sábado, 22 de febrero de 2020

Estampas rurales



“Borregos” llamé a mi última columna y borregos es lo que he estado viendo el fin de semana pasado. Borregos, cabras, vacas, cerdos y gallinas disfrutando impasibles en una naturaleza bucólica y espléndida. Y esto ha sido así porque he pasado unos días en la sierra con unos amigos, en concreto, en Villaluenga del Rosario. El tiempo, más que primaveral, daba miedo. Imposible no hablar del cambio climático, pero imposible también quedarse en el miedo cuando este acogedor sol de invierno invita a pasear y adentrarse en las numerosas rutas naturales de estos privilegiados parajes. 


Supongo que los pocos habitantes de estos pueblos se sonreirán (o no) cuando nos oigan a los domingueros hablar de las bondades perdidas en estas tierras de interior, pero lo cierto es que conforta reencontrarse con un modo de vida tan auténtico. El coche se aparca el viernes y ya no hace falta cogerlo a no ser que se quiera ir a cenar a Benaocaz, otra población no mucho mayor que cuenta con varios restaurantes muy, muy interesantes: buen producto, buen servicio, cercanía… Y es que, inmersos en la Sierra, las rutas se cogen a pie, kilómetros y kilómetros de Parque Natural entre encinas, alcornoques y quejigos. Incluso el cementerio tiene su encanto hecho como está en el interior sin techo de una antigua iglesia quemada por las tropas napoleónicas y abierto a la sierra en una balconada de vistas imponentes.

 Una sorpresa: darnos cuenta de cuánto nos sorprendió escuchar el griterío feliz de niños pequeños que deambulaban solos por calles sin coches entre risas y carreras, mientras se invitaban unos a otros a ir a casa de su abuela, “que tiene palomitas”. Un desconcierto: ser saludados por un dron cuando saboreábamos la belleza pacífica de los Llanos de Líbar. El zumbido y descaro de tan impertinente aparato rompió la magia de un paisaje idílico.
Dejando de lado la extravagancia del dron, quiero retener estas estampas de color, generosas en verdes y amarillos durante el día,  abarrotadas de estrellas durante la noche, que todavía permiten gozar de lo que de verdad importa: caminar, respirar, comer, beber y charlar con los amigos. ¡Que dure!

sábado, 8 de febrero de 2020

Borregos

Si no viviéramos en un mundo tan desnaturalizado, pagaríamos por el valor de los productos y por el riesgo del trabajo que conllevan. Pero hace tiempo que cambiamos el estilo de vida y nos echamos en brazos de un modelo de comercio importado de otros países que ya influye demasiado en nuestra forma de vida. Ahora los agricultores no pueden más. En un mercado dependiente del poder de las grandes superficies, que ajustan precios y manipulan con ofertas-gancho de productos que venden por debajo del coste o, en la dirección contraria, hasta un 600% por encima de lo que se pagó en origen, el campo no puede más.
Pero en España hace buen tiempo y quedan todavía tiendas de barrio. No necesitamos ir en coche a un centro comercial donde comprar más de lo necesario para llenar la nevera sin cuestionarnos de dónde procede ni en qué condiciones se obtuvo. Cada cierto tiempo, los agricultores alzan su voz denunciando las condiciones abusivas impuestas por quienes dominan el mercado. Los precios estipulados son dañinos e insostenibles, apenas cubren gastos. Además de una negociación, se podría fomentar la venta más directa que permite precios más justos y el consumo de frutas y verduras frescas en lugar de las maduradas en cámaras de refrigeración.
Pero no nos movemos hacia un mundo más justo o más lógico. Se mira hacia otro lado cuando se cuelan las cifras de comida desperdiciada en casas y supermercados (los excedentes de producto fresco rondan el 59%, que acaba en la basura) o vuelven a aparecer las protestas de quienes prefieren no recoger la cosecha o regalarla, ya que es ínfimo el beneficio que obtienen de ella. Como consecuencia, el mundo rural sufre, los pueblos quedan abandonados y los urbanitas se acostumbran a consumir comida precocinada y plastificada.
Todo es una cadena y cada uno somos un eslabón. No movilizarse por considerar que la postura individual no influye es cobarde, una inconsciencia que nos convierte en culpables. Al final, comemos basura, desperdiciamos comida, arruinamos a nuestros productores y desnaturalizamos nuestro modo de vida. Y lo peor es que lo sabemos. Lo sabemos y lo consentimos. Nos aborregamos.