sábado, 25 de marzo de 2017

Contracorriente

Dice el biólogo E. O. Wilson que si todas las personas del mundo alcanzaran el mismo nivel de consumismo de los estadounidenses, se necesitarían cuatro planetas más como la Tierra. Entonces lo lógico sería reducir el consumo, ya que no disponemos más que de una Tierra para compartir. Sin embargo, no solo se incita a consumir en exceso, sino que el indicador de salida de la crisis es, precisamente, el consumo. Es una carrera sin ganadores o, más bien, con ganadores que hacen trampas, porque el actual crecimiento económico solo beneficia a quien más tiene. De este modo, según denuncia Oxfam, ocho personas concentran la riqueza equivalente a la mitad más pobre de la población mundial (3.600 millones). Pero seguimos como borregos sus pautas porque nos creemos la falacia de que es más moderno y avanzado el estilo de vida que nos proponen, cuando en realidad nos implantan un patrón engañoso que incita a consumir agresivamente a cambio de una inexistente felicidad que solo existe en su publicidad. Y es que no es más feliz quien más tiene. Ya lo sabía Antístenes (siglo V a. de C.) cuando decidió prescindir de todo lo superfluo, ya lo sabía San Agustín, ya lo sabía Tolstoi (La camisa del hombre feliz), y lo sabe M. MacDonnell, reciente ganadora del “Nobel de los profesores” por haber mejorado la vida de una población inuit del Ártico de 1300 habitantes con un altísimo índice de suicidio entre los jóvenes. Esta profesora en 2 años vio cómo 10 jóvenes se quitaban la vida. Investigó las causas y encontró que la “civilización” que sobreexplotaba sus recursos naturales estaba acabando también con su tradición y cultura. A cambio, dejaba un rastro de insatisfacción y drogas. Encontró la cura en la vuelta a lo natural, en la concienciación del entorno, en la recuperación de sus tradiciones y cultura. Salieron del patrón en el que no encajaban y recobraron su estilo de vida. Así, esta profesora les ha devuelto su identidad y, de paso, han transformado la vida de la comunidad. Parece que todavía estamos a tiempo. La educación, la conservación del medioambiente y el consumo responsable ofrecen una esperanza. Aunque a veces parezca que nadamos contracorriente.

sábado, 11 de marzo de 2017

El ya limitante

Pues esta vez me ha decepcionado la RAE con su diccionario. Buscaba refrendo a un uso del adverbio “ya”, que me resulta muy, muy triste y no lo he encontrado. Yo lo llamo el “ya limitante”, que se utiliza cuando se da una situación por acabada, sin oportunidad de cambio. Se la he oído a alumnos a  mitad de la primera evaluación para justificar que no están haciendo nada para aprobar (“pero si yo ya estoy suspenso…” y dejan de trabajar por el aprobado), a adultos resignados (“yo ya no estoy para estos trotes…” y dejan de hacer actividades que antes les divertían), a niños avejentados (“yo ya no juego con eso, que ya no soy un  bebé…” y renuncian al juego que más les divertía), a mujeres que se autocensuran por el qué dirán (“yo ya no estoy para ponerme eso…” y se olvidan de que lo usaban porque les gusta a ellas y no a los demás). De esta forma nos vamos limitando mientras nos convencemos o nos convencen de que lo que hacemos es madurar, sentar la cabeza, asumir la realidad. No. Hoy me he levantado rebelde. Bastante dura es la vida como para tratar de encajar en patrones que han cortado otros. ¿Qué hay de malo en seguir disfrutando de un cuento infantil, en seguir deseando salir de noche a bailar con los amigos, trasnochar, cansarse, intentar un aprobado incluso cuando los primeros intentos nos desaniman, ponerse la ropa que a uno le apetece porque sí, porque nos gusta a nosotros y no a un supuesto “manual de estilo”…? El sábado pasado, en tono de broma, claro, le escuché a Berto Romero: “yo es que antes me lo creía todo, pero ahora ya no me creo nada”. Y ahí está el quid de la cuestión, en que en el avance de nuestro “río que va a dar a la mar, que es el morir”,  se van quedando atrás, en el lecho del río, la ingenuidad, la ilusión, el candor… y vamos, en cambio, arrastrando un lodo de escepticismo, de renuncia… que amenaza con amargarnos el porvenir.  Por eso no me gusta usar este “ya”, porque soy contraria a las renuncias revestidas de aceptación. Son engañosas y nos acaban convirtiendo en quien no queremos, en quienes no somos. Así que abogo por poner freno al “ya limitante” a cambio de un nuevo y  militante “ya está bien”.