sábado, 27 de julio de 2019

Los más tontos

Antes de que mi amigo Pepe vuelva a hacer notar mi viraje a lo Rodríguez de la Fuente, diré que el verano me incita a la observación de la naturaleza en vivo y mediante documentales. De ahí que caiga en estas reflexiones sobre el comportamiento humano y animal. Tendemos a creer que somos los más inteligentes y sociales y, aún siendo cierto, lo es con matices. Hay primates que se las arreglan para acicalarse unos a otros y así relajarse. Los perros de la pradera viven en grandes comunidades que pueden llegar a los mil individuos y tienen vigilantes que alertan al resto del peligro. Hay muchos otros animales que colaboran para vigilar, cazar o defenderse. Así lo hacen leones, delfines, cebras, lobos… Pájaros de poca envergadura se mueven como en enjambre frente a la amenaza de halcones o búhos de modo que, al colaborar, se protegen todos. Hay un interesante estudio que demuestra que especies cuya cooperación ha evolucionado, son capaces de colonizar ambientes hostiles, mientras que aquellas en las que los individuos no se cuidan entre sí, no sobreviven. Abejas y hormigas tienen incluso repartidas las tareas de funcionamiento. Las hormigas coloradas pueden unirse en enormes grupos formando balsas vivientes, si así lo necesita la colonia para atravesar un río o sobrevivir a una crecida.
R. Margalef afirmaba que la evolución tiene que bailar al ritmo de los cambios constantes del ambiente y solo sobrevivirán los organismos mejor adaptados. Si la teoría de los darwinianos es cierta, los humanos tendríamos que estar adaptándonos para cambiar lo que dentro de poco será irreversible. No veo, sin embargo, una preocupación auténtica. Cierto que el poder está en manos de unos pocos, pero si nos unimos y cooperamos ¿no somos muchas más las hormiguitas obreras? La unión hace la fuerza, otorga un poder inimaginable. Una maroma es resistente porque muchos frágiles hilos se entrelazan en un solo cuerpo. El problema es que no aceptamos el “sacrificio” que comporta: comprar menos, reciclar más, cambiar un poco el estilo de vida... 
O tomamos conciencia de la realidad o demostraremos ser los animales más tontos, capaces de aniquilarnos en masa por puro egoísmo. 

martes, 16 de julio de 2019

De viajes


El hombre moderno (entendiendo por hombre ser humano, según la etimología de la palabra) ha decidido hace tiempo que la forma correcta de mostrar a su entorno que las cosas le van bien es viajando. Más recientemente, viajando y publicando en las redes sociales fotos de su viaje. Así, pasa buena parte de su tiempo preparando el día en que las vacaciones le permitan lanzarse en busca de la ansiada experiencia. 

Pero hay formas y formas de viajar. El turista prefiere no involucrarse. La desconfianza, el temor o simplemente su propia forma de ser, le hacen observar sin intervenir, como si asistiera a un documental del lugar que visita desde el sofá de su casa. El viajero, por su parte, tratará de mezclarse con el ambiente, probar la comida local, entender las formas de vida. Yo he coincidido con turistas en Estambul que se quejaban insistentemente al cocinero porque los platos turcos llevaban cilantro, por ejemplo. Hasta aquí, todo bien. Somos diversos. Y masa. Se empieza a tomar conciencia de que esa masificación del turismo lo hace, además, altamente contaminante (no hay más que ver las imágenes de esos colosales cruceros abalanzándose sobre Venecia). 

Y, aún así, se ha conseguido dar un salto en la calidad del viaje. Ahora se exige que el lugar de acogida no tenga ni una sola incomodidad derivada de las características naturales que lo hacían apetecible. Se hizo viral el vídeo del ganadero asturiano que se burlaba del dueño de un hotel rural que había logrado que un juzgado clausurase un gallinero porque el sonido que emitían sus gallinas molestaba a los clientes. Ahora nos ha llegado el caso de Maurice, un gallo de la isla de Oleron, en el suroeste francés, al que han sentado en el banquillo porque canta demasiado temprano. 

Los pisos turísticos de alquiler creciendo sin control ya están obligando a los ciudadanos a abandonar el centro de las ciudades. Si el turismo rural empieza a limpiar el campo de campanas de iglesia que repican, gallos que cantan y vacas que mugen, todo quedará convertido en parque temático. No sé qué pensarán ustedes, a mí me parece triste y estúpido viajar a ciudades sin vecinos y campo sin animales.