“Hay veces que con la esperanza/
no me alcanza” escribía Gloria Fuertes. Y, sin embargo, trato ahora de
alargarla hasta el punto en que cualquier elemento pierde su elasticidad.
Porque me tiene que alcanzar, nos tiene que alcanzar. He establecido unas
rutinas básicas para conseguirlo y sobrellevar bien esta suspensión de casi
todo y la primera ha sido la dosificación de información (veo las noticias
desayunando, escucho un rato la radio y me conecto para ver la evolución de la
pandemia a media mañana), he puesto límites muy estrechos a las redes sociales
(no abro casi ningún vídeo, apenas leo explicaciones creativas sobre qué ha
pasado, qué se pudo haber hecho, qué pasará), pongo en entredicho casi todo y
he establecido barreras muy férreas frente al miedo.
Como todos, he sufrido una
evolución. Ahora sé que pasar este encierro, teniendo en casa a mi familia más
directa, es fácil. No hay tiempo para el tedio, siempre surge algo que hacer.
Atender clases on line, cocinar, ordenar, hacer ejercicio, leer, coser, acabar
manualidades olvidadas, charlar… Pero cometí un error: cuando reflexionaba al
principio sobre la ralentización del país y sus graves consecuencias, no caí en
que las redes sociales no cierran, no supe prever que la falta de solidaridad,
el miedo, el oportunismo, el catastrofismo, la insensatez, la estupidez en sus
diferentes manifestaciones encontrarían la rendija por la que filtrarse. Este
ha sido mi triste descubrimiento, que frente a la solidaridad y creatividad de
los primeros días, frente al reencuentro personal y la reflexión, la oportunidad
ante un tiempo extra, se ha revelado esta otra forma de ocuparlo también
creativa aunque mucho más perniciosa, que abarca desde la picaresca típicamente
latina (fraudes, engaños, maneras de burlar la ley…) a la pasividad morbosa de
no hacer otra cosa que asomarse a las redes sociales para perder el tiempo o
malmeter. Y todo esto me ha hecho replegarme. Trato de no pensar, de quedarme
en un plano suspendido desde el que intento seguir flotando. No me permito ser
más feliz porque empatizo con los que sufren. No me dejo caer en la
desesperanza porque temo perder del todo la escalera de subida.
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