sábado, 11 de diciembre de 2021

Ilusión quebrada

 

Mientras se cabalga ya sobre la sexta ola de la pandemia y se teme que aumente de nuevo la presión hospitalaria, como ya ocurre en otros países, quizás estamos pasando por alto la atención a nuestros adolescentes. Tras dos cursos irregulares en los que las clases se cortaron o se hicieron semipresenciales, se constata en este tercer curso que las consecuencias derivadas de la pandemia han pasado factura.

Por una parte, la carencia es, lógicamente, académica ya que al bajar la presión sobre el alumnado (directrices generales que se dieron para facilitar la situación) bajó también la asimilación de materias. No hablo de memorización, los datos están ahora al alcance de cualquiera en internet, sino de la falta de aprendizaje que se consigue con la interacción constante entre el trabajo individual (en casa) y el colectivo (en clase). Dos cursos más tarde, el enfrentamiento a niveles académicos superiores pone sobre el tapete que vuelve aumentada la presión, al tiempo que escasea una base bien asentada.

Por otra parte, la socialización ha sido mínima en unas edades en las que la identidad se construye gracias y a pesar del grupo, en las que aparecen las fiestas, se exploran nuevas amistades, se tontea con el primer amor… Años en los que las excursiones provocan encuentros diferentes entre colegas y se descubren mundos en los que apetece profundizar. Años, en definitiva, cargados de estímulos que han desaparecido de golpe.

Pero es que, además, han recibido constantes mensajes que les reprochaban su imprudencia e insolidaridad cuando lo cierto es que, aunque se hayan producido excesos, como en todas las franjas de edad, en general se han seguido las normas y se ha sufrido la privación del trato con la familia y los amigos. En realidad, no ha habido ni siquiera la oportunidad de sacar los pies del plato.

Evidentemente no hay culpables, pero observo que nuestra adolescencia se siente desatendida y desengañada. Me duele constatar una falta de ilusión impropia de los 16 y 17 años.

Con la autoestima por los suelos y una nube de incertidumbre sobre sus cabezas, me temo que debemos prestarles mucha atención o los perderemos.

Diálogo

Dos personas manifiestan alternativamente sus ideas o sus afectos. Se escuchan. Y entonces se produce la empatía, la posibilidad de entenderse. Parece muy sencillo, pero no es fácil mantener un diálogo. Mucho menos escucharlo en los medios. Por eso me gustan cada vez más las entrevistas de Ricardo Moya en YouTube. El nombre del programa es “El sentido de la birra, charlas para una inmensa minoría”. Se cita con alguien en un bar, una cafetería, una librería... y, mientras se toman una cerveza, dialogan. Habla más el invitado porque Ricardo, que es también músico y humorista, y que se ha preparado muy bien el encuentro, sobre todo escucha. Tiene las entrevistas clasificadas con etiquetas tan interesantes como “Hazme pensar”, “Para reírme un rato”, “Mi vida es la música”… Los entrevistados son muy variados, músicos, científicos, filósofos, gente de la tele, humoristas… Duran más de una hora. No hay prisa. Nunca se hacen largas. Con la de Piedrahita tuve la sensación de que me podría quedar toda la tarde escuchando a este hombre.

Creo que el éxito del formato es precisamente lo inusual que resulta ahora que dos personas se sienten juntas a escucharse de verdad. No me refiero a que una se quede callada mientras la otra habla esperando el turno para intervenir y soltar un discurso preparado, casi siempre vacío, ni a que haya interrupciones constantes llenas de gritos o salidas de tono. Me refiero a una charla amable, profunda, calmada, donde poder explicar los pensamientos, las ocurrencias, el origen de ciertas historias…

Si recuperáramos el diálogo, estoy segura de que nos iría mejor. Podríamos entendernos, ayudarnos, apoyarnos. Habría menos gente sola, volveríamos a creer en la política, confiaríamos en el diálogo social… Vale, me he venido arriba. El remanso de paz de “El sentido de la birra” me ha devuelto por un momento la fe. Y eso que yo ni siquiera me estaba tomando una cerveza.