A veces me siento marciana, de
verdad. Luego lo pienso y concluyo que no, que no es una cuestión de planetas
sino de edad, que probablemente lo que me pasa tiene que ver con el archisabido
salto generacional que hasta ahora no iba conmigo. O sea, que antes era yo la
que me hacía la marciana a posta. Todo esto viene porque leí en el Tentaciones
“Las 10 cosas que vas a hacer este año” y en lugar de ilusionarme con los
supuestos adelantos tecnológicos, me quedé pasmada, fuera de juego. La primera:
vamos a comprar de todo sin salir de casa. Ésta no me sorprendió porque ya lo
hacemos si queremos, pero el texto hablaba de entregas realizadas por drones
capaces de llevarte, en menos de dos horas, papel higiénico o preservativos
(300.000 llevan repartidos así en España). Vale, lo voy a dejar pasar. El
puesto número 3 era que los chatbots serán
nuestro mejor amigo. Ya hay uno llamado Replika que, no solo está preparado
para imitar su personalidad, sino que permite resucitar virtualmente a alguien
fallecido y volver a hablar con él
(todo a partir de los mensajes de texto que hubiera escrito, no imaginéis otra
cosa). Es decir, que seguimos empeñados en hacer realidad las distopías y
presentarlas como una novedad apetecible. No nos bastaba con convertir la advertencia
de Orwell en su novela 1984 en un programa televisivo como Gran
Hermano, sino que ahora aspiramos a vivir la película Her
o la serie Black mirror en primera
persona. El número 7 era ver peleas de robots y, el mejor, el último: no hay
que perder el tiempo en comer porque hay una compañía (startup se dice, por si quieres estar al día) que tiene polvos,
batidos y barritas con todo lo necesario para la nutrición diaria. O sea, que
feliz futuro si se trata de lanzarnos en brazos de la inteligencia artificial (que
no es otra cosa que facilitar la inclusión de publicidad adaptada a nuestras necesidades)
para no tener que salir de casa ni a comprar y poder quedarnos viendo peleas de
robots o reviviendo a los muertos mientras saboreamos unos asquerosos polvitos
nutritivos. Lo que veo sin futuro es la
entrega de los preservativos a domicilio, no parece que así vayan a hacer mucha
falta. A cuadros.
sábado, 28 de enero de 2017
domingo, 15 de enero de 2017
Las pequeñas cosas
No sé si es deformación
profesional, pero tengo tendencia a fijar palabras y momentos con imágenes, a
veces incluso con colores. Ahora por ejemplo, noticiarios y periódicos vomitan
“Rebajas” y “cuesta de enero” y yo veo la palabra Rebajas en negrita con un
marco rojo e imagino la cuesta de enero como la pendiente nevada de una montaña
que hay que subir. No es una cuestión de balance económico tratando de
equilibrar el exceso de gasto de las vacaciones con la posible apetencia de
gastar en Rebajas, es más bien una actitud, a veces helada, a la hora de
reincorporarse a las tareas diarias en un año nuevo. Yo confieso que me
incorporo activa, que no me espanta el día a día, pero observo, incluso en los
más jóvenes, cierta apatía, cierta laxitud a la hora de arrancar con ganas. Por
eso me sorprende el afán de otros países por utilizar este período para hacer
propósitos de Año Nuevo. Probablemente tiene que ver con el clima. Aquí somos
más de asociar los proyectos con el fin de los largos veranos, cuando sabemos
que hay que replegarse y buscar
actividades de interior para los escasos meses en que nos falte la luz. En
cualquier caso, ya estamos en 2017, comprobando en pocos días cómo las
expectativas para el año nuevo, ya no se van a cumplir. Seguimos conociendo
noticias desalentadoras de atentados crueles y absurdos, de crímenes machistas,
de colas inhumanas a muchos grados bajo cero para conseguir un poco de comida
caliente; de inmigrantes que intentan
entrar en el codiciado primer mundo
incrustados junto al motor de una furgoneta, en el interior de una maleta…; de
declaraciones y actitudes del que será presidente de uno de los países más
poderosos del planeta que parecerían una broma si no fuera asunto demasiado
serio lo que está en juego… Y es verdad que dan ganas de desinflarse, de abrir
paso a un aire de derrota y desasosiego provocado por tanta crueldad, tanto sinsentido,
tanta distribución desigual de la riqueza, tanto arrinconamiento de la cultura…
¿Laxitud? Es poco. El año arranca con miedo, harán falta piolet y arnés para la
escalada que nos espera. Queda el único recurso de construirnos una red de
cotidianidad con los detalles menudos, por si resbalamos.
domingo, 8 de enero de 2017
Estreno
Cuando la aurora, (Eos rododáctila la llamaba Homero)
anuncia al sol, sus colores rosados muestran posibilidades prometedoras. Debió
de ser la toma de conciencia de la actividad positiva que el sol ejercía en los
humanos y su entorno la que hizo que se contaran las horas y los días, las estaciones
y los años, en la confianza de que los patrones se repetirían. La tristeza y el
miedo se esconden en la oscuridad, por lo que proyectamos los deseos en un
nuevo día, en un nuevo año que permita hacer las cosas mejor o traiga más suerte. Pero ya decía Quevedo que Nunca mejora su estado quien muda solamente
de lugar y no de vida y de costumbres, lo que parece aplicable al cambio de
fechas. Creemos supersticiosamente o tal vez necesitamos imperiosamente, que
las nuevas cifras encierren un tiempo más favorable, mientras culpamos a las
que se van de lo malo que acarrearon. Enmarcamos los acontecimientos personales
y sociales en unos números que querríamos encerrar en una caja, confiando en
que ninguna Pandora destape de nuevo los males que nos acechaban. Las
costumbres para atraer la buena suerte y soltar el pasado son variopintas y
todas reflejan el mismo deseo de mejora. Me ha tocado escribir el último día
del año, así que, sin comer doce uvas,
llevar ropa interior roja, barrer la casa para purificarla, encender velas,
vestir de blanco, saltar siete olas… confiando en que mi escepticismo no anule
la posible buena suerte de la petición, les deseo que el año que estrenamos
venga lleno de abrazos reconfortantes y sinceros; que cada mañana nos aporte
fuerzas suficientes para arrostrar el día y que este venga repleto de alegrías
y de amor; que la política nos permita creer de nuevo en ella; que la humanidad
se vuelva merecedora de su nombre; que el próximo brindis sigamos estando todos
y ni uno menos y que estemos bien, repletos de salud, energía y esperanza; que
la solidaridad, las ganas de aprender y el respeto se vuelvan contagiosos; que
el dolor y el miedo queden desterrados de nuestras vidas; que cada amanecer de
dedos rosados sea un paso más para cumplir la utopía y que la paz, el equilibrio, la igualdad, la
ternura y la ilusión llenen nuestros días.
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