sábado, 20 de febrero de 2021

La última fiesta

 Este fin de semana estaríamos celebrando carnavales y el siguiente el puente de Andalucía. Completaremos así un ciclo, un año en el que nos hemos tenido que acostumbrar a dejar ir cada una de las fiestas que nos proporcionaban una oportunidad social de encuentro, de celebración, de viaje.

Parece que el círculo lo cerraremos en plena “desescalada” de la tercera ola, con contagios a la baja, pero con la preocupación de continuar con las ucis llenas y un número de muertos diario absolutamente insostenible. Algunas voces venían apuntando lo de “salvar la Semana Santa”, pero parece que la tendencia se traslada y el plazo se amplía, de modo que empezamos a oír que hay que “salvar el verano”. Sin embargo, lo cierto es que no salvamos nada. Nos ha caído encima esta plaga que constatamos que es global y nos enfrenta a una situación desconocida que no sabemos domeñar. Nos vemos atacados en nuestro territorio privilegiado de “primer mundo” y nos reconocemos vulnerables. Vulnerables, sociales e insolidarios. Este es el retrato que nos deja esta prueba de la que no vamos a salir ilesos. Las víctimas mortales arrojan un saldo tan obsceno que encubre el dolor personal por cada una de ellas. ¿Quién no tiene ya un afectado cercano? Se ha cerrado la hostelería y el saldo de damnificados económicos que no podrán reabrir es también estremecedor, pero al mismo tiempo observamos atónitos que la policía no deja de cerrar fiestas ilegales a diario. Es un sinsentido. Los que pagan impuestos, sueldos y se desviven por mantener “limpio” el negocio no pueden abrir, pero hay grupos que se reúnen en privado amparados en su supuesto derecho a celebrar. Nos hemos cansado hasta de la solidaridad, ya no aplaudimos a los sanitarios, que pasaron de ser héroes a ser señalados como apestados capaces de propagar el virus.

Sin embargo, me resisto a acabar sin un poco de luz. Sí hemos aprendido que somos seres sociales, que nos necesitamos y echamos de menos. Ahora tocaría carnaval, pero los que cumplimos obedientemente las medidas de distanciamiento llevamos una cuenta en la cabeza con todo lo que en algún momento tenemos que celebrar. Como dicen en Cádiz, “conserva las ganas”.


sábado, 6 de febrero de 2021

Vigilantes

Detecto en el ambiente juvenil de los últimos cursos una tendencia que no se justifica solo por una mímesis social. Me preocupa especialmente en los adolescentes que están empezando a serlo, esos 12, 13, 14 años que salen de la infancia espontáneos, inquietos y curiosos y que a pasos agigantados adoptan como dogmas unas afirmaciones destructivas, aparentemente inamovibles y absolutamente contrarias a lo que desde los centros educativos se les intenta inculcar.

Por una parte, se les enseña ciencia, “conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente” (RAE), pero se dejan arrastrar con facilidad por cualquier gurú enaltecido en las redes sociales que, a pesar de no reconocerse como negacionista, lo niega todo: la evolución, las vacunas, el holocausto, los muertos por Covid… Por otra, se trabaja para formar personas que crean en principios como la no violencia, la igualdad y el respeto a la diferencia, pero, a poco que se rasque en un debate oral o se les ponga a escribir un texto argumentativo, salen a flote ideas extremistas muy arraigadas, casi emocionales, parecidas al sentimiento de adhesión a un equipo de fútbol, que se mantienen absolutamente impermeables a este trabajo educacional de abrir ventanas, despertar la curiosidad, formar ciudadanos con capacidad crítica, defensores de los derechos y la igualdad.
Lo que me preocupa es que se conozcan las alarmas para detectar al abusón, pero casi nadie se reconozca en ese patrón; que se sepa la teoría de cuándo una relación es tan posesiva como para salir corriendo, pero que se defienda que la pareja nos coja el móvil para comprobar si hay engaño (“total, si tú sabes que no has hecho nada malo…”); que se asuma la igualdad, pero se rechace el feminismo, “principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre” (RAE), por considerarlo un movimiento que acorrala al varón y lo convierte en culpable.
No podemos dejar a nuestros peques a solas con las redes sociales o serán ellas las que los eduquen. Familias y profes debemos vigilar, explicar y razonar o perderemos la batalla.