domingo, 30 de mayo de 2021

Volver para avanzar

 

Hay una tendencia a confundir evolución, progreso y modernidad con asumir una espiral de consumo y alejamiento de estilos de vida tradicionales. Sin embargo, alejarnos de quienes fuimos suele traer consecuencias vitales catastróficas.

M. Vázquez, entrenador, profesor de ciencia del entrenamiento y autor de blogs sobre salud defiende que “nuestra genética no ha cambiado en 40.000 años, y sin embargo hacemos y comemos cosas muy diferentes a nuestros ancestros”, es decir, tenemos un cuerpo diseñado para la actividad y el movimiento, pero usado para el sedentarismo. Esta misma afirmación se podría trasladar a ámbitos sociales como el hacinamiento en grandes ciudades sin contacto con la naturaleza o el agotamiento derivado de la carga excesiva de trabajo y actividades programadas para el ocio.

Si algo bueno ha traído la pandemia, ha sido el descanso que se ha dado a la naturaleza y a nuestros niveles de estrés con cielos más azules, aguas menos contaminadas, un descenso en accidentes de tráfico y criminalidad… En el primer mundo rozamos la vuelta a la normalidad, pero no creo que retomarla por completo sea una buena idea. De hecho, ya hay muchas familias mejorando sus viviendas, planteándose una vuelta al campo o frenando su actividad febril. Y deberíamos aprovecharla para apostar de lleno por el medio ambiente. Los recursos no son inagotables, llevamos años hablando de las 3 R (reducir, reciclar, reutilizar) y, sin embargo, avanzamos muy poco hacia esta economía circular.

El mundo de la moda es uno de los acusados por su generación de residuos, el enorme gasto de agua en la producción y las terribles condiciones de fabricación en el tercer mundo. Volver a los arreglos de ropa; usar la creatividad para combinar prendas nuevas y antiguas; comprar materiales de más calidad y más duraderos; poner de moda, como ya se está haciendo, la venta de mano; pasar la ropa entre hermanos o amigos... son algunas de las iniciativas propuestas. Puedo asumir incluso el anglicismo si con él ponemos de moda una nueva lógica en la manera de consumir, volquémonos en el “upcycling”como ya se hacía en las casas de nuestra infancia. Lo nuevo, no siempre es lo mejor.



martes, 18 de mayo de 2021

Carencias

 

 Hace poco Florentino Pérez hizo unas sorprendentes declaraciones acerca de que los jóvenes de entre 16 y 20 años ya no se interesan por el fútbol porque se aburren. Carlos Cantó, experto en patrocinio deportivo, dice que “no ven un partido completo, pero ni de fútbol, ni de tenis, ni de nada. La capacidad de atención ha menguado; prefieren ver retos, resúmenes, 'highlights', entrevistas y los mejores goles". Cierto que la preocupación de Florentino y la mía no van en el mismo sentido, él mira por el negocio y yo por la educación, pero compartimos un temor: las generaciones más jóvenes, criadas con un móvil en la mano y acostumbradas al ritmo de los videojuegos y el minuto de TikTok, tienen problemas para concentrarse. Si añadimos que el estar aislados de la familia con una pantalla en la mano hace que cada vez hablen menos con los adultos, que no lean con ellos ni vean juntos un programa de televisión que luego podrían comentar, la conclusión es bastante obvia: no solo pierden capacidad de concentración, sino que cada vez manejan menos vocabulario. No me refiero a términos cultos, sino a términos hasta ahora usuales que no han oído ni leído porque no se han cruzado en su camino. Es la pescadilla que se muerde la cola: no leen porque ni se concentran ni entienden lo que leen y, por tanto, cada vez lo hacen menos porque les aburre. Y la consecuencia es terrible, no es que no entiendan una novela o un poema, es que no entienden el enunciado de una actividad.

Los niños son esponjas, lo que se aprende en la niñez permanece, pero si los dejamos a solas con una pantalla, no los ayudamos en su proceso educativo. No me refiero solo a los valores, que también, sino a la transmisión oral de la cultura, a la adquisición del idioma. Recordemos que, al llegar a la juventud, deberían poder reconocer unas 25.000 palabras. ¿Cómo esperamos que adquieran ese vocabulario?

Lógicamente, no estoy en contra de los dispositivos, sino del uso y abuso en edades en que se debería prestar más atención al intercambio oral y personal. Si no atendemos a lo que está pasando, me temo que toda una generación adolecerá de déficit de atención y de problemas de expresión oral y escrita.

domingo, 2 de mayo de 2021

Sin eco

 

No creo ser la única en tener la sensación de vivir en una continua campaña electoral. Generales, autonómicas, municipales, europeas... A veces me sorprende el anuncio de que en unas horas empezará ese, aparentemente delimitado, período del que tengo la sensación de no salir nunca. Da igual que la lucha sea por Madrid o Barcelona, lo cierto es que las ridiculeces que los políticos están dispuestos a hacer o decir en campaña nos persiguen hasta el último rincón en el que pretendamos escondernos. La consecuencia se me antoja peligrosa: la población, harta de sandeces, deja de creer en la política, se abstiene en las urnas y acaba afirmando que todos son iguales.

Me temo que la culpa está repartida porque ¿qué esperamos ahora de un político? Tengo claro lo que espero yo, que no pinto nada, pero quienes están detrás parece que buscan a quien sea capaz de crear mayor ruido mediático. Lo imagino como el casting de un reality show donde no tiene futuro la discreción incapaz de generar titulares. Y me parece que los medios de comunicación son parte del problema porque, asustados ante el temor de verse relegados, intentan competir y acaban haciendo eco a esas mismas voces disonantes que solo gritan y divulgan hechos falsos, datos sin contrastar, mentiras en definitiva. La búsqueda de la audiencia, la competencia con las redes está dejando de lado las ideologías y los programas electorales.

Dudo si es torpeza o si se trata de una decisión consciente, pero corren en busca de un titular  llamativo, escabroso, polémico, cualquier disparate que enganche al ciudadano perdido y le haga caer en el anzuelo de uno de estos medios tradicionales que temen ahora desaparecer. Y con razón. Yo también tengo miedo. Por mucho que sepamos que no son objetivos y que conocen formas evidentes de manipular, sabemos también que tienen límites, que conocer la misma noticia de dos medios diferentes nos permitirá acercarnos a la verdad haciendo una especie de media mental. Pero no sé que haremos si radios y prensa pierden su fuerza, su sentido de medios serios y todos se vuelven definitivamente amarillistas. Por favor, un poco de cordura para quitar el foco de quienes vienen solo a provocar.