sábado, 18 de febrero de 2023

Fiebre

 

Esto que voy a contar es una estupidez. Lo digo desde ya. Ayer estuve perdiendo el tiempo con el móvil saltando de una cosa a otra por mero aburrimiento. Cuando eso ocurre, las opciones “interesantes” en redes desaparecen y, a cambio, empieza a salir solo publicidad y algo así como “rarezas”. Esto se debió combinar con una actualización del móvil que activó el navegador para que se abriera por su cuenta y ofreciera lo que parecían noticias, pero solo son publicaciones llamativas para atrapar al lector en la pantalla. Lo que leí venía avalado por ABC, pero podría haber aparecido en otro medio, ya he comprobado que todos, más allá de los asuntos “serios”, ofrecen un entorno lleno de ¿basura? El asunto es que el titular hablaba de una invasión extraterrestre y piqué. Piqué hasta el punto de acabar leyendo que un viajero del futuro (venía del año 2.700 y pico, perdonen que no recuerde el dato ni me moleste en recuperarlo) había vaticinado en Tik tok que en marzo (nombraba el día concreto, pero disculpen de nuevo la imprecisión) habría un ataque alienígena que acabaría con la vida en la tierra. Ya me imagino que si me conocen un poco no estarán entendiendo a qué viene esto, pero es que a mí de pequeña me aterrorizaban los terremotos y los extraterrestres, fruto de un entorno televisivo en el que siempre salía alguien hablando de avistamientos y posibles invasiones. Probablemente lo acabé leyendo para comprobar que el trauma estaba superado y sí, esta vez ya no se me descompuso el cuerpo como entonces ni entré en pánico, pero lo cuento porque sí se produjo una reacción curiosa: se me activó el mecanismo de alarma y me encontré pensando qué perdería yo si realmente en marzo todo se acabara. Y esto es lo que me chocó, que por primera vez la falta de futuro no me apenara exactamente por mí sino por mis hijos, que confían esperanzados en ese indefinido tiempo por venir. ¿Será esto la madurez?

Al final me quedó un regusto triste, sobretodo por el tiempo perdido con el móvil. Mi disculpa, la gripe con su fiebre y malestar. Ya estoy de salida, a ver si recupero también el porvenir. Estoy en ello. Para conseguirlo he apagado todas las pantallas, incluso la tele, claro.

domingo, 5 de febrero de 2023

Tener derecho, llevar razón

 Gran parte de los desencuentros con los que se topa una persona a diario provienen de la necesidad de tener razón. Discusiones en el ámbito familiar, laboral, político, académico… acaban mal porque no basta con creer que se está en lo cierto, hay una pulsión casi irracional que fuerza la situación hasta que el resto de la humanidad, o al menos el entorno más cercano, lo reconoce.

La otra parte de los encontronazos diría que tienen que ver con creer que se tiene derecho, quiero decir con exigir algo sin contemplaciones por tener la certeza de que lo que se pide está amparado por una ley o autoridad.

El problema es que esa exigencia de derechos adquiridos choca frecuentemente con los derechos de los demás. Es entonces cuando se pierden los papeles, se acaba el diálogo y sale a relucir la lucha de egos que busca una victoria sin escrúpulos, a costa de lo que sea.

La gente de bien, que huye de los conflictos violentos, se ve a veces envuelta sin querer en enfrentamientos. A veces en redes, alguien comenta un post bienintencionado a partir de una interpretación personal y, al defenderla, arrasa con el buen rollo circundante como dicen que Atila arrasaba con la hierba por donde pasaba. O se encuentra sin querer envuelto en una discusión en la cola del ambulatorio o del banco y al final lo paga con el cajero o el médico. O en un altercado de tráfico donde ni siquiera hace falta usar las palabras ya que un solo toque intenso de bocina es capaz de poner a cualquiera en su sitio. Es verdad que, del susto, también se puede provocar un accidente, pero parece que sería un daño colateral menor al lado del portentoso mantra de tener razón. Rupturas de pareja, peleas entre hermanos, amistades de toda la vida que se pierden cuando nadie se baja del burro.

Y, sin embargo, qué poco se avanzaría si nadie cediera, si no se reconociera de vez en cuando que se está equivocado, si no se rectificara. Errar es humano y reconocerlo también. Vaya hoy mi respeto a todas aquellas personas especiales que se tragan el orgullo, que encuentran su dignidad más allá de la altivez, la soberbia y los malos modos y que, con su actitud, hacen que las situaciones avancen.