sábado, 30 de mayo de 2020

Actúa


Desde que se decretó el estado de alarma, hace 75 días, han pasado muchas cosas. La peor de todas, las muertes por las que ahora guardamos luto nacional. Durante este período, nuestro estado emocional ha pasado por el asombro, la solidaridad, la ingenuidad de creer que saldríamos más fuertes y renovados, la irritabilidad, la búsqueda de culpables, el escepticismo, la impaciencia por la vuelta a la normalidad… Y aquí es donde me detengo, en esta “normalidad” a la que queremos volver.
Está claro que todos ansiamos abandonar el ostracismo social, ganar la calle de nuevo como latinos que somos, abrazar, dejar de tener miedo al otro. Pero si seguimos con los mismos vicios adquiridos antes del gran susto, volveremos a caer en situaciones semejantes. El programa de medio ambiente para la ONU advierte de que alrededor del 75% de las enfermedades infecciosas emergentes son transmitidas por los animales (ébola, gripe aviar, MERS, virus del Zika, el coronavirus que causa el COVID-19…) y todas están vinculadas a los cambios en el medio ambiente como resultado de actividades humanas que provocan alteraciones en el uso del suelo y el clima. La reducción de la biodiversidad las favorece, mientras que la integridad de los ecosistemas puede ayudar a regularlas. La diversidad de especies hace que sea más difícil que un patógeno se extienda, amplifique o domine.
  Estábamos advertidos y, sin embargo, ahora parece que miramos hacia otro lado. ¿No hemos aprendido nada? Esa vuelta a la normalidad no puede traducirse en retomar las emisiones de gases contaminantes y el consumo compulsivo e insostenible. La ONU dice: “No actuar ahora es fallarle a la humanidad. Protegernos de futuras amenazas mundiales requiere un manejo sólido de los desechos médicos y químicos peligrosos; administración sólida y global de la naturaleza y la biodiversidad; y un claro compromiso de "reconstruir mejor", crear empleos verdes y facilitar la transición a economías neutras en carbono. La humanidad depende de la acción ahora para un futuro resistente y sostenible”. Cada gesto cuenta, vamos a cambiar de hábitos: muévete en bici, reutiliza, respeta la naturaleza, apoya el comercio de barrio…

sábado, 16 de mayo de 2020

Cápsulas


Cápsulas
Habíamos vagueado durante toda la mañana por Fuencarral, Chueca… Hacía una mañana preciosa de febrero, de las que alejan las preocupaciones e invitan solo a vivir. Entrábamos en las tiendas por gusto, mirábamos caprichos que no pensábamos comprar. En el fondo hacíamos tiempo hasta la hora de la cerveza. Disfrutábamos del ocio, de las calles ambientadas sin llegar al abarrotamiento, de la charla que nos entretenía… Nos gusta hablar cuando paseamos, los temas, aun los más trascendentes, se hacen livianos, se abordan con la facilidad de no tener que mirarse a los ojos.
Nos sentamos pronto en una terraza de la Plaza del Dos de Mayo, en Malasaña, en la única mesa que quedaba libre a pesar de lo temprano de la hora. No lo buscamos, fueron nuestros pasos los que nos llevaron allí, a ese terraceo más de disfrutones que de turistas. Se estaba genial con las cañitas al sol. Cuando fuimos conscientes de ella, llevábamos un rato escuchando de fondo una música elegida con gusto exquisito que iba del adagio de Albinoni a lo más contemporáneo. El estilo cambiaba, pero acertaba siempre, tanto que nos acabamos preguntando en voz alta de dónde venía.  No había secreto, la mesa de al lado la ocupaban dos chicas y un chico con un altavoz portátil. Su aspecto era desenfadado, informal, estoy segura de que algunos los habrían tildado de perrosflauta. Seguimos charlando hasta que nos pareció que la voz sonaba en directo. La causante, una niña de unos 10 años de pie con el altavoz de los chicos en la mano cantando por Amy Winehouse con una fuerza y un disfrute inimaginable. Aquello duró un rato. Era la hija de una pareja que estaba dos mesas más allá. El encuentro lo había propiciado la música.
Fue un chispazo, uno de esos momentos que encapsularías para saborearlo más tarde. Duró hasta que la niña se cansó de cantar para todos canciones en inglés, completas, perfectas, armoniosas, desgarradoras. Cuando me volví a buscarla, corría en patines entre otras niñas más pequeñas. Se acercó a la mesa de sus padres y les dijo: “Tengo amigas”. Antes de que saliera a correr de nuevo, en su camiseta metida por dentro de una faldita vaquera que se le daba la vuelta, se leía “La vie est belle”.

sábado, 2 de mayo de 2020

Burbujas


Uno de los problemas de no salir de casa durante mes y medio es la falta de vivencias, al menos de las colectivas, porque de las personales y familiares ha habido muchas. Pienso en escribir y me asalta la duda: de qué hablar si no he vivido nada nuevo. Pero de esa misma duda surge otra, porque ¿no es vivir dedicarse por entero al trabajo a distancia y a llenar el tiempo con quehaceres varios, diseñados al capricho? A lo mejor este preguntarme varias veces al día qué me apetece hacer y hacerlo,  y cómo agradar a los que viven conmigo  y mimarlos, es la vida de verdad, más allá de esa otra en la que los días se escapaban entre prisas y actividades. Ahora que se relaja un poco la prohibición tajante de salir, puede que haya desarrollado un nuevo síndrome que estaría entre el de Estocolmo y la agorafobia, y puede que se me mezclen las ganas de recuperar la “normalidad” con la nostalgia anticipada de esta diferente forma de vivir los días que no creo ni deseo que se vuelva a dar.
En estas reflexiones andaba cuando otra idea vino a rondarme, la de que al haber ocupado la pandemia todos los espacios de noticia y todas las conversaciones,  ha llegado a parecer que todo lo demás se borraba, como si nadie pudiera enfermar, sufrir, morir, por una causa diferente no relacionada con el coronavirus. Quizás en el subconsciente se ha instalado la falsa idea de “no me he contagiado, estoy a salvo”. En la burbuja protegida del hogar, la falta de contacto y el lavado de manos continuo ofrecen la absurda tentación de creer que el peligro se mantiene a raya. Pero seguimos siendo vulnerables dentro y fuera. Esta semana la noticia de la muerte de Michael Robinson, vencido finalmente por el cáncer, por ejemplo, ha sido un recordatorio de que vivimos esquivando peligros, de que las muertes violentas, absurdas, prematuras, previsibles… no dejan de existir. Nada es estable.
Y entre estas ideas voy y vengo, me construyo una realidad de claroscuros tan cambiante como esta primavera preciosa a la que me agarro fuerte a falta de certezas más firmes. Por lo pronto hoy parece que hará buen día. Disfrutemos de la novedad de un poco de ejercicio al sol mientras se pueda .