sábado, 20 de marzo de 2021

Bulos y miedo

 

Las noticias de la reactivación de la ruta canaria deja dramas personales inimaginables: un fallecido que viajaba con su mujer en avanzado estado de gestación, niños pequeños con hipotermia severa hospitalizados en un estado crítico, desesperación a unos niveles tan elevados que se superpone al miedo de cruzar el estrecho en condiciones terribles. Mientras tanto, leo que los inmigrantes que quedaban instalados en hoteles serán trasladados a campamentos y las plazas hoteleras “quedarán libres” para el turismo. Circuló un vídeo con personas negras en una piscina y la afirmación repetida de que los “ilegales” disfrutaban de vacaciones pagadas en hoteles de lujo.

Es cierto que Migraciones llegó a acuerdos con establecimientos hoteleros vacíos por la pandemia cuando la situación se desbordó. Francia y Reino Unido también necesitaron recurrir a hoteles para alojar a migrantes y refugiados. Fue necesario aclarar en los medios que la “gran mayoría son apartamentos extrahoteleros sin ningún tipo de lujo para los huéspedes” y que, "no se les deja utilizar las instalaciones comunes como, por ejemplo, piscinas" en los casos en los que existan. Se demostró que el vídeo era falso y las imágenes correspondían a "una excursión de hace tiempo con educadores" de menores inmigrantes. Pero eso ya da igual, los desmentidos nunca tienen la misma repercusión y eso lo saben muy bien quienes usan las redes para desinformar y crear un determinado estado de opinión. Nunca ha sido tan fácil, cada usuario tiene en su teléfono la posibilidad de reenviar cualquier cosa sin contrastar que alcanzará una difusión mucho mayor de la que puedan llegar a tener medios más fiables. Estamos desprotegidos.

Al mismo tiempo, esta semana coincidía en la frutería con un señor senegalés que se asomaba tímidamente con su cargamento de gafas y abalorios para preguntar si tenían algo barato. La dueña le quiso regalar una bolsa de manzanas y plátanos que no aceptó hasta que no dejó un lote de calcetines sobre el mostrador como pago. Ya sé que una anécdota no hace regla, pero me resulta muy injusto demonizar a las víctimas cuando son los gobiernos los que deberían atajar en serio estas crisis de migración.

domingo, 7 de marzo de 2021

De bruces con la cortesía

 

El jueves pasado fui al centro a las tres de la tarde y, por primera vez desde hace años, pude aparcar en la plaza del Polvorista. No había un alma. Tan sumida iba en mis historias, tan deseosa de llegar cuanto antes a casa y comer, que empecé a cruzar en dirección a correos como si no hubiera salido de la zona peatonal. Entonces, justo en el centro de la calle me topé de bruces con una sonrisa a cara descubierta y no supe qué hacer con ella. Un señor en una motillo, con un casco que le dejaba libre el rostro, sin mascarilla, se había parado sin que yo lo oyera ni lo viera y me sonreía para cederme el paso. Le vi la cara completa. No pitó enfadado para advertirme, no esgrimió su derecho a pasar primero. Se paró, sonrió y me invitó a que cruzara sin merecerlo. Me aturullé tanto que me detuve en seco y dejé que pasara él.

Habitualmente me muevo en un entorno amable. En el trabajo nos saludamos por los pasillos; en clase no estoy cómoda hasta que no relajo el ambiente, intento buscar vidilla asomada a los ojos por encima de las mascarillas. Pero la calle y, sobre todo el tráfico, es otra cosa. Lo habitual es no ceder el paso, ocupar cualquier resquicio de duda para ganar un puesto en la rotonda, disputar quién llegó antes al aparcamiento. Con la bici es mucho peor, molesta a todos. En carretera te pitan, les gustaría que no estuvieras ahí ralentizando el tráfico. Un día una señora se paró en una calle ancha de Valdelagrana, de único sentido y sin salida, un domingo por la mañana para gritarme que me fuera al carril bici. A los peatones, los ciclistas no les caemos mejor. Invaden el carril por descuido o a posta y rara vez el usurpador se disculpa. Una vez, en medio de la subida a la pasarela del río, otra señora que iba en columna de a cuatro se afianzó sobre el carril bici que ocupaba al grito de “¡tó va a ser pa las bicis ahora, joé!”.

Por eso y quizás porque todos tenemos más blandito el corazón en estas soledades pandémicas de bocas tapadas y bastante irritabilidad, les cuento que el otro día me topé en la calle de frente con una sonrisa a cara descubierta que me cedía el paso y, de los nervios, no supe qué hacer con ella.