sábado, 23 de abril de 2016

Muchas gracias, Don Miguel

La literatura conecta sensibilidades por encima de paradigmas espacio-temporales, permite dialogar con quien ha sufrido, gozado, temido y amado como nosotros. Al fin y al cabo, somos humanos, nada originales en el sufrimiento ni en el consuelo. Estos días no dejo de pensar en Cervantes. Dificultades económicas, brazo inutilizado en batalla desde los 21, cinco años de secuestro berberisco, cárcel en España por asuntos de dinero y, sin embargo, este hombre castigado por la fortuna, sin formación universitaria, escribe la mejor y más profunda literatura castellana sin ser consciente de que lo sea. ¿Cómo pudo transformar su dolor en obras de tanta vigencia intemporal? En las conversaciones entre Sancho y Don Quijote están nuestra humanidad, nuestras dudas, nuestras huidas, nuestros miedos. Leo a Cervantes y me habla de las luchas desiguales que batallamos a diario. Oigo a Sancho justificarse (esta que llaman por ahí Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y, sobre todo, ciega, y así, no ve lo que hace, ni sabe a quién derriba, ni a quién ensalza) y a Don Quijote rechazar la suerte (Lo que te sé decir es que no hay fortuna en el mundo, que cada uno es artífice de su ventura. Yo lo he sido de la mía; pero no con la prudencia necesaria). Veo a Sancho sufrir menos porque solo ve la apariencia (Mire vuestra merced que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento) y descansa en el sueño (sólo entiendo que en tanto que duermo, ni tengo temor, ni esperanza, ni trabajo ni gloria). Pero Don Quijote no desconecta (Duerme tú, Sancho, que naciste para dormir; que yo, que nací para velar, en el tiempo que falta de aquí al día daré rienda a mis pensamientos). Siento que Don Quijote es el sufrido Don Miguel que se desfoga en la escritura y crea un personaje heroico al que llama loco para justificar batallas desiguales. Porque ¿Quién batalla contra molinos sabiendo que nos aplastarán? Mejor pensar que son gigantes, voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla y al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada. Hacen falta locos que intenten quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. Feliz Día del Libro.

domingo, 10 de abril de 2016

Tomate de diseño

Un tomate no está más rico por ser redondo y brillante. Un tomate tiene que ser sabroso y estar en su punto de madurez. O sea, que la belleza está en su interior. Porque lo importante de un tomate no es que prometa sabor, sino que lo tenga. Por supuesto que se agradece ver un puesto de fruta y verdura lleno de color, con los productos estudiadamente colocados, pero si luego ni la verdura ni la fruta saben a lo que tienen que saber, es un fraude y estamos haciendo el tonto. Quiero decir que me parece que nos estamos dejando obsesionar por el aspecto, pero que, aunque la estética esté bien y ayude a la atracción del producto, sea este un tomate o una persona, si debajo de la piel no hay nada, si solo hay cáscara y peladura, la comida no nos va a salir bien. La imposición de los modelos estéticos es tirana y, en muchas ocasiones,  absurda y contra natura. Y es verdad que la frase “para presumir hay que sufrir” no se ha inventado ahora y suena a otra época, pero en realidad está más en boga que nunca. No es normal que las mujeres estén tragando con la moda de los tacones vertiginosos con los que no se puede andar y los hombres (sobre todo los muy jóvenes) con el degradado en los cortes de pelo que hay que retocar casi cada semana, dejando en la peluquería un dinero que no se tiene. Tampoco es normal que el único modelo a imitar sea el de un cuerpo joven y sonriente cuando todos estamos subidos sin remedio a la cinta transportadora del tiempo a la que nadie puede parar. ¿El hombre ha conseguido ganar años de vida y, al mismo tiempo, hace un aborrecimiento social de todo lo que  no está lozano y estirado? Si uno ve la televisión, mira anuncios publicitarios y echa una ojeada a las revistas, no hay vida deseable después de los cuarenta. Sobre todo para las mujeres, sencillamente se vuelven invisibles, no hay piedad ni excepciones. El modelo de perfección al que se aspira es engañoso,  está hueco. Y conste que soy defensora de la forma. Instintivamente le doy importancia a la estética y me siento atraída por la belleza, pero el radicalismo siempre es malo. El virus de frivolidad adolescente nos amenaza. ¡Con la que está cayendo! ¡Y con lo rica que está la fruta madura!