sábado, 24 de diciembre de 2022

Encontrarse

 No es la primera vez que en un concierto flamenco por la mañana escucho al cantaor excusarse y pedir un poco de paciencia porque a esas horas del día cuesta más “encontrarse”. Me encanta la expresividad de nuestro idioma, tan proclive a adquirir matices metafóricos. Y me asombra la capacidad del mundo del flamenco para hacerlo con esa aparente facilidad. Más allá de los melismas, del cante de alante y cante de atrás, la caída, el remate, los machos… que más bien podríamos llamar tecnicismos, la expresión “no encontrarse” me fascina por su precisión y viveza. Tanto que creo que podría adoptarla. 
No solo hay que encontrarse para cantar flamenco, hay que encontrarse para todo. No todos los días y a todas horas estamos igual de expansivos en la vida social; o estamos igual de resolutivos en el trabajo; o tenemos la misma disposición para hacer deporte. Yo hay días que voy a nadar y no me encuentro hasta los veinte largos. O salgo de celebración y no me encuentro en las conversaciones sociales o intento bailar y no me encuentro. Incluso dando clase, hay días que todo fluye y otros que me tropiezo yo sola y no acabo de ver el modo de allanar el camino del aprendizaje para mi alumnado. ¿Es esto encontrarse? Yo creo que sí. De hecho, no me encontraba cuando me he puesto a escribir, pero las ganas de compartir esta sensación, este matiz en el verbo encontrar que me ayuda un poco más a entenderme a mí misma, me han empujado a sacar adelante esta columna. 
Así que, en vísperas de estas fiestas navideñas, además de salud, me gustaría desearles que se encuentren con facilidad para que puedan disfrutar de la familia, las conversaciones, los cocinados, los trajines de estos días…; que no se abandonen a los peligros de la nostalgia y las ausencias: que la entrada en el Año Nuevo no les pille con el pie cambiado. En definitiva, les deseo que todo fluya y puedan encontrarse a tiempo para disfrutar de lo que quiera que estas fechas nos deparen.

sábado, 10 de diciembre de 2022

Solo la lluvia

“El tiempo es una lluvia paciente y amarilla que apaga poco a poco los fuegos más violentos” escribía Julio Llamazares en una de sus novelas más conocidas. Y es que por fin la lluvia. Lluvia alivio, lluvia respiro, lluvia calma después de la terquedad de un verano largo, de meses de persistente ausencia, de calor impropio. Lluvia para creer en el otoño a las puertas del acechante invierno. Más esperada que unas vacaciones, deseada con más expectación que la cercana Navidad tan parecida ahora a los catálogos publicitarios. Demasiadas guirnaldas rojas, demasiado brillo, demasiadas luces.

Pero la lluvia sí. Para apagar otros fuegos y otros miedos. Para cambiar de tonos y de luz. Una paleta diferente a la sombra del sol directo y cegador. Detrás de los campos secos, el regocijo húmedo y ocre de estos días, su sonido constante y calmo. El agua que ilumina los edificios de ladrillo rojo; enciende los verdes de los tréboles, las ortigas todavía incipientes, las enredaderas adormecidas en el polvo del largo verano.

Con la lluvia, la ilusión de recolocar, el espejismo de que todo parezca estar en su sitio. Un respiro, una vuelta al ciclo, al ritmo de los giros. La lluvia que tranquiliza y adormece, que hace más acogedores los hogares, que se puebla de abrazos de manta, libro y chimenea.

Sosiego. Necesidad de retomar las estampas de otras veces, de sobrescribir y dibujar en ellas para poder cambiar el trazo y jugar a que huimos del tiempo. La lluvia como certeza y esperanza.

Puede que haya algo ancestral grabado a fuerza de generaciones en esta necesidad de lluvia. La cantinela oída desde siempre a quienes vivían mirando al cielo y se quejaban de que no llovía o lo hacía tarde o a destiempo. Sea como sea, siempre espero la lluvia y me entrego a su tregua con la confianza de quien llega a puerto seguro.