He participado recientemente en la Marcha cicloturista por la Vía verde entre ríos, que lleva reclamándose veinte años, ahí es nada. Ha coincidido en el tiempo, desgraciadamente, con dos atropellos múltiples que han tenido lugar en las últimas semanas y que han acabado con tres ciclistas muertos y varios heridos. En ambos casos, la conductora dio positivo en la prueba de alcoholemia. Quizás España no es país para ciclistas, el uso de la bicicleta se convierte demasiadas veces en una actividad de riesgo. Los datos de la DGT apuntan que en los casos de accidentes en los que hay coches involucrados, seis de cada 10 veces el conductor incumple alguna norma o sobrepasa los límites de velocidad. El uso del coche sin responsabilidad se convierte en un arma mortífera y cuando el encuentro es con ciclistas o peatones que, indefectiblemente pagarán el golpe con su cuerpo, mucho más. Pero me temo que topamos con el problema de siempre. Por un lado tenemos un país de pícaros donde saltarse la norma es un deporte nacional y, por otro, falta cultura y educación suficiente como para avanzar hacia posiciones más cívicas. Está claro que para el cafre que va al volante, el ciclista es un pringao que viene a estorbarle el paso; del mismo modo que, para los políticos, los que reclaman carriles bicis son solo una panda de verdes radicales a los que no merece la pena hacer demasiado caso. Así que la marcha de hoy, celebrada por cuarta vez con ciclistas de Sanlúcar, Rota, Chipiona y El Puerto, probablemente no sirva para nada. Pero no me he venido de vacío. He compartido encuentro, carretera y tomates ecológicos con un grupo de ciclistas muy majos, entre ellos uno de 8 años y otro de 82. En los dos veía las actitudes que podrían dar vuelta a la situación: ilusión y respeto. Si se volvieran contagiosas, probablemente ni siquiera harían falta carriles bici. Lástima que por ahora la intolerancia se lleve más que el respeto. Los tiempos no vienen bien dados para ceder el paso. Por desgracia, no somos un país verde, más bien estamos verdes en cultura cívica.
lunes, 22 de mayo de 2017
sábado, 6 de mayo de 2017
Tirar del hilo
Tengo una amiga con la que
comparto lecturas, conversaciones, amores, pérdidas y temores. En esta
inquietud, somos consumidoras más que ocasionales de charlas, exposiciones,
publicaciones interesantes que compartimos en una suerte de comunión
intelectual a la que nos arrojamos buscando estímulos para seguir leyendo,
compartiendo, transmitiendo en nuestras clases. El último hilo del que tirar
surgió de un encuentro en la universidad de Cádiz con A. Muñoz Molina. Lo
entrevistaba su mujer, Elvira Lindo. Son dos de los escritores a los que más fielmente
sigo porque me entusiasma en ellos su trabajo, su sentido común, su empeño en
no perder el contacto con la gente de a pie, muy alejados ambos del
endiosamiento en el que otros muchos caen y, de un modo entrañable, me gusta de
ellos su capacidad para reírse de sí mismos sin tomarse demasiado en serio.
Como suele ocurrir, allí nos encontramos con más amigos cómplices de lecturas y
conversaciones, con lo que, antes de empezar el encuentro, la tarde ya ha
merecido la pena. Y da fruto. La charla, distendida, de trasfondo literario y
social, suelta algunos cabos. A la salida, una tarde de luz plateada y azul entre dos levantes, nos ayuda a fijar y
saborear las perlas recién extraídas. De entre ellas, la cita recurrente en
Antonio de su tocayo Gramsci: frente al “pesimismo de la razón, el optimismo de
la voluntad”, tomado a su vez de R. Rolland. Por mucho que parezca que todo va
mal, que la política, la macroeconomía, la justicia mundial dejan mucho que
desear, la acción concreta puede ayudar a salir de la pasividad, del
escepticismo hacia el porvenir. De una manera intuitiva lo he sabido siempre,
un individuo no puede cambiar el mundo, pero su trabajo individual puede ayudar
aunque sea minúsculamente a mejorar su entorno. Por eso la práctica diaria de
la enseñanza, en la que creo profundamente, me equilibra y me hace feliz. Adoro
esta profesión que me permite hablar con jóvenes y adolescentes, pensar que los
ayudo, leer y comentar textos, ponerme a prueba cada día… Acabo con Gramsci:
“Tomen la educación y la cultura y el resto se dará por añadidura”. Otro hilo,
otra madeja.
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