sábado, 19 de noviembre de 2016

Red de bulos

Me preocupa la manera desinformada que tienen las nuevas generaciones de formarse. Si para un adulto de espíritu crítico es difícil desbrozar información de manipulación, para un adolescente que  está creciendo con un móvil en la mano conectado a internet, al que muy pocas veces se ha puesto reglas de uso, es casi imposible. A ellos no les interesan los informativos y, en la mayoría de los casos, no tienen en casa a nadie que se los explique para guiarlos en la interpretación del mundo. Y claro, donde no hay ciencia, hay creencia. El uso solitario de la televisión e internet hace que asuman como realidad toda la basura que cualquiera es capaz de volcar en la red. No hay información sino boca a boca a gran escala, o móvil a móvil. Consumen con fe ciega vídeos trucados e información estrafalariamente manipulada y reenviada por las redes.  Igual que son seguidores de influyentes youtubers que marcan inofensivas tendencias en moda, siguen a otros que defienden creencias irracionales que nadie se preocupará por rebatir. El resultado es descorazonador. Esta misma semana he hablado con un chico de 16 años al que la palabra natalidad le recordaba un vídeo auténtico en el que una mujer quedaba embarazada de una luz que resultaba ser el diablo y tenía un hijo deforme; otro me preguntaba, al contarle un mito grecolatino, si “eso” había pasado de verdad y un tercero, capaz de creer que un determinado yogurt lo arregla todo porque lo dice la publicidad, me discutía la veracidad de un documental que yo había puesto en clase, colocándolo así al mismo nivel que  los fake que circulan por la red. Para ellos los límites entre realidad y ficción se han borrado. Es muy difícil discutirles  que  el diablo no contesta cuando se marcan determinados números malditos en el teléfono si entras en internet y compruebas que hay miles de testimonios que afirman lo contrario. Se mueven en un mundo de creencias tan oscuras como las medievales. Asusta que internet pase de ser una ventana abierta a la información a un lodazal donde realidad, ficción y manipulación se den la mano y sean tratadas con un mismo rasero. Así los radicalismos, populismos y falsedades tienen la puerta abierta.

sábado, 5 de noviembre de 2016

Un aleteo

A veces la parte cerebral que nos domina  descansa o se duerme y somos pura intuición. Para algunos es lo normal, viven inmersos en sus propios sonidos, atendiendo los dictámenes del cuerpo. Pero muchos de nosotros somos seres racionales, a veces demasiado, y todo lo intelectualizamos, medimos, pesamos. En el extremo, los flemáticos ingleses o los rígidos japoneses no transparentan sus sentimientos, se rodean de fría cordialidad. Lo que en esos momentos nos domina no es lógico ni mesurable ni tiene peso, es tan nimio que apenas se podría explicar. En la conversación con un amigo, alguien querido, de repente algo se rompe. Ha sido solo un gesto o un quiebro en la voz, una palabra escogida sin demasiado cuidado, pero ahí está, se abre una brecha, un malestar. Arundhati Roy, en El dios de las pequeñas cosas, lo expresaba como “el tenue movimiento de unas alas de mariposa en el corazón”, porque no es más que eso, un presentimiento, un escalofrío en los huesos, un pellizco en las tripas, un aleteo de miedo, de emoción, de angustia. Somos seres racionales, pero a veces el viento que se alía con un cielo encapotado y gris nos arruina el día y nos sirve a la mesa melancolías y dolores archivados. Un cuadro mal colgado, una silla fuera de su sitio, no poder aparcar el coche, una cola demasiado larga en el supermercado, una cisterna que gotea… No es casi nada, un aleteo. Y acabamos en el malhumor, el llanto, una desesperación espesa y absurda que nos arruina el día. Es la rendija. Una herida vieja que se abre y deja paso a la irritación, el dolor, el miedo almacenado, que rabian por salir. Entonces, el sol de invierno, una música, una palabra amable atrapada en una esquina, el primer trago de una cerveza fresquita, un abrazo… nos ponen de nuevo a flote y así el día, al menos ese día, no se hunde y queda a salvo de la melancolía.