miércoles, 29 de septiembre de 2021

Aburrimiento

 

Me ronda por la cabeza una idea que escuché en la radio hace unos días. Creo que fue en La Ser, pero no recuerdo el programa ni el colaborador. Sí recuerdo esta afirmación: “aceptar la pereza, ser muy vagos, es necesario para la creatividad”. Al parecer, pasar tiempo sin hacer nada es tan productivo como estar a la búsqueda de una idea genial de una forma activa. Se nombraba a Google como empresa pionera a la hora de sacar partido a la creatividad de sus trabajadores. Para alejarlos del estrés, parece que durante el 2020 decidieron darles el viernes libre. "Por favor, tómense el día para hacer lo que necesiten por ustedes mismos". "Nos gustaría que se tomaran este tiempo libre juntos como un equipo para permitir mejor el desapego como comunidad global".

Como no soy una persona perezosa ni sé aburrirme, me preocupé, claro. ¿Y si estoy perdiendo posibilidades de ser creativa por mi manía de no estar sin hacer nada? Esto me llevó, lógicamente, a hacer una búsqueda más profunda sobre esta idea.

Por una parte he descubierto que hay una razón evolutiva. Cuando nuestros antepasados dedicaban casi todo su tiempo y energía a conseguir alimentos, eran los escasos momentos de sedentarismo los que permitían ahorrar fuerzas, los que producían estímulos claves para la supervivencia y resultaban atractivos para el cerebro.

La búsqueda del significado de la palabra aburrimiento, me llevó a la segunda aclaración. Aburrirse es estar falto de estímulo, diversión o distracción y es ese no hacer nada y padecerlo lo que, como vienen defendiendo los pedagogos, beneficia el desarrollo y potencia muchas cualidades, además de la creatividad. “El aburrimiento significa que no hay algo concreto que hacer en un momento determinado. Es la oportunidad para potenciar cualidades como la curiosidad, la alegría y la confianza. Sin normas de por medio, el niño va desarrollando sus reglas, explora, crea. Todo gracias al aburrimiento”, explica el pedagogo J. Gamero.

Pues eso, feliz otoño en el que les deseo los suficientes momentos de aburrimiento como para provocar que les surjan las mil maneras de salir de él, les fluyan ideas nuevas o encuentren soluciones a sus problemas.

domingo, 5 de septiembre de 2021

El día después

 


Algunas veces lo difícil es arrancar, encontrar una nueva motivación, marcar un rumbo. Intuyo que para la salud mental se necesita tener pendiente algún proyecto. No me refiero ahora a los vitales ni a los utópicos como salvar el planeta o luchar por un mundo más justo o más pacífico; pienso más bien en tareas a corto plazo, sin mucha trascendencia. Quizás ordenar un armario, ponerse en forma para una carrera, ir a la biblioteca a por un nuevo libro, entregar un trabajo, proyectar un viaje, aprender a cocinar, un idioma, quedar con amigos… 

Porque qué se hace, si no, el día después de unas fantásticas vacaciones, de un viaje en el que todo ha ido bien. Cómo es cuando acaba el reencuentro con viejas amistades o el fin de semana de celebración familiar tras mucho tiempo sin verse. Cómo se retoma después de una despedida dolorosa, de la cena en la que se proyectó tanto, del concierto de tu vida; qué se hace después de todos los adioses; cómo se continúa al día siguiente de una muerte cercana.  

Yo confío mucho en la rutina de las acciones mecánicas, mover el cuerpo para que no se pare el corazón y la mente estalle. Prohibido el sofá que invita a las melancolías, mejor empezar por recoger la ropa sucia, un poco de limpieza, alguna compra necesaria, la escritura de la columna que quedó pendiente… Luego ya se puede añadir un poco de actividad física, una salida en bici, un baño en la playa si el tiempo lo permite, un partido de lo que sea. Lo importante es no dejarse llevar por el vacío hasta que el engranaje vuelva a funcionar y de pronto nos encontremos otra vez proyectando el futuro. 

No quiero contradecir a Lennon (“life is what happens while you are busy making other plans”). Defiendo vivir en lo pequeño, disfrutar y apreciar lo que se tiene, no dejarse la piel en planes probablemente irrealizables, pero estoy convencida de que hasta la vida más monástica necesita una tarea pendiente para no pararse y dejar que la existencia la arrolle. 



Estoy en ello, escribo esto el 1 de septiembre después de una noche preciosa que supo a despedida, del inevitable recuerdo de quien se me fue hace ahora dos años, de las nubes que se empeñan en promocionar el otoño.