Me agobia la basura: trastos,
papeles, envoltorios que no quiero o no sé tirar, ropa vieja, sábanas gastadas,
tarros de cremas, cables inservibles, cargadores obsoletos o estropeados,
publicidad superflua en el buzón…. Me agobia tener que estar siempre
seleccionando qué debo tirar y qué guardar. Me agobia la inutilidad de lo ya
usado y me crea una extraña inquietud que me pide darle un segundo uso. Pero guardar
“por si acaso” es siempre una trampa. En el trabajo, a estas alturas de junio
se impone la limpia. Institutos y colegios se esmeran en cerrar definitivamente
un curso para entrar en otro y en ese afán, la decisión de qué tirar se vuelve
a veces una tarea terriblemente farragosa. Farragosa y polvorienta, no apta
para alérgicos. Recientemente escuché en la radio una pregunta extraña, les
pedían a los colaboradores del programa
que dijeran si ya habían hecho testamento para que alguien borrara su huella
digital tras su muerte. Los más jóvenes contestaron, evidentemente, que nunca
se les había ocurrido, pero un señor del que no recuerdo el nombre dijo que,
por supuesto, él había testado que uno de sus hijos borrara todo lo que no
fuera biográfico o tuviera un interés
cultural. No sé si me produjo más extrañeza la cuestión planteada o la respuesta.
La basura que generamos como
especie adquiere unos tintes realmente preocupantes. Antes eran los desechos
más o menos orgánicos, luego nos agobió la basura espacial que van dejando los
satélites abandonados en sus órbitas, más tarde los enormes vertederos de
basura electrónica y altamente contaminante (parece que por ahora son “solo” 50
millones de toneladas anuales entre electrodomésticos y aparatos electrónicos,
pero en unos años la cifra se hará
realmente apabullante) y ahora caemos en la cuenta de los millones de cuentas y
datos repartidos por la red ocupando un espacio absurdo.
Cuando un animal muere, solo deja
su cuerpo en descomposición. Éste es otro rasgo que nos separa de ellos. En
nuestro intento por hacernos inmortales, nos agarramos a tantas cosas que
cuando llega el inevitable final dejamos de nuestro paso mucho más que una
huella. Generamos basura e inventamos nuevas maneras de ensuciar. Curioso.