Mi última heroína tiene tres
años. Se llama Gabriela y es mi sobrina. Es preciosa, lista y encantadora como
solo se puede ser con tres años. Solo sabe ser feliz y disfrutar de la vida,
adora hablar y que le hablen. Por eso quiere que le cuentes historias o las
cuenta ella. Si las cuentas tú, te escucha con ojos muy atentos, serios, con un
brillo de luz que demuestra el interés con que te sigue. Y en cuanto dices la
última palabra, las historias tienen que volver a empezar porque, con una
sonrisa zalamera, en cuanto tú acabas ella dice: “¿me la cuentas otra vez?”. Si
las cuenta ella hay que pararla, porque no tienen argumento ni fin, mezcla a modo
de collage retazos de cuentos que ya
se sabe y que ensarta con cosas que le han pasado o le pueden pasar, hace un
batiburrillo que solo tiene por finalidad demostrar que ella también puede
contar en una especie de encantador “horror vacui”, para no callarse nunca,
para asegurarse de lo que sabe, para fijar la norma del lenguaje. Por eso dice
“Y tú ¿qué hacibas cuando eras
pequeña?”, “¿y entonces venió?”. Si
no tuviera tres años y alguien le siguiera los pasos, podría crear un
movimiento artístico de vanguardia y correrían ríos de tinta tratando de
explicar la unión de todos esos conceptos que ella enlaza de modo tan
natural. Yo casi siempre me invento las historias
sobre la marcha y le meto un toque gamberro, para reírnos y sacarla del mundo
rosa al que están abocadas las niñas si se las deja en manos de la tele y la
publicidad. También las invento para no aburrirnos con los cuentos clásicos
(para no aburrirme yo, ella nunca, porque para un niño la originalidad no es un
valor, ellos prefieren la repetición, la seguridad de que las historias sigan
siendo siempre las mismas). No duda, es tremendamente segura en lo que quiere y
lo que le gusta. Y es intuitiva porque mira al fondo sin que la distraigan
amaneramientos aprendidos. Comunica
desde dentro, sin imposturas. Nos quiere sin resquicios y no sufre con las
despedidas porque aún no ha aprendido a temer las ausencias. Y es feliz,
abierta e impúdicamente feliz. Yo quiero ser como Gabriela.
sábado, 30 de julio de 2016
martes, 19 de julio de 2016
¿Otra orgía perpetua?
Probablemente uno de los
inconvenientes que acarrea la edad es el escepticismo. Llega un momento en que
por muchos esfuerzos que se hagan para retener la juventud, no solo se pierde
la lozanía en la piel, sino también en la cabeza. Hay una manera de no entender
el entorno que es lo que inevitablemente nos hace viejos. A casi todos. Algunos
pocos elegidos, como José Luis Sampedro,
consiguieron mantener un pensamiento inasequible al desaliento hasta el
final, pero no es lo usual. Llega un día en que una noticia en el periódico o
las redes, un rechazo a salir de noche a un concierto, una noche de insomnio… marcan
la verdadera edad, la que no se maquilla. Esta última sensación de estar
alejándome de la capacidad de entusiasmo me ha ocurrido estos días. Leo que el
afán por capturar un Pokemon en
Central Park desata la locura y necesito contrastar la noticia esperando que
sea otro fake a los que estamos cada
vez más acostumbrados. Esta vez no, hay vídeos que lo corroboran. Cientos de
personas, Smartphone en mano, aparecen
en Central Park dispuestos a conseguir su Pokemon.
Llegan a pie, corriendo, se bajan de coches que apenas han tenido tiempo para
aparcar, salen de ellos arrastrados,
poseídos por una idea. ¿Tal vez los Pokemon
se acaban? ¿tiene más puntos el que llega antes? Me asombra tanto, me encuentro
tan lejos de ese pensamiento, que intento buscarle una explicación. Se me
ocurre que no tiene por qué ser censurable, quizás es solo divertido, quizás
estos niños grandes tienen la suerte de seguir siéndolo, quizás no es una estupidez
sino una ventaja, la de tener aún la posibilidad de creer en algo e ir a
buscarlo, aunque sea un Pokemon. O
tal vez es una huida, la de la realidad. Puede que estemos tratando de
sustituir lo que nos asusta y agobia, por lo que siempre, como niños, nos ha
distraído, el juego. Entonces no importa que sea virtual, que sea un negocio,
que los seguidores parezcan abducidos o borregos, que contraste tan
evidentemente con unos días de dolor en que las noticias solo pueden hablar de
atentados terribles, golpes de estado abortados con víctimas mortales… Sería
una balsa, una tabla de salvación, la búsqueda inevitable de una creencia que
nos salve. O tal vez es solo vivir de espaldas para sobrevivir, para no perecer ahogados en la desesperación de la
vida carente de sentido. En ese caso no
es nuevo, se ha hecho siempre aunque adoptando diferentes caras. Es la
religión, el cine, la literatura. Es Flaubert actualizado ("La única forma
de soportar la existencia es aturdirse en la literatura como en una orgía
perpetua”). Lo sorprendente es que haya desbordado a los propios creadores y
haya hecho que se disparen las acciones de Nintendo, que se colapsen los
servidores del juego. ¿Eso quiere decir
que no somos tan previsibles después de todo? ¿o lo somos tanto que ni siquiera
los catalizadores de nuestro comportamiento se veían capaces de sospecharlo? En
cualquier caso solo siento perplejidad y distanciamiento y podría ser una
cuestión de edad, es cierto, pero me resulta preocupante comprobar cómo el ser
humano es capaz de moverse tanto por tan poco y tan poco por tanto. Algo va mal
cuando nos lanzamos de lleno al consumo masivo de lo fútil y nos olvidamos de
lo esencialmente humano. Tengo que darle la razón a Emil Ciroran, “No cabe duda
de que la vida carece de sentido, pero mientras eres joven no tiene la menor
importancia”. ¡Bravo por la despreocupación infantil que nos podemos permitir
en esta parte del mundo, pero ojo cuando pretendemos seguir viviendo en ella!
Lo normal es que la burbuja se pinche.
19/07/2016
sábado, 2 de julio de 2016
Paréntesis
Si la vida no fuera este
laberinto de planos que se cortan sin horizonte, si no se pareciera demasiado a
un juego de espejos que devuelven una realidad espantada, este dos de julio
podría ser el comienzo de un verano de los que venden los anuncios
publicitarios. Entonces los colores no serían de rastrojo seco. Solo azul mar,
verde pino, arena tostada… Los periódicos y noticiarios dejarían de vomitar
noticias de exilios obligados, atentados sangrientos, abusos abominables,
futuros a la deriva…
Si el escepticismo de los años
no nos hubiera hecho inmunes a la esperanza, podríamos dejarnos llevar por los
conciertos al aire libre a salvo de la canción del verano; por las siestas sin
conciencia ni horario; por las conversaciones de terraza en noches templadas de
amigos; por la sensación limpia de los placeres del verano…
Podríamos dejarnos arrastrar
por la alegría infantil de costumbres relajadas, pieles al sol, días y días sin
obligaciones, dolor ni cansancio…
Ante la llegada del verano
siento, en palabras de García Montero, nostalgia del futuro (…), nostalgia de
aquellos días de fiesta, cuando todo merodeaba por delante y el futuro aún
estaba en su sitio. Me instalaría en estos días protegida por un paréntesis, como si el verano fuera cierto
y el miedo no acechara, como si tuviéramos 6 u 8 años, la conciencia en pausa y el
disfrute como único horizonte. Como si se pudiera doblar sin más este periódico
que ahora mismo tendrán en la mano, y se quedaran dentro el dolor, la rabia y
la muerte que se estarán pegando al dolor, la rabia y la muerte propios. Como
si el verano, por serlo, deshiciera todos los nudos que se agazapan y no
hubiera cabida para el pesar. Solo soñar, tenderse al sol, un tinto de verano,
unas sardinas asadas, risas, juegos… Verano.
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