sábado, 18 de abril de 2020

Mantener la clama


El próximo jueves será el Día del libro y no faltarán las referencias a novelas que respalden la actualidad más allá de La peste de Camus. Yo la leí de adolescente. Quedé magnetizada y horrorizada a partes iguales, aunque entonces no supe ver que hablaba básicamente de las dos posturas frente a la adversidad: egoísmo y solidaridad. Iba a decir que a ese binomio le falta la indiferencia, pero en el fondo sé que es otra forma de egoísmo. Otros se acordarán de la magnífica obra de Saramago, Ensayo sobre la ceguera, donde se alertaba sobre «la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron». El Decamerón de Boccaccio ofrece el prisma de la oportunidad para hacer de un enclaustramiento otra cosa. El último hombre de M. Shelley adelanta un futurista fin del mundo arrasado por una plaga… Pero yo tengo que confesar que a ratos me he acordado más de Robinson Crusoe, no solo por sobrevivir aislados y hacer de esa isla un hogar, que también, sino por la eliminación de lo superfluo, la capacidad para reflexionar desde la calma, la satisfacción del trabajo manual. 


Tengo suerte, lo sé. Las circunstancias me permiten a pesar de todo pequeños placeres que sería pecado no apreciar: cervezas en familia; comidas sin protocolo, plato en mano sentados en el suelo; nísperos cogidos del árbol que compartimos con los gorriones... Pero sobretodo, este tiempo me permite disfrutar del viejo placer de hacerme las cosas yo misma a lo Robinson. Retapizar un sofá, construir una valla de maderas viejas, volver a puzles de 1000 piezas al son de buena música, hacer pan, coser zapatillas de estar en casa, un carrito de la compra… El trabajo manual me salva. Porque, como dice Defoe “La cima de la sabiduría humana es saber conformar el ánimo a las circunstancias y conseguir una calma interior en medio de las peores calamidades”, “no experimentamos las ventajas de un estado hasta que probamos los sinsabores de otros. No conocemos el valor de las cosas hasta que nos vemos privados de ellas”. Y mientras me distraigo con las reflexiones del náufrago y el trabajo manual, consigo mantenerme un rato más en calma y desterrar el miedo a que todo esto definitivamente nos arrase.

sábado, 4 de abril de 2020

Desengaños


“Hay veces que con la esperanza/ no me alcanza” escribía Gloria Fuertes. Y, sin embargo, trato ahora de alargarla hasta el punto en que cualquier elemento pierde su elasticidad. Porque me tiene que alcanzar, nos tiene que alcanzar. He establecido unas rutinas básicas para conseguirlo y sobrellevar bien esta suspensión de casi todo y la primera ha sido la dosificación de información (veo las noticias desayunando, escucho un rato la radio y me conecto para ver la evolución de la pandemia a media mañana), he puesto límites muy estrechos a las redes sociales (no abro casi ningún vídeo, apenas leo explicaciones creativas sobre qué ha pasado, qué se pudo haber hecho, qué pasará), pongo en entredicho casi todo y he establecido barreras muy férreas frente al miedo.
Como todos, he sufrido una evolución. Ahora sé que pasar este encierro, teniendo en casa a mi familia más directa, es fácil. No hay tiempo para el tedio, siempre surge algo que hacer. Atender clases on line, cocinar, ordenar, hacer ejercicio, leer, coser, acabar manualidades olvidadas, charlar… Pero cometí un error: cuando reflexionaba al principio sobre la ralentización del país y sus graves consecuencias, no caí en que las redes sociales no cierran, no supe prever que la falta de solidaridad, el miedo, el oportunismo, el catastrofismo, la insensatez, la estupidez en sus diferentes manifestaciones encontrarían la rendija por la que filtrarse. Este ha sido mi triste descubrimiento, que frente a la solidaridad y creatividad de los primeros días, frente al reencuentro personal y la reflexión, la oportunidad ante un tiempo extra, se ha revelado esta otra forma de ocuparlo también creativa aunque mucho más perniciosa, que abarca desde la picaresca típicamente latina (fraudes, engaños, maneras de burlar la ley…) a la pasividad morbosa de no hacer otra cosa que asomarse a las redes sociales para perder el tiempo o malmeter. Y todo esto me ha hecho replegarme. Trato de no pensar, de quedarme en un plano suspendido desde el que intento seguir flotando. No me permito ser más feliz porque empatizo con los que sufren. No me dejo caer en la desesperanza porque temo perder del todo la escalera de subida.