sábado, 24 de junio de 2023

Modelos

 El sábado por la mañana, como siempre que podemos, fuimos al centro. Pasamos primero por la frutería, donde David nos preguntó cómo estábamos mientras seguía atendiendo con mucha paciencia y buen humor a un señor mayor al que luego guardó la compra para que pudiera seguir haciendo otros mandados encargados por su mujer. Nunca nos vende nada que no esté perfecto. Si lo queremos y está demasiado maduro, prefiere añadirlo a la bolsa como regalo. En la panadería se afeaba el comportamiento maleducado de quien compra mientras habla por teléfono y señala el producto sin abandonar la conversación, como si estuviera sencillamente ante una máquina expendedora. En el mercado preguntamos a nuestro pescadero la razón de tantos puestos cerrados, más de los que ya han echado el cierre definitivo. Tienen dos compañeros que llevan malos unas semanas. Hay menos puestos, nos dice triste y con cierta resignación, pero nuestro pescado sigue siendo igual de bueno…

Escuché el otro día en la radio a mi admirada escritora Paloma Díaz-Más contar cómo había sido invitada a impartir un seminario en una universidad estadounidense y, tras no aguantar más la comida diaria del hotel en el que la habían alojado, intentó salir a comprar algo de pan, queso y fruta para comer más tranquila en su habitación. No encontró nada, ni una sola tiendecita. Lo contaba apesadumbrada para tratar de animar a proteger y conservar nuestras pequeñas tiendas de barrio.

He estado en Estados Unidos y he entrado a comprar en un supermercado. La actitud distante, desganada, fastidiada de quienes atendían en las cajas o en los mostradores es lo más parecido que he visto a la actitud que imagino en alguien ligado a un trabajo esclavo. Trabajo como una maldición, repetitivo, mecánico, carente de estímulo ni interés. Nada que ver con nuestras tiendas pequeñas, especializadas, con personas atentas detrás del mostrador, su trato amable, la conversación cordial entre quienes aguardan turno, las bromas de quien atiende, que conoce el nombre, los gustos y las costumbres de su clientela.

Renunciar a nuestro comercio es renunciar a nuestra esencia. Adoptar modelos de vida ajenos no parece que aporte felicidad.

sábado, 10 de junio de 2023

Actualizarse

 

A punto de cerrar los cursos escolares y a pocos días de la temida Selectividad, el alumnado empieza a acusar las circunstancias. Hay quien ha entrado en un bucle de cansancio y desinterés y quien no puede más de tensión y nervios a la espera de redondear lo mejor posible su nota y conseguir una plaza universitaria. Ya he perdido la cuenta de los textos que llevo hechos en clase estos días a la espera de inculcarles una seguridad que les permita enfrentar la PEvAU con éxito.

El resto de comunidades hace estas pruebas antes, por eso van llegando noticias de sus exámenes. Esta mañana me he despertado con este titular: “TheGrefg, Rozalén y más 'influencers', protagonistas del examen de lengua de la EBAU de Murcia”. La polémica está servida porque quienes son ajenos a la asignatura interpretan que los tiempos están cambiando en exceso si, lejos de centrarse en escritores del currículum, los textos de selectividad se mueven también entre “streamers” e “influencers”. Pero estamos antes dos males que aquejan estos tiempos (y creo que ninguno de ellos es que se nombre a personajes de la actualidad juvenil). Por un lado, el examen de Lengua desde hace muchísimos años es competencial y se centra en textos que pueden ser literarios o periodísticos. Me parece mucho más lógico que se escojan para el segundo caso columnas de opinión que nombren a TheGrefg, a Rozalén o al cómico Miguel Maldonado que textos como el que cayó el curso pasado en Andalucía tan alejado de la realidad adolescente como para comparar las cabinas de teléfono con los confesionarios usando palabras como “discernimiento”, “obsoleto”, “avezado”, “comunidad Amish”, “orbe”… Por otro lado, la alarma solo está justificada por la manera que tenemos actualmente de informarnos leyendo exclusivamente el titular. Si se busca el texto del examen, se comprobará su absoluta idoneidad ya que se centra en la defensa de la riqueza de lenguas y acentos en este país para lo que pone ejemplos de murcianos de rabiosa actualidad que triunfan sin esconder su acento.

Dos deseos: que el martes nos caigan textos que contengan claves contemporáneas y que la realidad académica deje de separarse de la de su alumnado.

Sin bronca


 Hay quien a las 8 de la mañana ya sale de casa cabreado. Es cierto que encontrarse con ciertas situaciones desde primera hora sienta mal, pero ir provocando bronca como forma de vida resulta de lo más desagradable para el resto.

Estoy de acuerdo en que, por ejemplo, pasar por delante de un instituto a la hora de entrada puede ser exasperante: pasos de cebra cruzados por adolescentes medio dormidos que ralentizan su avance porque o van charlando entre ellos o llevan la vista fija en la pantalla del móvil o tienen que demostrar cierta chulería propia de la edad. Algunos avanzan en solitario guiados por el piloto automático que les llevará hasta el aula sin necesidad de alterar la mirada ni abrir la boca. En los coches, padres y madres con prisa que, por una regla desconocida pero de obligado cumplimiento, dejan su preciada carga en la puerta de entrada, jamás unos metros más atrás cuando ya estábamos todos parados en caravana.

Todo esto lo entiendo, pero se produce a veces una lucha curiosa de egos o de demostración de poder que podría dejar de ser divertida. De un lado la desfachatez del coche grande que quiere atravesar el cruce sí o sí hasta dejar a su prole en la puerta y que gana espacio sacando el morro más de lo que debería, casi cerrando el paso de los que suben y ya han sorteado el paso de cebra; del otro lado el atrevimiento del coche precario cargado de obreros camino del trabajo, envueltos en una guerra que ahora no es la suya, que avanza haciendo caso omiso a la chulería del otro en una clara demostración de “mi coche es más chungo, pero yo tengo la preferencia y tú eres un abusón”. Esta mañana hubo suerte y el grande reculó a tiempo antes de que se besaran los dos.

A mí tanta prepotencia por parte de unos y otros me espanta. Me gusta que haya cierta cortesía entre conductores; que en la barra de un bar atiendan al que le toca y aguarda su turno educadamente antes que al que se impone a gritos; que entre los padres y madres del instituto y el profesorado haya una comunicación basada en el diálogo y la confianza; que se pueda preguntar sin ofender; que se admita el error y la sugerencia…

En definitiva, menos crispación y más educación.