sábado, 17 de septiembre de 2022

Otra vuelta

 

Hay momentos del año que marcan y graban los tiempos hasta el punto de que a veces se cae en la tentación de creer que la vida es un carrusel. Cada Navidad, cada verano, cada septiembre, lleva una vuelta más que, por mucho que se parezca a la anterior, nunca es la misma. Tranquiliza confiar en los ciclos, ofrecen la seguridad suficiente para creer en lo eterno. Tras la puesta de sol, mañana vendrá otro día y otro y otro... Pero hasta el niño que gira en el tiovivo se desprende despacio de la ilusión primera, del miedo a lo desconocido intuyendo que tampoco las vueltas en el cochecito podrían durar siempre. A veces las redes sociales provocan la misma sensación. Temporadas de fiestas de fin de curso, de despedidas, de escapadas, de piscinas y playas, de bienvenidas…. Ruedas, norias.

Pasan los días como pasamos las pantallas de Instagram. La sorpresa por la muerte de alguien con cierto renombre siempre sorprende. Pero en las redes nada dura. Se intercalan noticias, homenajes, y enseguida, mientras se revisa la relación emocional con quien se ha ido definitivamente, por ejemplo estos días Javier Marías, aparece el anuncio de una mochila (porque es cierto, el otro día empecé a pensar que tendría que renovar el bolso. Menos mal que viene internet en mi ayuda y se ofrece a venderme lo que apenas me he atrevido todavía a pensar que necesitaba), o una crema (“Mira, yo no voy maquillada”), o un viaje (“Todavía puedes hacer una escapada”) o más imágenes del cortejo fúnebre de la reina de Inglaterra aclamado en las calles. Y la noria sigue girando. Y tras la vuelta al cole, que siempre parece la misma, aunque nunca es igual, acecha Halloween, la lotería de Navidad, las rebajas...

En los ciclos encontramos el asidero al que agarrarnos para no percibir de golpe que en realidad todo cambia. Me he desconectado de la actualidad, lo noto incluso al comprobar que apenas conozco a nadie en la selección de baloncesto que juega este Eurobasket. Pero no quiero que este deje de ser mi tiempo, así que retomo la prensa, las noticias y me dejo seducir por la falsa promesa de que en cada vuelta habrá todavía espacio para la rutina.

domingo, 4 de septiembre de 2022

Amaneceres

 

Una de las ventajas de madrugar, incluso en verano, es que si te despiertas antes del amanecer y sales al jardín o la terraza cuando aún es de noche, sorprendes el mundo en una quietud de estreno previa al nuevo día. Aún no se han camuflado las estrellas, las bandadas de pájaros no han levantado el vuelo, no hay tráfico en las calles y en los alrededores solo se intuye una tenue luz blanca en la cocina de algún vecino.
 

El silencio, rotundo, se alía con el contraluz para que los edificios, las palmeras, los pinos, adopten una actitud de reposo. Parecería que todo se ha parado, que descubres un tiempo que no es de nadie, que no hay que rellenar con nada. Movimientos sutiles, de puertas cerradas para no molestar. En breve el entorno despertará y los por hacer que impidieron conciliar el sueño de nuevo reclamarán la atención. Por ahora, calmados, no existen. Es la hora de la tregua, de la promesa, de la paz.

Un café en la mano abre el mundo. Se puede posponer el encendido de la radio o la tele, la pantalla del móvil, y respirar la quietud como si el mundo hubiera olvidado sus rencillas. Dejar fuera un poco más el ruido mediático.

La madrugada de final de agosto trae los ecos del verano que por ahora solo acaba para los que tienen que irse. “Que los mejores momentos sean los que están por llegar, que no se agote la fe y que la suerte nos venga a buscar” cantaba Shinova en uno de los conciertos que han llenado las vacaciones; “Si quedan causas perdidas, queda una oportunidad. Y eso no está mal”, porque después de todo, como seguirán cantando en otros puertos y otras plazas Santero y los muchachos “estamos bien, mejor que bien, muy, muy bien. Solamente una vez y eso es ahora, que los días se nos van, las verdades se quedarán.” Y la guitarra flamenca de Santiago Moreno atraviesa y enlaza las noches bellísimas; matiza y puntea los cantes, pone alma, como en la soleá de Ezequiel Benítez, “una flor dura un suspiro y un hombre llora ante Dios, no hay persona en este mundo que no tenga algún dolor”. Después de todo siempre fue el tiempo, la duda, lo efímero, el ansia de eternidad.

No seas tonto

 

Es julio, vivo en la costa y estoy de vacaciones, pero solo puedo pensar en los incendios, en las temperaturas infernales que se están viviendo, en las advertencias de que puede que este sea el verano más fresquito que nos queda por vivir.

Si fuera algo inevitable, nos debatiríamos entre la adaptación y la búsqueda de soluciones imaginativas para minimizar el golpe. Pero cuando pienso que es nuestra propia actividad la que provoca el cambio climático, sumado a que hemos preferido desoír las consecuencias que tendrían los gases de efecto invernadero (ya a finales del siglo XIX se empezaba a sospechar que las emisiones humanas podían cambiar el clima), solo soy capaz de repetirme lo estúpidos que somos los seres humanos. Estamos aquí de paso y de prestado, pero nuestra soberbia nos lleva a creer que todo el planeta está a nuestro servicio y que su desgaste es una consecuencia inevitable de nuestro progreso. Es de un egoísmo descomunal como seres vivos que comparten el hábitat con otros, pero también como especie que, no solo no evita, sino que parece disfrutar provocando su extinción.

El periodista Peter Miller, de National Geographic, lo explica muy bien tras observar el comportamiento de hormigas, abejas y termitas: mientras que el ser humano trabaja por su propio provecho y el de su familia dejando que el bien de la comunidad se convierta en algo secundario cuando la supervivencia está en juego, la manada inteligente de estos animales trabaja y se comunica de un modo eficiente, toma las mejores decisiones, de modo que las hormigas, por ejemplo, no son inteligentes, pero los hormigueros sí. “Ninguno de nosotros es tan tonto como todos nosotros”, afirma Miller.

Es decir, en nuestro caso y por nuestra supervivencia, no debemos dejarnos arrastrar por las masas ni las modas, ya que estas se mueven por intereses casi siempre económicos e individuales que no benefician al grupo. La rebeldía individual, la asunción de un estilo de vida lo menos impactante posible con el entorno parece que es nuestra única salvación. Elegir productos kilómetro 0, dónde comprarlos, minimizar los desplazamientos, reducir el consumo y las emisiones, reutilizar, reciclar…