viernes, 26 de abril de 2024

Horizonte y frontera

 

Teníamos que comprar unos zapatos para una señora mayor en silla de ruedas a la que se le han hinchado mucho los pies. Llevarla a ella de compras era inviable. Por suerte me acordé de una tienda de barrio conocida por su enorme variedad de zapatillas y alpargatas, Calzados Loli. Evidentemente tenían la solución: podíamos llevarnos 3 ejemplares de distintos modelos, probárselos in situ y otro día, cuando nos viniera bien, devolver los sobrantes y pagar los que más nos interesaran. No nos conocían, no nos pidieron nada a cuenta, solamente nos asesoraron y se fiaron de nosotros.

Esta forma de hacer las cosas era muy habitual cuando yo era pequeña. En mi familia, a mi padre le gustaba comprar y tenía buen gusto, sin embargo, a mi madre le daba mucha pereza hacerlo así que, si necesitaba un bañador, por ejemplo, él iba y le traía varios modelos para que ella se los probara en casa tranquilamente y decidiera.

Defender hoy día este modelo de venta sé que no tiene sentido, acabará siendo arrollado. Me doy cuenta de que resistirse es agarrase inútilmente a un estilo de vida que está por desaparecer. Pero sigo creyendo en las ventajas del pequeño comercio frente a los inconvenientes de las grandes superficies y las compras por internet.

No quiero, sin embargo, parecer uno de esos seres gruñones, que solo añoran el pasado mientras su entorno se da cuenta de que son ellos los que no saben adaptarse al futuro. No creo que cualquier tiempo pasado sea mejor, ni mucho menos, lo que pasa es que tampoco estoy dispuesta a dejar ir sin pelearla una forma de vida más humana en aras de la fría masificación.

Así las cosas, este fin de semana, gracias al estupendo curso de cine impartido por el crítico Javier Ocaña, he encontrado referentes en los que apoyarme, lo cual siempre viene bien. Han sido ni más ni menos que los personajes de John Ford, ese filmador de crepúsculos que tan bien retrató a los seres que se movían en la frontera. Todavía me sigo quejando de los mismos asuntos, pero ahora me encuentro menos sola, he aprendido a entrever qué buscaba John Wayne cada vez que se marchaba con sus insólitos pasos de nuevo hacia el horizonte...



sábado, 13 de abril de 2024

Sin boquerones

 

Sin boquerones


El otro día salí con prisas a comprar pescado. En el camino de ida, alguien me llamó desde un coche. Al volverme, salió un señor calvo y con gafas de sol oscuras que me dio un abrazo muy efusivo. Me costó reconocerlo. Era un antiguo alumno al que di clase mi primer o segundo curso escolar aquí en El Puerto cuando él tenía unos 14 años y yo ni siquiera había cumplido los 30. Estaba recogiendo a su hijo pequeño en la puerta del colegio. Me puso al día de cómo había conseguido superar una mediocre vida de estudiante hasta hacerse un profesional capacitado y amante de su trabajo. Estaba satisfecho.

Al llegar a la pescadería, había mucha gente en cola y, además, los boquerones que iba buscando no tenían la buena pinta que yo esperaba, así que decidí volverme a paso rápido para no tener la sensación de haber salido para nada. Iba caminando al solecito todavía fresco de la semana pasada y el encuentro me había hecho ralentizar el paso, disfrutar la salida. De frente, venía una señora bastante mayor, bajita. Caminaba a paso lento y se apoyaba en una muleta. Me sonreía desde lejos hasta que al cruzarme con ella me dijo de forma muy cariñosa y simpática: “¡Qué buen cuerpo, hija, a ti te ha dado tu padre el que a mí no pudo darme el mío!”. Me hizo mucha gracia, me paré a darle las gracias y echamos unas risas.

Volví antes de que acabara el recreo sin boquerones, pero con una sonrisa de oreja a oreja cargada de buenas vibraciones gracias a los dos encuentros inesperados. Creo que a esto se le puede llamar serendipia, el hallazgo que surge de manera casual, cuando se está buscando otra cosa. Pero estaba pensando que no sé si tenemos una palabra para lo contrario, cuando no se busca nada, pero algo se filtra en el día para fastidiarlo. Lo más tonto: una rendija que cuela el frío y corta el cuerpo, una llamada de teléfono que no apetecía recibir, un comentario desagradable de alguien que se choca contigo, una comida que se empeña en pegarse o quedar sosa...

Qué frágil es el estado de ánimo y qué frágiles somos. Seres sensibles expuestos emocionalmente. Qué pronto dejamos que se nos nuble el día aunque no tengamos una palabra para denominarlo.