sábado, 18 de junio de 2016

El derecho a la educación

Leo en facebook una noticia con un titular que dice “Profesores pagan las tasas a alumnos sin recursos para que puedan realizar la selectividad”. Por supuesto me conmuevo porque yo misma me he encontrado este curso con alumnos que han renunciado a presentarse o han decidido hacerlo en septiembre para tener más tiempo de estudio (reconociendo que el problema es el miedo a suspender y perder un dinero que sus familias apenas se pueden permitir). Pero intento corroborar que la noticia es auténtica y encuentro que sí y no, es decir, que sí ocurrió pero fue en 2013 en Alicante, donde los costes de examen superaban los 100 euros. La noticia sigue siendo igual de llamativa, pero me hace reflexionar acerca de varios asuntos. Primero, en un mundo con sobreinformación cada vez resulta más difícil acceder a los hechos, perdidos entre un aluvión de noticias directamente inventadas o manipuladas en las redes sociales. Segundo, en un mundo donde internet favorece la expresión del pensamiento cada vez resulta más fácil encontrar comentarios directamente ofensivos en las redes sociales o en los foros de opinión. Digo esto porque, en mi rastreo, me he encontrado con un foro en el que uno aportaba este inteligente comentario: “pues eso es que no les han recortado suficiente” (y otras lindezas por el estilo). Tercero, en un país en el que la enseñanza pública es gratuita, no tiene sentido que los alumnos deban pagar tasas tan altas para acceder a la única prueba que les abre la puerta a la universidad o incluso a los ciclos formativos (en concreto creo que hay un 20% de plazas reservadas para estos casos). En Andalucía el pago es de 88 euros y las únicas ayudas contempladas son para las familias numerosas. Si se le suma que la solicitud del título de bachillerato tiene un coste de 52,52 euros, las familias deben abonar casi 150 euros al final de curso. En un país donde el salario mínimo ronda los 650 euros, numerosas familias solo cuentan con un sueldo (no siempre de jornada completa), y la tasa de paro en Andalucía anda por el 30% sencillamente los números no cuadran. Al menos si pretendemos que la educación sea un derecho real para los ciudadanos  como reconoce la constitución.

sábado, 11 de junio de 2016

Graduación de Secundaria del IES La Arboleda


Buenas tardes, estudiantes, familias y profesores. Soy la madre de Ale y estoy encantada de que me hayan encargado dirigirme a vosotros como representante de las familias gracias a (o por culpa de) la dirección de este instituto en el que habéis pasado cuatro años. Pero no cuatro años cualesquiera, sino años fundamentales de crecimiento personal. Personal y físico, claro, no hay más que miraros. Hoy resulta complicado reconocer en vosotros a los niños que cruzaban la puerta con prisa, nervios y miedo los primeros días de instituto. Hay que rebuscar entre los trajes, los tacones, las corbatas, los vestidos largos, el maquillaje, los recogidos… para encontrarse de nuevo con las caritas infantiles, con los cuerpos delgaduchos o los mofletes redondos, con la plastilina que eran vuestros cuerpos antes del proceso de cambio. Porque habéis sido como plastilina y, aunque en algún momento pueda haber parecido que el que la manejaba no era muy experto en el arte del modelado, (cuando se estiraban los brazos y los pies, se agrandaban las narices o se descompensaban las caderas), al final aquí estáis, a punto de completar vuestra metamorfosis, guapotes y arreglados, convertidos ya en personitas dispuestas a comerse el mundo. O al menos, el instituto. Porque aunque la vida toda es un cambio, un pasar de una etapa a otra, hay cambios que se producen suavemente, son más bien un deslizarse suave entre los años, pero otros, como este de la adolescencia, son más bien un portazo, un desprenderse brusco de la niñez como de la ropa vieja cuando aún no se ha abierto la siguiente puerta de la juventud; es sentirse en tierra de nadie, perdidas las referencias, los gustos, los amores de antes; es tratar de afianzar las actitudes, buscar un estilo, una forma de moverse, de mirar, de sonreír, de firmar, de peinarse… Apuntan las rebeldías, los conatos de ser otro sin entender muy bien quién. A veces ha costado seguiros en estos cambios, equilibrar las reglas y las libertades, acompañaros soltando la cuerda lo justo para que encontrarais el nuevo camino sin que se perdiera todavía el de vuelta a casa. Pero puedo decir que lo hemos llevado bastante bien. Habéis tenido la suerte de contar con un instituto familiar en el que todos sois conocidos por todos, desde las conserjes, que son amables y encantadoras, hasta el director, pasando por los profesores y el orientador. Todos volcados en haceros esta etapa fácil e interesante; todos implicados en acompañaros en la difícil tarea de la maduración. 
Por eso, llegados a este momento de la graduación, las sensaciones de todos nosotros son contradictorias:
- Las familias somos conscientes de que los niños que acompañábamos a la puerta y entraban rápido intentando pasar desapercibidos, son estos adolescentes de ahora que están aquí elegantemente vestidos de mayores. 
- Vosotros, habéis pasado otra vez a ser los grandes, los que pisan fuerte por el instituto, los que cada día de este curso habéis remoloneado en la puerta apurando la hora de entrada mirando con suficiencia a los nuevos alumnos de 1º mientras comentabais como viejecitos ya de vuelta de todo, ”¡Qué pequeños son los niños ahora, nosotros no éramos así!”.
- Y vuestros profesores tienen hoy “el corazón partío” entre la satisfacción de despediros y la pena de dejar marchar a unos alumnos que ya estaban hechos al centro y formaban parte de él. ¿Conocéis el mito de Sísifo? Estaba condenado a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso y Sísifo tenía que volver a empezar. Es un mito para explicar lo terrible de realizar un castigo inútil y sin esperanza, repetitivo. Bueno, pues los profesores luchan por no caer en él cada final de curso pero lejos de desanimarse al ver partir cada promoción que termina y vuelta a empezar, intentan ver esperanza en los que os vais porque, una vez sacada del horno la nueva promoción, en su punto exacto de cocción, tienen que volver a empezar con otra que tiene exactamente la misma edad que vosotros teníais, aunque ellos serán ahora cuatro años más mayores. 
Dejadme que os lo diga con palabras de Vicente Aleixandre, un autor del 27 que habéis estudiado este curso, en un poema que se llama “Adolescencia”:

“Vinieras y te fueras dulcemente,
de otro camino
a otro camino. Verte,
y ya otra vez no verte.
Pasar por un puente a otro puente.
El pie breve,
la luz vencida alegre.“

Así hablaba él de la adolescencia, y así os quiero despedir en nombre de todos: pasad de un camino a otro camino, de un puente a otro puente, dulcemente; seguid creciendo bien, nosotros vamos a seguir a vuestro lado.

sábado, 4 de junio de 2016

La vida entre dos aguas


 Por mucho que haya aumentado la esperanza de vida en esta parte del mundo, por mucho que se haya alargado la adolescencia y juventud, por mucho que nos queramos convencer de que los 40 de ahora son los 30 de antes, los 50 los 40 y así…Llega un momento en que uno se encuentra en esa edad en que sabe que se ha convertido en sus padres. Incluso aunque actúe y piense diferente. La genética está ahí y los años hacen que aflore el parecido porque tienen la crueldad de ir arrebatando poco a poco la pátina de juventud y lozanía que enmascaraba la presencia de los ancestros. Además, cuando se es más joven, el parecido es algo ajeno que ven los demás, o que tú mismo intentas apreciar a través de las fotos en las que tus padres eran unos jóvenes desconocidos. Pero, de pronto (porque la llegada de la madurez siempre nos parece repentina) tú mismo te miras al espejo y ves en él a tu padre, a tu madre. No los de las fotos, sino los que tú ya puedes recordar. Es una edad en la que, si tienes hijos, inevitablemente se han convertido en quien tú te recuerdas siendo, cuando braceabas para apartar los últimos rescoldos de la niñez e intentabas hacerte valer como adulto, aunque aún necesitaras desesperadamente a tus padres. Es un momento terrible y a la vez hermoso. De un lado tus padres, vivan o no, mostrándote el camino que te espera, y de otro tus hijos intentando ocupar el camino de donde vienes. Estos días son días de fiesta en los institutos, los alumnos de último curso se nos van. Son la puesta de largo de nuestros niños y los despedimos con honores porque nos sentimos orgullosos de ellos. Los hemos visto madurar, hemos intentado encauzar su rebeldía y les decimos adiós ahora que podríamos establecer con ellos una relación de adultos, hacerlos nuestros amigos. Este año no solo los despido como profesora, también mi hijo cruza la frontera. Veo en su mayoría de edad el vértigo de lo que deja y lo que espera, de lo que dejé y esperé, de lo que intenté mostrarle y compruebo que ha asimilado con creces. Me encanta quien es,  no hubiera sido capaz de imaginar alguien mejor, sé que puede caminar solo, pero sé también que hoy despedimos su infancia. Se quema una etapa más.