Lo bueno de no ser radical es que puedes desdecirte de las
afirmaciones sin mayor consecuencia. Y yo hoy voy a hacer justo eso:
desdecirme. Bueno, o matizar, que queda mejor. La última vez que hablamos yo
les contaba lo difícil que me resulta identificarme con un grupo, lo incómoda
que me siento con las etiquetas, pero ahora necesito confesar un reciente
momento de comunión. Fue el sábado pasado en Granada. El motivo, un concierto
de 091, un grupo de rock de los 80 y 90 que, tras 20 años separado ha vuelto a
hacer una serie de conciertos en los que ha reunido a los que nos bebíamos cada
una de sus letras críticas, inteligentes, con toques literarios… No llegaron a
ser aptos para el consumo de masas, pero se hicieron un grupo de culto imprescindible
para sus correligionarios. Por eso el sábado en el concierto, con la
complicidad de la noche granadina, se produjo la catarsis. Supongo que todo
suma y no fue solo la música sino la ciudad misma donde pasé siete años de
formación universitaria, laboral y personal; la noche de primavera que espantó
la lluvia hasta que dejó que la luna se hiciera fuerte sobre nosotros; los reencuentros
con quienes cabalgan conmigo sobre los años aunque vivan a cientos de kilómetros
de distancia; lo cierto es que hubo un
momento entre saltos y gargantas enfervorizadas en que me sentí parte de esa
multitud que abarrotaba la plaza de toros gritando que “como tú, sigo en el
laberinto”, “sé muy bien que el destino guarda cartas en la manga, el
mundo se derrumba a mi alrededor y yo contengo la respiración”. ”Un ritual de
confusión, eso es la vida mi amor” pero
“no importa el sitio porque el amor está debajo de las piedras”. Yo
“tardé en comprender la verdad de las cosas, tardé en comprender que la vida es
muy corta”, “buscando algo que hacer, buscando algo en qué creer, buscando el
lado oscuro de las cosas”. Magia destilada por miles de gargantas que cantaban
a coro la efímera verdad de que “si es
un poco triste esta canción, te daré una pequeña esperanza”. “No habrá
problemas esta noche, no habrá cadenas que te estorben, quizá mañana sea igual
pero no esta noche porque la luna brillará en el negro cielo hoy”. A ritmo de
rock, claro.
sábado, 21 de mayo de 2016
sábado, 7 de mayo de 2016
Y tú ¿qué eres?
No me gustan demasiado los Días De. No me siento cómoda con las
etiquetas. Supongo que tengo un problema con la aceptación de pertenencia a un
grupo, porque no celebro ni el reciente Día de la madre, ni el del padre, ni
San Valentín, ni los aniversarios. Ni primer mes, ni primer año, ni lustro ni ná. Por cierto, me he enterado de que en
esto de la celebración de los aniversarios de boda hay todo un escalafón, cada
uno con su nombre: Bodas de Papel al
cabo de un año, de Madera a los 5, Lata, Cristal, Porcelana, Plata, Perla… y así hasta las de Rubí, Zafiro, Oro, Esmeralda, Diamantes, Platino,
Titanio, Roble y Hueso. Parece una
carrera ciclista llena de metas volantes. Ignoro el mérito que se atribuye a
cada una de ellas, pero no deja de ser curiosa la gradación. Siempre hay gente
dispuesta a clasificarnos la vida y en la vida. Pero me incomoda eso de “las madres sois…”, “a las mujeres os gusta…”, “los andaluces preferís…”,
“las casadas…”, “los profesores…”, “los Tauro…”, “los madridistas…” Me niego a
asumir las características de grupo, lo siento, soy más orteguiana, más del tipo
“yo soy yo y mi circunstancia”, “la vida es lo individual”. Aunque mucho me
temo que ni Ortega ni yo estamos de moda. La verdad es que se me escapa si la
causa de tanto afán clasificatorio es la necesidad de celebrar o de nombrar. Después
de todo, ya nos dijeron que “En el principio era el Verbo”. Y ahí seguimos,
dando nombre a lo innombrable para reafirmarlo, cayendo en una fiebre de
afición taxonómica. Se clasifican las siestas (del carnero, del perro, del
abuelo, de “pijama, padrenuestro y orinal”…) los besos (francés, seco,
hollywoodense, cazador, yo te sigo…).
Se establecen absurdos rankings
deportivos contando el número de partidos, goles o canastas… El otro día en la
radio entrevistaron a un señor que había empezado a anotar y clasificar los
nombres y apellidos del mundo que contienen todas las vocales. Llevaba años y
cuadernos apuntando, como si fuese un personaje mítico salido de García Márquez
o Jorge L. Borges. ¡Qué raros somos! ¡Y yo aquí, sin etiqueta! Pues eso, que
soy una esaboría. (Pero gracias a los
que me habéis felicitado por madre, por mujer, por trabajadora).
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