sábado, 24 de diciembre de 2022

Encontrarse

 No es la primera vez que en un concierto flamenco por la mañana escucho al cantaor excusarse y pedir un poco de paciencia porque a esas horas del día cuesta más “encontrarse”. Me encanta la expresividad de nuestro idioma, tan proclive a adquirir matices metafóricos. Y me asombra la capacidad del mundo del flamenco para hacerlo con esa aparente facilidad. Más allá de los melismas, del cante de alante y cante de atrás, la caída, el remate, los machos… que más bien podríamos llamar tecnicismos, la expresión “no encontrarse” me fascina por su precisión y viveza. Tanto que creo que podría adoptarla. 
No solo hay que encontrarse para cantar flamenco, hay que encontrarse para todo. No todos los días y a todas horas estamos igual de expansivos en la vida social; o estamos igual de resolutivos en el trabajo; o tenemos la misma disposición para hacer deporte. Yo hay días que voy a nadar y no me encuentro hasta los veinte largos. O salgo de celebración y no me encuentro en las conversaciones sociales o intento bailar y no me encuentro. Incluso dando clase, hay días que todo fluye y otros que me tropiezo yo sola y no acabo de ver el modo de allanar el camino del aprendizaje para mi alumnado. ¿Es esto encontrarse? Yo creo que sí. De hecho, no me encontraba cuando me he puesto a escribir, pero las ganas de compartir esta sensación, este matiz en el verbo encontrar que me ayuda un poco más a entenderme a mí misma, me han empujado a sacar adelante esta columna. 
Así que, en vísperas de estas fiestas navideñas, además de salud, me gustaría desearles que se encuentren con facilidad para que puedan disfrutar de la familia, las conversaciones, los cocinados, los trajines de estos días…; que no se abandonen a los peligros de la nostalgia y las ausencias: que la entrada en el Año Nuevo no les pille con el pie cambiado. En definitiva, les deseo que todo fluya y puedan encontrarse a tiempo para disfrutar de lo que quiera que estas fechas nos deparen.

sábado, 10 de diciembre de 2022

Solo la lluvia

“El tiempo es una lluvia paciente y amarilla que apaga poco a poco los fuegos más violentos” escribía Julio Llamazares en una de sus novelas más conocidas. Y es que por fin la lluvia. Lluvia alivio, lluvia respiro, lluvia calma después de la terquedad de un verano largo, de meses de persistente ausencia, de calor impropio. Lluvia para creer en el otoño a las puertas del acechante invierno. Más esperada que unas vacaciones, deseada con más expectación que la cercana Navidad tan parecida ahora a los catálogos publicitarios. Demasiadas guirnaldas rojas, demasiado brillo, demasiadas luces.

Pero la lluvia sí. Para apagar otros fuegos y otros miedos. Para cambiar de tonos y de luz. Una paleta diferente a la sombra del sol directo y cegador. Detrás de los campos secos, el regocijo húmedo y ocre de estos días, su sonido constante y calmo. El agua que ilumina los edificios de ladrillo rojo; enciende los verdes de los tréboles, las ortigas todavía incipientes, las enredaderas adormecidas en el polvo del largo verano.

Con la lluvia, la ilusión de recolocar, el espejismo de que todo parezca estar en su sitio. Un respiro, una vuelta al ciclo, al ritmo de los giros. La lluvia que tranquiliza y adormece, que hace más acogedores los hogares, que se puebla de abrazos de manta, libro y chimenea.

Sosiego. Necesidad de retomar las estampas de otras veces, de sobrescribir y dibujar en ellas para poder cambiar el trazo y jugar a que huimos del tiempo. La lluvia como certeza y esperanza.

Puede que haya algo ancestral grabado a fuerza de generaciones en esta necesidad de lluvia. La cantinela oída desde siempre a quienes vivían mirando al cielo y se quejaban de que no llovía o lo hacía tarde o a destiempo. Sea como sea, siempre espero la lluvia y me entrego a su tregua con la confianza de quien llega a puerto seguro.




 


viernes, 25 de noviembre de 2022

Despolitizar

Detenerse a analizar un problema y enfocarlo desde otra perspectiva es un ejercicio sano. A veces para avanzar es necesaria la autocrítica. Si algo no funciona, habrá que ajustar el enfoque y, quizás, reconocer que no todo se hace bien. Estoy hablando de feminismo y educación en igualdad. El peligro no es avanzar más lento, sino retroceder y perder derechos que ya creíamos adquiridos.

Ayer fue el Día Internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer. Se celebra en centros escolares como en otros organismos con el objetivo común de erradicar cualquier maltrato físico o psicológico sobre la mujer por su condición de serlo. No creo que esta afirmación contenga nada discutible ni cuestionable, como no la tiene la definición de feminismo: “principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre”, al menos en esta parte del mundo. Y, sin embargo, leo y escucho apesadumbrada las opiniones de mi alumnado: “el feminismo no es más que un movimiento radicalizado y politizado”, “habría que evitar los actos vandálicos en las múltiples manifestaciones feministas”, “el gobierno da millones de euros al feminismo y solo se nota en las pancartas de los edificios públicos”…. Gente joven que se siente agredida al entrar en centros públicos y ver cartelería sobre estos temas, que al hablar del 25 N piensan antes en las denuncias falsas que en las verdaderas…

¿Qué se está haciendo mal? Está claro que el mensaje ni llega y ni cumple su objetivo, sino que por el camino se tergiversa y pervierte. Sé que esta batalla se libra en las redes sociales y sé que los hombres y mujeres que defendemos de buena fe la igualdad de derechos y aborrecemos la violencia de cualquier tipo no estamos cómodos con esta situación. No sé si el mensaje tiene un tono excesivamente violento o si no se explica bien, pero algo hay que hacer para que no se banalice la cifra de 37 asesinatos durante 2022 en España; para que se entienda que sí, hay denuncias falsas que hay que evitar, pero representan solo un 0,069% del total; que no es una lucha de sexos ni se pretende el hembrismo.

No conozco la solución, pero quizás dejar de politizar unos derechos que deberían ser universales ayudaría.

sábado, 12 de noviembre de 2022

Un respiro

 

Mediamos noviembre en manga corta sin decidirnos a hacer el cambio de armario. Las nubes de mosquitos, las temperaturas escandalosas para este mes, el cambio de hora que ha llegado para acabar de desconcertar los relojes biológicos... todo adopta un tono de impostura. La tarde ahora no da para tanto asombro, así que, envueltos en extrañeza, tratamos de acostumbrarnos a pasar de una luz radiante más propia del verano a la oscuridad ajena de las siete de la tarde. Cómo recogernos en este otoño si aún hace calor, cómo dar entrada a las castañas asadas y el calor de la chimenea si los bañadores siguen colgados detrás de la puerta. Cómo cumplir el ciclo y entrar en la rueda si la naturaleza anda loca.

La publicidad con su tendencia a adelantar temporadas esta vez parece haber caído en el ridículo y cabalgamos los días despejando anuncios o amenazas de “black friday” que compiten con la anticipación de la campaña navideña. Los supermercados, rebosantes de guirnaldas, de verdes y rojos amañados, de bombones envueltos en papeles brillantes, rebosan de género que nadie se atreve aún a comprar. Lucen como sacados de una postal de otra temporada.

En las redes sociales los vídeos que invitan a aprenderse la coreografía de la próxima cabalgata suenan a chiste mal contado. La precuela navideña empieza a ser realmente empachosa. Junto a ellos, los titulares sobre la cumbre del clima se llenan de comentarios negacionistas, de disparates insultantes que sonrojan con solo leerlos.

La culpa no siempre es del levante, algunos días soplan vientos alarmantes que amenazan con secarlo todo, con acabar con el poco sentido común que va quedando en nuestro entorno. Esos días, no es suficiente con apagar las pantallas. La huella de cierta estupidez humana acecha en cada esquina. Voy a cambiar de táctica y a buscar un poco de luz. La encuentro en la misma pantalla que pensaba apagar: desarticulan una organización criminal dedicada a la explotación sexual; científicos españoles descubren las células malignas que provocan las muertes por metástasis en el cáncer de colon; surgen empresas para acabar con el desperdicio alimentario; la baba del gusano de la cera descompone el polietileno y podría ser un arma contra la contaminación del plástico…

Capas

 

Todavía hace calor. Utilizo deliberadamente el adverbio “todavía” porque el calor no se ha ido. Hizo un amago, tímido; bajó algo la temperatura nocturna; nos envalentonamos sacando alguna chaquetita ligera y ya. La sabiduría popular recogía el veranillo de San Miguel, el 29 de septiembre, y el de San Martín, el 11 de noviembre. Pero no, no es el veranillo que vuelve porque no se ha ido. Son temperaturas inusualmente altas que parece que podrían mantenerse hasta mediados de noviembre, en algunos sitios incluso 10 grados por encima de lo habitual. Es de nuevo el riesgo alto de incendio en un paisaje seco.


Y sin embargo… no parece que el cambio climático sea una preocupación entre la ciudadanía. Ni siquiera la juventud, siempre rebelde, se ocupa del tema. Hace poco estuvimos comentando en clase una rueda de prensa donde preguntaron a un futbolista y entrenador de renombre por qué no cogían el AVE para los trayectos cortos en lugar del avión privado, que es mucho más contaminante. Acogieron la pregunta con risas tontas y comentarios en tono de broma, sin plantearse siquiera esa, aparentemente absurda, posibilidad. Uno de los artículos que recogía la noticia, se llamaba “El desdén de las élites”, de Milagros Pérez Oliva. A ella le parecía ofensiva esta reacción y a mí también. Por eso aproveché el texto para usarlo en clase con alumnado de 16 y 18 años. La reacción me sorprendió puesto que prácticamente la totalidad iba a hacer huelga dos días más tarde contra el cambio climático. El sentir general era que ellos también usarían el jet; que, en realidad, todos lo haríamos. Otra opinión manifestaba que la periodista era una envidiosa y amargada. Solo 2 ó 3 apoyaban la propuesta del tren y posturas comprometidas con el medioambiente. Los más implicados defendían que ya reciclaban. Incluso hubo quien dijo que no tiraba nunca las colillas al suelo. Quiero decir, estaban tan alejados de la cuestión que les planteaba acerca de cuánto podía afectar a su futuro y cuánto estaban dispuestos a cambiar su estilo de vida para intentar revertir la amenaza del cambio climático que me asustó. La capa de ozono se agujerea porque la otra capa, la del conformismo, impide que se vea.

sábado, 15 de octubre de 2022

Conclusiones

 

A veces a partir de una anécdota tonta saco conclusiones que no sé si son justas. Les cuento. Hace un par de semanas cogimos las bicis sin rumbo y nos llevaron por las marismas a El Portal. Para huir del tráfico, cuando ya no podíamos avanzar más por tierra, cruzamos y nos dirigimos a Jerez. Aparecimos en el barrio de Santiago y pasamos una mañana deliciosa por los carriles bici, el mercado, las terrazas… Al final, optamos por volver en tren. Llegamos a la estación y activamos la antena de ciudadano avispado. Las taquillas ya no venden billetes para cercanías y de las máquinas expendedoras, solo funciona una. Hacemos cola, conseguimos a tiempo billete para la vía 4, justo delante de donde estmos. Sin embargo, vemos un cartel que advierte de que es obligatorio pasar por el torno del andén número 2, al otro lado de la vía. Para hacerlo, hay que coger a peso las bicis, bajar las escaleras, subirlas del otro lado y tirar de habilidad para pasar por las puertas/torno. Ya en el 2, dudando todavía (nuestra vía era la 4), observamos cómo un pasajero asume la función de avisar a los despistados que aún no han cambiado de plataforma. En la estación hay guarda jurado, pero pasa de advertencias. Pensamos que este lío será por no tener revisor en el tren, un modo de evitar que se les cuele nadie. Error. Ya dentro aparece el revisor picando billetes y detrás otro guarda jurado. Los dos detectan a una pareja joven sin mascarilla, que se resigna en silencio a bajarse en la próxima parada. Mientras, la solidaridad del viajero ha encontrado mascarillas para ofrecer a la parejita que las coge sin dar ni siquiera las gracias. Llegamos a El Puerto y nos bajamos con las bicis a cuestas porque aquí nunca funciona la escalera mecánica que se necesita. De vuelta a casa seguimos sin entender. ¿Quién diseñará estas estrategias de estación? ¿No se podrán organizar de forma más sencilla? Si fuera extranjera ¿habría perdido el tren? (Sí, eso seguro). Estas dificultades ¿serán retos para hacer de los ciudadanos seres más espabilados? ¿Por qué ahora hay tanta gente que no da las gracias? Hace un día precioso, me quedo con la solidaridad de los que echaban una mano.

domingo, 2 de octubre de 2022

Que al menos llueva


 



Hace unas semanas, Manuel Vicent invitó, en una columna magnífica, a organizar la vida a la carta y no según “el menú que te imponga quien pretenda sacar partido a tu miedo”. “Antes nos amenazaban con el infierno, ahora el infierno se imparte desde los telediarios”, escribía. Su texto, esperanzador, defendía que la vida y la creación siguen a pesar de que a todas horas, desde todos los medios de comunicación parezcan empeñarse en pintarnos un futuro muy negro en el que ya la mayoría creemos. No sé si tenemos datos suficientes para saber los peligros reales que nos acechan. Tal vez en otros momentos de la historia simplemente no había posibilidad de airear como ahora las profecías de desgracias inminentes, pero esta especie de moda de hacer de todo un vaticinio de crisis y hecatombe está empezando a hacer mella. Cada vez me encuentro con más gente que ha decidido no escuchar las noticias de radio, ni de televisión ni de prensa. Gente preparada, reflexiva, leída, que no puede más.

Al mismo tiempo, es habitual empezar a oír voces que advierten del aumento de los casos de ansiedad entre la población. Soy consciente de que hay problemas de sobra y no quiero caer en la frivolidad de relacionar este grave asunto con las tendencias informativas, pero me parece significativo que la población necesite cada vez más evadirse con programas de entretenimiento, reality, vídeos de YouTube y Tik Tok… y deje de lado las noticias.

No se puede vivir con miedo, pendiente de que esta
lle una guerra, suba la prima de riesgo, venga otra crisis, otra pandemia, nos asole la sequía, un asteroide… En el fondo me parece que el efecto es contraproducente: la gente sensibilizada, de a pie, que no puede hacer gran cosa por cambiar la realidad, vive con un nudo en el estómago pendiente de las noticias, pero en otro gran grupo poblacional, lo que se está consiguiendo es provocar un enorme desapego informativo que también entraña un grave peligro. Si nos desinformamos del todo, si damos la espalda a la actualidad, si dejamos de comprometernos, no podremos exigir nuestros derechos ni los cambios necesarios que nos protejan.

Cierto que se está poniendo oscuro, espero que al menos llueva.

sábado, 17 de septiembre de 2022

Otra vuelta

 

Hay momentos del año que marcan y graban los tiempos hasta el punto de que a veces se cae en la tentación de creer que la vida es un carrusel. Cada Navidad, cada verano, cada septiembre, lleva una vuelta más que, por mucho que se parezca a la anterior, nunca es la misma. Tranquiliza confiar en los ciclos, ofrecen la seguridad suficiente para creer en lo eterno. Tras la puesta de sol, mañana vendrá otro día y otro y otro... Pero hasta el niño que gira en el tiovivo se desprende despacio de la ilusión primera, del miedo a lo desconocido intuyendo que tampoco las vueltas en el cochecito podrían durar siempre. A veces las redes sociales provocan la misma sensación. Temporadas de fiestas de fin de curso, de despedidas, de escapadas, de piscinas y playas, de bienvenidas…. Ruedas, norias.

Pasan los días como pasamos las pantallas de Instagram. La sorpresa por la muerte de alguien con cierto renombre siempre sorprende. Pero en las redes nada dura. Se intercalan noticias, homenajes, y enseguida, mientras se revisa la relación emocional con quien se ha ido definitivamente, por ejemplo estos días Javier Marías, aparece el anuncio de una mochila (porque es cierto, el otro día empecé a pensar que tendría que renovar el bolso. Menos mal que viene internet en mi ayuda y se ofrece a venderme lo que apenas me he atrevido todavía a pensar que necesitaba), o una crema (“Mira, yo no voy maquillada”), o un viaje (“Todavía puedes hacer una escapada”) o más imágenes del cortejo fúnebre de la reina de Inglaterra aclamado en las calles. Y la noria sigue girando. Y tras la vuelta al cole, que siempre parece la misma, aunque nunca es igual, acecha Halloween, la lotería de Navidad, las rebajas...

En los ciclos encontramos el asidero al que agarrarnos para no percibir de golpe que en realidad todo cambia. Me he desconectado de la actualidad, lo noto incluso al comprobar que apenas conozco a nadie en la selección de baloncesto que juega este Eurobasket. Pero no quiero que este deje de ser mi tiempo, así que retomo la prensa, las noticias y me dejo seducir por la falsa promesa de que en cada vuelta habrá todavía espacio para la rutina.

domingo, 4 de septiembre de 2022

Amaneceres

 

Una de las ventajas de madrugar, incluso en verano, es que si te despiertas antes del amanecer y sales al jardín o la terraza cuando aún es de noche, sorprendes el mundo en una quietud de estreno previa al nuevo día. Aún no se han camuflado las estrellas, las bandadas de pájaros no han levantado el vuelo, no hay tráfico en las calles y en los alrededores solo se intuye una tenue luz blanca en la cocina de algún vecino.
 

El silencio, rotundo, se alía con el contraluz para que los edificios, las palmeras, los pinos, adopten una actitud de reposo. Parecería que todo se ha parado, que descubres un tiempo que no es de nadie, que no hay que rellenar con nada. Movimientos sutiles, de puertas cerradas para no molestar. En breve el entorno despertará y los por hacer que impidieron conciliar el sueño de nuevo reclamarán la atención. Por ahora, calmados, no existen. Es la hora de la tregua, de la promesa, de la paz.

Un café en la mano abre el mundo. Se puede posponer el encendido de la radio o la tele, la pantalla del móvil, y respirar la quietud como si el mundo hubiera olvidado sus rencillas. Dejar fuera un poco más el ruido mediático.

La madrugada de final de agosto trae los ecos del verano que por ahora solo acaba para los que tienen que irse. “Que los mejores momentos sean los que están por llegar, que no se agote la fe y que la suerte nos venga a buscar” cantaba Shinova en uno de los conciertos que han llenado las vacaciones; “Si quedan causas perdidas, queda una oportunidad. Y eso no está mal”, porque después de todo, como seguirán cantando en otros puertos y otras plazas Santero y los muchachos “estamos bien, mejor que bien, muy, muy bien. Solamente una vez y eso es ahora, que los días se nos van, las verdades se quedarán.” Y la guitarra flamenca de Santiago Moreno atraviesa y enlaza las noches bellísimas; matiza y puntea los cantes, pone alma, como en la soleá de Ezequiel Benítez, “una flor dura un suspiro y un hombre llora ante Dios, no hay persona en este mundo que no tenga algún dolor”. Después de todo siempre fue el tiempo, la duda, lo efímero, el ansia de eternidad.

No seas tonto

 

Es julio, vivo en la costa y estoy de vacaciones, pero solo puedo pensar en los incendios, en las temperaturas infernales que se están viviendo, en las advertencias de que puede que este sea el verano más fresquito que nos queda por vivir.

Si fuera algo inevitable, nos debatiríamos entre la adaptación y la búsqueda de soluciones imaginativas para minimizar el golpe. Pero cuando pienso que es nuestra propia actividad la que provoca el cambio climático, sumado a que hemos preferido desoír las consecuencias que tendrían los gases de efecto invernadero (ya a finales del siglo XIX se empezaba a sospechar que las emisiones humanas podían cambiar el clima), solo soy capaz de repetirme lo estúpidos que somos los seres humanos. Estamos aquí de paso y de prestado, pero nuestra soberbia nos lleva a creer que todo el planeta está a nuestro servicio y que su desgaste es una consecuencia inevitable de nuestro progreso. Es de un egoísmo descomunal como seres vivos que comparten el hábitat con otros, pero también como especie que, no solo no evita, sino que parece disfrutar provocando su extinción.

El periodista Peter Miller, de National Geographic, lo explica muy bien tras observar el comportamiento de hormigas, abejas y termitas: mientras que el ser humano trabaja por su propio provecho y el de su familia dejando que el bien de la comunidad se convierta en algo secundario cuando la supervivencia está en juego, la manada inteligente de estos animales trabaja y se comunica de un modo eficiente, toma las mejores decisiones, de modo que las hormigas, por ejemplo, no son inteligentes, pero los hormigueros sí. “Ninguno de nosotros es tan tonto como todos nosotros”, afirma Miller.

Es decir, en nuestro caso y por nuestra supervivencia, no debemos dejarnos arrastrar por las masas ni las modas, ya que estas se mueven por intereses casi siempre económicos e individuales que no benefician al grupo. La rebeldía individual, la asunción de un estilo de vida lo menos impactante posible con el entorno parece que es nuestra única salvación. Elegir productos kilómetro 0, dónde comprarlos, minimizar los desplazamientos, reducir el consumo y las emisiones, reutilizar, reciclar…

sábado, 25 de junio de 2022

Estoy profesora

 

Debe de ser una deformación propia de filóloga, pero a veces me quedo atascada en reflexiones sobre la lengua que me rondan con carácter cíclico. Una de ellas es la diferencia en español entre ser y estar. Cuando alguien quiere aprender nuestra lengua se le explica que ser describe la característica esencial de una persona o cosa que normalmente es permanente; estar, sin embargo, habla de su estado. Así, “es una personao “es un león” vendría a decir que lo es toda su vida, hasta la muerte, pero “está alegre o feliz o triste” señala que es una circunstancia solo temporal porque ese estado suele cambiar de una manera bastante fácil.

Claro, hasta ahí todo bien, pero mis dudas vienen cuando usamos el verbo ser para explicar de alguien que “es una niña o un adulto o un anciano”, sin ir más lejos. No es permanente la niñez ni la madurez ni la vejez. Transitamos por ellas dejando en cada etapa parte de nosotros hasta el punto de que, cuando llegamos a una edad avanzada, es difícil reconocer en la persona cansada, gastada y apagada por el paso del tiempo su sentido de la curiosidad, el afán por agradar o la risa fácil que tuvo en la infancia, por ejemplo. Entonces ¿soy una niña, una adolescente, una anciana o más bien estoy vieja, joven, madura?

Y con las profesiones me ocurre igual, no sé si es que entendemos que imprimen carácter (recuerden “señal espiritual que queda como efecto de un reconocimiento o una experiencia importantes, como en la religión católica la dejada por los sacramentos del bautismo, confirmación, orden”, RAE dixit), pero ¿no sería más apropiado usar estoy en lugar de soy albañil, profesora, médico, pintor…? Sé que mi suegro aún tiene pesadillas con su etapa activa de tapicero, cuando sufría por la letras que había que pagar o no llegaba a tiempo en la entrega de un sofá. Sin embargo, no estoy segura de que siga siendo tapicero, como no lo estoy de cuánto de lo que hoy me define seguirá conmigo cuando la edad se encargue de borrar lo que hasta ahora creía mi esencia.

Buena parte de lo que creemos que somos está solo de paso. ¿Llevaba razón Eduardo Zambrano cuando escribía “a estas horas de la tarde puedo estar triste y ser feliz”?


sábado, 11 de junio de 2022

Claroscuro

 

Sigue adelante la primavera y el verano ya ha mandado varios anticipos de que espera con ganas a la vuelta de junio, amenazas de lo que puede llegar a ser este próximo estío que acecha y pide paso. Mientras, las celebraciones se han apretado y han ido buscando sitio en el calendario casi a codazos. Ferias, bodas, comuniones, Rocío, carnaval, cumpleaños, escapadas, graduaciones, Monkey weekend, mercado medieval… Podría parecer que todo debe estar resuelto el 30 de junio, aunque esta tal vez sea una percepción escolar deformada por la premura de cerrar el curso y de dejar bien atados todos los hilos académicos y burocráticos a los que hay que hacer frente.

Sin embargo, más allá de las ganas de celebrar, sigue lloviendo. Cada noticia que llega de Ucrania; cada anuncio de subida de precios; cada declaración de la clase política en medio de su perenne campaña electoral; la tímida celebración del 5 de junio, Día mundial del medioambiente, cuando deberíamos estar buscando soluciones sostenibles; el goteo constante y terrible de víctimas de violencia de género... son tormentas a destiempo que descargan su furia llevándose por delante la cosecha cuando empezaba a brotar.

No sé si les pasa, pero hay días en los que por mucho que luzca el sol, no ilumina lo suficiente como para tapar la tristeza de las vidas que se apagan; la desilusión de los amores no correspondidos; la frustración de los consejos olvidados o, simplemente, la constatación de que entre las nuevas generaciones algo ha ocurrido en los últimos años para que parezcan creer que lo merecen todo, que quien se equivoca siempre eres tú, que dar las gracias se ha pasado de moda…

Voy a girar el enfoque. Este sábado no se merece pasar desapercibido. Estoy segura de que hay espacio para la esperanza. Que tengan buena búsqueda y buena semana.

viernes, 27 de mayo de 2022

Versos


 Al escribir esta columna pensaba hablar de la Feria (¿De qué si no? ¿En qué otra cosa podrían estar pensando los portuenses después de tanto miedo, tanto dolor, tanta espera, tanta incertidumbre antes de este caluroso, esperado y alegre sábado de feria?) Sin embargo temo empachar, temo repetirme, temo no saber imaginar lo que era hablar y gritar con una copa en la mano en casetas rebosantes de gente que suda, baila y ríe sin mascarillas ni miedo a los abrazos, entregados a la eternidad en que nos mecemos cuando estamos de fiesta entre amigos y queremos olvidarnos de todo más allá del momento exacto en que existimos.

Además, si solo hablo de Feria, dejaré que se me escape sin registrar la magia del sábado anterior cuando, sin saber muy bien qué me encontraría, fui al Melwaukee a la presentación de un libro de poesía. Éxito Stelaris es un viaje en la ciudad (sanitaria) en palabras de su autora; una joya única en la opinión de quienes tuvimos la suerte de reunirnos allí cuando Marta Vicente Antolín salió al escenario con su poemario en la mano y empezó a jugar con nosotros. Desde que elevó ligeramente la mano derecha y su voz exacta y juvenil apenas susurró … me llamo Marta, estudio medicina, / tengo veintitrés años/ y eso da igual porque: /el culmen de mi vida ya pasó; Me llamo Clara, (…) tuve también todos los años anteriores; ...me llamo Jose... nos paralizó y nos hizo creer que existen mundos dulces/ y eso es suficiente solo porque ella lo decía. Muy pocas veces he disfrutado tanto de una presentación ni he comulgado de una forma tan unánime con el resto de asistentes a un hecho artístico. Todos entregados, todos en silencio sin querer romper el hechizo. Una semana más tarde sigo sin explicarme cómo alguien tan joven puede tener ese dominio del ritmo, de los tiempos, de las miradas, de la sonrisa; cómo lo hace para conseguir esa profundidad en la que nos hundimos y de la que nos costó salir a flote para seguir con la tarde y los saludos. Qué grande Marta, que quiere un dibujo azul con trece trazos/ y que en uno mi madre me sostenga/ y que en otro mi padre me sonría. Gracias, Marta.

Y enhorabuena a los portuenses. Estamos otra vez de Feria, y no era fácil.


sábado, 14 de mayo de 2022

Dinamizadores

 

Cualquier trabajo o tarea se puede resolver sin más o se puede hacer muy bien. Este último parece haber sido el enfoque del Festival Internacional de Cortometrajes, TEJADAFILM, que tuvo su momento culmen el martes pasado en la Gala de entrega de premios en el Teatro Municipal P. Muñoz Seca.

 Les cuento, el IES Tejada está llevando a cabo un Proyecto Erasmus+ KA229, “ONE, DEUX, TRES: ACTION!” con un centro de Macedonia del Norte. Nadie que no haya estado en contacto con alguno de estos programas puede imaginar la cantidad de papeleo y trámites que genera, del estrés de plazos, entregas de proyectos, presupuestos, programas, justificaciones… Por eso se necesita un grupo de profesores ilusionado que no se contente con cumplir, sino que quiera hacer su trabajo de la forma más profesional y completa posible. Y el Tejada lo ha conseguido una vez más. Apoyados y asesorados por la Asociación Cultural SHORTY WEEK, es decir, por Sergio y Mikel, otros dos grandes profesionales que tampoco saben hacer las cosas de otro modo que no sea hacerlas bien, montaron este Festival en el que nada quedó en manos de la improvisación: la difusión, la redacción de las bases, la elección del jurado, la recepción y visualización de los más de 50 cortos… y por último la Gala a la altura de cualquier acto televisivo y mucho más dinámica que algunas entregas de premios de primer nivel que no vienen al caso. Conseguido el apoyo del Ayuntamiento, el teatro Municipal, casi lleno de adolescentes, vivió hora y media trepidante guiada por la presentación bilingüe y llena de frescura de la actriz Sonia Serrano y la colaboración musical de Julia González y Julio Gómez. Se disfrutaron cortos hechos por y para adolescentes, llegados de Galicia, La Rioja, Zaragoza, Macedonia… Todos ellos sorprendentes por la calidad de su imagen, música, montaje, guion… Ideas originales, divertidas, poéticas, dramáticas, sociales, imaginativas.

 ¡Qué gozada asistir a este encuentro y qué inspirador para nuestros adolescentes! Esta es la verdadera labor educativa, la que no se conforma con lo correcto, sino que se convierte en fuerza cultural dinamizadora. Gracias por abrir puertas y mostrar caminos.

jueves, 12 de mayo de 2022

Desaprender

Aprender no siempre es fácil. Adquirir el conocimiento de algo por medio del estudio o de la experiencia cuesta bastante. Se necesita concentración, atención, tiempo, interés... Evidentemente no hablo de memorieta sin más, es decir, guardar unos datos por un tiempo, habiéndolos entendido o no. Me refiero a asimilar, a hacerse con algo hasta saberlo propio; a agarrar, matiz que se aprecia en apprehendere, la etimología latina de la palabra.

Se necesitan años para aprender a tocar un instrumento musical, dominar un deporte, escribir bien, hablar un idioma, cocinar, enseñar, curar, coser... Puede que ese esfuerzo de construcción lento y complejo sea lo que mantenga a salvo el conocimiento adquirido. No se puede desaprender sin más. Toda la voluntad del mundo no serviría para volver al estado previo a no saber leer o andar o montar en bici.

Lo que aprehendimos nos ha dado la forma del ser que somos, hemos esponjado sin vuelta atrás. El finde pasado, durante el estupendo curso de cine que dio el crítico Javier Ocaña, Aprendiendo a ver cine, una chica se le acercó para plantearle la duda de qué pasaría si a partir de conocer los tipos de planos, la profundidad de campo y otros elementos técnicos ya no le gustaban sus películas de siempre, intuyendo que perdería la mirada inocente previa al conocimiento.

El aprendizaje adquirido es irreversible si no intervienen el tiempo, un golpe o un trauma para revertir el proceso. Y entonces sí, llega el olvido, la cesación de la memoria, incluso del afecto, y nos convierte en otros.

Los griegos creían que al llegar al Hades las almas bebían del río Lete para olvidar su vida pasada. Desde que nacemos dejamos de ser una página en blanco. Aprender nos cambia la vida, por eso empiezo a verle cierto sentido a que desaprender sea la forma natural de irse de ella. A veces, cuando observo en gente muy mayor el desapego y desinterés por lo que eran, me acuerdo de los griegos. A lo mejor para el que se va es menos difícil si lo hace sin el sufrimiento de recordar lo que realmente lo mantenía vivo. Beber del río Lete suaviza el dolor de la partida, pero es muy cruel para quien asiste al proceso de la memoria que se deshace.


sábado, 2 de abril de 2022

Nuestra oscuridad

 

Nunca se está más solo que con los ojos cerrados. Echadas las persianas de los párpados, nos replegamos hacia el interior mientras objetos y personas dejan de existir. La oscuridad que convocamos no es absoluta ni suele dar miedo. La reconocemos como nuestra. Cae una cortina que no es completamente negra, ni siquiera cuando es de noche y fuera se ha apagado la luz. Con los ojos cerrados hay un telón de fondo en movimiento lleno de chispitas casi eléctricas que titilan como estrellas. Es nuestro cielo cuando el cielo de fuera no nos sirve para lo que necesitamos hacer: dormir, amar, llorar... Es un acto íntimo.

La gente que no está privada de visión no suele cerrar los ojos cuando está acompañada, sería tan grosero como dar un portazo. No estamos acostumbrados a echar a nadie. Se requiere la misma confianza para este acto como la necesaria para permitirnos un silencio que no resulte incómodo. Porque cerrar los ojos es decidir aislarse, implica recogerse, rechazar momentáneamente el mundo que entendemos como real, dejarlo fuera. Con los ojos cerrados somos los de siempre, no envejecemos, el paisaje que se distingue es el mismo, ofrece algo de estabilidad en nuestras vidas. Yo sigo siendo yo, la que era cuando jugaba al escondite con las manos en la cara y contando hasta diez. La que a veces no podía dormir de noche y en la oscuridad escrutaba este mismo paisaje eléctrico que veo ahora cuando en mi madurez tampoco consigo conciliar el sueño; la que sentía que el mundo la desconsolaba.

Cerrar los ojos crea inseguridad, nos sentimos vulnerables, nos aísla. Nos deja solos con nuestro monólogo interior. Quizás por eso el insomnio se hace tan insoportable. Nos deja frente a nosotros, sin estímulo exterior ni tabla de salvación. La mayoría recurre a un somnífero que acorte los tiempos y acalle la conciencia. No dejo de pensar cómo si no, podrían los abusones del mundo seguir con su estrategia. No hay palabras para justificar a solas que hemos causado daño, que hemos sido los culpables de que existan víctimas en la noche que invocan el sueño mientras lloran a solas, con los ojos cerrados luchando contra el miedo.

Arrogancia

 

Últimamente reflexiono mucho sobre el escepticismo que deviene con la edad. Al menos con la mía. Echo de menos la fe, la ingenuidad, la creencia infantil de que el mundo progresa hacia adelante, que puede ser un lugar bueno y amable. Ahora sé que era simplista y tonto el planteamiento que me hacía creer que el ser humano era capaz de superar aquellos errores en los que cayó en el pasado. El desengaño que supone reconocer que la violencia es una tendencia profundamente humana, que cambian los medios que utiliza a lo largo de la historia, pero no la pulsión que la alimenta, tiene mucha parte de culpa en este escepticismo del que hablo. Luis García Montero en “Luna en el sur” definía exactamente este sentimiento: “La verdadera nostalgia, la más honda, no tiene que ver con el pasado, sino con el futuro. Yo siento con frecuencia la nostalgia del futuro, quiero decir, nostalgia de aquellos días de fiesta…, cuando todo merodeaba por delante y el futuro aún estaba en su sitio”. No sé en qué momento tomé conciencia de que el futuro no estaba en su sitio, de que la línea ascendente en mi gráfico vital era falsa, de que en su lugar aparecía otra en zig zag con una ligera progresión de la que me resisto a renegar por ahora.

Creo que nuestro mundo adolece terriblemente de hybris, aquel concepto helénico que podemos traducir como desmesura por el que los dioses castigaban a los hombres que sobrepasaban el límite de lo humano. Hemos sido arrogantes y prepotentes al pensar que éramos dueños de nuestro destino, pero episodios tan terribles como la pandemia, la erupción del volcán de La Palma y la delicada situación internacional que padecemos, vuelven a ponernos en nuestro sitio, que no es otro que la incertidumbre. No controlamos nada. Adaptando el principio de Heisenberg, en la vida como en la mecánica cuántica, nada es previsible y de nada podemos estar seguros.

Y, sin embargo, el único anhelo que puedo reconocer como profundamente humano en los que me rodean es el de la paz. Si las madres se agarraran a su hijos, se acabarían las guerras, decía el abuelo de una amiga. Si la gente sin poder tuviera algo que decir al mundo, estoy convencida de que solo pediría paz.

sábado, 19 de febrero de 2022

Aire fresco

 

 

Cuando en los medios aparecen noticias terribles como las de estos últimos días, las muertes a machetazos en las reyertas de Madrid o el parricidio del chico de Elche, se suele hablar en caliente, afloran acusaciones y generalizaciones injustas. En el primer caso se ha intentado sacar rendimiento político al culpar a la inmigración, en el segundo se ha insinuado que una novela o la afición a los videojuegos podrían haber influido en el terrible crimen. El joven parricida de Elche habría leído "La edad de la ira", una novela en la que un joven mataba a su familia, éste es el titular de la web de Telecinco y el tuit que subió El Mundo el lunes pasado, quién también tituló otro artículo así: La edad de la ira, la novela en la mesilla del triple crimen de Elche. Titulares tendenciosos que hacen insinuaciones simplistas para abrir una polémica sobre la ya vieja acusación de que lecturas, películas y series ejercen una influencia negativa en los jóvenes. Es demasiado obvio recordar que el resto que ha leído, jugado o visionado esos mismos productos no se han convertido en asesinos.

Me molestan estos comentarios por burdos y amarillistas y porque inciden en presentar a la juventud como peligrosa, violenta y egoísta cuando todo el mundo sabe que la mayoría de los jóvenes, inmigrantes o no, ni son violentos ni confunden la realidad con la ficción.

Contrastan estas noticias en el tiempo con un taller teatral al que he asistido el pasado domingo con integrantes de la Compañía Oniria que previamente había representado “Gente encerrada en sitios” en el Teatro Municipal, una obra de creación y dirección propia, fresca, divertida, original y bien interpretada. En el taller que dirigieron participamos 30 personas, la mayoría de ellas, incluidos actores y director, muy jóvenes. Pues bien, los planteamientos teatrales y sociales del grupo, sus valores, las reflexiones que surgieron en el coloquio, la energía que se respiraba, la responsabilidad, pero también la ingenuidad para enfrentar el futuro fue muy, muy estimulante.

La juventud es diversa, como lo ha sido siempre, es producto de su tiempo y, si adolece de determinados defectos, los hemos provocado entre todos.


sábado, 5 de febrero de 2022

Necesidades

 La soledad es quizá el momento más ruidoso del día: callan los de fuera, vuelven los de dentro”. Con esta cita de Alejandro Palomas me gustaría reflexionar acerca de un problema creciente en nuestro país. Me refiero a las enfermedades mentales, incluyendo las adicciones y otras alteraciones del comportamiento como los trastornos alimentarios, de los que las redes sociales son un importante caldo de cultivo y que afectan especialmente a nuestros jóvenes. Más de 2,1 millones de personas sufren algún cuadro depresivo, el 5 % tiene diagnosticada ansiedad. Las cifras son escalofriantes: 2020 fue el año con más suicidios de la historia desde que se comenzaron a registrar en 1906. Cada día se suicidan en España una media de 11 personas (datos del INE).

Durante el año pasado se empezó a hablar abiertamente de salud mental, lo triste es que se hiciera porque prensa y redes se hicieran eco de casos de famosos como el suicidio de la actriz Veronica Forqué; las denuncias de la gimnasta Simone Biles y la tenista Naomi Osaka; la publicación de “Por si las voces vuelven”, del guionista y presentador Ángel Martín… Pero el tratamiento de los medios sobre estos asuntos no ayuda ya que simplifican una realidad compleja y caen en el sensacionalismo. En el Congreso, una pregunta sobre la accesibilidad a los tratamientos de salud mental en plena pandemia provocó las risas de parte de los presentes y se oyó el grito de “vete al médico”. El diputado se disculpó después en Twitter, pero la anécdota ilustra hasta qué punto hay necesidad de formación e información en este asunto.

Es obvio que la situación de pandemia ha hecho mella en la población. El miedo, la incertidumbre y la soledad se han instalado en la vida de demasiada gente. No sé si bastan para justificar la ansiedad, frustración e incluso los intentos de suicidio que todos estamos conociendo de cerca, pero quizás hay que aprovechar para reclamar que se inviertan fondos y esfuerzos en atajar tan terrible lacra. Tenemos que desterrar el tabú para que quien la necesite pida ayuda profesional a tiempo. Y hay que asegurarse de que esa ayuda está disponible. Cuando se llega tarde, el dolor que provoca es insoportable.

martes, 25 de enero de 2022

Cambia, todo cambia

Jano es el dios de las puertas en el antiguo mundo romano, no sólo en sentido físico, sino vital. Representa los cambios, los pasos y las transformaciones. Simboliza el devenir de la vida, la evolución, y por eso tiene dos caras con las que mira simultáneamente al pasado y al futuro. De ahí viene el nombre de nuestro mes de enero, la entrada al año nuevo en el que confiamos para que cambie de nuestras vidas todo aquello que está desordenado o anda mal mientras echamos furtivas miradas al año que se fue, sabedores de que aún no podemos cerrar esa puerta.

Los ritos y la simbología siempre han ayudado a asimilar los cambios. Más allá de los religiosos, culturales o sociales, cada familia crea los suyos. En la mía reciente fabulamos con el poder de las cosas para unir espacios y tiempos. Así, si hacemos una ruta por la naturaleza en Francia, cogemos un palito que luego arderá en nuestra chimenea en Cádiz en el próximo invierno o nos hacemos una foto en Nueva York en la que sale el cuaderno de viajes que compramos cuando visitamos Venecia. En mi familia de Martos, siempre que el tiempo lo permitía, las celebraciones se hacían en el patio, bajo la noguera que creció con nosotros, y en invierno, para evitar el frío, junto a la chimenea del salón. Hay por ahí una foto en la que sale al fondo esa noguera aún pequeña, casi enclenque, delgada como todos, incapaces de intuir nuestro futuro y el cobijo de su sombra. Creció, como hicimos nosotros. Fue la sombra que cobija, la fuente casi inagotable de hojas secas que acumulábamos para que descansaran los camellos en la noche de Reyes… Se convirtió en una presencia que contaba como un miembro más de la familia.

Somos cambio. La familia creció, perdió a sus miembros fundadores y la noguera, enferma desde hace tiempo, ya no dará más sombra. Quemar ayer en nuestra chimenea de El Puerto uno de sus leños en el día de Reyes ha tenido la fuerza del símbolo. El rito ha transformado el cobijo de su sombra en calor de hogar al que nos agarraremos para enfrentar este año incierto que apenas ahora se estrena.

Estímulos

No sé cómo de extendida está la tendencia a asociar una imagen mental con una palabra, pero a mí me ocurre que hay vocablos que saboreo y pronuncio con gusto por asociarlos con un color o una impresión agradable. No llega al nivel de las personas sinestésicas, aquellas que experimentan sensaciones de una modalidad sensorial particular a partir de estímulos de otra modalidad distinta y ven un color cuando escuchan una nota musical o perciben tacto en su mejilla cuando saborean un alimento, por ejemplo. Se dice que Nabokov, Rimsky-Korsakov y Baudelaire lo eran.

Pero, sin ser sinestésica, me pasa que hay palabras como “burbuja” que me gustan por cómo se escriben, cómo suenan y cómo, al oírlas o escribirlas, percibo una imagen que no es objetiva del todo. Para mí “burbuja” es más una pompa de jabón de brillo iridiscente, como las que encandilan a cualquier niño pequeño, que un globo de aire dentro de un líquido. Pero rectifico, me pasaba hasta ahora. Últimamente la palabra se está desgastando por el uso demasiado frecuente de la expresión “burbuja social”, esas personas que llevan una convivencia estable, que comparten espacio y actividad para disminuir los riesgos de trasmisión del virus. Se evita el contagio, sí, pero las burbujas también nos aíslan socialmente en unos momentos en los que las redes sociales y el actual estilo de vida ya nos había encerrado en cápsulas incomunicadas.

¿Han probado a definir la suya? ¿Qué la condiciona? Por supuesto el sexo, la edad, el trabajo, la raza, la religión, la política o la clase social tienen mucho peso, pero qué más. Prueben a nombrar sus intereses fuera de su burbuja y prueben a hacerlo, además, con gente más joven. Comprobarán que sus referentes musicales, televisivos o literarios resultan absolutamente desconocidos fuera de ella. Incluso las preocupaciones, los temas de conversación, la gente a la que admiran o aborrecen desaparecen cuando se cambia de grupo. Hay quien lo llama zona de confort, sin embargo me empieza a parecer una zona de aislamiento.

Moverse siempre en terreno conocido acaba con la curiosidad. Pinchar las pompas o las burbujas asusta, pero amplía el horizonte y la llegada de nuevos estímulos.