sábado, 23 de enero de 2021

Palabras gastadas

 

“No hago otra cosa que pensar en ti y no se me ocurre nada”, cantaba Serrat. “Un soneto me manda hacer Violante/ que en mi vida me he visto en tal aprieto” escribía Lope de Vega. Esa es la actitud con la que me enfrento hoy a esta columna que escribo en un miércoles de lluvia y viento del mes de enero en el que radios, televisiones y prensa no hablan de otra cosa que de la inusual, brutal y alarmante situación de pandemia en la que estamos. Me resulta difícil encontrar un tema que no esté manido, un enfoque que no aburra a los esforzados lectores, casi todos amigos,  que se acercan a estas líneas. Y es que no sé si es una apreciación personal, “fatiga pandémica” lo llaman ahora, o es que nos hemos vuelto locos nosotros y hemos enloquecido al planeta porque, falta de estímulos a causa de una vida social reducidísima (como todos, espero. Aunque si fuera así probablemente no estaríamos en los niveles de contagios en los que estamos ahora) mis pensamientos van de la mascarilla (confieso que mis últimos sueños antes del despertar se centran en ella), las cifras de contagios, la situación de las ucis y las acusaciones por saltarse las normas en la administración de vacunas, al asombro por la salida de Trump del gobierno americano, al espanto de las pateras que siguen llegando ajenas a la situación que se van a encontrar, a la explicación de por qué la llegada de Filomena no contradice el cambio climático… 

“…Y no se me ocurre nada”. Sigo con mi trabajo, me refugio en la lectura, me digo, una vez más, que no puedo quejarme, que soy una privilegiada y procuro no obsesionarme. Pero pasa que, a ratos, las paredes se achican y el pensamiento mariposea sin encontrar la flor de la esperanza.  Pasará, confío en que pasará y, aún así, hoy solo tengo este texto un poco desflecado, perdido “en un montón de palabras gastadas”.

sábado, 9 de enero de 2021

Detrás del cristal

 Encastillarse, aprovechar el frío y la lluvia para encerrarse en casa. Esperar bien guarecidos a que pase lo peor, las olas sucesivas de Covid pandémico, de populismo y mentiras a cualquier escala, en EEUU y aquí  mismo, las de insolidaridad…

Hibernar con guisitos ricos, fuego en el hogar y una manta de sofá. Reacomodar la casa a la rutina después del bendito caos de las vacaciones, limpiar cada habitación y despojarla de los excesos.

Echar de menos con serenidad. Fortalecer el alma, confiar en que la metamorfosis convertirá las penas e inseguridades en alas inimaginables con las que volar.

“Qué felices somos a ratitos. Suerte que está la literatura para que sea lo que no es, pero también para contar y recordar todo lo que se marcha” dice la escritora Laura Ferrero, así de sencillo y profundo. Arrebujarse en libros pendientes para propiciar la “orgía perpetua” de Flaubert.

Recordar solo a ratos. Comer de restos, no hacer planes todavía, acomodarse un poco más a la incertidumbre e intentar que estremezca menos.

Quitar el polvo, ordenar estanterías y hacer sitio en los armarios para que el pasado no ocupe los espacios hasta ahogarlos. Entender que retener no es posible.

Respirar. Poner lavadoras y dejar cada cuarto listo, sin nostalgia, para el retorno.

Confiar en que el lunes vuelva a poner cada cosa en su sitio, en que la rutina sepa lo que se hace. Darle al “pause” y detenerse.

Guardar papeles y bolsas de regalos hasta que el futuro traiga nuevas oportunidades de regalar.

Apuntalar el soy, estoy. Abrir los brazos. Asumir la vulnerabilidad en los días cortos y fríos.

Vivir enero.

Cultura superflua

 

“Lo que es tuyo es de todos”. No creo que nadie aceptara esta afirmación, nos aferramos a lo que poseemos. “Tener” es uno de los diez verbos más usados en castellano junto a ser, estar, hablar, decir, sentir, tomar, ver, mirar e ir. Tenemos ganas, la razón, prisa. Tenemos miedo, sueño, hambre, depresión. Tenemos clase, tenemos la palabra. Tenemos vergüenza, calor, nervios, años. Tenemos las de ganar y las de perder, a veces hasta lo tenemos crudo. Tenemos casas, coche, ropa, calzado, móvil… Normalmente no nos disputamos las posesiones. Sin embargo, desde que internet es imprescindible en nuestras vidas, se ha hecho viral la exigencia de que el artista comparta gratis lo que es suyo. 

Si alguien quiere renovar el salón o el colchón, o le apetece una cerveza o una camisa nueva, va y la compra. Quizás pida descuento o intente regatear, pero al final paga. Sería ridículo que alguien llegara a una tienda y exigiera un producto sin más. Sin embargo, en el mundo de la creatividad, nos hacemos los remolones a la hora de pagar. 

Especialmente en nuestro país, la exigencia de tener música, series o lectura gratuita, está acabando con la posibilidad de los artistas de salir adelante. Se conocen mil triquiñuelas para la descarga de discos, libros, pelis. Cuando alguien quiere hacer correr un mensaje por la web, coge una frase conocida que ha oído por ahí, o se la inventa, y dice que es de Borges o de García Márquez o de Neruda, qué más da, la toma y la deja correr. En estos términos la idea de posesión se desdibuja. 

Hace unos días, cuando subí a Facebook una de estas columnas, la ilustré con la viñeta de un dibujante al que nombraba en el texto. Antes le pedí permiso y le aseguré que, si no me lo daba, la retiraría en seguida. Me contestó asombrado, habituado a que la gente use sus creaciones sin molestarse ni siquiera en mencionar al autor. 

Si nos preguntaran si nos interesa el arte, si lo apoyamos y lo creemos necesario, estoy segura de que la mayoría diríamos que sí. ¿Por qué entonces no nos resulta lógico pagar por él? La única forma de proteger a un artista es dignificando su trabajo, dándole un respaldo económico que le permita seguir creando. No se alimentan del aire.