martes, 25 de enero de 2022

Cambia, todo cambia

Jano es el dios de las puertas en el antiguo mundo romano, no sólo en sentido físico, sino vital. Representa los cambios, los pasos y las transformaciones. Simboliza el devenir de la vida, la evolución, y por eso tiene dos caras con las que mira simultáneamente al pasado y al futuro. De ahí viene el nombre de nuestro mes de enero, la entrada al año nuevo en el que confiamos para que cambie de nuestras vidas todo aquello que está desordenado o anda mal mientras echamos furtivas miradas al año que se fue, sabedores de que aún no podemos cerrar esa puerta.

Los ritos y la simbología siempre han ayudado a asimilar los cambios. Más allá de los religiosos, culturales o sociales, cada familia crea los suyos. En la mía reciente fabulamos con el poder de las cosas para unir espacios y tiempos. Así, si hacemos una ruta por la naturaleza en Francia, cogemos un palito que luego arderá en nuestra chimenea en Cádiz en el próximo invierno o nos hacemos una foto en Nueva York en la que sale el cuaderno de viajes que compramos cuando visitamos Venecia. En mi familia de Martos, siempre que el tiempo lo permitía, las celebraciones se hacían en el patio, bajo la noguera que creció con nosotros, y en invierno, para evitar el frío, junto a la chimenea del salón. Hay por ahí una foto en la que sale al fondo esa noguera aún pequeña, casi enclenque, delgada como todos, incapaces de intuir nuestro futuro y el cobijo de su sombra. Creció, como hicimos nosotros. Fue la sombra que cobija, la fuente casi inagotable de hojas secas que acumulábamos para que descansaran los camellos en la noche de Reyes… Se convirtió en una presencia que contaba como un miembro más de la familia.

Somos cambio. La familia creció, perdió a sus miembros fundadores y la noguera, enferma desde hace tiempo, ya no dará más sombra. Quemar ayer en nuestra chimenea de El Puerto uno de sus leños en el día de Reyes ha tenido la fuerza del símbolo. El rito ha transformado el cobijo de su sombra en calor de hogar al que nos agarraremos para enfrentar este año incierto que apenas ahora se estrena.

Estímulos

No sé cómo de extendida está la tendencia a asociar una imagen mental con una palabra, pero a mí me ocurre que hay vocablos que saboreo y pronuncio con gusto por asociarlos con un color o una impresión agradable. No llega al nivel de las personas sinestésicas, aquellas que experimentan sensaciones de una modalidad sensorial particular a partir de estímulos de otra modalidad distinta y ven un color cuando escuchan una nota musical o perciben tacto en su mejilla cuando saborean un alimento, por ejemplo. Se dice que Nabokov, Rimsky-Korsakov y Baudelaire lo eran.

Pero, sin ser sinestésica, me pasa que hay palabras como “burbuja” que me gustan por cómo se escriben, cómo suenan y cómo, al oírlas o escribirlas, percibo una imagen que no es objetiva del todo. Para mí “burbuja” es más una pompa de jabón de brillo iridiscente, como las que encandilan a cualquier niño pequeño, que un globo de aire dentro de un líquido. Pero rectifico, me pasaba hasta ahora. Últimamente la palabra se está desgastando por el uso demasiado frecuente de la expresión “burbuja social”, esas personas que llevan una convivencia estable, que comparten espacio y actividad para disminuir los riesgos de trasmisión del virus. Se evita el contagio, sí, pero las burbujas también nos aíslan socialmente en unos momentos en los que las redes sociales y el actual estilo de vida ya nos había encerrado en cápsulas incomunicadas.

¿Han probado a definir la suya? ¿Qué la condiciona? Por supuesto el sexo, la edad, el trabajo, la raza, la religión, la política o la clase social tienen mucho peso, pero qué más. Prueben a nombrar sus intereses fuera de su burbuja y prueben a hacerlo, además, con gente más joven. Comprobarán que sus referentes musicales, televisivos o literarios resultan absolutamente desconocidos fuera de ella. Incluso las preocupaciones, los temas de conversación, la gente a la que admiran o aborrecen desaparecen cuando se cambia de grupo. Hay quien lo llama zona de confort, sin embargo me empieza a parecer una zona de aislamiento.

Moverse siempre en terreno conocido acaba con la curiosidad. Pinchar las pompas o las burbujas asusta, pero amplía el horizonte y la llegada de nuevos estímulos.