Se conoce como el lado oscuro de
la Luna a la mitad que no vemos. De este modo hacemos como un niño pequeño que,
temiendo un peligro, se tapa la cara como si al no ver, tampoco pudiera ser
visto. Es la historia de la humanidad, que tiende a moverse ante certezas. Lo
que no se ve, no existe. Por eso olvidamos el dolor ajeno, el sufrimiento, la
soledad. Lo tapamos y desaparece. Los modos de información están cambiando, se
están dejando de comprar periódicos impresos, no se ven las noticias en las
principales cadenas televisivas o de radio. Ahora la información está en las redes, se construye
personalizada y nunca fue tan parcial. Ya no es solo el peligro de la brevedad
del titular o tuit, sino de vivir inmersos en un mundo pequeño, una burbuja a
la que solo nos llegan referencias similares a las nuestras. Leemos y sabemos apenas
de lo que nos interesa, puesto que solo leemos y sabemos a partir de lo que
publican y comparten nuestros amigos y seguidores. Así, vivimos alimentando
nuestras creencias e ideologías y obviando la diferencia cuando no
eliminándola. Es el lado oscuro de la Luna, lo imaginamos en sombra como
imaginamos sombras y temores en el
pensamiento del otro. Parcelamos e inventamos la realidad a nuestro antojo. Pero creerse en posesión de
la verdad solo conduce a la intolerancia. Si uno solo se entera de lo que lo
reafirma, acabará convencido de llevar razón, puesto que todo su entorno se
volverá uniforme. La misma música, las mismas noticias, las mismas preocupaciones… Cualquier atisbo de
pensamiento diferente hará saltar la alarma. No hay más que mirar las redes. Lo
vemos a diario. Qué razón tenía Einstein al afirmar que “hay dos cosas
infinitas: el universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”.
Nunca antes estuvimos tan conectados al mundo y, sin embargo, nunca fue tan
fácil desconectar, desinformarse, borrar lo que no interesa. Eliminando la
diversidad, eliminamos también la capacidad empática de sentir y sufrir por
otro. Ahora sabemos que no hay ninguna sección de la Luna que no reciba luz
solar. Falta descubrir cómo aquí podemos encontrar luz al otro lado. Mientras,
sigamos acusándonos. “Antidemócrata, tú”
sábado, 23 de septiembre de 2017
domingo, 10 de septiembre de 2017
Uniformes
Me molesta, mucho, el dirigismo,
las cosas demasiado masticadas, la uniformidad, la vía única. Me molesta en
casi todas sus variantes, desde el detalle más tonto. Me resulta odioso, sin ir
más lejos, el sistema de circulación y aparcamiento del Luz Shopping de Jerez,
donde es imposible escoger a dónde quieres ir. Una vez que has entrado en un
carril, tienes que seguirlo. O el corrector del Whatsapp que entiende que me
equivoco y, sin preguntar, va cambiando cada palabra que escribo por otra que,
por lo visto, sería más conveniente si yo fuera una máquina y me comunicara
como se supone que me tengo que comunicar. Imposibles los dobles sentidos o las
metáforas. Los mensajes, finalmente, me quedan ininteligibles. Y las colas con
trampa que no van en línea recta sino en serpiente, delimitadas con cintas, de
modo que no dejan calibrar el rato de espera para decidir si me interesa
quedarme o no. “Afortunado aquel que tiene tiempo para esperar”, decía Calderón
de la Barca. Me molesta que Google se dirija a mí como si fuera una persona y
me diga “¿Quieres respuestas antes de que preguntes?” No, claro que no. Me
gustaría encontrar respuestas, por supuesto, pero a mis propias preguntas.
Quiero indagar, reflexionar, investigar, curiosear, equivocarme, plantearme
opciones… Estoy harta del “¿quizás quiso decir…?”. Ya sé que somos masa, que es
difícil sentirse original, pero me gustaría no vivir una vida completamente
uniformada. No quiero entrar en Facebook y encontrarlo lleno de sugerencias del
tipo “celebra tus siete años de amistad con…”, cuando además ese “con”….
resulta que a lo mejor es mi marido al que, desde luego, tengo la suerte de
tener por amigo hace muchísimo más de 7 años. Y no quiero que me llamen a casa
para ofrecerme nada, prefiero salir a buscarlo cuando me apetezca o lo
necesite. Ni que me paren para hacerme encuestas. Tampoco me convence que la
gente exija que uno esté constantemente conectado al móvil. Reclamo el derecho
a la desconexión. Y a no sentirme rara por no usar ningún sistema de
videoconferencia porque me gusta estar en casa en la intimidad, vestida de
cualquier manera. Y a que no me gusten
los bestsellers, ni los musicales…
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