sábado, 17 de junio de 2017

Pecado verde

Volvía a casa a mediodía cuando en mitad de la carretera estaba soleándose un lagarto verde precioso de cola larga. Como la zona es vía urbana y residencial, no iba muy rápido y, sin embargo, me costó trabajo esquivarlo. Lucía increíblemente bello y elegante con sus colores chillones sobre el gris del asfalto. Temí atropellarlo y destrozar su belleza. Sentí que era yo la que estaba invadiendo su territorio y no al revés, puesto que las construcciones han ido arrinconando las dunas y los pinares. No se le pueden poner puertas al campo, dice el refrán, y creo que dice bien. La intervención del hombre sobre el entorno es siempre artificial y, por tanto, una agresión. Evidentemente no estoy en contra del progreso, pero sí de esa prepotencia pretendidamente humana que da por hecho que somos dueños y señores del planeta y que, por tanto, es lícito que lo utilicemos a nuestro antojo. Cada vez que ese uso se hace sin cabeza, la naturaleza recuerda que ella es la que manda y devuelve en forma de catástrofe un recordatorio del cauce que tenía un río, del movimiento natural de las tierras en una ladera a la que se le ha ido comiendo uno de sus lados…  Oigo con espanto predicciones sobre el futuro en las que se dice, por ejemplo, que el hombre deberá buscar otros planetas para sobrevivir porque en unos años este mundo ya no será habitable. ¿Cómo se puede permitir tal inconsciencia? ¿Cómo es posible que veamos como factibles opciones estrafalarias más propias de una película de ciencia ficción? Estamos a tiempo. No puedo entender que el mundo no reaccione, que los votantes americanos no se echen sobre su presidente para exigirle compromisos con el medio ambiente, que se siga negando el cambio climático, que no se protejan las selvas cuando sabemos que son el pulmón de todos, que no se apueste por las energías limpias… Qué insensible es el ser humano, qué pretencioso y arrogante. Construye terrarios para encerrar  a los “bichos” o incluso se los lleva a casa por capricho, antes de permitir que exista un entorno natural en el que puedan seguir viviendo libres. Qué falta de respeto.

domingo, 4 de junio de 2017

Resaca

Las ferias, se beba o no, dejan resaca. Puede ser cabezona o productiva, resacas espirituales que han bebido conversaciones, risas, colores, olores, sensaciones… que están por asimilar. En feria, uno es más expansivo, se conocen y se recuperan amigos, pero también se estrechan lazos, se aprovecha un tiempo lejos de las carreras diarias que se invierte en gente. Se ahonda en amistades que se van haciendo despacio, como el buen vino, con un grado de maduración que ya lo haría más que apto para el consumo, pero que ilusiona porque promete mucho más. También dejan perlas, como la que escuché al Selu de El Puerto entre pase y pase. Nos explicaba lo difícil de “hacer ferias”. Ahora que cada caseta tiene música en directo se observa que las diferencias entre los artistas son abismales. La misma diferencia que encontraríamos entre una mala salchicha y un buen plato de jamón. La distancia no está solo en saber cantar, está en hacerlo con dignidad y autenticidad. El Selu nos hablaba de lo difícil que resulta concentrarse cuando se oye música disco de la caseta de al lado o sale un borracho a bailar sin tener ni idea, o simplemente la gente sigue comiendo y bebiendo sin escuchar. Él, para no sentirse bufón de la corte, busca con los ojos otros ojos que escuchen y entonces se obliga a sacar lo mejor que tiene para ellos. Por eso no canta alegrías, por ejemplo, porque, para hacerlo bien necesita mirar hacia dentro con una concentración y fuerza que las ferias no permiten. Prefiere no cantar a cantar sin verdad. No se pervierte, se vierte en cada pase. El arquitecto interpretado por G. Cooper en El manantial, con guión de la escritora A. Rand, lo dice así: “antes de hacer algo por la gente, debes ser capaz de hacer las cosas bien, y para hacer una cosa bien, debes amar esa cosa. Mi razón y mi vida es el trabajo mismo, hecho a mí manera”. Es la responsabilidad y dignidad de cualquier trabajo. Hacerlo bien es la recompensa. No traicionarnos para no traicionar. Y esto es así sea cual sea la tarea. Cantar, enseñar, construir, servir cafés, cocinar… Merece la pena escuchar el cante del Selu (J.L.Torres),  ver la película, leer a Any Rand y cultivar amigos. Es mi resaca.