miércoles, 24 de febrero de 2016

Cerrojazo

Zec o el Zoco, como muchos lo conocen, cierra sus puertas en la Calle Larga a final de mes. Después de más de dos años aguantando el tirón y proponiendo todo tipo de actos culturales y creativos, se ven obligados a cerrar. Juan Miguel Selma lo explicaba sin amargura el viernes después de la actuación de un grupo de teatro irlandés que llenó la sala. No cierran sintiéndose fracasados o sin ideas. Cierran porque la falta de público hace insostenible mantener el local abierto. Siguen confiados en ayudar al despertar cultural y económico de El Puerto pero, por ahora, no tendrán un espacio donde mostrar sus iniciativas. Con este cerrojazo, el centro de la ciudad se encoge un poco más. El zoco invitaba a entrar, vendía productos artesanos y artísticos; organizaba charlas, exposiciones, presentaciones de libros, debates en pro de la cultura… Impartía talleres de todo tipo a niños y adultos. Ofrecía un espacio para teatro y los precios de las entradas eran irrisorios. Servía, además, una copita de vino de bodega de El Puerto o permitía degustar una cerveza casera, también local, como promoción. Pero, como otros antes, se ven obligados a cerrar. Entre todos estamos ahogando el centro. Nos estamos quedando sin ágora, sin espacio de encuentro que dé conciencia al ciudadano de sí mismo. Estamos dejando la calle Larga (salvo escasas y loables excepciones) a comercios baratunos de productos fabricados muy lejos, con malos materiales y en pésimas condiciones laborales. Estamos eligiendo la compra compulsiva en centros comerciales, un peligroso modelo que nos separa de nuestra condición latina. Estamos perdiendo autenticidad. Sé lo que es la globalización y lo que tiene de bueno un mundo hiperconectado. Pero soy sensible a sus peligros. No estamos obligados a entregarnos del todo. Podemos mimar un poco más lo auténtico para no perder nuestra autenticidad, mantener la cercanía en el trato, en el producto. Necesitamos ilusión, intercambio de saberes que no estén hechos en serie. Sé que estoy mezclando ideas demasiado grandes para una columna tan pequeña, pero estamos inmersos en un consumo insostenible. Y lo estamos haciendo como borregos, entregados a “los juegos sin arte”.

sábado, 13 de febrero de 2016

Mascarada


Que la vida es puro teatro lo sabemos. Que a veces se agradece que no todos sean buenos actores, también. Es tranquilizador que se transparente la falsedad, la doblez, la máscara, la impostura… La voz se modula con la técnica. Los gestos y movimientos de las manos se aprenden. Más difícil es mirar. Al fondo de las miradas es difícil esconder el miedo, el dolor, la paz… Pero para llegar al fondo de las miradas hace falta el cara a cara. En televisión es mucho más difícil quitar la máscara. Quizás por eso los políticos nos engañan tanto. O quizás es que hemos olvidado mirar al fondo. Yo creo que el teatro a ellos se les nota porque les falta verdad. Paul Newman decía que “actuar es como bajarte los pantalones; expones tu intimidad” y sabemos que no, no la exponen. No sirven los gestos aprendidos si el actor no se lo cree, si no supera la interpretación y la suple con la identificación. Eso implica sufrimiento. Me entusiasma el buen teatro. Persona es una palabra heredada. Persona era la máscara, el personaje teatral. Persona es hoy también el individuo cuyo nombre se omite o se ignora. Quiero brindar por las personas, por todos aquellos que trabajan cada día para que la vida siga siendo puro teatro. Desprecio la falsedad y la doblez como desprecio el teatro apolillado, “de mesa camilla”,  pero alzo mi copa por todos los que cada día maquillan con esfuerzo sus dolores y temores y utilizan todo su talento para enfrentar la rutina. Un brindis por los actores anónimos, por las máscaras diarias que facilitan una gestión burocrática, una compra en el supermercado, una consulta médica, una clase en un aula llena de pasión... Gracias por la elección del tipo para que resulte vistoso, por la amabilidad que oculta lo tedioso, por las máscaras de comedia que saben que su revés de tragedia sigue colgado detrás de la puerta. Después de todo ¿no es carnaval? Pues comamos y bebamos, que mañana moriremos. Está sonando Celia Cruz. Luces. Arriba el telón. “Todo aquel que piense que esto nunca va a cambiar/ tiene que saber que no es así/ que al mal tiempo buena cara y todo cambia. ¡Ay no hay que llorar/  que la vida es un carnaval y las penas se van cantando!”. Disfruten.
Diario de Cádiz 13/02/2016