sábado, 9 de enero de 2021

Detrás del cristal

 Encastillarse, aprovechar el frío y la lluvia para encerrarse en casa. Esperar bien guarecidos a que pase lo peor, las olas sucesivas de Covid pandémico, de populismo y mentiras a cualquier escala, en EEUU y aquí  mismo, las de insolidaridad…

Hibernar con guisitos ricos, fuego en el hogar y una manta de sofá. Reacomodar la casa a la rutina después del bendito caos de las vacaciones, limpiar cada habitación y despojarla de los excesos.

Echar de menos con serenidad. Fortalecer el alma, confiar en que la metamorfosis convertirá las penas e inseguridades en alas inimaginables con las que volar.

“Qué felices somos a ratitos. Suerte que está la literatura para que sea lo que no es, pero también para contar y recordar todo lo que se marcha” dice la escritora Laura Ferrero, así de sencillo y profundo. Arrebujarse en libros pendientes para propiciar la “orgía perpetua” de Flaubert.

Recordar solo a ratos. Comer de restos, no hacer planes todavía, acomodarse un poco más a la incertidumbre e intentar que estremezca menos.

Quitar el polvo, ordenar estanterías y hacer sitio en los armarios para que el pasado no ocupe los espacios hasta ahogarlos. Entender que retener no es posible.

Respirar. Poner lavadoras y dejar cada cuarto listo, sin nostalgia, para el retorno.

Confiar en que el lunes vuelva a poner cada cosa en su sitio, en que la rutina sepa lo que se hace. Darle al “pause” y detenerse.

Guardar papeles y bolsas de regalos hasta que el futuro traiga nuevas oportunidades de regalar.

Apuntalar el soy, estoy. Abrir los brazos. Asumir la vulnerabilidad en los días cortos y fríos.

Vivir enero.

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