sábado, 25 de enero de 2020

Algoritmo


El mes de enero suele ser un mes extraño. La manida “cuesta de enero” asoma tras las vacaciones y obliga a retomar la dieta económica y emocional después del despilfarro de diciembre. Se suma a ella que últimamente los medios, a la búsqueda siempre de un anglicismo que entretenga el cotarro, han hecho suya una nueva etiqueta: el “Blue Monday”, al parecer el día más triste del año, que fue exactamente el lunes pasado. No lo viví como tal, pero tengo que confesar que, si no la semana más triste, sí me está pareciendo una de las más anodinas. Será que han vuelto las lluvias, que lo revuelven todo, o que por primera vez no tenía tema para esta columna, pero me he encontrado desconcertada. En este punto, necesitada de una idea sobre la que escribir, he recurrido a la prensa. Allí, he sorteado las referencias al carnaval, los vaivenes políticos, el tiempo y el pin parental y… me he visto sin nada. Luego he tratado de recordar qué temas de sociedad me habían impactado últimamente y me he dado de bruces con el algoritmo. Resulta que la Warner va a empezar a utilizar un sistema de inteligencia artificial para decidir qué proyectos apoyarán o descartarán. Se trata de un algoritmo capaz de predecir la recaudación en taquilla de una película antes de que se realice. Me ha sorprendido también la creación de los primeros robots vivos del mundo que, por cierto, se han hecho a partir de un algoritmo y reglas básicas de biofísica. Leo, además, que no hay nada que hacer para arreglar mi muro de Facebook, porque es un algoritmo el que selecciona las publicaciones y usuarios que aparecen en él. 

Nunca he creído demasiado en la libertad del ser humano, pero después de esta semana estoy empezando a pensar muy seriamente que la culpa de haber perdido la facultad de decidir la tienen los algoritmos. Qué quieren que les diga, no me resulta demasiado tranquilizador que estemos dejando tantos asuntos en sus manos porque podemos confiar en las matemáticas, pero me temo que no tanto en quien las maneja. 


sábado, 11 de enero de 2020

Auténtico



Una semana después de las fiestas navideñas, pasadas las celebraciones y los balances, sé, sabemos, que la mayor parte de lo vivido se desvanecerá como lo hacen los momentos repetidos y manoseados, especialmente aquellos a los que no se les pone un interés especial. Pero de igual manera ciertas instantáneas quedarán convertidas en recuerdos, momentos especiales que durante mucho tiempo se salvarán de la crueldad del olvido. Entre ellos, me quedo con los abrazos de la gente que quiero, las comidas y atardeceres al sol del invierno, la presencia cercana de los que ya no están, muchas risas, algunas lágrimas… momentos todos que ya atesoro porque tienen en común su autenticidad, lejos de las imposturas y los artificios de estos tiempos. Sumo a todo ello que he cocinado lento al calor de la leña en la chimenea de mi ya vacía casa familiar; que he comido en el único restaurante de la playa de La Carihuela que ha sobrevivido a la especulación, donde la misma señora que hace más de 20 años nos ofrecía unas conchas finas cogidas por su padre por la mañana, le ha regalado a mi hijo un plato de patatas a lo pobre para que no pase hambre en el avión de vuelta a Suecia; que he asistido a un exclusivo encuentro flamenco jerezano con un maestro de la guitarra y una virtuosa del cante donde la verdad y el saber hacer brillaban a años luz de las bullangueras zambombas; que no he regalado nada que no deseara para mí y que no haya comprado a conciencia en una tienda de barrio para apoyar el pequeño comercio; que no me han regalado nada que no haya sido comprado con amor...  ¿Hay mejor balance?
  Cierto, verdadero y consecuente son tres adjetivos que aparecen en la definición de la palabra auténtico, y así ha sido mi Navidad, he vivido en lo auténtico, algo difícil de encontrar en tiempos de artificio y sofisticación donde todo parece de plástico, falso y falsificado, corrompido. He empezado el año con buen pie, ojalá que el resto de los días decidan mantenerse a la altura.