Una generación comparte una educación similar, un influjo cultural y social semejante; adopta una actitud, un pensamiento más o menos común; tiene su banda sonora, canciones que se convierten en himno, que ponen el vello de punta aunque a veces solo se reconozca en privado. Una generación tiene sus mitos, sus héroes, sus miedos e incluso sus sonrojos. Para una generación, la mía, Antonio Mercero, recientemente fallecido, puso imágenes a todo eso. Coincide esta muerte de Mercero con la retirada de las cabinas de Madrid. En realidad, ya habían desaparecido de casi todos los espacios públicos y, con ellas, el miedo a quedarnos encerrados dentro, aunque me temo que no el miedo a la incomunicación y la soledad. Ahora cuesta recordar que hubo un momento en que contactar con los que estaban lejos dependía de tener monedas, de encontrar una cabina telefónica que funcionara, de superar la inquietud de ciertas zonas solitarias y, gracias a Mercero, de poder hablar por teléfono mientras se mantenía un pie en la rendija de la puerta impidiendo que se cerrara. Aun sabiendo que sonará a abuela Cebolleta, tengo que decir que, aunque me parece que fue ayer, cuando yo llegué con mi reciente destino a Cádiz, todavía tenía que salir de noche, azotada por el Levante, a un solitario Paseo Marítimo en la capital para llamar a casa. Mi generación ha surgido del costumbrismo en blanco y negro de Crónicas de un pueblo, ha pasado por la adolescencia idealista y algo ñoña de Verano azul y se ha chocado contra la claustrofobia y el terror de La cabina. Ahora ha muerto uno de los directores que mejor ha retratado nuestros cambios. Se ha ido perdido en la crueldad del Alzheimer, como tantos otros, pero nos ha dejado el testimonio de lo que fuimos, de lo que creímos y temimos, nos ha dejado imágenes que nos reconocen como generación, con nuestro terror a las cabinas. No solo la muerte de nuestros mayores nos deja huérfanos, también lo hace la muerte de quiénes pusieron música, imágenes y voz a nuestra infancia.
sábado, 19 de mayo de 2018
sábado, 5 de mayo de 2018
Después de feria
Todavía cansada tras la feria, se
me apelotonan las luces y sombras de estos días. Anoto en el “haber” el
disfrute de las fiestas, la oportunidad de saludar a tanta gente, de hacerlo
entre risas y brindis, de repetir una vez más el rito del reencuentro en la
plaza pública. He agradecido también el tiempo fresquito que invita a bailar y
pasear sin agobio. Me ha gustado asimismo la decisión de encargar el pregón a
la periodista Teresa Almendros, que salió más que airosa con su “Crónica de una
periodista feriante”.
Pero me traigo también algunos
sinsabores que no puedo dejar de comentar. En lo personal, me ha faltado el
reencuentro con algunos amigos que no han podido estar este año. Me apena
también que el sábado cayera un chaparrón que deslució y dejó el reciento
tiritando, ¡pobres caseteros con el enorme esfuerzo que hacen para optimizar
estos días! De igual manera, me desagradó enormemente que al día siguiente del
pregón, un texto anónimo muy mal escrito lo criticara porque, según él, no era
portuense. Dudo mucho de que el redactor de tan desastroso texto haya escuchado
el pregón de verdad, de otro modo no se entiende su comentario. Su lectura me
dejó un sinsabor que empeoró cuando el jueves por la noche, ya de retirada, no
encontré mi coche. Estaba aparcado como muchos otros, no estorbaba el paso a
nada ni a nadie, pero no solo se lo había llevado la grúa sino que, además, nos
pusieron una multa sencillamente desorbitada. En el “debe” de la feria, anoto
también la desfachatez de los porteros de las casetas para los más jóvenes, que
se permiten jugar con ellos haciéndolos desfilar de cola en cola para
finalmente dejarlos fuera sin más explicación. No entiendo tampoco la decisión de cerrar el paso peatonal desde
la carretera a la portada dejándola así desubicada y sin sentido, obligando a
la gente a saltar los obstáculos que cerraban el acceso… Pegas, pegas, pegas,
cuando el ciudadano de a pie lo único que busca en feria es un ratito de
desconexión.
Con sus luces y sombras, echo el
cierre una vez más a esta fiesta de la primavera y del vino fino con la
esperanza de poder seguir disfrutándola muchos años más.
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