sábado, 23 de marzo de 2019

Días…


Hoy es el Día mundial de la Poesía. Hay tantas causas que faltan días, así que lo comparte con el de la Eliminación de la discriminación racial, del Síndrome de Down, de los Bosques, de los Archivos y de la Marioneta. Aunque me sumo a todo, claro, me he permitido una celebración personal con brindis a la poesía por mucho que sepa que a ella, le va a dar igual. Me enfrentaba hoy a un día de esos que, bueno, puedes dejar pasar como un día más, o puedes sacarle partido a las “pequeñas cosas”, que diría Serrat. Tenía un curso de formación en Jerez y no me apetecía ir, pero lo hice. El sentido de la responsabilidad es muy difícil de apagar. Estuvo… bueno, más o menos. Lo bastante bien como para encontrar hebras que me permitan tirar del hilo, y lo bastante mal como para que al salir descartara volverme directamente a casa con un compañero, y prefiriera atravesar todo Jerez para tomar un tren, disfrutar así del paseo y, de paso, de la primavera. En días como el de hoy, si pierdes el tren, no te enfadas, sales de la estación, te sientas en una terraza y te pides una caña. Porque has decidido que no vas a correr, que no importa lo pronto que llegues a Ítaca, sino cuánto disfrutes del viaje. Y disfrutas. Es solo un paréntesis minúsculo, pero es primavera y hace sol y el Levante no tiene suficiente fuerza para amargarte el día, como no la tiene el retraso del tren o la comida que se pega. ¿Qué más da? Hay momentos que te permiten vivir en lo relativo. En el tren, cada chico y chica van enfrascados en su móvil, no importa si van acompañados o no. El móvil nunca se apaga. Notas el salto generacional. Pero para ti, el trayecto dura solo diez minutos, y no puedes desperdiciarlos mirando pantallas que te distraigan de tu momento porque hoy hace sol y es el Día de la poesía y acabas de descubrir (¿o ya lo sabías?) que poesía es también una caña en primavera robada a la rutina. Será la edad, sí, pero he tenido que cumplir muchos años para encontrar momentos así.

sábado, 9 de marzo de 2019

Apoyos

Pasado el 8 de marzo, queda la resaca. Me preocupa el elevado número de hombres, especialmente chicos jóvenes, que sienten que no les afecta o, lo que es peor, que las reivindicaciones feministas se hacen contra sus propios intereses. Algo falla cuando muchos de ellos empiezan también a utilizar odiosos términos como el dichoso “feminazi”. Excluir a los hombres en esta lucha por la igualdad es un error tan grave como que ellos lo perciban como una amenaza. El movimiento feminista no pide más que la igualdad de derechos y oportunidades con independencia de género. No busca instaurar la supremacía de las mujeres como si del mítico gobierno de las antiguas y terribles amazonas se tratase. No es un movimiento contra los hombres. Es sentido común. La mitad de la población no puede tener más derechos ni libertades que la otra. M. Kimmel, sociólogo especializado en estudios de género, lo explica en su libro “Angry white men”: “los privilegios son invisibles para quienes los tienen”. Hay que convencer a los hombres de que con la igualdad también ellos ganarán, de que con el feminismo serán libres por primera vez. Algunos intelectuales españoles de la 1ª mitad del siglo XX, con una visión innovadora de la educación, se dieron cuenta del trágico porvenir que les esperaría a sus hijas si no eran educadas para vivir un mundo gobernado por hombres. Menéndez Pidal,  Bartolomé Cossío, favorecieron el concepto de coeducación. F. Barnés, dos veces ministro y padre de Dorotea, Adela, Petra y Ángela, todas mujeres que se licenciaron y consiguieron grandes logros en Química, Farmacia y Estudios árabes en unos años en que apenas aparecían mujeres por las aulas universitarias, defendía: “que mis hijos se casen y mis hijas estudien”. Educación, conciliación y respeto. No más mensajes en las redes ridiculizando el permiso de paternidad porque ellos no sufren en su cuerpo las consecuencias del parto o poniendo en entredicho los abusos sexuales. Implicarse por igual en la crianza y educación de los hijos, acabar con la coartada de que las mujeres salen más caras a las empresas, desterrar el miedo de las salidas de nuestras hijas, nos beneficia a todos. Lo lógico es ser feminista.