

Un aleteo

A veces la parte cerebral que nos domina  descansa o se duerme y somos pura intuición. Para algunos es lo normal, viven inmersos en sus propios sonidos, atendiendo los dictámenes del cuerpo. Pero muchos de nosotros somos seres racionales, a veces demasiado, y todo lo intelectualizamos, medimos, pesamos. En el extremo, los flemáticos ingleses o los rígidos japoneses no transparentan sus sentimientos, se rodean de fría cordialidad. Lo que en esos momentos nos domina no es lógico ni mesurable ni tiene peso, es tan nimio que apenas se podría explicar. En la conversación con un amigo, alguien querido, de repente algo se rompe. Ha sido solo un gesto o un quiebro en la voz, una palabra escogida sin demasiado cuidado, pero ahí está, se abre una brecha, un malestar. Arundhati Roy, en El dios de las pequeñas cosas, lo expresaba como “el tenue movimiento de unas alas de mariposa en el corazón”, porque no es más que eso, un presentimiento, un escalofrío en los huesos, un pellizco en las tripas, un aleteo de miedo, de emoción, de angustia. Somos seres racionales, pero a veces el viento que se alía con un cielo encapotado y gris nos arruina el día y nos sirve a la mesa melancolías y dolores archivados. Un cuadro mal colgado, una silla fuera de su sitio, no poder aparcar el coche, una cola demasiado larga en el supermercado, una cisterna que gotea… No es casi nada, un aleteo. Y acabamos en el malhumor, el llanto, una desesperación espesa y absurda que nos arruina el día. Es la rendija. Una herida vieja que se abre y deja paso a la irritación, el dolor, el miedo almacenado, que rabian por salir. Entonces, el sol de invierno, una música, una palabra amable atrapada en una esquina, el primer trago de una cerveza fresquita, un abrazo… nos ponen de nuevo a flote y así el día, al menos ese día, no se hunde y queda a salvo de la melancolía.

sábado, 22 de octubre de 2016

Los listos

Los listos se cuelan, no ceden el paso en la puerta ni los asientos en el autobús. Los listos se esconden cosillas en los bolsillos para no pagarlas cuando van de compras. Los listos que van en moto adelantan por la derecha y se saltan los pasos de cebra y, si un señor mayor se lo recrimina, ellos se ofenden y le montan la bronca porque la calle se ve que es suya. Los listos que van en coche provocan atascos porque las señales de no bloquear el cruce o los semáforos en ámbar son para los tontos, te echan de las rotondas porque llevan el coche o el camión más grande y pitan a los ciclistas porque les parecen molestos. Los listos del super no hacen cola, esperan acechando a que se abra otra caja y se cuelan rápidamente los primeros. Los listos defraudan a Hacienda, no pagan la cuota de la AMPA ni la comunidad y, si pueden, se escaquean cuando toca pagar unas cervezas a escote o se piden la tapa más cara para aprovechar. Los listos no van a las reuniones de trabajo, prefieren hacerse los despistados o ponen excusas inverosímiles. Nunca se ofrecen para un cargo no remunerado en una comunidad de vecinos o asociación, pero critican a los que se prestan porque para eso están ahí, porque les gusta figurar. Los listos se pueden confundir con los maleducados, pero no son en realidad de la misma tribu. Los maleducados carecen de modales, no se los han inculcado nunca y desconocen lo que antes se llamaba “reglas de urbanidad”,  pero los listos saben muy bien lo que “habría” que hacer, solo que se saltan la norma porque pueden, es decir, son unos abusones que se aprovechan de la educación y las buenas maneras de los demás que, para ellos, son los tontos. Es un modo de vida y, además, parece que muy nuestro, muy latino. Los grandes defraudadores y corruptos del país son los listos a gran escala y hay tantos porque estamos acostumbrados a esta forma de sacar provecho propio en todo. Aunque los pillen a veces, en el fondo estos aprovechones de primera categoría son los héroes de la mayoría de los españoles que saben que ellos, si pudieran, harían lo mismo. Así, cediendo el paso, haciendo cola y pagando, estamos quedando cuatro. Los tontos.

sábado, 15 de octubre de 2016

Sin palabras

Qué curiosa evolución está sufriendo la comunicación humana. Circula por ahí una frase ingeniosa que dice “primero el SMS, después vino el Whatsapp, ahora grabas un mensaje de voz y tu amigo te graba la respuesta. Si siguen así van a inventar el teléfono”. Leo también que Apple anuncia que pronto se podrá escribir en el móvil un mensaje que el propio teléfono podrá reemplazar por iconos si así se le pide. Para simplificar, dicen. Para buscar un lenguaje universal. La verdad es que llegados a este punto echo de menos poder insertar aquí el emoticono de la cara de asombro con los ojos abiertos como bolas. O sea que ¿tras miles de años de evolución a través de escrituras pictográficas, ideográficas, silábicas y alfabéticas la conclusión es la vuelta a los orígenes dejando que un programa en el móvil simplifique con una imagen lo que se quiere comunicar? Si solo vamos a tratar sobre lo material, vale. Podemos proponer también, ¿por qué no?, implantar la disparatada metáfora de Swift en Los viajes de Gulliver en la que unos sabios querían abolir las palabras y directamente cargar en un saco aquellos objetos sobre los que se quisiera tratar para mostrarlos en lugar de nombrarlos. Tan absurda es una propuesta como la otra. Me confieso perdida y descolocada. Concebir un sistema que se presenta como moderno para reducir las posibilidades del mensaje es el colmo. No entiendo este afán por la simplificación. Me da miedo. Renunciar por voluntad propia a las sugerencias, la riqueza léxica, la lectura entre líneas, los medios y dobles sentidos, las metáforas… no es un logro sino una distopía, una amenaza. No hay nadie más manipulable que el que no sabe descifrar el código; nadie más peligroso que el que interpreta la realidad simplificándola y la defiende a toda costa, sin matices; no hay nada más atemorizador que el pensamiento único. Rechazo el corsé, el límite de encerrar el pensamiento en una imagen a modo de uniforme para el idioma. Una cosa es una carita sonriente para unas prisas y otra renunciar al lenguaje. Recordemos a Wittgenstein  “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Aunque a lo mejor va de eso, de acotar para controlar. ¡Demasiadas fronteras!

sábado, 24 de septiembre de 2016

Septiembre

Para muchos, septiembre es una línea difícil de cruzar, casi una amenaza, una espada de Damocles que pendula sobre sus cabezas desde que las grandes superficies adelantan a julio el anuncio de la vuelta al cole. Pero ya hemos avanzado septiembre y es más bien una delicia. Es despedirse del verano saboreando unos días que se acortan pero que son rabiosamente luminosos. Es amoldarse a la rutina como los dedos a las cuerdas de una guitarra, buscando el ritmo. Es un muestrario de oportunidades para engancharse a propuestas nuevas. Las playas están más tranquilas, vuelven a un ambiente más íntimo, de hogar, lejos de las estridencias y el alboroto apelotonado del verano. La gente sigue en las calles y se va despojando de la vorágine vacacional sin prisa. Se quita el verano muy despacio, sin dolor, al tiempo que se desvanece el dorado de la piel. La cartelera cinematográfica se anima con novedades que vuelven a ser interesantes; comienza la temporada teatral con estrenos de calidad alejados unos y otros de los formatos estivales tan cercanos al molde propuesto por la canción del verano. Los niños se tranquilizan y acaban asumiendo el orden de las clases, el deporte, los amigos…  ¡Y la luz! Estos días brillantes, estos domingos tan apetecibles, tan esperados, tan aptos todavía para los paseos, la playa, la sierra, cualquier actividad al aire libre antes de que el cambio de hora nos obligue al repliegue. Septiembre es engañoso desde su nombre, trae un siete en la espalda de su etimología pero juega de nueve, se mueve entre dos estaciones. Es un amago de rigidez que no llega a cuajar. Se lo quiere ver como la puerta del otoño, pero aún defiende su verano. Y se deja querer, solo hay que aprender a mecerse en sus vaivenes, en sus contrastes ¿qué sería de un verano eterno de calores, ocios y abandonos? Solo se valora lo que duele perder. Así, septiembre nos deja saborear lo que el verano trajo y otear el verano que vendrá. Pero no hay prisa, mejor esperar sin ansia. Cuando emprendas el viaje a Ítaca, pide que el camino sea largo…no apresures nunca el viaje… Y en eso estamos, nos amoldamos a otro ritmo aunque añoramos otro verano que se fue. ¡Feliz vuelta al cole!

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Sombra de higuera

Cuando era pequeña, los veranos eran una larga llanura de aventuras que inventar. A los niños el calor seco de Jaén no nos asustaba y en casa hubo que perdonarnos enseguida la obligación de dormir las aborrecibles siestas que necesitaban los mayores. Ganó la lógica: vosotros estáis cansados, nosotros no; vosotros tenéis calor, a nosotros no nos afecta; vosotros trabajáis pero nosotros tenemos vacaciones, no las vamos a desperdiciar durmiendo. Una única norma: no se hace ruido en la siesta, no se llama por teléfono, no se va a casa de nadie. El orden de las estaciones traía inviernos de frío intenso y, con suerte, alguna nevada; la primavera era flores a María y manga corta; el otoño, reencuentro con la rutina ocre de la vuelta al cole y el verano… el verano era ancho, amarillo y seco. En las noches en las que apretaba mucho el calor y salía fuego de los colchones, se abrían las ventanas para hacer corriente y se retrasaba la hora de dormir. En algunas calles los vecinos de casas sin patio continuaban la ancestral costumbre de sacar sillas a la puerta y charlar. Las noches de verano tenían siempre un cielo estrellado con olor a madreselva y jazmín en el que los silencios se hacían mirando la noche. Allí estaba el Carro. Hasta más tarde no sería la Osa Mayor. Como nadie nos contó su leyenda no sabíamos ver en ella a Calisto, la ninfa a la que Hera convirtió en osa por celos y Zeus, para ponerla a salvo de los cazadores, lanzó al cielo… No, no había leyendas griegas en aquellas noches de calor. Sí cierto caos de puertas abiertas, almohadas en los pies, colchones trashumantes en busca de aire. Porque en Jaén no hace viento sino aire, y no tiene nombre, lo hace o no se mueve una hoja. De día la gente salía a la calle solo por necesidad y los domingos se buscaba la orilla de un río o una alberca para sofocar el calor. Todo esto me lo ha traído el Levante de este verano porque me hizo huir a El Bosque y me topé con los domingos de mi infancia. Las sandías enormes refrescándose en el río, las sillitas de playa, las neveras, la sombra de una higuera… Así, el Levante persistente me ha devuelto algo de  Lo que otro viento se llevó.

sábado, 13 de agosto de 2016

Intersecciones

El Puerto en verano se repuebla, se viste de fiesta y de chanclas. El tráfico, las playas habitadas hasta la noche y las calles repletas del centro muestran una ciudad desconocida que nada tiene que ver con la que habita el invierno. Y aunque el resto del año también es así, es en verano cuando se hace más evidente que, más que en barrios, los ciudadanos habitamos estratos superpuestos y aislados. Hay actividades, muchas, variadas, pero están encapsuladas, no comparten público. Capas de pintura ya seca o gotas de agua y aceite en un mismo plato.  Así, hay una capa enorme que llena la plaza de toros para un concierto de Manu Carrasco, que no se mezcla con una master class de pintura o la inauguración de una exposición. Solo muy de vez en cuando una actividad deportiva comunica con una cultural o musical. De este modo, en una noche de Levante, mientras la masa se mueve en el centro en torno a la Virgen del Carmen, un puñado de ciclistas hace una ruta nocturna en bicicleta en torno a las salinas. Una comedia en el patio porticado de San Luis convoca a cientos de personas, pero solo un puñado acudirá a hacer un repaso del festival de comedias en una goleta anclada en el río. Toros, música, castillos de arena, desfiles, encuentros deportivos, teatro, exposiciones, misas, conferencias, recitales, terrazas del centro, terrazas frente al mar, terrazas de barriada… todo tiene su público. Uno puede distanciarse, poner ojos de observador y ocupar el día pasando de un estrato a otro con asombro, comprobando la solidez de las capas aisladas, viendo con ojos de visitante los lugares conquistados por la masa en busca de mesa para cenar. Esta noche se inaugura Diáspora, tres semanas de artes plásticas, musicales y escénicas. Son artistas locales, en su mayoría dispersos por el mundo, que mostrarán gratuitamente lo que hacen para llamar la atención sobre la necesidad de la creación artística, la cultura, la originalidad. ¿A cuánto público del que puebla el Puerto estos días serán capaces de llegar?¿Cuántos captarán su mensaje?

sábado, 30 de julio de 2016

Chispa

Mi última heroína tiene tres años. Se llama Gabriela y es mi sobrina. Es preciosa, lista y encantadora como solo se puede ser con tres años. Solo sabe ser feliz y disfrutar de la vida, adora hablar y que le hablen. Por eso quiere que le cuentes historias o las cuenta ella. Si las cuentas tú, te escucha con ojos muy atentos, serios, con un brillo de luz que demuestra el interés con que te sigue. Y en cuanto dices la última palabra, las historias tienen que volver a empezar porque, con una sonrisa zalamera, en cuanto tú acabas ella dice: “¿me la cuentas otra vez?”. Si las cuenta ella hay que pararla, porque no tienen argumento ni fin, mezcla a modo de collage retazos de cuentos que ya se sabe y que ensarta con cosas que le han pasado o le pueden pasar, hace un batiburrillo que solo tiene por finalidad demostrar que ella también puede contar en una especie de encantador “horror vacui”, para no callarse nunca, para asegurarse de lo que sabe, para fijar la norma del lenguaje. Por eso dice “Y tú ¿qué hacibas cuando eras pequeña?”, “¿y entonces venió?”. Si no tuviera tres años y alguien le siguiera los pasos, podría crear un movimiento artístico de vanguardia y correrían ríos de tinta tratando de explicar la unión de todos esos conceptos que ella enlaza de modo tan natural.  Yo casi siempre me invento las historias sobre la marcha y le meto un toque gamberro, para reírnos y sacarla del mundo rosa al que están abocadas las niñas si se las deja en manos de la tele y la publicidad. También las invento para no aburrirnos con los cuentos clásicos (para no aburrirme yo, ella nunca, porque para un niño la originalidad no es un valor, ellos prefieren la repetición, la seguridad de que las historias sigan siendo siempre las mismas). No duda, es tremendamente segura en lo que quiere y lo que le gusta. Y es intuitiva porque mira al fondo sin que la distraigan amaneramientos  aprendidos. Comunica desde dentro, sin imposturas. Nos quiere sin resquicios y no sufre con las despedidas porque aún no ha aprendido a temer las ausencias. Y es feliz, abierta e impúdicamente feliz. Yo quiero ser como Gabriela.

martes, 19 de julio de 2016

¿Otra orgía perpetua?



Probablemente uno de los inconvenientes que acarrea la edad es el escepticismo. Llega un momento en que por muchos esfuerzos que se hagan para retener la juventud, no solo se pierde la lozanía en la piel, sino también en la cabeza. Hay una manera de no entender el entorno que es lo que inevitablemente nos hace viejos. A casi todos. Algunos pocos elegidos, como José Luis Sampedro,  consiguieron mantener un pensamiento inasequible al desaliento hasta el final, pero no es lo usual. Llega un día en que una noticia en el periódico o las redes, un rechazo a salir de noche a un concierto, una noche de insomnio… marcan la verdadera edad, la que no se maquilla. Esta última sensación de estar alejándome de la capacidad de entusiasmo me ha ocurrido estos días. Leo que el afán por capturar un Pokemon en Central Park desata la locura y necesito contrastar la noticia esperando que sea otro fake a los que estamos cada vez más acostumbrados. Esta vez no, hay vídeos que lo corroboran. Cientos de personas, Smartphone en mano, aparecen en Central Park dispuestos a conseguir su Pokemon. Llegan a pie, corriendo, se bajan de coches que apenas han tenido tiempo para aparcar, salen de ellos arrastrados,  poseídos por una idea. ¿Tal vez los Pokemon se acaban? ¿tiene más puntos el que llega antes? Me asombra tanto, me encuentro tan lejos de ese pensamiento, que intento buscarle una explicación. Se me ocurre que no tiene por qué ser censurable, quizás es solo divertido, quizás estos niños grandes tienen la suerte de seguir siéndolo, quizás no es una estupidez sino una ventaja, la de tener aún la posibilidad de creer en algo e ir a buscarlo, aunque sea un Pokemon. O tal vez es una huida, la de la realidad. Puede que estemos tratando de sustituir lo que nos asusta y agobia, por lo que siempre, como niños, nos ha distraído, el juego. Entonces no importa que sea virtual, que sea un negocio, que los seguidores parezcan abducidos o borregos, que contraste tan evidentemente con unos días de dolor en que las noticias solo pueden hablar de atentados terribles, golpes de estado abortados con víctimas mortales… Sería una balsa, una tabla de salvación, la búsqueda inevitable de una creencia que nos salve. O tal vez es solo vivir de espaldas para sobrevivir, para no  perecer ahogados en la desesperación de la vida carente de sentido.  En ese caso no es nuevo, se ha hecho siempre aunque adoptando diferentes caras. Es la religión, el cine, la literatura. Es Flaubert actualizado ("La única forma de soportar la existencia es aturdirse en la literatura como en una orgía perpetua”). Lo sorprendente es que haya desbordado a los propios creadores y haya hecho que se disparen las acciones de Nintendo, que se colapsen los servidores del juego.  ¿Eso quiere decir que no somos tan previsibles después de todo? ¿o lo somos tanto que ni siquiera los catalizadores de nuestro comportamiento se veían capaces de sospecharlo? En cualquier caso solo siento perplejidad y distanciamiento y podría ser una cuestión de edad, es cierto, pero me resulta preocupante comprobar cómo el ser humano es capaz de moverse tanto por tan poco y tan poco por tanto. Algo va mal cuando nos lanzamos de lleno al consumo masivo de lo fútil y nos olvidamos de lo esencialmente humano. Tengo que darle la razón a Emil Ciroran, “No cabe duda de que la vida carece de sentido, pero mientras eres joven no tiene la menor importancia”. ¡Bravo por la despreocupación infantil que nos podemos permitir en esta parte del mundo, pero ojo cuando pretendemos seguir viviendo en ella! Lo normal es que la burbuja se pinche.
19/07/2016

sábado, 2 de julio de 2016

Paréntesis

Si la vida no fuera este laberinto de planos que se cortan sin horizonte, si no se pareciera demasiado a un juego de espejos que devuelven una realidad espantada, este dos de julio podría ser el comienzo de un verano de los que venden los anuncios publicitarios. Entonces los colores no serían de rastrojo seco. Solo azul mar, verde pino, arena tostada… Los periódicos y noticiarios dejarían de vomitar noticias de exilios obligados, atentados sangrientos, abusos abominables, futuros a la deriva…
Si el escepticismo de los años no nos hubiera hecho inmunes a la esperanza, podríamos dejarnos llevar por los conciertos al aire libre a salvo de la canción del verano; por las siestas sin conciencia ni horario; por las conversaciones de terraza en noches templadas de amigos; por la sensación limpia de los placeres del verano…
Podríamos dejarnos arrastrar por la alegría infantil de costumbres relajadas, pieles al sol, días y días sin obligaciones, dolor ni cansancio…

Ante la llegada del verano siento, en palabras de García Montero,  nostalgia del futuro (…), nostalgia de aquellos días de fiesta, cuando todo merodeaba por delante y el futuro aún estaba en su sitio. Me instalaría en estos días protegida por  un paréntesis, como si el verano fuera cierto y el miedo no acechara, como si tuviéramos  6 u 8 años, la conciencia en pausa y el disfrute como único horizonte. Como si se pudiera doblar sin más este periódico que ahora mismo tendrán en la mano, y se quedaran dentro el dolor, la rabia y la muerte que se estarán pegando al dolor, la rabia y la muerte propios. Como si el verano, por serlo, deshiciera todos los nudos que se agazapan y no hubiera cabida para el pesar. Solo soñar, tenderse al sol, un tinto de verano, unas sardinas asadas, risas, juegos… Verano. 

sábado, 18 de junio de 2016

El derecho a la educación

Leo en facebook una noticia con un titular que dice “Profesores pagan las tasas a alumnos sin recursos para que puedan realizar la selectividad”. Por supuesto me conmuevo porque yo misma me he encontrado este curso con alumnos que han renunciado a presentarse o han decidido hacerlo en septiembre para tener más tiempo de estudio (reconociendo que el problema es el miedo a suspender y perder un dinero que sus familias apenas se pueden permitir). Pero intento corroborar que la noticia es auténtica y encuentro que sí y no, es decir, que sí ocurrió pero fue en 2013 en Alicante, donde los costes de examen superaban los 100 euros. La noticia sigue siendo igual de llamativa, pero me hace reflexionar acerca de varios asuntos. Primero, en un mundo con sobreinformación cada vez resulta más difícil acceder a los hechos, perdidos entre un aluvión de noticias directamente inventadas o manipuladas en las redes sociales. Segundo, en un mundo donde internet favorece la expresión del pensamiento cada vez resulta más fácil encontrar comentarios directamente ofensivos en las redes sociales o en los foros de opinión. Digo esto porque, en mi rastreo, me he encontrado con un foro en el que uno aportaba este inteligente comentario: “pues eso es que no les han recortado suficiente” (y otras lindezas por el estilo). Tercero, en un país en el que la enseñanza pública es gratuita, no tiene sentido que los alumnos deban pagar tasas tan altas para acceder a la única prueba que les abre la puerta a la universidad o incluso a los ciclos formativos (en concreto creo que hay un 20% de plazas reservadas para estos casos). En Andalucía el pago es de 88 euros y las únicas ayudas contempladas son para las familias numerosas. Si se le suma que la solicitud del título de bachillerato tiene un coste de 52,52 euros, las familias deben abonar casi 150 euros al final de curso. En un país donde el salario mínimo ronda los 650 euros, numerosas familias solo cuentan con un sueldo (no siempre de jornada completa), y la tasa de paro en Andalucía anda por el 30% sencillamente los números no cuadran. Al menos si pretendemos que la educación sea un derecho real para los ciudadanos  como reconoce la constitución.

sábado, 11 de junio de 2016

Graduación de Secundaria del IES La Arboleda


Buenas tardes, estudiantes, familias y profesores. Soy la madre de Ale y estoy encantada de que me hayan encargado dirigirme a vosotros como representante de las familias gracias a (o por culpa de) la dirección de este instituto en el que habéis pasado cuatro años. Pero no cuatro años cualesquiera, sino años fundamentales de crecimiento personal. Personal y físico, claro, no hay más que miraros. Hoy resulta complicado reconocer en vosotros a los niños que cruzaban la puerta con prisa, nervios y miedo los primeros días de instituto. Hay que rebuscar entre los trajes, los tacones, las corbatas, los vestidos largos, el maquillaje, los recogidos… para encontrarse de nuevo con las caritas infantiles, con los cuerpos delgaduchos o los mofletes redondos, con la plastilina que eran vuestros cuerpos antes del proceso de cambio. Porque habéis sido como plastilina y, aunque en algún momento pueda haber parecido que el que la manejaba no era muy experto en el arte del modelado, (cuando se estiraban los brazos y los pies, se agrandaban las narices o se descompensaban las caderas), al final aquí estáis, a punto de completar vuestra metamorfosis, guapotes y arreglados, convertidos ya en personitas dispuestas a comerse el mundo. O al menos, el instituto. Porque aunque la vida toda es un cambio, un pasar de una etapa a otra, hay cambios que se producen suavemente, son más bien un deslizarse suave entre los años, pero otros, como este de la adolescencia, son más bien un portazo, un desprenderse brusco de la niñez como de la ropa vieja cuando aún no se ha abierto la siguiente puerta de la juventud; es sentirse en tierra de nadie, perdidas las referencias, los gustos, los amores de antes; es tratar de afianzar las actitudes, buscar un estilo, una forma de moverse, de mirar, de sonreír, de firmar, de peinarse… Apuntan las rebeldías, los conatos de ser otro sin entender muy bien quién. A veces ha costado seguiros en estos cambios, equilibrar las reglas y las libertades, acompañaros soltando la cuerda lo justo para que encontrarais el nuevo camino sin que se perdiera todavía el de vuelta a casa. Pero puedo decir que lo hemos llevado bastante bien. Habéis tenido la suerte de contar con un instituto familiar en el que todos sois conocidos por todos, desde las conserjes, que son amables y encantadoras, hasta el director, pasando por los profesores y el orientador. Todos volcados en haceros esta etapa fácil e interesante; todos implicados en acompañaros en la difícil tarea de la maduración. 
Por eso, llegados a este momento de la graduación, las sensaciones de todos nosotros son contradictorias:
- Las familias somos conscientes de que los niños que acompañábamos a la puerta y entraban rápido intentando pasar desapercibidos, son estos adolescentes de ahora que están aquí elegantemente vestidos de mayores. 
- Vosotros, habéis pasado otra vez a ser los grandes, los que pisan fuerte por el instituto, los que cada día de este curso habéis remoloneado en la puerta apurando la hora de entrada mirando con suficiencia a los nuevos alumnos de 1º mientras comentabais como viejecitos ya de vuelta de todo, ”¡Qué pequeños son los niños ahora, nosotros no éramos así!”.
- Y vuestros profesores tienen hoy “el corazón partío” entre la satisfacción de despediros y la pena de dejar marchar a unos alumnos que ya estaban hechos al centro y formaban parte de él. ¿Conocéis el mito de Sísifo? Estaba condenado a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso y Sísifo tenía que volver a empezar. Es un mito para explicar lo terrible de realizar un castigo inútil y sin esperanza, repetitivo. Bueno, pues los profesores luchan por no caer en él cada final de curso pero lejos de desanimarse al ver partir cada promoción que termina y vuelta a empezar, intentan ver esperanza en los que os vais porque, una vez sacada del horno la nueva promoción, en su punto exacto de cocción, tienen que volver a empezar con otra que tiene exactamente la misma edad que vosotros teníais, aunque ellos serán ahora cuatro años más mayores. 
Dejadme que os lo diga con palabras de Vicente Aleixandre, un autor del 27 que habéis estudiado este curso, en un poema que se llama “Adolescencia”:

“Vinieras y te fueras dulcemente,
de otro camino
a otro camino. Verte,
y ya otra vez no verte.
Pasar por un puente a otro puente.
El pie breve,
la luz vencida alegre.“

Así hablaba él de la adolescencia, y así os quiero despedir en nombre de todos: pasad de un camino a otro camino, de un puente a otro puente, dulcemente; seguid creciendo bien, nosotros vamos a seguir a vuestro lado.

sábado, 4 de junio de 2016

La vida entre dos aguas


 Por mucho que haya aumentado la esperanza de vida en esta parte del mundo, por mucho que se haya alargado la adolescencia y juventud, por mucho que nos queramos convencer de que los 40 de ahora son los 30 de antes, los 50 los 40 y así…Llega un momento en que uno se encuentra en esa edad en que sabe que se ha convertido en sus padres. Incluso aunque actúe y piense diferente. La genética está ahí y los años hacen que aflore el parecido porque tienen la crueldad de ir arrebatando poco a poco la pátina de juventud y lozanía que enmascaraba la presencia de los ancestros. Además, cuando se es más joven, el parecido es algo ajeno que ven los demás, o que tú mismo intentas apreciar a través de las fotos en las que tus padres eran unos jóvenes desconocidos. Pero, de pronto (porque la llegada de la madurez siempre nos parece repentina) tú mismo te miras al espejo y ves en él a tu padre, a tu madre. No los de las fotos, sino los que tú ya puedes recordar. Es una edad en la que, si tienes hijos, inevitablemente se han convertido en quien tú te recuerdas siendo, cuando braceabas para apartar los últimos rescoldos de la niñez e intentabas hacerte valer como adulto, aunque aún necesitaras desesperadamente a tus padres. Es un momento terrible y a la vez hermoso. De un lado tus padres, vivan o no, mostrándote el camino que te espera, y de otro tus hijos intentando ocupar el camino de donde vienes. Estos días son días de fiesta en los institutos, los alumnos de último curso se nos van. Son la puesta de largo de nuestros niños y los despedimos con honores porque nos sentimos orgullosos de ellos. Los hemos visto madurar, hemos intentado encauzar su rebeldía y les decimos adiós ahora que podríamos establecer con ellos una relación de adultos, hacerlos nuestros amigos. Este año no solo los despido como profesora, también mi hijo cruza la frontera. Veo en su mayoría de edad el vértigo de lo que deja y lo que espera, de lo que dejé y esperé, de lo que intenté mostrarle y compruebo que ha asimilado con creces. Me encanta quien es,  no hubiera sido capaz de imaginar alguien mejor, sé que puede caminar solo, pero sé también que hoy despedimos su infancia. Se quema una etapa más. 

sábado, 21 de mayo de 2016

Pero no esta noche

Lo bueno de no ser radical es que puedes desdecirte de las afirmaciones sin mayor consecuencia. Y yo hoy voy a hacer justo eso: desdecirme. Bueno, o matizar, que queda mejor. La última vez que hablamos yo les contaba lo difícil que me resulta identificarme con un grupo, lo incómoda que me siento con las etiquetas, pero ahora necesito confesar un reciente momento de comunión. Fue el sábado pasado en Granada. El motivo, un concierto de 091, un grupo de rock de los 80 y 90 que, tras 20 años separado ha vuelto a hacer una serie de conciertos en los que ha reunido a los que nos bebíamos cada una de sus letras críticas, inteligentes, con toques literarios… No llegaron a ser aptos para el consumo de masas, pero se hicieron un grupo de culto imprescindible para sus correligionarios. Por eso el sábado en el concierto, con la complicidad de la noche granadina, se produjo la catarsis. Supongo que todo suma y no fue solo la música sino la ciudad misma donde pasé siete años de formación universitaria, laboral y personal; la noche de primavera que espantó la lluvia hasta que dejó que la luna se hiciera fuerte sobre nosotros; los reencuentros con quienes cabalgan conmigo sobre los años aunque vivan a cientos de kilómetros de distancia;  lo cierto es que hubo un momento entre saltos y gargantas enfervorizadas en que me sentí parte de esa multitud que abarrotaba la plaza de toros gritando que “como tú, sigo en el laberinto”, “sé muy bien que el destino guarda cartas en la manga, el mundo se derrumba a mi alrededor y yo contengo la respiración”. ”Un ritual de confusión, eso es la vida mi amor” pero  “no importa el sitio porque el amor está debajo de las piedras”. Yo “tardé en comprender la verdad de las cosas, tardé en comprender que la vida es muy corta”, “buscando algo que hacer, buscando algo en qué creer, buscando el lado oscuro de las cosas”. Magia destilada por miles de gargantas que cantaban a coro la efímera verdad de que  “si es un poco triste esta canción, te daré una pequeña esperanza”. “No habrá problemas esta noche, no habrá cadenas que te estorben, quizá mañana sea igual pero no esta noche porque la luna brillará en el negro cielo hoy”. A ritmo de rock, claro.

sábado, 7 de mayo de 2016

Y tú ¿qué eres?

       No me gustan demasiado los Días De. No me siento cómoda con las etiquetas. Supongo que tengo un problema con la aceptación de pertenencia a un grupo, porque no celebro ni el reciente Día de la madre, ni el del padre, ni San Valentín, ni los aniversarios. Ni primer mes, ni primer año, ni lustro ni ná. Por cierto, me he enterado de que en esto de la celebración de los aniversarios de boda hay todo un escalafón, cada uno con su nombre: Bodas de Papel al cabo de un año, de Madera a los 5, Lata, Cristal, Porcelana, Plata, Perla… y así hasta las de Rubí, Zafiro, Oro, Esmeralda, Diamantes, Platino, Titanio, Roble y  Hueso. Parece una carrera ciclista llena de metas volantes. Ignoro el mérito que se atribuye a cada una de ellas, pero no deja de ser curiosa la gradación. Siempre hay gente dispuesta a clasificarnos la vida y en la vida. Pero me incomoda eso de  “las madres sois…”, “a las  mujeres os gusta…”, “los andaluces preferís…”, “las casadas…”, “los profesores…”, “los Tauro…”, “los madridistas…” Me niego a asumir las características de grupo, lo siento, soy más orteguiana, más del tipo “yo soy yo y mi circunstancia”, “la vida es lo individual”. Aunque mucho me temo que ni Ortega ni yo estamos de moda. La verdad es que se me escapa si la causa de tanto afán clasificatorio es la necesidad de celebrar o de nombrar. Después de todo, ya nos dijeron que “En el principio era el Verbo”. Y ahí seguimos, dando nombre a lo innombrable para reafirmarlo, cayendo en una fiebre de afición taxonómica. Se clasifican las siestas (del carnero, del perro, del abuelo, de “pijama, padrenuestro y orinal”…) los besos (francés, seco, hollywoodense, cazador, yo te sigo…). Se establecen absurdos rankings deportivos contando el número de partidos, goles o canastas… El otro día en la radio entrevistaron a un señor que había empezado a anotar y clasificar los nombres y apellidos del mundo que contienen todas las vocales. Llevaba años y cuadernos apuntando, como si fuese un personaje mítico salido de García Márquez o Jorge L. Borges. ¡Qué raros somos! ¡Y yo aquí, sin etiqueta! Pues eso, que soy  una esaboría. (Pero gracias a los que me habéis felicitado por madre, por mujer, por trabajadora).

sábado, 23 de abril de 2016

Muchas gracias, Don Miguel

La literatura conecta sensibilidades por encima de paradigmas espacio-temporales, permite dialogar con quien ha sufrido, gozado, temido y amado como nosotros. Al fin y al cabo, somos humanos, nada originales en el sufrimiento ni en el consuelo. Estos días no dejo de pensar en Cervantes. Dificultades económicas, brazo inutilizado en batalla desde los 21, cinco años de secuestro berberisco, cárcel en España por asuntos de dinero y, sin embargo, este hombre castigado por la fortuna, sin formación universitaria, escribe la mejor y más profunda literatura castellana sin ser consciente de que lo sea. ¿Cómo pudo transformar su dolor en obras de tanta vigencia intemporal? En las conversaciones entre Sancho y Don Quijote están nuestra humanidad, nuestras dudas, nuestras huidas, nuestros miedos. Leo a Cervantes y me habla de las luchas desiguales que batallamos a diario. Oigo a Sancho justificarse (esta que llaman por ahí Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y, sobre todo, ciega, y así, no ve lo que hace, ni sabe a quién derriba, ni a quién ensalza) y a Don Quijote rechazar la suerte (Lo que te sé decir es que no hay fortuna en el mundo, que cada uno es artífice de su ventura. Yo lo he sido de la mía; pero no con la prudencia necesaria). Veo a Sancho sufrir menos porque solo ve la apariencia (Mire vuestra merced que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento) y descansa en el sueño (sólo entiendo que en tanto que duermo, ni tengo temor, ni esperanza, ni trabajo ni gloria). Pero Don Quijote no desconecta (Duerme tú, Sancho, que naciste para dormir; que yo, que nací para velar, en el tiempo que falta de aquí al día daré rienda a mis pensamientos). Siento que Don Quijote es el sufrido Don Miguel que se desfoga en la escritura y crea un personaje heroico al que llama loco para justificar batallas desiguales. Porque ¿Quién batalla contra molinos sabiendo que nos aplastarán? Mejor pensar que son gigantes, voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla y al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada. Hacen falta locos que intenten quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. Feliz Día del Libro.

domingo, 10 de abril de 2016

Tomate de diseño

Un tomate no está más rico por ser redondo y brillante. Un tomate tiene que ser sabroso y estar en su punto de madurez. O sea, que la belleza está en su interior. Porque lo importante de un tomate no es que prometa sabor, sino que lo tenga. Por supuesto que se agradece ver un puesto de fruta y verdura lleno de color, con los productos estudiadamente colocados, pero si luego ni la verdura ni la fruta saben a lo que tienen que saber, es un fraude y estamos haciendo el tonto. Quiero decir que me parece que nos estamos dejando obsesionar por el aspecto, pero que, aunque la estética esté bien y ayude a la atracción del producto, sea este un tomate o una persona, si debajo de la piel no hay nada, si solo hay cáscara y peladura, la comida no nos va a salir bien. La imposición de los modelos estéticos es tirana y, en muchas ocasiones,  absurda y contra natura. Y es verdad que la frase “para presumir hay que sufrir” no se ha inventado ahora y suena a otra época, pero en realidad está más en boga que nunca. No es normal que las mujeres estén tragando con la moda de los tacones vertiginosos con los que no se puede andar y los hombres (sobre todo los muy jóvenes) con el degradado en los cortes de pelo que hay que retocar casi cada semana, dejando en la peluquería un dinero que no se tiene. Tampoco es normal que el único modelo a imitar sea el de un cuerpo joven y sonriente cuando todos estamos subidos sin remedio a la cinta transportadora del tiempo a la que nadie puede parar. ¿El hombre ha conseguido ganar años de vida y, al mismo tiempo, hace un aborrecimiento social de todo lo que  no está lozano y estirado? Si uno ve la televisión, mira anuncios publicitarios y echa una ojeada a las revistas, no hay vida deseable después de los cuarenta. Sobre todo para las mujeres, sencillamente se vuelven invisibles, no hay piedad ni excepciones. El modelo de perfección al que se aspira es engañoso,  está hueco. Y conste que soy defensora de la forma. Instintivamente le doy importancia a la estética y me siento atraída por la belleza, pero el radicalismo siempre es malo. El virus de frivolidad adolescente nos amenaza. ¡Con la que está cayendo! ¡Y con lo rica que está la fruta madura! 

domingo, 13 de marzo de 2016

En corto

Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo (Wittgensttein). Por eso es tan importante conocer la lengua, porque la única manera de poder expresarnos es dominar el rebelde, mezquino idioma, adueñarnos del vocabulario en sus matices para comunicar lo que de otro modo es solo maraña de pensamiento, pura intuición inefable. Es fundamental abarcar los usos y significaciones para defendernos de quienes conocen la lengua y la utilizan para sus propios fines, de quienes engañan con populismos y metáforas huecas que etiquetan promesas vacías que nunca podrán ser cumplidas ni reclamadas. El lenguaje limitado limita el pensamiento, y el conocimiento de lo que limita la palabra permite la expresión y la comprensión del entorno.  En tiempos de prisas y comunicación mediática, se corre el peligro de dejarse llevar solo por eslóganes publicitarios, de dejar la política en manos de quien mejor maneje el titular, en negrita, en mayúsculas, en tamaño grande, pero solo eso, titular. En el desarrollo de las noticias, en los editoriales, en los manifiestos, en la lectura de los programas electorales están los matices que retratan las ideologías. Saltárselos es como restaurar una casa en ruinas cambiando solo la puerta de entrada para venderla a mejor precio en internet. Sería un error comprarla sin comprobar antes las goteras, el funcionamiento de sus cañerías, la instalación eléctrica, la solidez de los cimientos… Etiquetas llamativas para programas insignificantes, agotados, antiguos.

A veces es al revés. Palabras sencillas etiquetan significados grandes, arte, empuje, saber hacer. Me gusta por ejemplo “corto”. Es un adjetivo revalorizado. Está perdiendo su negatividad para convertirse en género digno. Los concursos de relatos cortos se multiplican, atraen adeptos. Los festivales de cortometrajes se asientan, ganan público, tienen su reconocimiento en los óscar, goyas, reclaman espacio en los cines. Ver cortos es una delicia. Uno puede pegarse un atracón sin miedo al empacho. Son píldoras que verbalizan el pensamiento, interruptores para la explosión. En El Puerto podemos disfrutar por tercera vez un finde en corto. Aprovechémoslo. Vamos a mimarlo para que no se vaya.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Cerrojazo

Zec o el Zoco, como muchos lo conocen, cierra sus puertas en la Calle Larga a final de mes. Después de más de dos años aguantando el tirón y proponiendo todo tipo de actos culturales y creativos, se ven obligados a cerrar. Juan Miguel Selma lo explicaba sin amargura el viernes después de la actuación de un grupo de teatro irlandés que llenó la sala. No cierran sintiéndose fracasados o sin ideas. Cierran porque la falta de público hace insostenible mantener el local abierto. Siguen confiados en ayudar al despertar cultural y económico de El Puerto pero, por ahora, no tendrán un espacio donde mostrar sus iniciativas. Con este cerrojazo, el centro de la ciudad se encoge un poco más. El zoco invitaba a entrar, vendía productos artesanos y artísticos; organizaba charlas, exposiciones, presentaciones de libros, debates en pro de la cultura… Impartía talleres de todo tipo a niños y adultos. Ofrecía un espacio para teatro y los precios de las entradas eran irrisorios. Servía, además, una copita de vino de bodega de El Puerto o permitía degustar una cerveza casera, también local, como promoción. Pero, como otros antes, se ven obligados a cerrar. Entre todos estamos ahogando el centro. Nos estamos quedando sin ágora, sin espacio de encuentro que dé conciencia al ciudadano de sí mismo. Estamos dejando la calle Larga (salvo escasas y loables excepciones) a comercios baratunos de productos fabricados muy lejos, con malos materiales y en pésimas condiciones laborales. Estamos eligiendo la compra compulsiva en centros comerciales, un peligroso modelo que nos separa de nuestra condición latina. Estamos perdiendo autenticidad. Sé lo que es la globalización y lo que tiene de bueno un mundo hiperconectado. Pero soy sensible a sus peligros. No estamos obligados a entregarnos del todo. Podemos mimar un poco más lo auténtico para no perder nuestra autenticidad, mantener la cercanía en el trato, en el producto. Necesitamos ilusión, intercambio de saberes que no estén hechos en serie. Sé que estoy mezclando ideas demasiado grandes para una columna tan pequeña, pero estamos inmersos en un consumo insostenible. Y lo estamos haciendo como borregos, entregados a “los juegos sin arte”.

sábado, 13 de febrero de 2016

Mascarada


Que la vida es puro teatro lo sabemos. Que a veces se agradece que no todos sean buenos actores, también. Es tranquilizador que se transparente la falsedad, la doblez, la máscara, la impostura… La voz se modula con la técnica. Los gestos y movimientos de las manos se aprenden. Más difícil es mirar. Al fondo de las miradas es difícil esconder el miedo, el dolor, la paz… Pero para llegar al fondo de las miradas hace falta el cara a cara. En televisión es mucho más difícil quitar la máscara. Quizás por eso los políticos nos engañan tanto. O quizás es que hemos olvidado mirar al fondo. Yo creo que el teatro a ellos se les nota porque les falta verdad. Paul Newman decía que “actuar es como bajarte los pantalones; expones tu intimidad” y sabemos que no, no la exponen. No sirven los gestos aprendidos si el actor no se lo cree, si no supera la interpretación y la suple con la identificación. Eso implica sufrimiento. Me entusiasma el buen teatro. Persona es una palabra heredada. Persona era la máscara, el personaje teatral. Persona es hoy también el individuo cuyo nombre se omite o se ignora. Quiero brindar por las personas, por todos aquellos que trabajan cada día para que la vida siga siendo puro teatro. Desprecio la falsedad y la doblez como desprecio el teatro apolillado, “de mesa camilla”,  pero alzo mi copa por todos los que cada día maquillan con esfuerzo sus dolores y temores y utilizan todo su talento para enfrentar la rutina. Un brindis por los actores anónimos, por las máscaras diarias que facilitan una gestión burocrática, una compra en el supermercado, una consulta médica, una clase en un aula llena de pasión... Gracias por la elección del tipo para que resulte vistoso, por la amabilidad que oculta lo tedioso, por las máscaras de comedia que saben que su revés de tragedia sigue colgado detrás de la puerta. Después de todo ¿no es carnaval? Pues comamos y bebamos, que mañana moriremos. Está sonando Celia Cruz. Luces. Arriba el telón. “Todo aquel que piense que esto nunca va a cambiar/ tiene que saber que no es así/ que al mal tiempo buena cara y todo cambia. ¡Ay no hay que llorar/  que la vida es un carnaval y las penas se van cantando!”. Disfruten.
Diario de Cádiz 13/02/2016

sábado, 30 de enero de 2016

Comprad, malditos

Me apetecía mucho hablar de la huida del Monkey Week, pero ya durante toda la semana se ha escrito extensamente sobre el tema, así que prefiero no insistir en una noticia ya confirmada que no tiene remedio a corto plazo (a largo plazo yo me lo replantearía ¿han tenido en cuenta lo especial que se hace un festival ligado a una ciudad pequeña sorteando el miedo de perderse en la vorágine de una más grande, cuando, encima, la ciudad tiene un clima y un entorno playero y gastronómico flipante, además de una infraestructura de apartamentos para alquilar y hoteles, ya montada y en temporada baja? Podría ser una pista el Sonorama en Aranda del Duero, el Benicasim, el Arena Sound... Perdón, se me ha calentado la mano).  Así que pensando en otro tema del que ocuparme, me asaltó un timbrazo impertinente. Era una compañía telefónica para hacer una oferta. Por el sonido y el acento parecía una llamada de ultramar. Para distraerme del cabreo de ser asaltada en  mi propia casa un sábado a las 4 de la tarde por tan inoportuna interrupción de mi tiempo de ocio, puse la tele un rato y conseguí interesarme en un monólogo bastante simpático y divertido de Santi Millán. Hasta que cortaron una frase sin previo aviso para la publicidad y, a la vuelta, dejaron que la frase fluyera unos diez segundos más para de nuevo interrumpirla, esta vez sí, con aviso de que sería solo por 6 minutos. Evidentemente apagué. Entonces pensé que hacer un bizcocho para la merienda era una buena manera de dejar descansar la mente. Cogí la tablet para buscar una receta y conecté la radio.  La receta la encontré, pero se volvió ilegible gracias a un anuncio de una bebida gaseosa y carbonatada que no pienso nombrar ni beber. Al mismo tiempo, en la radio una inteligente conversación versaba sobre cómo 80 personas en el mundo acumulan la misma riqueza que el 50% de la población. Parece que el indicador de la salida de la crisis es el aumento del consumo. Ahora lo entiendo, disculpen mi cabreo, el intento de obligarme a comprar a la fuerza es por mi bien. Así se puede seguir perpetuando un sistema económico que provoca unas cifras tan obscenas que encima convierten en subversivo a quien las nombra.

sábado, 16 de enero de 2016

De huellas y libros


De huellas y libros

Los libros tienen vida propia, dejan huellas, exudan frases y palabras que los lectores hacen suyas y luego intercambian entre sí con complicidad. Es una relación simbiótica. A su vez los lectores dejan sus huellas en los libros. Hay quien intenta borrarlas, mima el libro-objeto con una fe reverencial hasta el punto de leerlos sin que se note. Les chupa el contenido como los vampiros la sangre y quedan intactos, como si nunca hubieran dejado de ser vírgenes. Sin embargo, hay quien no solo los lee, sino que los gasta y desgasta, los mancha, los subraya, escribe en los márgenes, los usa de posavasos… Así los libros van acumulando historias que se suman a las que cuentan en sus páginas. Cuando un libro cambia de manos, lleva consigo rastros del propietario anterior que no se borran con un simple encalado de paredes. Yo no soporto abrir un libro y encontrar la huella de otro, atisbar una vida en una dedicatoria, una nota a lápiz en el margen, un subrayado… Las librerías de viejo me resultan tristes. Antes lo primero que hacía con un libro nuevo era firmarlo y fecharlo. Ya no, ahora me disgusta marcarlo, obligar a un fortuito lector a toparse con algo de mí entre sus páginas. Por eso no los compro de segunda mano (bueno, también porque los libros viejos, además de traer pegadas historias ajenas, vienen con ácaros y manchas de humedad que convocan alergias). Pero tengo un amigo que los adopta, los salva de su humillante abandono cuando cada domingo en el mercadillo los encuentra tirados en una manta en el suelo, a la venta bajo un precio irrisorio. No puede evitar comprarlos para rescatarlos del olvido, los lleva a casa donde acumula títulos que andan hasta triplicados. Tengo otra amiga a la que un día comenté que en los libros usados me entristecía enfrentarme a intimidades ajenas y ahora ella, cuando se topa con un nombre manuscrito en la primera página, lo rastrea en internet hasta encontrar quién  pudo ser el propietario de lo que momentáneamente le pertenece. Así salva un poco su recuerdo. Tal vez lo hemos entendido mal y somos nosotros los que pasamos por los libros y no al revés. Tal vez el formato digital ha venido para librarnos de tanta huella.

sábado, 2 de enero de 2016

Sin polvo en los armarios

LAS casas de la infancia envejecen como los rostros de las fotografías. Guardan historias que pesan, se cubren con el polvo de la edad. No importa el mimo con que se haya limpiado durante años la vitrina del salón, sus muescas, su desgaste, son cicatrices de la vida que ha atravesado. Mirar cada objeto es seguir su recorrido, quién y dónde lo compró, por qué. A veces en vacaciones, en la casa familiar toca hacer limpieza, aligerar de tesoros acumulados el peso de habitaciones cerradas. Pero los tesoros, destripados los cajones que los protegían, no son nada. Contemplamos los rimeros de papel y vamos separando el oro de la paja. Cartas manuscritas de gente de una época prefacebook que ya no sabemos quiénes son; cuadernos de apuntes con dibujos en los márgenes; folletos y entradas de espectáculos que una vez nos emocionaron; ropa apolillada en la memoria que nos mira con distancia acusadora. Regalos pequeños, un lapicero, un lazo, una postal. Cintas grabadas con carátulas personalizadas que ahora no hay dónde reproducir. El libro de firmas de la primera comunión. Boletines escolares. La basura no es un lugar digno para los recuerdos, incluso aunque ya no lo sean. Mejor encender un buen fuego en la chimenea y convertirlos en cenizas, una pira purificadora a pesar de las pavesas negras que deja el papel, el rescoldo de los años. Son más difíciles de quemar o rescatar las fotos pequeñas, en blanco y negro, de quienes fueron alguien para la familia y hoy son desconocidos a los que nadie sabe nombrar. ¿Qué hacer con esos rostros que sonríen a la cámara cogidos del brazo? El fuego es la condena al olvido, pero una caja cerrada, un cajón sin nombre ni fecha es el olvido también. Las dos carpetas de recuerdos que sobreviven a la quema, llegadas a El Puerto sufrirán un segundo espulgo. Es la vida, un tragicómico sinsentido que solo puede ser vivido con la pasión de quien se cree inmortal a pesar de los avisos de los cajones cerrados. Nos duele envejecer, pero resulta/más difícil aún/comprender que se ama solamente/aquello que envejece escribe García Montero. Perdonen la tristeza, estamos estrenando año; que traiga al menos 365 nuevos días que queramos atesorar siempre.