sábado, 30 de septiembre de 2023

Sin recambio

 En nuestro verano de desarreglos hemos tenido que hacer frente a las averías de 2 coches (más un tercero prestado para poder movernos), una placa solar, un centro de planchado, una aspiradora, un grifo, una lámpara, una depuradora… Vale, tampoco quiero aburrir, suelen tener lugar estas rachas. Lo que me molesta es que en casi cada caso la solución es la de sustituir. Comprar un nuevo aparato y desechar el viejo. Y es aquí donde me rebelo. Sobre todo porque ya todos sabemos que el nuevo (caro, eso sí) no va a durar ni a funcionar igual de bien que el viejo. Se pueden obtener garantías de muchos años que cubren por ejemplo el motor de una lavadora, pero porque los fabricantes saben que lo que va a fallar no es precisamente el motor, sino la placa electrónica o cualquier carcasa de plástico que incorpore.

A mí no me gusta planchar. Tenía una plancha de vapor básica. Pero cuando mi padre murió, me traje su centro de planchado del que estaba tan orgulloso. Cada vez que lo usaba pensaba en él, como si echáramos un rato juntos. Así que intentaba esmerarme más mientras me acordaba de lo cuidadoso que era para la ropa, del mimo que ponía en el planchado de sus camisas. No tenía mucho tiempo ni mucho uso esta plancha heredada. Era de buena marca. De hecho, no sé estropeó, sino que la carcasa de plástico empezó a perder agua y no tenía repuesto. Descatalogada y a la basura.

El coche que ha estado dos meses pendiente de arreglo (de nuevo caro, por supuesto) estaba a la espera de una pieza pequeña de solo 28 euros, pero el almacén no la tenía porque aquí ya no se fabrica casi nada.

Estamos haciendo un mundo absurdo y globalizado en el que nos paralizamos porque dependemos del envío de algo fabricado a miles de kilómetros. Desechamos electrodomésticos porque se les ha roto una pestañita de plástico, generamos basura electrónica que mandaremos al otro lado del mundo para que contamine lo más lejos posible… Los datos hablan de unos 50 millones de toneladas de basura electrónica anual. No puedo llamar progreso a esto.

En este sábado de casi octubre con un desolador calor de verano (sin el casi) me enfada que no sepamos poner remedio a tanto disparate.

Y no quiero una plancha nueva.

viernes, 15 de septiembre de 2023

Encajar

Nunca pensé que sería capaz, pero he hecho en poco tiempo un puzzle de 2000 piezas pequeñas. Con la colaboración puntual y preciosa de mi hijo, que sentía la misma satisfacción por encajar. Y al hacerlo, he descubierto en mi entorno mucha gente y muy variada que me ha confesado compartir la misma pasión, a veces cercana a la obsesión. He estado reflexionando sobre por qué puede ser tan importante algo tan nimio como encontrar una pieza precisa, comprobar que entra perfecta en el hueco, que coincide en forma y color con las que la rodean... y creo que es porque viene a satisfacer la necesidad humana de arreglar, de componer, de hacer que algo funcione. Es un balance. Incapaces de controlar lo que nos envuelve, abocados a un estilo de vida donde tantas cosas no funcionan, no dependen de nuestro esfuerzo o directamente nos superan, el hecho de concentrar la mente a cambio de un éxito seguro es liberador. Como lo es ordenar un armario, organizar un álbum de fotos o tirar trastos viejos a la basura.
Vivir es tener problemas, equilibrar los logros con las frustraciones grandes y pequeñas, lo insignificante con el drama. Hay un aprendizaje en este aprender a relativizar, prestar atención a lo que de verdad importa y no dejar que lo demás arruine ni un solo día. Dar tratamiento de contratiempo, sin más, a lo que no merece otra cosa y saber empatizar con el sufrimiento. No siempre es fácil. Alguien cercano muere, una amiga se queda embarazada, otra aprueba unas oposiciones o pierde un avión, un coche se estropea, se pierde el trabajo, gana nuestro equipo favorito... Pero la aspiración a llevarlo todo bajo control, desear que no pase nada, no es vivir. No es posible quedarse quieto, refugiarse de los riesgos o aislarse para no sufrir.
“Pero ¿Qué va a ser de mí cuando se abra la compuerta del molino y la vida me precipite otra vez a los remolinos de este río que nos lleva? “, escribía José Luis Sampedro en su novela “El río que nos lleva”. Adaptarse, sobrevivir, relativizar. No queda otra. Y para gestionar los pequeños contratiempos, si les vale mi consejo, cómprense un buen puzzle. Mientras tanto, disfrutemos septiembre.