sábado, 22 de septiembre de 2018

Abusivo

Si tuviera que gastar un vale regalo de 200 euros en cosas que no necesito, me daría el capricho de comprar una cafetera semiprofesional y regalaría la nuestra porque, aunque el café sale bueno, gotea todo el rato. O iría a comer el menú degustación en  Aponiente de Ángel León para ver qué tal está eso de comer en un restaurante con estrellas Michelín. Otra posibilidad sería comprar billetes de tren para ir un fin de semana a Madrid y dar una sorpresa a los niños, o alquilar dos noches de apartamento en el centro de Málaga y pasar el finde entre copitas y museos. También podría renovar las sillas del jardín sin escatimar el precio y comprar unas fuertes, así podría quemar estas que al final no han resultado buenas y se rompen con mirarlas. Podría sacarme un bono de diez masajes en el fisio para descargarme la espalda una vez al mes durante todo el curso escolar. Si optara por comprar abonos para la temporada teatral de El puerto de Santa María, me sobraría dinero para tomar después unas cañas comentando las obras. Con doscientos euros caídos de sorpresa y quemándome en las manos por gastarlos, podría comprar mucho marisco en el espectacular mercado de Cádiz para demostrarle a mi amiga gallega que aquí también puede disfrutar de muy buen material cuando siente nostalgia. Pero no voy a hacer nada de esto porque no soy persona caprichosa y no lo necesito. Siempre hay otras prioridades en el día a día. Lo voy a enfocar de otra manera: si no tuviera que gastarlos necesariamente en un capricho, doscientos euros me darían para comer todo el mes o comprar ropa y calzado para la temporada, llenar varias veces el depósito de gasolina, pagar la factura de la luz… Lo que quiero decir con todo esto es que a lo mejor, está un poco dimensionado, digo yo, con toda modestia, tener que pagar doscientos eurazos para recuperar el coche que se ha llevado la grúa (multa aparte) en Sevilla por haber tenido un despiste de 15 minutos en un lugar donde ni pasaba nadie ni estorbaba. Una de dos, o alguien vive de espaldas a la realidad y se piensa que en este país la ciudadanía nada en la abundancia o nos están tomando el pelo. ¿Soy la única que ve la cantidad desproporcionada?

lunes, 10 de septiembre de 2018

De comienzos y despedidas

Mi personal manera de compensar los cambios vitales que necesitan un reajuste, que acarrean cierta inquietud, es aplacar la ansiedad con alguna actividad física. El final de las vacaciones, cuando la casa ha estado llena de gente a la que quiero, deja un rastro de sábanas usadas, toallas, cosas fuera de su sitio, bolsas sobrantes de las compras que hicieron, restos en el frigo de lo que compramos para ellos… Todo requiere una intervención urgente para retomar la normalidad. No se trata de limpiar el rastro del que se va, es volver a dejar preparada la habitación y la casa para su vuelta. Esta idea me rondaba por la cabeza cuando el domingo leí un artículo de Almudena Grandes en EL PAÍS, “El verano en mi nevera”, y me sorprendió porque también se detenía en el detalle de las sobras, “reorganizo la nevera, saco, meto, cambio, confino en envases propios los restos de comida desconocida que ya no sé quién ha traído.” Ella las usaba como pretexto para hablar de la generosidad de sus amigas, yo, que ando muy sensible estos días, veo en ellas un eco de las conversaciones y las risas que se van apagando casi al mismo ritmo que la casa se reordena y la nevera vuelve a quedar vacía. No me da pereza este reordenar, tratar los asuntos domésticos me ayuda en la transición. Al tiempo que el frigorífico se adapta a las idas y venidas, trato de amoldarme también a las bienvenidas y despedidas. Ayer fue domingo, último día de mis vacaciones, de las que normalmente me despido sin pereza, pero tuve que ir dos veces a la estación de tren a despedir a los míos y eso me desajustó. No me gusta decir adiós, ni a mi gente ni a las costumbres. Me está doliendo este septiembre de cambios cuando la salida de mis dos hijos camino de la universidad me obliga a enfrentarme a la inevitable idea del temido paso del tiempo, de tantos años ya gastados. Que es un reto, que sí. Que es ley de vida y que me voy a adaptar pronto, que lo sé. Pero que por ahora no paro de limpiar, ordenar y acabar con las sobras de la nevera. ¡Feliz vuelta al cole!