El Puerto en verano se repuebla,
se viste de fiesta y de chanclas. El tráfico, las playas habitadas hasta la
noche y las calles repletas del centro muestran una ciudad desconocida que nada
tiene que ver con la que habita el invierno. Y aunque el resto del año también
es así, es en verano cuando se hace más evidente que, más que en barrios, los
ciudadanos habitamos estratos superpuestos y aislados. Hay actividades, muchas,
variadas, pero están encapsuladas, no comparten público. Capas de pintura ya
seca o gotas de agua y aceite en un mismo plato. Así, hay una capa enorme que llena la plaza de
toros para un concierto de Manu Carrasco, que no se mezcla con una master class de pintura o la
inauguración de una exposición. Solo muy de vez en cuando una actividad
deportiva comunica con una cultural o musical. De este modo, en una noche de
Levante, mientras la masa se mueve en el centro en torno a la Virgen del
Carmen, un puñado de ciclistas hace una ruta nocturna en bicicleta en torno a
las salinas. Una comedia en el patio porticado de San Luis convoca a cientos de
personas, pero solo un puñado acudirá a hacer un repaso del festival de
comedias en una goleta anclada en el río. Toros, música, castillos de arena,
desfiles, encuentros deportivos, teatro, exposiciones, misas, conferencias,
recitales, terrazas del centro, terrazas frente al mar, terrazas de barriada…
todo tiene su público. Uno puede distanciarse, poner ojos de observador y ocupar
el día pasando de un estrato a otro con asombro, comprobando la solidez de las
capas aisladas, viendo con ojos de visitante los lugares conquistados por la
masa en busca de mesa para cenar. Esta noche se inaugura Diáspora, tres semanas de artes plásticas, musicales y escénicas. Son
artistas locales, en su mayoría dispersos por el mundo, que mostrarán
gratuitamente lo que hacen para llamar la atención sobre la necesidad de la
creación artística, la cultura, la originalidad. ¿A cuánto público del que
puebla el Puerto estos días serán capaces de llegar?¿Cuántos captarán su
mensaje?