sábado, 26 de diciembre de 2020

Solo flotar

 

No podemos solo existir. Nuestra especie mastica lo que vive, hacemos balance al final del día, del trimestre, de las vacaciones… Lo hacen periódicos, televisiones y  redes sociales a fin de año. Será monótono el de este extraño 2020. La pandemia y sus consecuencias lo han ocupado todo. Hemos vivido altibajos emocionales con la puerta de casa cerrada, retirados a una hibernada larga, confiados en que pase el chaparrón cuanto antes. Ha descendido nuestro nivel de estímulos, hemos aparcado los planes, reducido el contacto social y físico. No nos tocamos. El esfuerzo colectivo por no caer en la desesperación ha hecho que intentemos mantener los sentimientos a raya. Habrá más ferias, no pasa nada, más semanas santas, más veranos, más cumpleaños, más viajes, más cenas con amigos, más encuentros familiares...  pero subyacente, un miedo. ¿Y si era el último? Porque para muchos la partida ha acabado, no habrá nueva oportunidad, están fuera. Otros han perdido tanto, que no saben a dónde mirar o agarrarse. Han cerrado negocios, se han clausurado sueños. ¿Quién los rescatará? 

La banda sonora de esta montaña rusa emocional ha sido monótona, una bronca política constante de acusaciones repetida en bucle, hasta la saciedad. Mientras tanto, hemos ido reanudando lo que se ha podido. La clase política ha ido a lo suyo sí, pero las empresas se han adaptado, los negocios han intentado surfear las medidas creativas de las comunidades, las direcciones de colegios e institutos abrieron sus puertas, multiplicaron las medidas de prevención, han trabajado, y mucho. Profesorado y alumnado se adaptaron, molestos, pero con ganas, hasta acortar la distancia física y conseguir comunicarse a base de imaginación y humanidad. Nunca los ojos sonrieron o frenaron tanto. Y, sin embargo, nunca ha anochecido tan pronto como en este otoño de tardes cerradas. Nunca nada nos volvió tan europeos, al menos en los horarios en los horarios. Nunca hemos estado más solos.

Esta vez el único balance posible es personal, no colectivo. Claro que hemos aprendido algo, ojalá podamos darle forma, como al barro, e insuflarle un hálito de esperanza para convertirlo en un futuro más limpio, más justo, más humano.

sábado, 12 de diciembre de 2020

Lotería

En los tiempos que corren la autocomplacencia, la vanidad y la desconfianza se han hecho fuertes. Cuanto más ignorante es una persona, más desprecia lo que no conoce, menos necesita contrastar la información, más dispuesta está a dejarse llevar por bulos y habladurías. El ignorante se cree inmune y ha decidido que lo del bichito, con él, no va. Por eso se pasea con la mascarilla por debajo de la nariz y se para a charlar con sus conocidos sacando pecho. No es cuestión de valentía, lo que pasa es lo bastante audaz como para no llevarla y tener que enfrentarse a la policía. El miedo a una multa es lo único que le frena, así que usa la mascarilla como quitamultas. La lucirá sobre la barbilla, lista para ser subida cuando la situación lo requiera, como los vendedores del top manta que tiran de sus cordeles y recogen su mercancía en las calles comerciales de las ciudades cuando les avisan del peligro. No sé si lo siguen haciendo, hace tiempo que no salgo de El Puerto. Entendí que estaba prohibido, que entre todos frenaríamos el virus si nos quedábamos en casa. Yo lo he hecho y sé que mucha gente también, pero no he dejado de escuchar todo tipo de triquiñuelas para saltarse el cierre perimetral. Como siempre, los que respetamos la norma somos unos crédulos, ilusos, confiados…

Dicen que este puente era un test para comprobar si se pueden reducir las limitaciones y así “salvar la Navidad”, que se verá en 15 días. No sé si ha influido la coincidencia de los días festivos con las noticias que hablaban de menor incidencia de contagios, si  los datos ligeramente mejores han disminuido la sensación de riesgo, pero lo cierto es que hemos visto imágenes que mostraban saturaciones en el centro de las ciudades, en los lugares de ocio… Colas de horas para entrar en centros comerciales, precisamente en los más grandes, los que no necesitan de nuestro heroísmo para salvarse.

 Ojalá me equivoque, pero me parece que, por mucho que unos cuantos sacrifiquemos el encuentro con familiares y amigos para protegerlos y protegernos, no vamos a salvar nada. En enero, la cuesta será más dura que nunca cuando nos arrepintamos de haberlo jugado todo a la lotería de la salud.