sábado, 29 de diciembre de 2018

Pasiones




¿Todos tenemos un don? Probablemente sí. Otra cosa es que se nos permita vivir de él. Si fuera así supongo que el trabajo nos haría en general más felices. En mi caso tengo la suerte de trabajar en algo que me apasiona, pero soy consciente de que no es demasiado fácil ni común. Empiezo con esta reflexión porque en estos días de ocio y familia paso mucho tiempo con mis hijos y sobrinos. Hablar con ellos es un placer, uno cree rejuvenecer rodeado de tanta energía y potencial. Es obvio que cada uno tiene algo que lo hace especial y, sin embargo, las preocupaciones de los adultos en torno a ellos se mueven buscando alternativas que, en lugar de desarrollar este don o habilidad, permitan, como mucho, conservarlo dentro de un espacio para el ocio. A veces me parece que se trata de arrinconar la pasión, de domesticarla para que ocupe una parcela cómoda fuera del peligro de querer dedicarse a ella. En mi familia, un lugar especial lo ocupa la música. La otra noche, después de oírlo cantar durante un buen rato, mi hijo nos explicaba que siempre va a la facultad escuchando música con los cascos y que a veces una canción le gusta tanto que la pone en bucle y entonces lo aísla de tal manera, que cuando la canción acaba y vuelve a los sonidos ambientales, tiene la sensación de que al mundo real le falta algo. Su abuelo lo animó a no abandonar nunca la guitarra, la  composición, el canto…, pero advirtiéndole, como hemos hecho todos, que no podría vivir de la música. Y ante su contundente respuesta me sorprendió el no saber si alegrarme por la madurez que transparentaba o entristecerme por haberlo “educado” demasiado. Su respuesta fue: “abuelo, yo solo espero que con tu edad, siga disfrutando mientras toco la guitarra tanto como lo hago ahora”. De esta reflexión sale mi deseo de año nuevo: que el mundo se vuelva tan sabio que sea capaz de dar a cada uno la oportunidad de vivir de lo que le apasiona hacer. Si los sistemas educativos y los gobiernos aprendieran a valorar la diversidad, a sacarle partido en lugar de medirnos a todos por los mismos raseros en una estúpida lucha por la competitividad, otro gallo nos cantaría. Pues eso ¡por un mundo más igualitario y más justo! 

lunes, 17 de diciembre de 2018

Chomsky en Extremadura

Estos días después del puente, de vuelta a la normalidad, a la cotidianeidad donde intento ser yo, la que me he construido o la que las circunstancias han ido construyendo para mí, busco un asiento que me dé seguridad. Necesito volver a poner las cosas en su sitio, aparcado el juego del viajero que vive de puntillas sin entrar a fondo en el lugar que visita, que es otro más ligero, menos introspectivo, porque está de paso. Pero en la vuelta a casa, al recuperar mi espacio, con mis muebles y mis libros, recupero también los miedos e inseguridades. Porque en lo cotidiano se recupera el tempo de la vida, se organizan los chispazos atrapados en el viaje, se usan las baterías cargadas en los días de ocio. Leo en la prensa que estos días Chomsky ha celebrado su 90 cumpleaños. La primera vez me lo encontré en la universidad, dando sentido a la sintaxis a través de la estructura profunda; la última en un viaje, una habitación de hotel rural cerca de Trujillo, en Extremadura, en un paraje rodeado de chaparros y gallinas. Había en mi habitación un ejemplar de “Chomsky para principiantes” que me ayudó a pasar la siesta que no duermo. Me recordó Chomsky la naturaleza indagadora del ser humano. Este pensador “contribuyó a refutar la desagradable afirmación conductista de que no somos más que máquinas insensibles plasmadas por una historia de refuerzos, tan libres exactamente como una rata en un laberinto, y sin ninguna otra necesidad propia que satisfacer su fisiología”. No sé si somos libres, pero intuyo que tampoco máquinas insensibles. Compruebo cada día que cuanto más nos ilustramos y educamos, cuanto más desarrollamos el espíritu crítico, más lejos estamos de convertirnos en una masa de borregos dispuesta a seguir a cualquier líder populista. Por eso apuesto por el viaje, la lectura, la confrontación sana con el diferente, la educación, la indagación creadora… que nos harán, si no más libres, menos manipulables.

sábado, 1 de diciembre de 2018

Flamenquines

                                    
Cuando era niña me preocupaba mucho el futuro, crecer, dejar de ser quien era. Temía también el cambio en los demás y la manera en que eso afectaría a mi vida. Hay una viñeta de Mafalda que expresa exactamente lo que sentía: se la ve en la playa con sus padres jóvenes y sonrientes en bañador. Al lado se instala una pareja de ancianos, frágiles, llenos de arrugas. Entonces Mafalda rompe en llanto ante sus sorprendidos padres gritando: “¡Nunca sean como dentro de unos años!”. Ese temor al futuro es lo que sentía yo cuando jugábamos a imaginar qué absurda edad tendríamos por ejemplo en el año 2000, creo que no nos atrevíamos a ir más allá del final del milenio. Pero, como diría Gil de Biedma, “ha pasado el tiempo y la verdad desagradable asoma…” Ahora que he sobrepasado la edad de los padres de Mafalda, compruebo que esto del futuro no iba solo de mudar la piel o arrugarla, también por dentro se cambia. La perspectiva, el escepticismo, la fe en la humanidad, el enfoque... Decía J. J. Millás que un día te miras al espejo y encuentras que te has convertido en tu padre. Compruebo que, además, dices, temes y esperas lo que ellos decían, temían y esperaban. Hoy, mientras escribo este texto, es el día de mi padre (en Jaén todavía se celebra el día del santo). Lo celebramos el fin de semana comiendo flamenquines, la comida casera que más nos recuerda a mi madre, quien se las arreglaba para compaginar un trabajo muy exigente con darnos caprichos como aquellos: unos latosos y exquisitos flamenquines que devorábamos con pasión ajenos al esfuerzo que suponía hacerlos en una época en que eran ellos los padres atareados que jugaban a construir una familia. Y entonces, en la casa familiar, con naturalidad, sentí que no solo estaba haciendo los flamenquines de mi madre, sino que mientras machacaba el ajo y perejil, mientras maceraba la carne con limón y la estiraba, mientras liaba los filetes sobre un cigarro de jamón y una sabanita de queso, mientras los “emborrizaba”… yo era ella en su cocina, así de cerca la sentí. Y lo disfruté porque, después de todo, quizás sea esta la forma de hacernos un poco menos mortales, dejar un rastro que se repita en alguien que nos quiere.

lunes, 26 de noviembre de 2018

Superhéroes

La imagen puede contener: 4 personas, personas sonriendo, personas de pie, exterior y naturalezaReleyendo una vez más con mis alumnos “El árbol de la ciencia” de Baroja, de cara a la temida selectividad, me vuelvo a dar de bruces con el dilema de que “ante la vida no hay más que dos soluciones prácticas para el hombre sereno: o la abstención y la contemplación indiferente de todo, o la acción limitándose a un círculo pequeño (…) el que quiera hacer algo tiene que restringir su acción justiciera”. El pesimismo del ciudadano ante la situación del país y su desconfianza en la política parece que siguen intactos (“la política española nunca ha sido nada alto ni nada noble”). Tiene un gran peligro esta reflexión, evidentemente. Cuando se deja de confiar en las instituciones y gobernantes, se pierde el interés por la participación, por la acción (“Los hombres de acción, si tuvieran sensibilidad, no serían hombres de acción. No podrían hacer nada. La sensibilidad es el disolvente de la acción” apuntaba Azorín, compañero de generación) y es entonces cuando parece que dejamos el barco a la deriva, a expensas de quienes, sin sensibilidad ni idealismos, dan un paso al frente para tomar las riendas. Pero, al mismo tiempo, cuanto más se hunden los políticos, más fe encuentro en esa acción justiciera limitada a un medio pequeño. La solidaridad familiar y vecinal con los desahuciados, con los refugiados, con las víctimas de las riadas… Esta misma semana, con mis alumnos más pequeños, salía la figura del héroe y la heroína y, tras pedirles qué cualidades debían tener según su criterio, salió la honestidad, la valentía, la amabilidad…Cuando debían darme el nombre de alguien de carne y hueso que representara hoy esos valores, no salió ningún dirigente político, ningún gran líder y, sin embargo, todos encontraron a alguien en su entorno que estaba “salvando vidas” de una manera u otra: un padre, una madre, un abuelo… personas todas que en lugar de contemplación indiferente, han optado por buscar la justicia en su círculo inmediato. Solo un nombre conocido: Nadal. Un héroe contemporáneo cuyo superpoder ha cobrado la forma de unas botas y un cepillo en las penúltimas riadas. Curioso. Quizás hay esperanza a pie de calle. Si ya lo cantaba Kiko Veneno, “superhéroes de barrio”…

sábado, 17 de noviembre de 2018

Los abandonados

Hace treinta años que apareció por primera vez un cadáver en nuestras costas fruto del naufragio de una patera. Desde entonces, unas 6.700 personas han perdido la vida en el Estrecho. Duele incluso el hecho de no poder afinar el dato, pero son muertes anónimas que por no tener, a veces no tienen ni cadáver. Otras sí, dejan rastro como la de estos últimos días, frente a Caños de Meca. Un chorreo de cadáveres, como si se tratara de una efeméride de aquella primera de 1988. Los números que arroja son escalofriantes y van deshojando los niveles de crueldad: 1500 euros la cifra que pagaron por una embarcación precaria, 150 los metros que distaban de la costa cuando chocó contra una roca y se produjo la tragedia, 25 las horas que pasaron en el mar… Pero curiosamente, al mismo tiempo que estos naufragios despiertan la solidaridad de parte de la población, producen también un sentimiento de rechazo del que brota la necesidad de protegerse, no de los muertos, claro, sino de los posibles vivos que podrían instalarse y amenazar nuestro estatus de privilegio. Así, mientras crece un movimiento de indignación, crece también otro que se radicaliza gracias al miedo y que está ganando tantos seguidores que ya tiene presencia en los parlamentos europeos. Sería más lógico culpar a las mafias que se aprovechan de esta necesidad de huida, o exigir mejoras en las condiciones de vida de los países de origen, sin embargo, como matamos al mensajero, culpamos al desgraciado que consigue sobrevivir y se atreve a pedir un hueco en el paraíso. Yo me descubro ante aquellos que adoptan la postura más incómoda poniéndose a disposición de los que no tienen voz. La semana pasada vi también esa entrega en las Jornadas que tuvieron lugar en Cádiz buscando apoyo y soluciones al problema del Sahara Occidental, otros abandonados. Hoy mismo estos hombres y mujeres humanitarios celebran en la Peña El Chumi una comida solidaria para recaudar fondos, para mostrar apoyo, para intentar que no se olvide a este pueblo que fue español. Lo tienen difícil, hasta nuestras costas no asoma su tragedia, eso les priva incluso de encontrar un hueco en nuestros medios de comunicación.

sábado, 3 de noviembre de 2018

Miscelánea


Son días raros. El calor veraniego nos ha abandonado de pronto en mitad de un invierno frío, lluvioso, cargado de viento cortante. Chaquetones, mantas y calcetines han reclamado protagonismo cuando solo teníamos a mano la ropa ligera de playa. La lluvia cae con dureza, con rabia. Dura poco. Tras la grisura, una preciosa y luminosa mañana para el día de Todos los Santos. Será que este otoño se llevan los contrastes. Durante la semana,  pequeñas buenas noticias de las que animan este andar se borran enseguida con el hecho terrible de la muerte de una amiga de la infancia, guapa y alegre en el recuerdo. Pero nada cambia en la distancia. “Y yo me iré, y se quedarán los pájaros cantando”, decía Juan Ramón Jiménez. La radio, camino del verde de la sierra, solo habla de la muerte, no de la muerte real y cercana de mi amiga, habla de una empresa valenciana que ofrece criogenización durante cien años, habla de los ritos, habla de la conveniencia de llevar a los niños a hospitales y cementerios... Lástima que los muertos no concedan entrevistas para completar las crónicas. Ryanair cobrará por llevar equipaje de mano. Los bancos tendrán que asumir los gastos de las hipotecas. Espera, parece que ya no. A ver qué dice el Supremo. No sabemos dónde enterrar a Franco. Apago la radio y me viene a la memoria el reclamo del lunes mientras atravesaba el mercadillo de Cádiz camino de una reunión: “Niña, tres paraguas, dos euros”. Es absurdo que tres paraguas puedan costar dos euros. Además, ¿para qué querría yo tres paraguas? Últimamente no llueve tanto, solo sobre los recuerdos, los encoge.

 Creo que se me ha ido de las manos. Quería hablar de los contrastes, del peso del miedo y del dolor, de aprender a disfrutar del verano antes de que llegue el frío, de qué pasará cuando las mantas no protejan de la soledad… Quería también hablar de la esperanza. De pronto se ha echado encima la noche. No voy a culpar al cambio de hora. Ya lo decía al principio, son días raros.

sábado, 6 de octubre de 2018

Kafkiano



Cuando escribí mi última columna para este periódico, me desahogué por la retirada de la grúa y el pago de 200 € que me parecían abusivos. No pensaba volver sobre el asunto. Me limité a agradecer el apoyo de los que simpatizaron con nosotros y me resigné a pagar los otros 200 € de multa de la denuncia que no se podían pagar in situ. El proceso ha sido absurdo e irritante, así que no tengo más remedio que volver sobre el tema. El boletín de denuncia daba dos opciones: acudir a “cualquier banco, Caja de ahorros o Rural de entidades que tengan oficina en Sevilla (si se desea pagar en otro municipio podrá hacerlo en sucursales de dichas entidades)” o bien “con carta de pago expedida por cualquier oficina de Atención al contribuyente de la Agencia tributaria de Sevilla”. Como no vivimos en Sevilla optamos por pagar en una sucursal bancaria. Empezamos el intento en Bankinter, nuestra entidad. Imposible, es un modelo B3 y ellos solo pueden tramitar el B1 o B2. Nos aconsejan probar en un banco “grande”, Santander o la Caixa. Al pasar por el BBVA camino de un banco grande, lo intentamos de nuevo. Cola para acceder a ventanilla donde nos dicen que vayamos al cajero, allí únicamente atienden pagos determinados días del mes. El cajero no reconoce el código de barras. Vuelta a ventanilla para escuchar que no hay nada que hacer. Nos vamos al Santander. Se repite la historia. Cajero, ventanilla. Nada. Hacienda queda cerca, entramos por si fuera posible generar la carta de pago para la opción b. Nos atienden amablemente pero concluyen que es imposible porque la Agencia tributaria (como decía el boletín de denuncia) debe ser la de Sevilla. Cada vez más irritados, vamos a la Caixa. Preguntamos a un empleado que vemos libre. Lo intenta. Concluye que no se puede. Tal vez en caja. Guardamos cola, contenemos la respiración y conseguimos que se reconozca el código. Estoy atónita, no sé si esta situación kafkiana forma parte del castigo por los 15 minutos que nos pasamos de la hora de aparcamiento o solo se trata de cómo la administración se desentiende de los problemas que afectan al ciudadano. No solo es abusivo el montante, también lo es el uso de nuestro tiempo y paciencia. 

sábado, 22 de septiembre de 2018

Abusivo

Si tuviera que gastar un vale regalo de 200 euros en cosas que no necesito, me daría el capricho de comprar una cafetera semiprofesional y regalaría la nuestra porque, aunque el café sale bueno, gotea todo el rato. O iría a comer el menú degustación en  Aponiente de Ángel León para ver qué tal está eso de comer en un restaurante con estrellas Michelín. Otra posibilidad sería comprar billetes de tren para ir un fin de semana a Madrid y dar una sorpresa a los niños, o alquilar dos noches de apartamento en el centro de Málaga y pasar el finde entre copitas y museos. También podría renovar las sillas del jardín sin escatimar el precio y comprar unas fuertes, así podría quemar estas que al final no han resultado buenas y se rompen con mirarlas. Podría sacarme un bono de diez masajes en el fisio para descargarme la espalda una vez al mes durante todo el curso escolar. Si optara por comprar abonos para la temporada teatral de El puerto de Santa María, me sobraría dinero para tomar después unas cañas comentando las obras. Con doscientos euros caídos de sorpresa y quemándome en las manos por gastarlos, podría comprar mucho marisco en el espectacular mercado de Cádiz para demostrarle a mi amiga gallega que aquí también puede disfrutar de muy buen material cuando siente nostalgia. Pero no voy a hacer nada de esto porque no soy persona caprichosa y no lo necesito. Siempre hay otras prioridades en el día a día. Lo voy a enfocar de otra manera: si no tuviera que gastarlos necesariamente en un capricho, doscientos euros me darían para comer todo el mes o comprar ropa y calzado para la temporada, llenar varias veces el depósito de gasolina, pagar la factura de la luz… Lo que quiero decir con todo esto es que a lo mejor, está un poco dimensionado, digo yo, con toda modestia, tener que pagar doscientos eurazos para recuperar el coche que se ha llevado la grúa (multa aparte) en Sevilla por haber tenido un despiste de 15 minutos en un lugar donde ni pasaba nadie ni estorbaba. Una de dos, o alguien vive de espaldas a la realidad y se piensa que en este país la ciudadanía nada en la abundancia o nos están tomando el pelo. ¿Soy la única que ve la cantidad desproporcionada?

lunes, 10 de septiembre de 2018

De comienzos y despedidas

Mi personal manera de compensar los cambios vitales que necesitan un reajuste, que acarrean cierta inquietud, es aplacar la ansiedad con alguna actividad física. El final de las vacaciones, cuando la casa ha estado llena de gente a la que quiero, deja un rastro de sábanas usadas, toallas, cosas fuera de su sitio, bolsas sobrantes de las compras que hicieron, restos en el frigo de lo que compramos para ellos… Todo requiere una intervención urgente para retomar la normalidad. No se trata de limpiar el rastro del que se va, es volver a dejar preparada la habitación y la casa para su vuelta. Esta idea me rondaba por la cabeza cuando el domingo leí un artículo de Almudena Grandes en EL PAÍS, “El verano en mi nevera”, y me sorprendió porque también se detenía en el detalle de las sobras, “reorganizo la nevera, saco, meto, cambio, confino en envases propios los restos de comida desconocida que ya no sé quién ha traído.” Ella las usaba como pretexto para hablar de la generosidad de sus amigas, yo, que ando muy sensible estos días, veo en ellas un eco de las conversaciones y las risas que se van apagando casi al mismo ritmo que la casa se reordena y la nevera vuelve a quedar vacía. No me da pereza este reordenar, tratar los asuntos domésticos me ayuda en la transición. Al tiempo que el frigorífico se adapta a las idas y venidas, trato de amoldarme también a las bienvenidas y despedidas. Ayer fue domingo, último día de mis vacaciones, de las que normalmente me despido sin pereza, pero tuve que ir dos veces a la estación de tren a despedir a los míos y eso me desajustó. No me gusta decir adiós, ni a mi gente ni a las costumbres. Me está doliendo este septiembre de cambios cuando la salida de mis dos hijos camino de la universidad me obliga a enfrentarme a la inevitable idea del temido paso del tiempo, de tantos años ya gastados. Que es un reto, que sí. Que es ley de vida y que me voy a adaptar pronto, que lo sé. Pero que por ahora no paro de limpiar, ordenar y acabar con las sobras de la nevera. ¡Feliz vuelta al cole!

sábado, 25 de agosto de 2018

Notas de verano

Una de las cosas que más me gusta cuando viajo es observar. Calles, fachadas, vida en las plazas, en las aceras, en los mercados.  Pero sobre todo me gusta ver gente, rostros, arreglos, toda clase de ropa, de vidas distintas e imaginadas. Me gusta especialmente en las grandes ciudades, donde cada uno viste como quiere, lleva de la mano a quien quiere, muestra que en la vida real el concepto de “normal” no existe. Durante muchos viajes, siempre que visito Madrid o cualquier otra gran urbe, me sorprende el calzado de las mujeres, especialmente en verano, cuando el calor aprieta, el pie se ensancha y aún así, debe pasar horas sosteniendo el paso, aguantando las necesidades del trabajo, las ganas de turismo o simplemente el ocio. Siempre me ha espantado ver en los pies de otras, sandalias que no abarcan todos los dedos, tiras que se clavan en la carne, tacones demasiado altos para subirse a ellos, plataformas difíciles de arrastrar. Hay una imagen en la peli “Armas de mujer”, en la que el personaje de M. Griffith es una chica de barrio que sale de casa con unas deportivas que cambia por unos tacones de aguja al llegar a su oficina en el centro de N.Y. Creo que ese apego a la comodidad antes de incorporarse al ambiente laboral reglado y exigente es lo que me viene a la cabeza una y otra vez cuando veo por las calles o en el metro a tantas mujeres que inevitablemente deben de llevar dolor de pies. Por eso este verano me ha alegrado comprobar que los dictados de la moda están dando un respiro a las demandas femeninas. Las deportivas se han puesto de moda. Pantalón, minifalda o vestido corto, ahora todo combina con unas zapatillas cómodas. Puede parecer superfluo esto del calzado, pero es absurdo que las mujeres se sometan voluntariamente a modas que les impiden caminar con soltura para satisfacer un fetichismo masculino. Por una vez la moda nos favorece, es también una imposición, por supuesto, pero tal vez podamos agarrarla para que la verdadera revolución femenina llegue también a los pies. La liberación no puede llegar si se tienen grilletes que impiden salir corriendo. Una vez más tenemos en nuestras manos la llave de nuestro cambio.

sábado, 11 de agosto de 2018

Tiempo regalado



Viajar en tren es un regalo para aquellos que no podemos entretener los viajes en coche o autobús leyendo ni fijando la vista en una pantalla porque nos mareamos. Dejando de lado la aureola romántica que durante un tiempo tuvo, sigue siendo un medio que se presta a un encuentro personal y directo con uno mismo y el paisaje. Entrar a un vagón, sentarse al lado de la ventanilla y disponer de unas cuantas horas para uno mismo, ofrece unas posibilidades cada vez menos al alcance de la mano en nuestro mundo de prisas. Me encanta llevar lectura, un cuaderno, y dejarme balancear y seducir por el zumbido suave del tren que avanza. Somos bastantes los que compartimos esta sensación placentera de disponer de un tiempo extra, un paréntesis para dejar que las ideas vuelen con el paisaje o para enfrascarnos en un libro durante horas, como hacíamos en los veranos eternos de la niñez, cuando el tiempo se alargaba y aún estaba de nuestra parte, sin más horarios ni perspectiva de inquietud que la que marcaban los momentos de la comida. Los túneles, la orografía del terreno… se hacen cómplices y ofrecen la coartada de la falta de cobertura permitiendo que el móvil también se adormezca olvidado en el fondo del bolso o sea solo cómplice que aporta una banda sonora bien escogida a estos kilómetros de desconexión. Lástima que esta idea no la comparta todo el mundo y se padezca a veces la intromisión de un viajero sin botón de “pause” que, incapaz de desconectar, gestiona negocios desde su móvil o repasa su agenda yendo de una llamada vacía a otra, usando un tono de voz elevado y molesto como si estuviera solo en la oficina o el salón de su casa. Esta intromisión en mi tiempo regalado me choca y me molesta, pero no es de ellos de quien quería hablar hoy. Además, ya Elvira Lindo les dedicó un estupendo artículo, “El vagón de los raros”. Solo me apetecía reseñar la agradable sensación de dejarse llevar olvidados de direcciones, desvíos, caravanas… horas a salvo del apremio y la impaciencia, un regalo entre el antes y el después del destino del viaje. 

sábado, 28 de julio de 2018

Tiempo de ordenar

Excepto casos casi patológicos de apego al orden, es muy común la tendencia a acumular cosas. Yo confieso que la tengo. Sin llegar al fetichismo en que caen algunos de mis amigos, capaces de conservar un ticket de metro durante 35 años, se me amontonan alrededor papeles, libros, trastos, envoltorios… No importa el tamaño de la vivienda, las rinconeras son posibles incluso en 18 metros cuadrados. Lo comprobé hace años, cuando vivía en un estudio con cocina americana. Era difícil llevarme a final de curso los trastos que había acumulado en nueve meses. Esto me ha traído a la memoria una película emblemática, “Sexo, mentiras y cintas de vídeo”, en la que el personaje de Graham (J. Spader) aseguraba que sus únicas pertenencias eran las que pudiera llevar en el coche para poder desplazarse por el mundo solo con unas llaves en el bolsillo. En la misma película, Ann (A. MacDowell) iba a su psiquiatra porque no podía tener relaciones sexuales con su marido. La descentraban problemas del mundo o la agobiaban cuestiones como qué se puede hacer con toda la basura que acumulamos los humanos. Esto que antes intuíamos y la película de Soderbergh planteaba, tiene también un nombre: ­Dan-sha-ri, una teoría que lleva años practicándose en territorio asiático. Se basa en tres principios básicos: el DAN, que supone cerrar el paso a las cosas innecesarias que tratan de entrar en nuestra vida, es decir, adquirir solo lo que de verdad sea necesario; el SHA, tirar todo aquello que es inservible y que inunda las casas, y por último el RI, convertirse en una persona despegada de las cosas, consiguiendo un entorno más relajado y por lo tanto un mejor humor. Para mí una práctica habitual del verano es ordenar, tirar a la basura, hacer hueco… y me libera, es cierto, pero recaigo continuamente en mi afición. Seguro que si busco en internet, también existe un nombre para esto, pero a mí me parece que esta manía acumulativa no es otra cosa que un apego al pasado. No somos capaces de tirar porque no somos capaces de deshacernos de la persona que fuimos. Habrá que superarlo o aceptarlo antes de que, como a Ann, nos afecte demasiado. O darle una oportunidad al Dan-sha-ri.

lunes, 16 de julio de 2018

Verano

Carlo Petrini en 1986 fundó el Movimiento Slow cuando en la plaza de España de Roma se topó con que McDonald’s  iba a abrir uno de sus establecimientos de comida rápida. Lo hizo porque entendió el daño que este tipo de locales podría ocasionar en los hábitos de los ciudadanos. Su idea era proteger los productos estacionales, defender los intereses de los productores locales y alertar del peligro de la explotación intensiva de la tierra. El cine por su parte, ha hecho que cierto paisaje soleado, asociado a una mesa tosca llena de productos de la tierra, buen vino y buena gente, quede en el imaginario colectivo como el reencuentro con la vida sencilla que rescata los valores de lo auténtico. Normalmente la película se desarrolla en Italia, en Grecia o incluso en el sur de Francia.  Belleza robada, Bajo el sol de la Toscana, Antes del anochecer, Mamma Mia!... recrean una atmósfera donde la charla alegre entre familia y amigos produce un efecto cercano a la felicidad. Confieso que en épocas de mucho trabajo, la idea de sentarme al sol con una copa de vino en la mano rodeada de mi gente, comiendo una sencilla ensalada con buen aceite y buen tomate o un queso de la zona me resulta el paraíso. Lo llamo el momento Toscana. Para que el cuadro esté completo no hace falta irse a Italia, basta un toque de verde, poner una mesa debajo de un olivo, un nogal, una parra, una falsa pimienta… quitarse el reloj y dejarse llevar. El vino, la conversación, el sol filtrado por las ramas, harán el trabajo. Se trata de saborear, de recrearse en el momento, de tomar conciencia del deleite, de la cura que esta costumbre tan mediterránea proporciona a cuerpo y espíritu. Es una pena que necesitemos fundar un movimiento para recordarnos qué estilo de vida nos hace más felices pero, puesto que es así, bienvenido sea si recupera lo que los franceses llaman “le joie de vivre”. ¡Buen verano y buen deleite!

sábado, 16 de junio de 2018

Alertas

De un tiempo a esta parte, me preocupan las relaciones de pareja de las nuevas generaciones. Aparece una peligrosa paradoja: cuanto más se habla en los medios de igualdad, cuanto más se aconseja cortar en seco el primer síntoma de abuso, cuantas más manifestaciones se hacen contra esta tara de la sociedad, más casos de relaciones tóxicas entre jóvenes de mi entorno me encuentro. ¿Qué es lo que no está funcionando? Está demostrado que el sexismo, el machismo empieza en las familias. Solo con una buena educación se puede erradicar la figura del abusador y dar seguridad a las chicas para que no se conviertan en futuras víctimas. ¿Es posible que la atención en los medios a los casos más terribles esté actuando como efecto contrario? ¿Por qué esta regresión? Leí un estudio preocupante que explicaba que muchos de estos adolescentes se “educan” en el  sexo a través del porno que encuentran libre en internet. Supongo que puede explicar parte del problema. Puesto que muchas familias permiten que sus hijos se aíslen en sus habitaciones con móviles y ordenadores, y olvidan que las comidas y sobremesas son propicias para hablar de todo y de nada, estos chicos acaban tomando como modelo de educación sexual estas películas creadas con un fin muy distinto. En un episodio de la serie “Friends”, Chandler y Joey se encuentran con un canal porno en abierto en su apartamento. Temiendo que al apagar la tele desaparezca, consumen horas y horas de cine X. Llega un momento en que, al recibir el pedido de una pizza, encuentran extraño que la repartidora se limite a entregarla sin que pase nada. Este episodio que en la serie resulta tan divertido, quizás explique tantos casos de chicas inteligentes, preparadas, buenas estudiantes, que acaban sufriendo abuso de chicos egoístas, maltratadores, abusones, manipuladores, celosos… No sé si es la reproducción de un modelo equivocado o si los jóvenes han normalizado unas relaciones autoritarias que creíamos en retroceso. Lo que me asusta no son los casos aislados, sino que cuando preguntas a las víctimas por qué no reaccionaron a tiempo cuentan que, como sus amigas estaban pasando por situaciones similares, entendieron que era “normal”.

sábado, 19 de mayo de 2018

Pérdidas

 Una generación comparte una educación similar, un influjo cultural y social semejante; adopta una actitud, un pensamiento más o menos común; tiene su banda sonora, canciones que se convierten en himno, que ponen el vello de punta aunque a veces solo se reconozca en privado. Una generación tiene sus mitos, sus héroes, sus miedos e incluso sus sonrojos. Para una generación, la mía, Antonio Mercero, recientemente fallecido, puso imágenes a todo eso. Coincide esta muerte de Mercero con la retirada de las cabinas de Madrid. En realidad, ya habían desaparecido de casi todos los espacios públicos y, con ellas, el miedo a quedarnos encerrados dentro, aunque me temo que no el miedo a la incomunicación y la soledad. Ahora cuesta recordar que hubo un momento en que contactar con los que estaban lejos dependía de tener monedas, de encontrar una cabina telefónica que funcionara, de superar la inquietud de ciertas zonas solitarias y, gracias a Mercero, de poder hablar por teléfono mientras se mantenía un pie en la rendija de la puerta impidiendo que se cerrara. Aun sabiendo que sonará a abuela Cebolleta, tengo que decir que, aunque me parece que fue ayer, cuando yo llegué con mi reciente destino a Cádiz, todavía tenía que salir de noche, azotada por el Levante, a un solitario Paseo Marítimo en la capital para llamar a casa. Mi generación ha surgido del costumbrismo en blanco y negro de Crónicas de un pueblo, ha pasado por la adolescencia idealista y algo ñoña de Verano azul y se ha chocado contra la claustrofobia y el terror de La cabina. Ahora ha muerto uno de los directores que mejor ha retratado nuestros cambios. Se ha ido perdido en la crueldad del Alzheimer, como tantos otros, pero nos ha dejado el testimonio de lo que fuimos, de lo que creímos y temimos, nos ha dejado imágenes que nos reconocen como generación, con nuestro terror a las cabinas. No solo la muerte de nuestros mayores nos deja huérfanos, también lo hace la muerte de quiénes pusieron música, imágenes y voz a nuestra infancia.

sábado, 5 de mayo de 2018

Después de feria

Todavía cansada tras la feria, se me apelotonan las luces y sombras de estos días. Anoto en el “haber” el disfrute de las fiestas, la oportunidad de saludar a tanta gente, de hacerlo entre risas y brindis, de repetir una vez más el rito del reencuentro en la plaza pública. He agradecido también el tiempo fresquito que invita a bailar y pasear sin agobio. Me ha gustado asimismo la decisión de encargar el pregón a la periodista Teresa Almendros, que salió más que airosa con su “Crónica de una periodista feriante”.
Pero me traigo también algunos sinsabores que no puedo dejar de comentar. En lo personal, me ha faltado el reencuentro con algunos amigos que no han podido estar este año. Me apena también que el sábado cayera un chaparrón que deslució y dejó el reciento tiritando, ¡pobres caseteros con el enorme esfuerzo que hacen para optimizar estos días! De igual manera, me desagradó enormemente que al día siguiente del pregón, un texto anónimo muy mal escrito lo criticara porque, según él, no era portuense. Dudo mucho de que el redactor de tan desastroso texto haya escuchado el pregón de verdad, de otro modo no se entiende su comentario. Su lectura me dejó un sinsabor que empeoró cuando el jueves por la noche, ya de retirada, no encontré mi coche. Estaba aparcado como muchos otros, no estorbaba el paso a nada ni a nadie, pero no solo se lo había llevado la grúa sino que, además, nos pusieron una multa sencillamente desorbitada. En el “debe” de la feria, anoto también la desfachatez de los porteros de las casetas para los más jóvenes, que se permiten jugar con ellos haciéndolos desfilar de cola en cola para finalmente dejarlos fuera sin más explicación. No entiendo tampoco  la decisión de cerrar el paso peatonal desde la carretera a la portada dejándola así desubicada y sin sentido, obligando a la gente a saltar los obstáculos que cerraban el acceso… Pegas, pegas, pegas, cuando el ciudadano de a pie lo único que busca en feria es un ratito de desconexión.

Con sus luces y sombras, echo el cierre una vez más a esta fiesta de la primavera y del vino fino con la esperanza de poder seguir disfrutándola muchos años más.

sábado, 21 de abril de 2018

Claroscuros

Como tantas veces pasa, la realidad trae noticias que representan lo mejor y lo peor de nuestra especie. En esta ocasión me han llamado la atención dos hechos: el descubrimiento de una enzima y la creación de una aspiradora hecha con piezas de lego, que se maneja por control remoto. Me explico. Unos científicos han desarrollado una enzima que se alimenta de plástico y que puede usarse para combatir uno de los graves problemas de contaminación del mundo. Las ventajas son obvias ya que facilitaría el reciclaje de millones de toneladas de botellas hechas de PET, material que actualmente persiste durante cientos de años. Lo que me llama la atención es que la solución al problema de los plásticos esté en manos de un descubrimiento que los propios científicos han calificado de “accidental”, en lugar de que una legislación internacional acorde con la protección del medioambiente prohíba este tipo de material que, a todas luces, está degradando un bien común. En el caso de la aspiradora, lo singular es que está especialmente diseñada para recoger las piezas de lego que se quedan por el suelo. Sé lo ingenioso que resulta, valoro la generosidad de los inventores que, puesto que aún no va a comercializarse, han dejado en You Tube un tutorial mostrando paso a paso cómo hacerla, pero, como en el caso de la enzima, me sorprende la necesidad de crear tal artefacto. La solución puede ser más fácil: desde el enfoque colectivo, habría que exigir la retirada de materiales no biodegradables; desde el individual, parte del problema se solucionaría si nos educáramos en no dejar tirado lo que usamos, ya sea las piezas de lego en el suelo o las botellas de plástico en las playas. Quiero decir, ¿no nos estamos volviendo un poco locos buscando soluciones estrafalarias cuando todo podría ser más simple? Tanta sofisticación demuestra el ingenio y la capacidad de desarrollo del ser humano, pero también su torpeza e incompetencia para controlar lo que tan imaginativamente ha creado.

sábado, 7 de abril de 2018

En bicicleta y a pie

Leo que el deporte es salud, que en hospitales alemanes y austríacos se han instalado rocódromos, que montar en bici es un ejercicio saludable que puede salvarnos la vida. Sin embargo, en España la bicicleta sigue siendo un deporte de riesgo. El lunes pasado, sin ir más lejos, un amigo que iba al trabajo en este agradable medio de transporte, salió volando cuando un coche se saltó un ceda el paso y lo embistió. El choque pudo costarle la vida, aunque felizmente se saldó “solo” con huesos rotos y múltiples desollones. Y es que en España, los carriles bici son insuficientes, no completan los trayectos, la educación al volante no existe, el ciclista en la calzada es, por definición latina, un estorbo… Necesitamos cambiar mucho para aprovechar las bondades que nuestro clima, aliado de esta práctica deportiva, nos podría brindar. Estos meses de primavera todavía amable, lejos de los excesos del verano, podrían ser ideales para desplazarnos disfrutando de la luz y de las múltiples ventajas de un ejercicio practicado al aire libre. Albert Einstein, por ejemplo, era muy aficionado a la bicicleta. Confesaba que había concebido algunas de sus más influyentes ideas sobre la teoría de la relatividad mientras pedaleaba. Suya es la siguiente cita, extraída de una carta a su hijo: “La vida es como montar en bicicleta: para conservar el equilibrio, debes mantenerte en movimiento”. Me parece un hallazgo. La única forma de no caer es seguir pedaleando, la única forma de conservar el equilibrio, es no parar. No hacemos otra cosa que pedalear y sortear obstáculos, buscar una estabilidad que nos permita avanzar a pesar de. Y en eso estamos, pero así como mantener el equilibrio vital no siempre depende de ti por mucha buena voluntad que pongas, tampoco mantenerlo en la bicicleta es una labor individual, hace falta un apoyo institucional que adapte las infraestructuras para que esto no sea una actividad kamikaze, como hace falta que avancemos de una vez por todas en respetar los derechos del otro. Con bicicleta y sin ella. Ya está bien de atropellos.

sábado, 24 de marzo de 2018

Ética y estética

Las lluvias continuas de estos días me llevaron a pasar uno de los sábados más aburridos que recuerdo en mucho tiempo. Acostumbrados como estamos a vivir en un país de luz, cuando esta falta en las postrimerías del invierno, se produce un cierto desasosiego que solo la salida del sol puede calmar. Ya sé que esta influencia del sol en nuestro cuerpo y ánimo está suficientemente reconocida pero, entre tanta grisura, me dio por reflexionar sobre cómo la luz y el color iluminan y realzan instantáneamente lo que se mira. Hay algo en el ser humano que nos inclina a la belleza. “Si quitaseis de nuestros corazones el amor a lo bello, nos quitaríais el encanto de vivir”, decía Rousseau. No todos somos sensibles de igual manera a esta percepción, como no todos tenemos desarrolladas las mismas inteligencias tampoco, pero creo que con la suficiente dosis de ética y de estética, el ser humano ya merecería ese nombre. Y, sin embargo, se me hace muy evidente que demasiada gente vive al margen de la estética y que muchos de ellos, no se rigen tampoco por ningún tipo de ética. Las sociedades, sus modas y costumbres, están en continua transformación, pero en la formación de una persona siempre debe haber una ética por la que guiarse. Digo esto porque me apena encontrar multitud de declaraciones y comportamientos que no parecen regirse por otra norma que la desconfianza, gente sin ética personal, propensa a creer que el otro tampoco la tiene y que actúa movida únicamente por “sacar tajada”. Y, sin embargo, creo que somos muchos los que tenemos una tendencia bien arraigada a hacer lo correcto. En una interesantísima conversación en la Universidad de Jaén entre el escritor Antonio Muñoz Molina y Antonio Caño Barranco, director de EL PAÍS, se habló del sentido de la integridad. Educados ambos jiennenses en esa rectitud que marcaba que las cosas había que hacerlas bien, incluso aunque no estén bien pagadas, defendían la honestidad como un valor incuestionable. Hoy me gustaría aprovechar este espacio para reivindicar estos valores, integridad, honestidad, pundonor y a todos los que, en un mundo de desmesura, siguen rigiendo su vida con ética.

sábado, 10 de marzo de 2018

Basura

Después de la borrasca de estos días, mucha gente venía alertando sobre la cantidad de basura que estaba dejando el mar al retirarse. Basura que, salvo en los casos en que había sido el propio mar el que la generara al azotar chiringuitos y espigones sin piedad, nosotros mismos habíamos producido. Esto provocó un llamamiento en las redes sociales para que el domingo por la mañana se acercaran voluntarios a la playa de Santa Catalina, en concreto a las Redes, para aprovechar la marea baja y recoger de forma altruista lo que se pudiera. Esta iniciativa, privada, pretendía hacer una batida para evitar que esos pequeños residuos acabaran en el mar. El gesto puede parecer pequeño, ingenuo o interesado, simbólico, no sé, se me ocurren muchos enfoques, pero confieso que nunca se me habría ocurrido adelantar algunos de los comentarios que provocó en las redes sociales. Hubo indignación por entender que la labor correspondía al Ayuntamiento; por considerar que, habiendo tanto paro, habría que pagar a gente sin trabajo para esta labor; por tener que aportar guantes y bolsas de basura, además; por haber elegido Las Redes, por qué no La Puntilla, que “vallan los pijos que son los que mas ban”… y así hasta que, tan descorazonada lectura, acabó dejándome en otro mar, ahora de perplejidad ¿Por qué estamos tan enfadados? Está claro que el acto era un llamamiento para mirar por nuestro entorno, que se hacía de buen rollo, que no discriminaba a nadie, que aclaraba que ojalá acudiera gente suficiente como para abarcar todas las playas, pero que por algún sitio había que empezar... Entonces, ¿por qué polemizar? ¿Es odio social o solo la moda de provocar tan común en las redes sociales? No acabo de entenderlo. Al criticar todo, se corre el peligro de que la acción quede solo en la queja mientras el denunciante se vuelve al sofá a seguir esperando que las cosas se solucionen. No creo que criticar al poder sin más sea un camino, me parece que a veces los gestos también ayudan: señalan el problema, cumplen una labor educativa y concienciadora, se convierten en un símbolo…

Finalmente a Las Redes acudió bastante gente (no sé si pijos) con bolsas de basura propias y ganas de colaborar.


sábado, 24 de febrero de 2018

Alternativas

Tratar de vivir con un pensamiento crítico y educar en él a los hijos propios y ajenos no siempre es fácil. Se observan momentos de decaimiento cuando transitar por un camino diferente a la masa, tiene más baches y piedras sueltas de la cuenta. Se corre el riesgo de parecer obsesionado si se insiste demasiado en cuidar el planeta, comer sano, buscar energías renovables, no contaminar en exceso, no malgastar los recursos naturales, no pasar el tiempo libre tirado en un sofá móvil en mano, escuchar música más allá del reggaetón, seguir un deporte al margen del fútbol, comprar productos del entorno, hacerlo en tiendas de comercio local que no vendan solo productos fabricados en China, defender la igualdad de género…A veces es agotador, y lo es porque la lucha es desigual. Los ayuntamientos dan facilidades a las grandes superficies para que se instalen en sus localidades, las noticias televisivas y los periódicos se centran en el fútbol, los productos que venden en los chinos son infinitamente más baratos, las empresas siguen de espaldas a la conciliación familiar haciendo así que solo haya tiempo para comer cualquier cosa, de cualquier manera, a cualquier hora, los medios siguen enviando mensajes machistas a todas horas… Los jóvenes no quieren sentirse raros. Porque eso es lo que hacemos, inventar términos peyorativos para descalificar y desactivar los comportamientos disidentes. Es el valor de la palabra. Así, estos comportamientos quedan reducidos a conceptos ridículos cuando se habla de madres eco friki, mujeres feminazi, jóvenes perroflauta…Pero, de vez en cuando, surgen iniciativas que, aunque no muy aireadas, van propiciando espacios para el cambio. En el mundo de la tecnología están surgiendo startup sostenibles (dejo el término inglés a posta para revestirlo de actualidad, of course) que tienen como meta proteger el planeta y fomentar la inclusión social. Son iniciativas jóvenes españolas que apuestan por energías renovables, fertilizantes naturales, producción ecológica, uso de materiales que se reintegran en la naturaleza, aplicaciones para personas con discapacidad visual o auditiva, incentivos para usar la bicicleta… A lo mejor estamos a tiempo.


viernes, 9 de febrero de 2018

De esas

Sé que puede resultar cansino leer a quien periódicamente parece fijarse en aspectos negativos de la existencia. Corre una el riesgo de convertirse en una “enfadada” de la vida y nada más lejos de la realidad. Me encanta sacarle partido a lo pequeño del día a día, que es lo que en definitiva puede construir algo cercano a la felicidad. Dicho esto, estoy ante la página en blanco y, aunque me gustaría escribir sobre algo más alegre, insustancial, no sé…, ligero, reconozco que desde primera hora de la mañana, mientras me vestía escuchando la radio, se me quedaron enganchados dos anuncios publicitarios que me pusieron de mal humor. El primero, de unos conocidos grandes almacenes, decía algo así como “que no te engañe, tu pareja también es de esas”.  Resulta que el anuncio era para incentivar las compras por el día de los enamorados y venía a decir que, por mucho que una mujer le quite importancia a esta fecha, ella también quiere recibir un regalo. El segundo anuncio resaltaba la dureza de ser padre y a continuación planteaba “¿te has preguntado si ser padre compensa?” La respuesta, claro, es el sorteo extra del día del padre porque, por lo visto, si te toca, compensa. Sé que los dos anuncios parecen ingenuos y a lo mejor podría dejarlos pasar, pero me enfada esa tendencia a la uniformidad lanzada una y otra vez desde los medios mayoritarios porque, por supuesto que uno puede ser disidente del pensamiento único, sobre todo cuando se alcanza cierta edad o si se crece en un  entorno especial que favorezca la crítica, pero para la mayoría de la población, sobre todo la gente joven que está en proceso de formación, el relanzamiento de estos tópicos va asentando como verdades, falacias de las que es difícil escapar. Ni ser padre es un rosario de sufrimientos, ni ser mujer implica tener arrebatos pseudorrománticos por San Valentín. Estamos ante burdos mensajes que repiten unos papeles casposos. Es la perversidad de la masa, que no surge de ella sino que es provocada y aireada por quien tiene el poder, es decir, el dinero. Así que, perdón, pero otra vez me ha salido un texto quisquilloso. Y, por cierto, no, ni yo ni muchas de las mujeres que conozco, somos “de esas”.

sábado, 27 de enero de 2018

La excelencia

Estoy descorazonada. En uno de esos ratos en los que los alumnos están saturados y necesitan cambiar de actividad, estuve jugando con ellos a pensar en un personaje histórico para que el resto tratara de averiguarlo con preguntas. Empecé yo y pensé en Isabel la Católica. Como el concepto “histórico” les rechinaba por los resabios académicos, pactamos cambiarlo por “famoso” lo que, hasta cierto punto, podía tener sentido, ya que ambos términos pueden funcionar en ciertos contextos como sinónimos. Me iban preguntando primero el sexo ¿es mujer?, después la ocupación, lo que supuestamente había hecho famoso al personaje ¿Canta? No ¿Baila? No ¿Es actriz? No. En seguida la desesperación, entonces ¿cómo va a ser famosa si no canta ni baila ni actúa? Paciencia y explicación por mi parte de cómo podían abrir el abanico de posibilidades. Hasta que uno vio la luz ¿es guapa? Estupor. ¿Por qué es necesario tener que aclarar en pleno siglo XXI a chicos y chicas de 15 y 16 años que una mujer puede no solo ser famosa, sino incluso, ser un personaje histórico fundamental para la historia de España sin necesidad de cantar, bailar, actuar o ser guapa? La otra cuestión también me preocupa: el concepto “histórico” resulta para ellos aburrido, pero el de “famoso” les reduce tanto las posibilidades que deja fuera de la definición a la mayoría de los personajes en los que están pensando. La RAE define “famoso” como “Muy conocido y admirado por su excelencia”. O la RAE se ha quedado atrás, que es muy posible, o algo no estamos transmitiendo bien a las nuevas generaciones si la excelencia se ha reducido a tener un número elevado de reproducciones o “likes” en las redes sociales. Estos famosos de medio pelo no alcanzan la “Superior calidad o bondad que hace digno de singular aprecio y estimación algo”. En el juego, nadie pensó en una deportista, escritora, pintora o dirigente político. ¿No son atractivas ya ocupaciones que exigen tanto esfuerzo y dedicación, o no se supone que puedan estar desempeñadas por mujeres? No sé cuál de las dos opciones me descorazona más. Solo me consuela que buscaron en el móvil a Isabel la Católica y la consideraron interesante, a pesar de encontrarla fea.

sábado, 13 de enero de 2018

Aire de enero

“Que se cumplan todos tus deseos”, dice una maldición china que me viene a la mente ahora que el frío invernal y las lluvias se han presentado por fin con las maletas llenas. Pierdo la cordura que me había llevado a desear este tiempo para dar por cumplido el ciclo de las estaciones, para echar de menos el sol y el calor y así, luego, poder disfrutar con más ganas del contraste...

Me equivoqué. Me equivoqué porque me olvidé de la sensación de humedad fría en las sábanas, de la humedad fría a la vuelta de la escalera, de la humedad fría en cada esquina. Me olvidé también de los catarros y las gripes; de las capas y capas de ropa que no protegen del escalofrío ni mucho menos de los virus. Del dolor de cabeza y articulaciones. De la fiebre que convierte las noches en pesadillas surrealistas. Del malestar de mocos, toses y afonías en la “postenfermedad”. De los saludos a amigos y familiares demacrados que se esconden bajo bufandas extemporáneas; del “vade retro” ante las toses contaminantes que convierten al otro en enemigo. No es tiempo de abrazos ahora que los noticiarios recuerdan las mínimas precauciones para no contaminarse. ¡Qué frío enero! ¡Qué inhóspito! Pero también ¡qué cura de humildad! Viene el año nuevo cargado de proyectos y buenas intenciones y una estúpida gripe nos pone en nuestro sitio. No somos nadie. Queda todo aparcado mientras tomo algo para el dolor de cabeza y me escondo bajo estratos de inútiles camisetas. Se acaba la racionalidad y la medicina y lo pruebo todo: la cebolla cortada sobre la mesilla de noche, el zumo de naranja, la infusión de jengibre con limón, el propóleo… Qué feos y frágiles somos todos con la cara abotargada, los ojos rojos, el pañuelo en la mano, el gesto tenso antes del estornudo… Aquí lo dejo, creo que aún puedo librarme, me han dicho que se puede hacer un jarabe de ajo casero que va genial para las defensas. Además de afectar al aliento ¿será compatible con la sobredosis de vitamina C?