sábado, 11 de diciembre de 2021

Ilusión quebrada

 

Mientras se cabalga ya sobre la sexta ola de la pandemia y se teme que aumente de nuevo la presión hospitalaria, como ya ocurre en otros países, quizás estamos pasando por alto la atención a nuestros adolescentes. Tras dos cursos irregulares en los que las clases se cortaron o se hicieron semipresenciales, se constata en este tercer curso que las consecuencias derivadas de la pandemia han pasado factura.

Por una parte, la carencia es, lógicamente, académica ya que al bajar la presión sobre el alumnado (directrices generales que se dieron para facilitar la situación) bajó también la asimilación de materias. No hablo de memorización, los datos están ahora al alcance de cualquiera en internet, sino de la falta de aprendizaje que se consigue con la interacción constante entre el trabajo individual (en casa) y el colectivo (en clase). Dos cursos más tarde, el enfrentamiento a niveles académicos superiores pone sobre el tapete que vuelve aumentada la presión, al tiempo que escasea una base bien asentada.

Por otra parte, la socialización ha sido mínima en unas edades en las que la identidad se construye gracias y a pesar del grupo, en las que aparecen las fiestas, se exploran nuevas amistades, se tontea con el primer amor… Años en los que las excursiones provocan encuentros diferentes entre colegas y se descubren mundos en los que apetece profundizar. Años, en definitiva, cargados de estímulos que han desaparecido de golpe.

Pero es que, además, han recibido constantes mensajes que les reprochaban su imprudencia e insolidaridad cuando lo cierto es que, aunque se hayan producido excesos, como en todas las franjas de edad, en general se han seguido las normas y se ha sufrido la privación del trato con la familia y los amigos. En realidad, no ha habido ni siquiera la oportunidad de sacar los pies del plato.

Evidentemente no hay culpables, pero observo que nuestra adolescencia se siente desatendida y desengañada. Me duele constatar una falta de ilusión impropia de los 16 y 17 años.

Con la autoestima por los suelos y una nube de incertidumbre sobre sus cabezas, me temo que debemos prestarles mucha atención o los perderemos.

Diálogo

Dos personas manifiestan alternativamente sus ideas o sus afectos. Se escuchan. Y entonces se produce la empatía, la posibilidad de entenderse. Parece muy sencillo, pero no es fácil mantener un diálogo. Mucho menos escucharlo en los medios. Por eso me gustan cada vez más las entrevistas de Ricardo Moya en YouTube. El nombre del programa es “El sentido de la birra, charlas para una inmensa minoría”. Se cita con alguien en un bar, una cafetería, una librería... y, mientras se toman una cerveza, dialogan. Habla más el invitado porque Ricardo, que es también músico y humorista, y que se ha preparado muy bien el encuentro, sobre todo escucha. Tiene las entrevistas clasificadas con etiquetas tan interesantes como “Hazme pensar”, “Para reírme un rato”, “Mi vida es la música”… Los entrevistados son muy variados, músicos, científicos, filósofos, gente de la tele, humoristas… Duran más de una hora. No hay prisa. Nunca se hacen largas. Con la de Piedrahita tuve la sensación de que me podría quedar toda la tarde escuchando a este hombre.

Creo que el éxito del formato es precisamente lo inusual que resulta ahora que dos personas se sienten juntas a escucharse de verdad. No me refiero a que una se quede callada mientras la otra habla esperando el turno para intervenir y soltar un discurso preparado, casi siempre vacío, ni a que haya interrupciones constantes llenas de gritos o salidas de tono. Me refiero a una charla amable, profunda, calmada, donde poder explicar los pensamientos, las ocurrencias, el origen de ciertas historias…

Si recuperáramos el diálogo, estoy segura de que nos iría mejor. Podríamos entendernos, ayudarnos, apoyarnos. Habría menos gente sola, volveríamos a creer en la política, confiaríamos en el diálogo social… Vale, me he venido arriba. El remanso de paz de “El sentido de la birra” me ha devuelto por un momento la fe. Y eso que yo ni siquiera me estaba tomando una cerveza.


lunes, 1 de noviembre de 2021

Actores

Al comprobar el efecto que ha tenido el vídeo “Ateo” de C. Tangana y N. Peluso, tengo la sensación de que la sociedad actual se comporta como los actores de una película mala en la que al argumento se le ven los “mimbres”, cada uno reacciona ante los hechos respondiendo a un maniqueo papel asignado.

Digo esto porque todo parece un montaje destinado a ganar seguidores a toda costa. Cada nuevo vídeo del álbum ha sido estudiado al milímetro para conseguir fascinar, conmover, provocar… El éxito estaba servido. En la promoción de “Ateo”, nada es casual, no hay más que ver las referencias mitológicas a Perseo y Medusa, utilizadas al revés para conectar con el movimiento de “empoderamiento” de la mujer; la elección de la catedral de Toledo por sus sugerentes pinturas; las referencias televisivas con los cameos… Da la sensación de que el único de esta función que ha actuado desde la ingenuidad ha sido el deán de la catedral, quien realmente no vio un problema en la letra ni en la grabación de la canción dentro de la iglesia.

La supuesta provocación viene por mezclar erotismo y elementos religiosos. Realmente la fusión no es novedosa, se suma a una larga tradición en nuestra literatura en la que se ha usado el lenguaje amoroso para hablar de amor divino (San Juan de la Cruz, Sta Teresa de Jesús…) o se ha tirado de vocabulario religioso para el amor humano (La Celestina, Garcilaso…) En cuanto a lo visual tampoco veo el escándalo, ya que para la actual forma de bailar en las pistas, los movimientos de Nathy Peluso resultan casi recatados. Y por lo que respecta a su cacareado desnudo, conviene recordar que aparece pixelado.

La polémica refleja el actual momento de crispación en que nos comportamos como decía al principio como actores representando un papel. El artista provoca porque sabe que las redes reaccionan; la iglesia más retrógrada y carca sale al quite para contentar a sus seguidores más extremistas… La polémica está servida, el éxito asegurado. La campaña publicitaria corre sola gracias al ruido de las redes y la reacción del obispo, haciendo dimitir al deán, no ha hecho más que empeorar la situación. O mejorarla pensarán los productores frotándose las manos.


sábado, 16 de octubre de 2021

David contra Goliat

Escribo al final de una de esas semanas que se estiran como un chicle. Ocio y trabajo de la mano mientras se apura la sensación de verano antes de que el cambio de horario cercene las tardes. El puente del Pilar, con cifras de contagios muy a la baja, ha resultado tentador. Por fin, nos hemos decidido a escapar. Pasar un par de días en Madrid ha sido reconstituyente, una prueba de fuego, un atisbo de vuelta a la normalidad. Inevitable pensar en el puente de Andalucía de 2020, cuando también estuvimos allí en el último viaje antes del confinamiento, con mascarillas que empezaban a asomar igual que nuestro desconcierto. Cuesta volver a confiar, atravesar calles abarrotadas de gente; tomar una cerveza de interior rodeados de grupos que hablan, beben, ríen; compartir brazo de butaca con un desconocido en teatros sin reducción de aforo; hacer planes; visitar una exposición en El Matadero; disfrutar en el Mercado de motores con las propuestas ecológicas, naturales y sostenibles. Hablamos allí con los productores. Nos encantó el encuentro con una de las 5 mujeres detrás de Muuhlloa, el laboratorio gallego de cosmética que apuesta por una red de empresas apoyadas en la materia prima y las factorías del entorno. Imposible no compartir su pasión, su valentía, su filosofía de vida. Admirable la fortaleza con la que buscaron alternativas cuando Fenosa les dijo que no les llevaban la electricidad si no se iban a un polígono. ¿A un polígono? Trataban de luchar contra la España abandonada, de apostar por los negocios de cercanía. ¡Con qué ilusión nos mostraba las fotografías de la preciosa granja sumergida en el paisaje gallego!

De vuelta a casa, el optimismo nos acompaña con cifras de contagios cada vez más bajas (¿servirán para callar a los negacionistas?). Respaldados por ellas, nos sumaremos a las propuestas locales. Hoy sábado, comida solidaria de Amal Esperanza en el patio del Matadero viejo; mañana domingo, Marcha Rosa en Los Toruños y Mercado artesano y agroalimentario de productores de la comarca. Todas ellas apuestas valientes, idealistas, de anónimos David contra monstruosos Goliat. Feliz disfrute arropados por la preciosa y cálida luz de otoño.

sábado, 2 de octubre de 2021

Sin contención

 

Animales de costumbres. He oído muchas veces esta expresión, aunque no siempre he tenido conciencia de hasta qué punto es cierta. La rutina hace más fácil el trabajo, el ejercicio físico, el estudio. Hasta aquí todo bien, lo que no esperaba es que la repetición de rutinas, la ausencia de estímulos consiguieran también dejar de lado lo que apasiona y conmueve. Hemos estado año y medio aletargados, nos acostumbramos a una vida de bocas tapadas en la que, si no se asumían riesgos, se podía acabar aislado, alejado del contacto físico, un flotar sin más. Hemos acallado miedos y deseos. De golpe nos desprendimos de la calle y los encuentros, de los viajes, de la diversión de hacer planes. Cuando se volvió a entreabrir la puerta, asumimos que la espontaneidad estaba descartada, que se podían hacer poquitas cosas y estas bajo control extremo. Aprendimos a reservar para todo, a contar cuánta gente había en una tienda antes de entrar, a hacer colas en la acera, incluso a pleno sol. Nos acostumbramos a prescindir del tacto, a huir de las muchedumbres, a salir poco.

Ahora se empieza a hablar de normalidad, de acabar con los límites de aforos y horarios. Cuesta creérselo. El hábito ha hecho mella y sigue hablando de prudencia, de contención de “y si...”. El mismo acto de quitarnos la mascarilla en algunos ambientes nos vuelve a dejar desnudos, probablemente ya no somos los de antes. Se ha perdido tanto...

La noche del miércoles estuvimos en el centro en una Jam session. Confieso que me lo pensé un poco antes de ir a un local cerrado, y encima entre semana. Pero estar entre amigos bebiendo una cerveza y escuchando buena música fue tan novedoso, nos trajo una alegría tan inesperada, que casi no nos atrevimos a creer en ella. Se abre un claro, puede que sea solo un paréntesis, quién sabe, pero la música trajo la esperanza, el deseo vivo después de tanto letargo, las ganas de tirar abajo la puerta de tanta contención.

miércoles, 29 de septiembre de 2021

Aburrimiento

 

Me ronda por la cabeza una idea que escuché en la radio hace unos días. Creo que fue en La Ser, pero no recuerdo el programa ni el colaborador. Sí recuerdo esta afirmación: “aceptar la pereza, ser muy vagos, es necesario para la creatividad”. Al parecer, pasar tiempo sin hacer nada es tan productivo como estar a la búsqueda de una idea genial de una forma activa. Se nombraba a Google como empresa pionera a la hora de sacar partido a la creatividad de sus trabajadores. Para alejarlos del estrés, parece que durante el 2020 decidieron darles el viernes libre. "Por favor, tómense el día para hacer lo que necesiten por ustedes mismos". "Nos gustaría que se tomaran este tiempo libre juntos como un equipo para permitir mejor el desapego como comunidad global".

Como no soy una persona perezosa ni sé aburrirme, me preocupé, claro. ¿Y si estoy perdiendo posibilidades de ser creativa por mi manía de no estar sin hacer nada? Esto me llevó, lógicamente, a hacer una búsqueda más profunda sobre esta idea.

Por una parte he descubierto que hay una razón evolutiva. Cuando nuestros antepasados dedicaban casi todo su tiempo y energía a conseguir alimentos, eran los escasos momentos de sedentarismo los que permitían ahorrar fuerzas, los que producían estímulos claves para la supervivencia y resultaban atractivos para el cerebro.

La búsqueda del significado de la palabra aburrimiento, me llevó a la segunda aclaración. Aburrirse es estar falto de estímulo, diversión o distracción y es ese no hacer nada y padecerlo lo que, como vienen defendiendo los pedagogos, beneficia el desarrollo y potencia muchas cualidades, además de la creatividad. “El aburrimiento significa que no hay algo concreto que hacer en un momento determinado. Es la oportunidad para potenciar cualidades como la curiosidad, la alegría y la confianza. Sin normas de por medio, el niño va desarrollando sus reglas, explora, crea. Todo gracias al aburrimiento”, explica el pedagogo J. Gamero.

Pues eso, feliz otoño en el que les deseo los suficientes momentos de aburrimiento como para provocar que les surjan las mil maneras de salir de él, les fluyan ideas nuevas o encuentren soluciones a sus problemas.

domingo, 5 de septiembre de 2021

El día después

 


Algunas veces lo difícil es arrancar, encontrar una nueva motivación, marcar un rumbo. Intuyo que para la salud mental se necesita tener pendiente algún proyecto. No me refiero ahora a los vitales ni a los utópicos como salvar el planeta o luchar por un mundo más justo o más pacífico; pienso más bien en tareas a corto plazo, sin mucha trascendencia. Quizás ordenar un armario, ponerse en forma para una carrera, ir a la biblioteca a por un nuevo libro, entregar un trabajo, proyectar un viaje, aprender a cocinar, un idioma, quedar con amigos… 

Porque qué se hace, si no, el día después de unas fantásticas vacaciones, de un viaje en el que todo ha ido bien. Cómo es cuando acaba el reencuentro con viejas amistades o el fin de semana de celebración familiar tras mucho tiempo sin verse. Cómo se retoma después de una despedida dolorosa, de la cena en la que se proyectó tanto, del concierto de tu vida; qué se hace después de todos los adioses; cómo se continúa al día siguiente de una muerte cercana.  

Yo confío mucho en la rutina de las acciones mecánicas, mover el cuerpo para que no se pare el corazón y la mente estalle. Prohibido el sofá que invita a las melancolías, mejor empezar por recoger la ropa sucia, un poco de limpieza, alguna compra necesaria, la escritura de la columna que quedó pendiente… Luego ya se puede añadir un poco de actividad física, una salida en bici, un baño en la playa si el tiempo lo permite, un partido de lo que sea. Lo importante es no dejarse llevar por el vacío hasta que el engranaje vuelva a funcionar y de pronto nos encontremos otra vez proyectando el futuro. 

No quiero contradecir a Lennon (“life is what happens while you are busy making other plans”). Defiendo vivir en lo pequeño, disfrutar y apreciar lo que se tiene, no dejarse la piel en planes probablemente irrealizables, pero estoy convencida de que hasta la vida más monástica necesita una tarea pendiente para no pararse y dejar que la existencia la arrolle. 



Estoy en ello, escribo esto el 1 de septiembre después de una noche preciosa que supo a despedida, del inevitable recuerdo de quien se me fue hace ahora dos años, de las nubes que se empeñan en promocionar el otoño.


miércoles, 4 de agosto de 2021

Diversos

 

Si hay un programa que trabaja por la identidad europea es Erasmus. La oportunidad de nuestros jóvenes de moverse por el continente y conocer estudiantes de otras culturas hace que se sientan parte de un todo mucho mayor que la patria chica de la que proceden. Pero no solo universaliza y agranda los límites más allá de la identidad nacional. Encontrar fuera de España a compatriotas minimiza las diferencias y propicia el conocimiento, la curiosidad por el otro. Favorece un encuentro en el que se derriban con normalidad las fronteras del terruño.

Nosotros hemos tenido estos días en casa a una pareja que nuestro hijo conoció en Suecia. La convivencia europea les brindó a una vasca y un valenciano un terreno neutro en el que surgió la oportunidad de conocerse y gustarse. En las conversaciones de sobremesa que hemos tenido, ha surgido, entre otros, el tema de la lengua. Ambos comentaban que habían tenido problemas para escribir y utilizar el castellano cuando salieron fuera de su comunidad autónoma para estudiar. Ella no conocía los tecnicismos básicos en matemáticas tales como “elevado a”, por ejemplo. Él confiesa que tenía dificultades para escribir sin faltas de ortografía.

A mí me parece que no enfocamos bien el problema del bilingüismo. Hacemos mal en convertirlo en un arma política arrojadiza. No tiene sentido que los planes de estudio reduzcan el castellano a una asignatura anual, como tampoco lo tiene que consideremos que quien se expresa en una lengua materna diferente a la nuestra es un enemigo a batir. Las lenguas son riqueza cultural, patrimonio de todos. Pero es necesario garantizar que las dos lenguas se asimilan en igualdad de condiciones. Cualquier otro planteamiento supone una desventaja para el ciudadano, que se verá en la tesitura de tener que priorizar una de ellas en cada momento.

Que nuestros jóvenes se muevan por Europa sin complejos es un logro irrenunciable. Que las universidades ofrezcan proyectos multiculturales en España y fuera de ella hace mucho más por la unidad nacional que cualquier programa político. Que María use con naturalidad el euskera para jugar con nuestra perrita gaditana es un precioso símbolo de convivencia cultural.


sábado, 10 de julio de 2021

Cicatrices


 Siempre me ha gustado construir y reparar. El caso más absurdo que recuerdo es cuando, de pequeña, a la mañana siguiente de haber pasado una tarde frenética con unos amigos, fascinada por el recién descubierto Monopoly, intenté ingenuamente hacerme uno a partir de papeles y acuarelas. Resultó un fracaso, claro, pero me sigo reconociendo en aquel empeño de elaborar y arreglar. Encuentro un placer especial en el trabajo manual ya sea la masa de una pizza, la tapicería de unas sillas, la confección de unos cojines o un poco de jardinería.  Sin embargo, reconozco que también me fascina elegir y estrenar una pieza nueva. La relación que mantenemos con los objetos, la forma en que arreglamos nuestros hogares, dice mucho de quiénes somos. A mí me resulta casi impensable vivir en una casa de frío diseño minimalista, como tampoco soportaría una  barroca llena de pomposos muebles de anticuario. Necesito un equilibrio entre lo nuevo y lo viejo que actúe de puente entre la persona que fui y la que seré. Para conseguirlo me ayudo de unas pocas piezas familiares llenas de historia común que me acompañan como si siguiera rodeada de los seres queridos a los que pertenecieron. No es que crea que los objetos deban perdurar en el tiempo o incluso sobrevivirnos, me produce una tristeza inmensa pensar en la casa repleta que hay que desmontar cuando sus habitantes han desaparecido, pero sí creo en mantener algunos objetos del pasado como hilo conductor que nos recuerda quiénes fuimos. 

Ahora que hay una seria llamada de atención contra el absurdo usar y tirar de estos años, me encanta que se vuelva a la filosofía detrás del kintsugi, el arte japonés de reparar lo dañado. Es una técnica centenaria que surgió para recuperar la cerámica rota. Se unen los fragmentos mediante un barniz espolvoreado con oro para conseguir restablecer la forma primitiva. Así, en lugar de ocultar la unión, se realza y da belleza a la cicatriz. Esta forma de restauración es toda una filosofía de vida. Todos somos seres dañados, todos tenemos cicatrices, se vean o no, todos tratamos de construirnos a partir de lo que se nos rompe. Las cicatrices nos hacen únicos. Hablan de nuestra resistencia.

domingo, 30 de mayo de 2021

Volver para avanzar

 

Hay una tendencia a confundir evolución, progreso y modernidad con asumir una espiral de consumo y alejamiento de estilos de vida tradicionales. Sin embargo, alejarnos de quienes fuimos suele traer consecuencias vitales catastróficas.

M. Vázquez, entrenador, profesor de ciencia del entrenamiento y autor de blogs sobre salud defiende que “nuestra genética no ha cambiado en 40.000 años, y sin embargo hacemos y comemos cosas muy diferentes a nuestros ancestros”, es decir, tenemos un cuerpo diseñado para la actividad y el movimiento, pero usado para el sedentarismo. Esta misma afirmación se podría trasladar a ámbitos sociales como el hacinamiento en grandes ciudades sin contacto con la naturaleza o el agotamiento derivado de la carga excesiva de trabajo y actividades programadas para el ocio.

Si algo bueno ha traído la pandemia, ha sido el descanso que se ha dado a la naturaleza y a nuestros niveles de estrés con cielos más azules, aguas menos contaminadas, un descenso en accidentes de tráfico y criminalidad… En el primer mundo rozamos la vuelta a la normalidad, pero no creo que retomarla por completo sea una buena idea. De hecho, ya hay muchas familias mejorando sus viviendas, planteándose una vuelta al campo o frenando su actividad febril. Y deberíamos aprovecharla para apostar de lleno por el medio ambiente. Los recursos no son inagotables, llevamos años hablando de las 3 R (reducir, reciclar, reutilizar) y, sin embargo, avanzamos muy poco hacia esta economía circular.

El mundo de la moda es uno de los acusados por su generación de residuos, el enorme gasto de agua en la producción y las terribles condiciones de fabricación en el tercer mundo. Volver a los arreglos de ropa; usar la creatividad para combinar prendas nuevas y antiguas; comprar materiales de más calidad y más duraderos; poner de moda, como ya se está haciendo, la venta de mano; pasar la ropa entre hermanos o amigos... son algunas de las iniciativas propuestas. Puedo asumir incluso el anglicismo si con él ponemos de moda una nueva lógica en la manera de consumir, volquémonos en el “upcycling”como ya se hacía en las casas de nuestra infancia. Lo nuevo, no siempre es lo mejor.



martes, 18 de mayo de 2021

Carencias

 

 Hace poco Florentino Pérez hizo unas sorprendentes declaraciones acerca de que los jóvenes de entre 16 y 20 años ya no se interesan por el fútbol porque se aburren. Carlos Cantó, experto en patrocinio deportivo, dice que “no ven un partido completo, pero ni de fútbol, ni de tenis, ni de nada. La capacidad de atención ha menguado; prefieren ver retos, resúmenes, 'highlights', entrevistas y los mejores goles". Cierto que la preocupación de Florentino y la mía no van en el mismo sentido, él mira por el negocio y yo por la educación, pero compartimos un temor: las generaciones más jóvenes, criadas con un móvil en la mano y acostumbradas al ritmo de los videojuegos y el minuto de TikTok, tienen problemas para concentrarse. Si añadimos que el estar aislados de la familia con una pantalla en la mano hace que cada vez hablen menos con los adultos, que no lean con ellos ni vean juntos un programa de televisión que luego podrían comentar, la conclusión es bastante obvia: no solo pierden capacidad de concentración, sino que cada vez manejan menos vocabulario. No me refiero a términos cultos, sino a términos hasta ahora usuales que no han oído ni leído porque no se han cruzado en su camino. Es la pescadilla que se muerde la cola: no leen porque ni se concentran ni entienden lo que leen y, por tanto, cada vez lo hacen menos porque les aburre. Y la consecuencia es terrible, no es que no entiendan una novela o un poema, es que no entienden el enunciado de una actividad.

Los niños son esponjas, lo que se aprende en la niñez permanece, pero si los dejamos a solas con una pantalla, no los ayudamos en su proceso educativo. No me refiero solo a los valores, que también, sino a la transmisión oral de la cultura, a la adquisición del idioma. Recordemos que, al llegar a la juventud, deberían poder reconocer unas 25.000 palabras. ¿Cómo esperamos que adquieran ese vocabulario?

Lógicamente, no estoy en contra de los dispositivos, sino del uso y abuso en edades en que se debería prestar más atención al intercambio oral y personal. Si no atendemos a lo que está pasando, me temo que toda una generación adolecerá de déficit de atención y de problemas de expresión oral y escrita.

domingo, 2 de mayo de 2021

Sin eco

 

No creo ser la única en tener la sensación de vivir en una continua campaña electoral. Generales, autonómicas, municipales, europeas... A veces me sorprende el anuncio de que en unas horas empezará ese, aparentemente delimitado, período del que tengo la sensación de no salir nunca. Da igual que la lucha sea por Madrid o Barcelona, lo cierto es que las ridiculeces que los políticos están dispuestos a hacer o decir en campaña nos persiguen hasta el último rincón en el que pretendamos escondernos. La consecuencia se me antoja peligrosa: la población, harta de sandeces, deja de creer en la política, se abstiene en las urnas y acaba afirmando que todos son iguales.

Me temo que la culpa está repartida porque ¿qué esperamos ahora de un político? Tengo claro lo que espero yo, que no pinto nada, pero quienes están detrás parece que buscan a quien sea capaz de crear mayor ruido mediático. Lo imagino como el casting de un reality show donde no tiene futuro la discreción incapaz de generar titulares. Y me parece que los medios de comunicación son parte del problema porque, asustados ante el temor de verse relegados, intentan competir y acaban haciendo eco a esas mismas voces disonantes que solo gritan y divulgan hechos falsos, datos sin contrastar, mentiras en definitiva. La búsqueda de la audiencia, la competencia con las redes está dejando de lado las ideologías y los programas electorales.

Dudo si es torpeza o si se trata de una decisión consciente, pero corren en busca de un titular  llamativo, escabroso, polémico, cualquier disparate que enganche al ciudadano perdido y le haga caer en el anzuelo de uno de estos medios tradicionales que temen ahora desaparecer. Y con razón. Yo también tengo miedo. Por mucho que sepamos que no son objetivos y que conocen formas evidentes de manipular, sabemos también que tienen límites, que conocer la misma noticia de dos medios diferentes nos permitirá acercarnos a la verdad haciendo una especie de media mental. Pero no sé que haremos si radios y prensa pierden su fuerza, su sentido de medios serios y todos se vuelven definitivamente amarillistas. Por favor, un poco de cordura para quitar el foco de quienes vienen solo a provocar.



 

sábado, 17 de abril de 2021

Condena al olvido

 

El cambio de perspectiva es un ejercicio sano que permite salir del pensamiento circular y repetitivo en el que habitualmente nos movemos, enfocar desde otro ángulo; posibilita entender al otro poniéndose en su lugar. Luis Piedrahita, cómico, mago, escritor al que admiro, dice que cuando se siente ofendido por alguien o cree que lleva razón, se plantea “¿y si el idiota soy yo?”. Entonces se pone en el papel del otro y asume que está equivocado. Como todos sabemos, éste no es un ejercicio que se practique demasiado ahora que todo el mundo pretende ridiculizar al que, como un estúpido, no ve “su verdad”. A mí me gusta porque posibilita la empatía y muestra el reduccionismo que supone parapetarse tras un único enfoque. Lo hago también para escapar del aburrimiento: subir una colina para mirar el paisaje, acceder a la playa por una entrada diferente, observar la ciudad desde los pilares de un puente.

El sábado pasado, asistí a una jornada que empezaba subiendo al punto más alto de la Sierra de San Cristóbal para mirar el paisaje desde arriba tratando de imaginar cómo fue en época fenicia. El lujo era hacerlo a través de las palabras del catedrático de prehistoria Diego Ruíz Mata quien nos explicaba con pasión su proyecto de hacer un Parque Cultural arqueológico-lúdico para fomentar un turismo de excelencia que saque a El Puerto de la actual situación de estacionalidad. Así, desde arriba, borrábamos Valdelagrana y la sustituíamos por el mar; veíamos el antiguo puerto a nuestros pies; imaginábamos la bodega completa más antigua del mundo; las cuevas cantera; la ciudad fenicia rica y próspera bajo el tell que ahora esconde las capas superpuestas de lo que fueron siete ciudades; las tres murallas defensivas… Su teoría es que los romanos castigaron la ciudad con la condena al olvido por el apoyo prestado a los cartagineses durante la II guerra púnica. Esta damnatio memoriae dejó la ciudad asediada, saqueada y abandonada. Nunca imaginaron los romanos hasta qué punto esta condena se convertiría en una maldición de la que no puede escapar la que probablemente fue “el motor de la formación de Occidente.Suerte a Ruíz Mata en su rescate del olvido y la desidia.

sábado, 20 de marzo de 2021

Bulos y miedo

 

Las noticias de la reactivación de la ruta canaria deja dramas personales inimaginables: un fallecido que viajaba con su mujer en avanzado estado de gestación, niños pequeños con hipotermia severa hospitalizados en un estado crítico, desesperación a unos niveles tan elevados que se superpone al miedo de cruzar el estrecho en condiciones terribles. Mientras tanto, leo que los inmigrantes que quedaban instalados en hoteles serán trasladados a campamentos y las plazas hoteleras “quedarán libres” para el turismo. Circuló un vídeo con personas negras en una piscina y la afirmación repetida de que los “ilegales” disfrutaban de vacaciones pagadas en hoteles de lujo.

Es cierto que Migraciones llegó a acuerdos con establecimientos hoteleros vacíos por la pandemia cuando la situación se desbordó. Francia y Reino Unido también necesitaron recurrir a hoteles para alojar a migrantes y refugiados. Fue necesario aclarar en los medios que la “gran mayoría son apartamentos extrahoteleros sin ningún tipo de lujo para los huéspedes” y que, "no se les deja utilizar las instalaciones comunes como, por ejemplo, piscinas" en los casos en los que existan. Se demostró que el vídeo era falso y las imágenes correspondían a "una excursión de hace tiempo con educadores" de menores inmigrantes. Pero eso ya da igual, los desmentidos nunca tienen la misma repercusión y eso lo saben muy bien quienes usan las redes para desinformar y crear un determinado estado de opinión. Nunca ha sido tan fácil, cada usuario tiene en su teléfono la posibilidad de reenviar cualquier cosa sin contrastar que alcanzará una difusión mucho mayor de la que puedan llegar a tener medios más fiables. Estamos desprotegidos.

Al mismo tiempo, esta semana coincidía en la frutería con un señor senegalés que se asomaba tímidamente con su cargamento de gafas y abalorios para preguntar si tenían algo barato. La dueña le quiso regalar una bolsa de manzanas y plátanos que no aceptó hasta que no dejó un lote de calcetines sobre el mostrador como pago. Ya sé que una anécdota no hace regla, pero me resulta muy injusto demonizar a las víctimas cuando son los gobiernos los que deberían atajar en serio estas crisis de migración.

domingo, 7 de marzo de 2021

De bruces con la cortesía

 

El jueves pasado fui al centro a las tres de la tarde y, por primera vez desde hace años, pude aparcar en la plaza del Polvorista. No había un alma. Tan sumida iba en mis historias, tan deseosa de llegar cuanto antes a casa y comer, que empecé a cruzar en dirección a correos como si no hubiera salido de la zona peatonal. Entonces, justo en el centro de la calle me topé de bruces con una sonrisa a cara descubierta y no supe qué hacer con ella. Un señor en una motillo, con un casco que le dejaba libre el rostro, sin mascarilla, se había parado sin que yo lo oyera ni lo viera y me sonreía para cederme el paso. Le vi la cara completa. No pitó enfadado para advertirme, no esgrimió su derecho a pasar primero. Se paró, sonrió y me invitó a que cruzara sin merecerlo. Me aturullé tanto que me detuve en seco y dejé que pasara él.

Habitualmente me muevo en un entorno amable. En el trabajo nos saludamos por los pasillos; en clase no estoy cómoda hasta que no relajo el ambiente, intento buscar vidilla asomada a los ojos por encima de las mascarillas. Pero la calle y, sobre todo el tráfico, es otra cosa. Lo habitual es no ceder el paso, ocupar cualquier resquicio de duda para ganar un puesto en la rotonda, disputar quién llegó antes al aparcamiento. Con la bici es mucho peor, molesta a todos. En carretera te pitan, les gustaría que no estuvieras ahí ralentizando el tráfico. Un día una señora se paró en una calle ancha de Valdelagrana, de único sentido y sin salida, un domingo por la mañana para gritarme que me fuera al carril bici. A los peatones, los ciclistas no les caemos mejor. Invaden el carril por descuido o a posta y rara vez el usurpador se disculpa. Una vez, en medio de la subida a la pasarela del río, otra señora que iba en columna de a cuatro se afianzó sobre el carril bici que ocupaba al grito de “¡tó va a ser pa las bicis ahora, joé!”.

Por eso y quizás porque todos tenemos más blandito el corazón en estas soledades pandémicas de bocas tapadas y bastante irritabilidad, les cuento que el otro día me topé en la calle de frente con una sonrisa a cara descubierta que me cedía el paso y, de los nervios, no supe qué hacer con ella.

sábado, 20 de febrero de 2021

La última fiesta

 Este fin de semana estaríamos celebrando carnavales y el siguiente el puente de Andalucía. Completaremos así un ciclo, un año en el que nos hemos tenido que acostumbrar a dejar ir cada una de las fiestas que nos proporcionaban una oportunidad social de encuentro, de celebración, de viaje.

Parece que el círculo lo cerraremos en plena “desescalada” de la tercera ola, con contagios a la baja, pero con la preocupación de continuar con las ucis llenas y un número de muertos diario absolutamente insostenible. Algunas voces venían apuntando lo de “salvar la Semana Santa”, pero parece que la tendencia se traslada y el plazo se amplía, de modo que empezamos a oír que hay que “salvar el verano”. Sin embargo, lo cierto es que no salvamos nada. Nos ha caído encima esta plaga que constatamos que es global y nos enfrenta a una situación desconocida que no sabemos domeñar. Nos vemos atacados en nuestro territorio privilegiado de “primer mundo” y nos reconocemos vulnerables. Vulnerables, sociales e insolidarios. Este es el retrato que nos deja esta prueba de la que no vamos a salir ilesos. Las víctimas mortales arrojan un saldo tan obsceno que encubre el dolor personal por cada una de ellas. ¿Quién no tiene ya un afectado cercano? Se ha cerrado la hostelería y el saldo de damnificados económicos que no podrán reabrir es también estremecedor, pero al mismo tiempo observamos atónitos que la policía no deja de cerrar fiestas ilegales a diario. Es un sinsentido. Los que pagan impuestos, sueldos y se desviven por mantener “limpio” el negocio no pueden abrir, pero hay grupos que se reúnen en privado amparados en su supuesto derecho a celebrar. Nos hemos cansado hasta de la solidaridad, ya no aplaudimos a los sanitarios, que pasaron de ser héroes a ser señalados como apestados capaces de propagar el virus.

Sin embargo, me resisto a acabar sin un poco de luz. Sí hemos aprendido que somos seres sociales, que nos necesitamos y echamos de menos. Ahora tocaría carnaval, pero los que cumplimos obedientemente las medidas de distanciamiento llevamos una cuenta en la cabeza con todo lo que en algún momento tenemos que celebrar. Como dicen en Cádiz, “conserva las ganas”.


sábado, 6 de febrero de 2021

Vigilantes

Detecto en el ambiente juvenil de los últimos cursos una tendencia que no se justifica solo por una mímesis social. Me preocupa especialmente en los adolescentes que están empezando a serlo, esos 12, 13, 14 años que salen de la infancia espontáneos, inquietos y curiosos y que a pasos agigantados adoptan como dogmas unas afirmaciones destructivas, aparentemente inamovibles y absolutamente contrarias a lo que desde los centros educativos se les intenta inculcar.

Por una parte, se les enseña ciencia, “conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento de los que se deducen principios y leyes generales con capacidad predictiva y comprobables experimentalmente” (RAE), pero se dejan arrastrar con facilidad por cualquier gurú enaltecido en las redes sociales que, a pesar de no reconocerse como negacionista, lo niega todo: la evolución, las vacunas, el holocausto, los muertos por Covid… Por otra, se trabaja para formar personas que crean en principios como la no violencia, la igualdad y el respeto a la diferencia, pero, a poco que se rasque en un debate oral o se les ponga a escribir un texto argumentativo, salen a flote ideas extremistas muy arraigadas, casi emocionales, parecidas al sentimiento de adhesión a un equipo de fútbol, que se mantienen absolutamente impermeables a este trabajo educacional de abrir ventanas, despertar la curiosidad, formar ciudadanos con capacidad crítica, defensores de los derechos y la igualdad.
Lo que me preocupa es que se conozcan las alarmas para detectar al abusón, pero casi nadie se reconozca en ese patrón; que se sepa la teoría de cuándo una relación es tan posesiva como para salir corriendo, pero que se defienda que la pareja nos coja el móvil para comprobar si hay engaño (“total, si tú sabes que no has hecho nada malo…”); que se asuma la igualdad, pero se rechace el feminismo, “principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre” (RAE), por considerarlo un movimiento que acorrala al varón y lo convierte en culpable.
No podemos dejar a nuestros peques a solas con las redes sociales o serán ellas las que los eduquen. Familias y profes debemos vigilar, explicar y razonar o perderemos la batalla.

sábado, 23 de enero de 2021

Palabras gastadas

 

“No hago otra cosa que pensar en ti y no se me ocurre nada”, cantaba Serrat. “Un soneto me manda hacer Violante/ que en mi vida me he visto en tal aprieto” escribía Lope de Vega. Esa es la actitud con la que me enfrento hoy a esta columna que escribo en un miércoles de lluvia y viento del mes de enero en el que radios, televisiones y prensa no hablan de otra cosa que de la inusual, brutal y alarmante situación de pandemia en la que estamos. Me resulta difícil encontrar un tema que no esté manido, un enfoque que no aburra a los esforzados lectores, casi todos amigos,  que se acercan a estas líneas. Y es que no sé si es una apreciación personal, “fatiga pandémica” lo llaman ahora, o es que nos hemos vuelto locos nosotros y hemos enloquecido al planeta porque, falta de estímulos a causa de una vida social reducidísima (como todos, espero. Aunque si fuera así probablemente no estaríamos en los niveles de contagios en los que estamos ahora) mis pensamientos van de la mascarilla (confieso que mis últimos sueños antes del despertar se centran en ella), las cifras de contagios, la situación de las ucis y las acusaciones por saltarse las normas en la administración de vacunas, al asombro por la salida de Trump del gobierno americano, al espanto de las pateras que siguen llegando ajenas a la situación que se van a encontrar, a la explicación de por qué la llegada de Filomena no contradice el cambio climático… 

“…Y no se me ocurre nada”. Sigo con mi trabajo, me refugio en la lectura, me digo, una vez más, que no puedo quejarme, que soy una privilegiada y procuro no obsesionarme. Pero pasa que, a ratos, las paredes se achican y el pensamiento mariposea sin encontrar la flor de la esperanza.  Pasará, confío en que pasará y, aún así, hoy solo tengo este texto un poco desflecado, perdido “en un montón de palabras gastadas”.

sábado, 9 de enero de 2021

Detrás del cristal

 Encastillarse, aprovechar el frío y la lluvia para encerrarse en casa. Esperar bien guarecidos a que pase lo peor, las olas sucesivas de Covid pandémico, de populismo y mentiras a cualquier escala, en EEUU y aquí  mismo, las de insolidaridad…

Hibernar con guisitos ricos, fuego en el hogar y una manta de sofá. Reacomodar la casa a la rutina después del bendito caos de las vacaciones, limpiar cada habitación y despojarla de los excesos.

Echar de menos con serenidad. Fortalecer el alma, confiar en que la metamorfosis convertirá las penas e inseguridades en alas inimaginables con las que volar.

“Qué felices somos a ratitos. Suerte que está la literatura para que sea lo que no es, pero también para contar y recordar todo lo que se marcha” dice la escritora Laura Ferrero, así de sencillo y profundo. Arrebujarse en libros pendientes para propiciar la “orgía perpetua” de Flaubert.

Recordar solo a ratos. Comer de restos, no hacer planes todavía, acomodarse un poco más a la incertidumbre e intentar que estremezca menos.

Quitar el polvo, ordenar estanterías y hacer sitio en los armarios para que el pasado no ocupe los espacios hasta ahogarlos. Entender que retener no es posible.

Respirar. Poner lavadoras y dejar cada cuarto listo, sin nostalgia, para el retorno.

Confiar en que el lunes vuelva a poner cada cosa en su sitio, en que la rutina sepa lo que se hace. Darle al “pause” y detenerse.

Guardar papeles y bolsas de regalos hasta que el futuro traiga nuevas oportunidades de regalar.

Apuntalar el soy, estoy. Abrir los brazos. Asumir la vulnerabilidad en los días cortos y fríos.

Vivir enero.

Cultura superflua

 

“Lo que es tuyo es de todos”. No creo que nadie aceptara esta afirmación, nos aferramos a lo que poseemos. “Tener” es uno de los diez verbos más usados en castellano junto a ser, estar, hablar, decir, sentir, tomar, ver, mirar e ir. Tenemos ganas, la razón, prisa. Tenemos miedo, sueño, hambre, depresión. Tenemos clase, tenemos la palabra. Tenemos vergüenza, calor, nervios, años. Tenemos las de ganar y las de perder, a veces hasta lo tenemos crudo. Tenemos casas, coche, ropa, calzado, móvil… Normalmente no nos disputamos las posesiones. Sin embargo, desde que internet es imprescindible en nuestras vidas, se ha hecho viral la exigencia de que el artista comparta gratis lo que es suyo. 

Si alguien quiere renovar el salón o el colchón, o le apetece una cerveza o una camisa nueva, va y la compra. Quizás pida descuento o intente regatear, pero al final paga. Sería ridículo que alguien llegara a una tienda y exigiera un producto sin más. Sin embargo, en el mundo de la creatividad, nos hacemos los remolones a la hora de pagar. 

Especialmente en nuestro país, la exigencia de tener música, series o lectura gratuita, está acabando con la posibilidad de los artistas de salir adelante. Se conocen mil triquiñuelas para la descarga de discos, libros, pelis. Cuando alguien quiere hacer correr un mensaje por la web, coge una frase conocida que ha oído por ahí, o se la inventa, y dice que es de Borges o de García Márquez o de Neruda, qué más da, la toma y la deja correr. En estos términos la idea de posesión se desdibuja. 

Hace unos días, cuando subí a Facebook una de estas columnas, la ilustré con la viñeta de un dibujante al que nombraba en el texto. Antes le pedí permiso y le aseguré que, si no me lo daba, la retiraría en seguida. Me contestó asombrado, habituado a que la gente use sus creaciones sin molestarse ni siquiera en mencionar al autor. 

Si nos preguntaran si nos interesa el arte, si lo apoyamos y lo creemos necesario, estoy segura de que la mayoría diríamos que sí. ¿Por qué entonces no nos resulta lógico pagar por él? La única forma de proteger a un artista es dignificando su trabajo, dándole un respaldo económico que le permita seguir creando. No se alimentan del aire.