sábado, 30 de diciembre de 2017

La "edad dulce"

Voy a hacer una confesión, tengo una herencia moral de la que ya no creo poder liberarme: la culpa. Ante cada decisión personal, me nacen como setas sentimientos de responsabilidad por los daños colaterales ocasionados. ¿Qué a qué viene esto? Al reparto familiar de las vacaciones. Al difícil equilibrio entre la familia de Jaén, que nos espera para inundarnos de afecto, y mis hijos portuenses, que tienen edad de solicitar unos días libres para disfrutar con los amigos. Intento guarecerme bajo el paraguas de la imposibilidad de contentar a todo el mundo y, aún así, no me desembarazo de la culpa. Entonces me toca escribir esta columna que saldrá el penúltimo día del año y no encuentro asiento suficiente para hacer balance, no me apetece, estoy desubicada en estos días de nadie. Un vistazo a las noticias no ayuda a encontrar el tono: no cesa la violencia machista ni el miedo a atentados yihadistas ni la llegada de inmigrantes y no mejora el nivel de nuestros políticos ni la tensión internacional que Trump provoca a golpe de twitter… Entonces me sale al paso una sorprendente afirmación del filósofo francés Michel Serres que sostiene que la humanidad progresa adecuadamente y eso me anima. Parece que “hay una gran contradicción entre el estado real de las cosas y la forma en que lo estamos percibiendo, porque vivimos como si estuviéramos inmersos en un estado de violencia perpetua, pero eso no es real en absoluto”. Apoyándose en datos de la OMS recuerda que “la causa menos frecuente de muerte en la actualidad es ‘guerras, violencia y terrorismo’. Muere infinitamente más gente a causa del tabaco y de accidentes de coche.” ¿No es esperanzador? Yo, por lo pronto, me propongo intentar afrontar el nuevo año con este enfoque optimista. Así que, mi irracional deseo para el 2018 es que la luz de la ciencia y el progreso filántropo nos ilumine para seguir confiando en un mundo más justo, más igualitario, más pacífico, más sano, más feliz… y que esa misma luz consiga brillar en todos nuestros hogares. Pues eso, que la esperanza en esta “edad dulce”, médica, pacífica y digital, no nos falle.

sábado, 2 de diciembre de 2017

De tradiciones y pausas

La columna de hoy va dedicada, como en los antuguos programas de radio: A mi amiga Luisa que me pidió "hablar de esto", al resto de amigos "menúos" y a mi familia, capaces todos de abrir siempre un paréntesis confortable por muy grande que sea el chaparrón que este cayendo en las vidas de cada uno.

"No tengo nada contra la tradición y las celebraciones organizadas, pero sí me molesta mucho que se conviertan en una obligación. Basta con echar un ojo a la filmografía americana para ver cuántas películas rondan en torno al famoso día de “Acción de gracias” y cuántas de ellas lo aprovechan para presentar el engorro de reunirse forzadamente en familia. Y, sin irnos tan lejos, son innumerables los chistes y anécdotas que se cuentan aquí alrededor de la figura del “cuñao” al que hay que aguantar en las celebraciones familiares. (No es mi caso. Adoro a mis cuñados, pero no todo el mundo tiene esa suerte). La policía sabe muy bien que la Nochebuena, por ejemplo, es una de esas fiestas en las que debe estar atenta para intervenir en altercados familiares que, a causa del vino, supongo, se van de las manos. O a las manos, debería decir. Por eso abogo por las tradiciones flexibles, sin obligaciones ni enfados ni reproches e, incluso, por inventar tradiciones nuevas y mantenerlas justo hasta el momento en que se corra el riesgo de convertirlas en obligación. Me parece la única forma segura, capaz de huir de culpas, de encuentros no deseados, de repeticiones carentes de sentido… 
Celebrar es realizar un acto festivo por algo que lo merece. Nada me gusta más que crear hábitos nuevos con familiares o amigos que duren lo que tengan que durar, solo mientras la fórmula funcione. Reunirse así, sin ceremonias, porque el cuerpo y el ánimo lo piden, en torno a unas migas, una berza, una paella dominguera… Sin ceremonias, pero con ritos, “para que un día no se parezca a otro día y una hora sea diferente a otra hora” (A. de Saint-Exupéry). Un rito preparar el sofrito de la paella con mi padre; un rito el mojito en olla grande con los amigos; un rito el postre casero la tarde del domingo. Y así, de quede en quede, el confort de los tuyos conforma un paréntesis, una burbuja efímera que deja en suspenso las penas y los miedos que la vida y los años se empeñan en acumular."