sábado, 24 de septiembre de 2016

Septiembre

Para muchos, septiembre es una línea difícil de cruzar, casi una amenaza, una espada de Damocles que pendula sobre sus cabezas desde que las grandes superficies adelantan a julio el anuncio de la vuelta al cole. Pero ya hemos avanzado septiembre y es más bien una delicia. Es despedirse del verano saboreando unos días que se acortan pero que son rabiosamente luminosos. Es amoldarse a la rutina como los dedos a las cuerdas de una guitarra, buscando el ritmo. Es un muestrario de oportunidades para engancharse a propuestas nuevas. Las playas están más tranquilas, vuelven a un ambiente más íntimo, de hogar, lejos de las estridencias y el alboroto apelotonado del verano. La gente sigue en las calles y se va despojando de la vorágine vacacional sin prisa. Se quita el verano muy despacio, sin dolor, al tiempo que se desvanece el dorado de la piel. La cartelera cinematográfica se anima con novedades que vuelven a ser interesantes; comienza la temporada teatral con estrenos de calidad alejados unos y otros de los formatos estivales tan cercanos al molde propuesto por la canción del verano. Los niños se tranquilizan y acaban asumiendo el orden de las clases, el deporte, los amigos…  ¡Y la luz! Estos días brillantes, estos domingos tan apetecibles, tan esperados, tan aptos todavía para los paseos, la playa, la sierra, cualquier actividad al aire libre antes de que el cambio de hora nos obligue al repliegue. Septiembre es engañoso desde su nombre, trae un siete en la espalda de su etimología pero juega de nueve, se mueve entre dos estaciones. Es un amago de rigidez que no llega a cuajar. Se lo quiere ver como la puerta del otoño, pero aún defiende su verano. Y se deja querer, solo hay que aprender a mecerse en sus vaivenes, en sus contrastes ¿qué sería de un verano eterno de calores, ocios y abandonos? Solo se valora lo que duele perder. Así, septiembre nos deja saborear lo que el verano trajo y otear el verano que vendrá. Pero no hay prisa, mejor esperar sin ansia. Cuando emprendas el viaje a Ítaca, pide que el camino sea largo…no apresures nunca el viaje… Y en eso estamos, nos amoldamos a otro ritmo aunque añoramos otro verano que se fue. ¡Feliz vuelta al cole!

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Sombra de higuera

Cuando era pequeña, los veranos eran una larga llanura de aventuras que inventar. A los niños el calor seco de Jaén no nos asustaba y en casa hubo que perdonarnos enseguida la obligación de dormir las aborrecibles siestas que necesitaban los mayores. Ganó la lógica: vosotros estáis cansados, nosotros no; vosotros tenéis calor, a nosotros no nos afecta; vosotros trabajáis pero nosotros tenemos vacaciones, no las vamos a desperdiciar durmiendo. Una única norma: no se hace ruido en la siesta, no se llama por teléfono, no se va a casa de nadie. El orden de las estaciones traía inviernos de frío intenso y, con suerte, alguna nevada; la primavera era flores a María y manga corta; el otoño, reencuentro con la rutina ocre de la vuelta al cole y el verano… el verano era ancho, amarillo y seco. En las noches en las que apretaba mucho el calor y salía fuego de los colchones, se abrían las ventanas para hacer corriente y se retrasaba la hora de dormir. En algunas calles los vecinos de casas sin patio continuaban la ancestral costumbre de sacar sillas a la puerta y charlar. Las noches de verano tenían siempre un cielo estrellado con olor a madreselva y jazmín en el que los silencios se hacían mirando la noche. Allí estaba el Carro. Hasta más tarde no sería la Osa Mayor. Como nadie nos contó su leyenda no sabíamos ver en ella a Calisto, la ninfa a la que Hera convirtió en osa por celos y Zeus, para ponerla a salvo de los cazadores, lanzó al cielo… No, no había leyendas griegas en aquellas noches de calor. Sí cierto caos de puertas abiertas, almohadas en los pies, colchones trashumantes en busca de aire. Porque en Jaén no hace viento sino aire, y no tiene nombre, lo hace o no se mueve una hoja. De día la gente salía a la calle solo por necesidad y los domingos se buscaba la orilla de un río o una alberca para sofocar el calor. Todo esto me lo ha traído el Levante de este verano porque me hizo huir a El Bosque y me topé con los domingos de mi infancia. Las sandías enormes refrescándose en el río, las sillitas de playa, las neveras, la sombra de una higuera… Así, el Levante persistente me ha devuelto algo de  Lo que otro viento se llevó.