sábado, 23 de febrero de 2019

Sombras

Ayer estuve en la Fundación Rafael Alberti en unas charlas de homenaje al poeta. Siempre me resulta interesante el encuentro con su obra y su figura. Las salas cubiertas de poemas caligrafiados y liricografías, entre otras muestras plásticas, acogen y entusiasman al curioso, le aportan luz, completan la suerte de sus palabras. En esta ocasión, se exhibe además “Exiliarte. Memoria de una carpeta dedicada a Rafael Alberti. 50 x 1”, homenaje de diferentes artistas al poeta, lo que aumenta el interés de la visita. Y, sin embargo, una vez más, al salir de allí me traje la sensación de que El Puerto de Santa María no valora como merece a este autor. En su ciudad natal todos parecen tener un personal y especial conocimiento sobre el personaje, que no sobre su obra. Abundan las anécdotas de quien lo conoció, trató, creyó entenderlo. Hay tanta admiración hacia su figura como burla, recelo y desconocimiento. Suele ser habitual que el trato directo con el artista empañe su obra, se hace cierto el dicho de que “nadie es profeta en su tierra”. Creo que en esta ocasión, a los testimonios directos de quienes lo conocieron y se beneficiaron de su amistad, se unen las voces de quienes solo ven en él una figura política que reafirma sus convicciones hacia él o contra él. Y lo era, claro, pero también mucho más. Esta sombra ya impidió que diera nombre al Teatro y parece que aún se alarga, junto con otras sombras que aún sobrevuelan por allí. Quizás tengan que pasar muchos años para que se desvanezcan los prejuicios y dejen a la luz la profunda y auténtica obra de quien representa casi un siglo de evolución artística, social y política. Pocas ciudades pueden presumir de tener una Fundación como la de Alberti en El Puerto y, sin embargo, se habla poco de ella, sigue agazapada, desconocida, infrautilizada. Me gustaría que este magnífico espacio lo fuera de encuentro, abierto, dinámico, vanguardista. El poeta que se vio obligado a ir por el mundo “llamando siempre Cádiz a todo lo dichoso, lo luminoso que me aconteciera” se lo merece, y los portuenses podrían disfrutarlo y aprovecharlo como reclamo cultural. Ojalá el Ayuntamiento siga apostando por mantenerla viva.

lunes, 11 de febrero de 2019

Clonados

Me horroriza la uniformidad. Me desasosiegan, por ejemplo, las fotos que muestran la perfecta alineación de los soldados en los desfiles militares, ya sean de Corea del Norte o del día de la Hispanidad. La uniformidad convierte al ser humano en masa, lo anega en el anonimato, lo hace parecerse entre sí. En las películas malas de aventuras o de ciencia ficción, se añaden con efectos digitales masas humanas a la que es posible hacer aparecer y desaparecer. Miles de personas que no son más que sombras que se desvanecen a golpe de click porque no cuesta nada poner y quitar en una pantalla de ordenador. No hay rostros individualizados, no hay historias, no hay dolor, solo masa, números. Me recuerda a aquellas películas en blanco y negro de Tarzán en las que siempre que aparecían ristras de negros como porteadores sin nombre ni voz, acababan cayendo por un precipicio, se despeñaban y la historia seguía sin ellos como si nada. En el extremo opuesto, el arte busca la voz original, única, individual. Busca la sorpresa y la diferencia. La rareza se convierte en pieza única, irrepetible. Así es también en el coleccionismo. En numismática, un defecto en la acuñación de una moneda dispara el valor de la pieza. Y sin embargo, llega la dictadura de las bocas perfectas y todo el mundo decide someterse a ella. Ha aparecido un aluvión de clínicas dentales, carísimas todas, que prometen sonrisas ideales al tiempo que facilitan los trámites para conseguir el préstamo que costeará la ansiada transformación. Y es que nadie quiere quedarse en el pelotón de los pobres que no pueden permitirse una póliza dental. Sin embargo, no nos engañemos, no es una moda ni una necesidad, es un pasaporte al privilegio, un signo de estatus social. De este modo, la dentadura perfecta es la manera de reconocer a quien tiene o puede obtener el poder. Pero nos hace iguales, nos aborrega. Tiene algo de dictadura esta necesidad de alinearse la boca para lucir una perfecta y uniforme sonrisa “profident”. Prefiero ese diente un poco partido o ligeramente montado sobre otro antes que estas dentaduras clonadas donde no es posible amar la diferencia.