sábado, 30 de diciembre de 2017

La "edad dulce"

Voy a hacer una confesión, tengo una herencia moral de la que ya no creo poder liberarme: la culpa. Ante cada decisión personal, me nacen como setas sentimientos de responsabilidad por los daños colaterales ocasionados. ¿Qué a qué viene esto? Al reparto familiar de las vacaciones. Al difícil equilibrio entre la familia de Jaén, que nos espera para inundarnos de afecto, y mis hijos portuenses, que tienen edad de solicitar unos días libres para disfrutar con los amigos. Intento guarecerme bajo el paraguas de la imposibilidad de contentar a todo el mundo y, aún así, no me desembarazo de la culpa. Entonces me toca escribir esta columna que saldrá el penúltimo día del año y no encuentro asiento suficiente para hacer balance, no me apetece, estoy desubicada en estos días de nadie. Un vistazo a las noticias no ayuda a encontrar el tono: no cesa la violencia machista ni el miedo a atentados yihadistas ni la llegada de inmigrantes y no mejora el nivel de nuestros políticos ni la tensión internacional que Trump provoca a golpe de twitter… Entonces me sale al paso una sorprendente afirmación del filósofo francés Michel Serres que sostiene que la humanidad progresa adecuadamente y eso me anima. Parece que “hay una gran contradicción entre el estado real de las cosas y la forma en que lo estamos percibiendo, porque vivimos como si estuviéramos inmersos en un estado de violencia perpetua, pero eso no es real en absoluto”. Apoyándose en datos de la OMS recuerda que “la causa menos frecuente de muerte en la actualidad es ‘guerras, violencia y terrorismo’. Muere infinitamente más gente a causa del tabaco y de accidentes de coche.” ¿No es esperanzador? Yo, por lo pronto, me propongo intentar afrontar el nuevo año con este enfoque optimista. Así que, mi irracional deseo para el 2018 es que la luz de la ciencia y el progreso filántropo nos ilumine para seguir confiando en un mundo más justo, más igualitario, más pacífico, más sano, más feliz… y que esa misma luz consiga brillar en todos nuestros hogares. Pues eso, que la esperanza en esta “edad dulce”, médica, pacífica y digital, no nos falle.

sábado, 2 de diciembre de 2017

De tradiciones y pausas

La columna de hoy va dedicada, como en los antuguos programas de radio: A mi amiga Luisa que me pidió "hablar de esto", al resto de amigos "menúos" y a mi familia, capaces todos de abrir siempre un paréntesis confortable por muy grande que sea el chaparrón que este cayendo en las vidas de cada uno.

"No tengo nada contra la tradición y las celebraciones organizadas, pero sí me molesta mucho que se conviertan en una obligación. Basta con echar un ojo a la filmografía americana para ver cuántas películas rondan en torno al famoso día de “Acción de gracias” y cuántas de ellas lo aprovechan para presentar el engorro de reunirse forzadamente en familia. Y, sin irnos tan lejos, son innumerables los chistes y anécdotas que se cuentan aquí alrededor de la figura del “cuñao” al que hay que aguantar en las celebraciones familiares. (No es mi caso. Adoro a mis cuñados, pero no todo el mundo tiene esa suerte). La policía sabe muy bien que la Nochebuena, por ejemplo, es una de esas fiestas en las que debe estar atenta para intervenir en altercados familiares que, a causa del vino, supongo, se van de las manos. O a las manos, debería decir. Por eso abogo por las tradiciones flexibles, sin obligaciones ni enfados ni reproches e, incluso, por inventar tradiciones nuevas y mantenerlas justo hasta el momento en que se corra el riesgo de convertirlas en obligación. Me parece la única forma segura, capaz de huir de culpas, de encuentros no deseados, de repeticiones carentes de sentido… 
Celebrar es realizar un acto festivo por algo que lo merece. Nada me gusta más que crear hábitos nuevos con familiares o amigos que duren lo que tengan que durar, solo mientras la fórmula funcione. Reunirse así, sin ceremonias, porque el cuerpo y el ánimo lo piden, en torno a unas migas, una berza, una paella dominguera… Sin ceremonias, pero con ritos, “para que un día no se parezca a otro día y una hora sea diferente a otra hora” (A. de Saint-Exupéry). Un rito preparar el sofrito de la paella con mi padre; un rito el mojito en olla grande con los amigos; un rito el postre casero la tarde del domingo. Y así, de quede en quede, el confort de los tuyos conforma un paréntesis, una burbuja efímera que deja en suspenso las penas y los miedos que la vida y los años se empeñan en acumular."

sábado, 18 de noviembre de 2017

Cambio de perspectiva


Es fácil sentirse seguro cuando uno se acomoda a la seguridad. Sencillamente parece que los problemas no existen por el solo hecho de que no se ven. El refranero popular lo recoge muy claramente “ojos que no ven, corazón que no siente” o, como decía Gómez de la Serna en una de sus greguerías “Cartas que no llegan, corazón que descansa”. Es cierto que don Ramón se movía en un ambiente epistolar en el que las cartas que llegaban eran manuscritas y hablaban de sentimientos, mientras que su pensamiento es hoy más acertado que nunca en un entorno en el que las únicas cartas que se reciben, las mandan el banco, el ayuntamiento o hacienda. Y ninguna de ellas suele traer buenas noticias, por cierto. Pero estaba hablando de seguridad, de sentir que el estilo de vida es el adecuado, que el lugar en el que se vive es amable, que nos hemos recuperado de la crisis, que la violencia de género es una exageración, que las calles son seguras. No es una cuestión de alarmismo, pero basta salir del entorno confortable creado a nuestra doméstica manera, para darnos cuenta de que para mucha gente llegar a fin de mes es un auténtico calvario, hay muchísimas mujeres que sufren maltrato psíquico o físico a diario, existen demasiadas familias en las que los niños se crían sin guía, en la calle y a expensas de Telecinco, hay una parte de la población que se mueve entre violencia cada día... Hace unos meses, sin ir más lejos, lo presencié al pasar en coche por una calle no muy concurrida. Ante nosotros cruzó una chica y, detrás,  apareció otra que la agarró del pelo y la tiró al suelo. Las dos acabaron enzarzadas en una pelea de patadas, puñetazos y tirones de pelo. La contemplación de ese tipo de violencia, cuando no estás acostumbrado,  sobrecoge y sacude. Abre la ventana a otras vidas. Para dejar de ver el entorno como una postal fija, conviene de vez en cuando airearse, viajar, visitar otros barrios, conversar con gentes muy diferentes… en definitiva, ponerse en la piel del otro, cambiar  el enfoque. Cada uno observa la existencia desde su ventana. Pero podemos subir a una azotea y observar. El cambio de perspectiva estremece. También espabila y favorece la empatía. 

martes, 7 de noviembre de 2017

Fúnebres ramos

Sé muy bien que la mejor forma de vencer un temor es afrontarlo. Si un niño tiene miedo del monstruo que acecha bajo la cama, nos asomaremos con él a ese territorio oscuro para demostrarle que su miedo carece de fundamento. Pero cuando no basta con asomarse bajo la cama para comprobar que los monstruos no existen o no tienen jurisdicción en el dormitorio infantil, a veces optamos por dar la espalda y tratar de olvidar el problema. Todo esto viene a cuento de la pasada fiesta de los Santos. Reconozco que siempre me ha desagradado esta celebración, la cita en los cementerios para limpiar lápidas, poner flores, arreglar la casa de los muertos... Y, por supuesto, nunca me dejé convencer para acompañar a mis familiares en la tarea. La fiesta, aunque bastante sepultada por el éxito de Halloween, no ha caído del todo, pero me temo que últimamente no estamos gestionando bien la relación con la muerte. Del engorro de velar a los muertos en casa, se ha pasado a los asépticos tanatorios donde todo es frío, distante, correcto. La incineración es más barata y ahorra, además de dinero, la necesidad de atender un espacio en las necrópolis. No estoy segura de que estas nuevas costumbres ayuden a entender el proceso. No queremos saber nada de la muerte.  Hemos eliminado el espacio oscuro bajo la cama poniendo debajo del colchón un canapé, pero los monstruos infantiles se siguen escondiendo tras las puertas, en los armarios… porque el miedo a lo desconocido forma parte del ser humano. Nuestros mayores habían domesticado ese miedo a la muerte, los ritos ayudaban en la tarea.  No sé si eliminarlos es una buena opción. El domingo pasado acompañé a mi padre al cementerio. Respiré hondo y traté de no pensar mientras quitábamos el polvo a las lápidas de los que fueron mis seres más queridos. Nunca los pienso allí. Dejamos unas flores (naturales, claro, a mi madre nunca le gustaron los artificios).  Mi padre rezó ante ella, mis abuelos, mis tíos, algunos amigos. Tocar las lápidas no me trajo consuelo, pero tampoco pesadillas. Había familias con niños. Los educaban para la muerte que, después de todo, nos está “aguantando la vida”. 

viernes, 20 de octubre de 2017

Furtivos

Ha empezado la temporada deportiva. No estoy hablando de deporte profesional sino de deporte de base. Puede que los niños teman la hora de volver a las aulas, pero esperan con impaciencia la vuelta a sus entrenamientos. En El Puerto, como en tantos otros lugares del país, la puesta en marcha de esta práctica deportiva está en manos de voluntarios. Clubes y asociaciones de padres se encargan de organizar, entrenar y preparar para la competición a los pequeños. El sábado pasado, con su X trofeo Vicente Cisneros, la Gymnástica volvió a celebrar su día del club, la presentación oficial de todos los equipos. Una vez más, un esforzado e incansable grupo de voluntariosos amantes del baloncesto, pusieron en pie una jornada de encuentros, buen ambiente, partidos y, por supuesto, la esperada “foto de familia” en la que jugadores y entrenadores de todas las edades se reúnen en la pista para simbolizar el espíritu de un club que apuesta no solo por los triunfos deportivos, sino por la unión, el compañerismo, la vida sana. Valores todos ellos que esperamos inculcar a nuestros hijos y que, cada vez más, encuentran una competencia atroz en un estilo de vida sedentario, aislado, conectado al mundo real únicamente online. Lo triste es que, para esta labor, clubs como la Gimnástica se encuentren  solos. La falta de instalaciones y de apoyos económicos hacen que sea muy difícil presentar cada año 14 ó 15 equipos a los que hay que buscar entrenador, pista, horario de entrenamientos y, lo más difícil, sostén económico. Nunca podremos agradecer lo bastante su entrega. Pero ¿y si no estuvieran? ¿y si se cansaran de luchar y entregar todo su tiempo libre al club? Nuestras administraciones deberían facilitar y fomentar la práctica deportiva. Así que, vaya mi agradecimiento a la familia gimnástica pero también mi petición de ayudas e instalaciones para que en El Puerto, cuando cierran los colegios y acaban las competiciones, echar una pachanga no sea un acto furtivo para el que hay que saltar una tapia.  


sábado, 23 de septiembre de 2017

El lado oscuro de la Luna


Se conoce como el lado oscuro de la Luna a la mitad que no vemos. De este modo hacemos como un niño pequeño que, temiendo un peligro, se tapa la cara como si al no ver, tampoco pudiera ser visto. Es la historia de la humanidad, que tiende a moverse ante certezas. Lo que no se ve, no existe. Por eso olvidamos el dolor ajeno, el sufrimiento, la soledad. Lo tapamos y desaparece. Los modos de información están cambiando, se están dejando de comprar periódicos impresos, no se ven las noticias en las principales cadenas televisivas o de radio. Ahora la  información está en las redes, se construye personalizada y nunca fue tan parcial. Ya no es solo el peligro de la brevedad del titular o tuit, sino de vivir inmersos en un mundo pequeño, una burbuja a la que solo nos llegan referencias similares a las nuestras. Leemos y sabemos apenas de lo que nos interesa, puesto que solo leemos y sabemos a partir de lo que publican y comparten nuestros amigos y seguidores. Así, vivimos alimentando nuestras creencias e ideologías y obviando la diferencia cuando no eliminándola. Es el lado oscuro de la Luna, lo imaginamos en sombra como imaginamos sombras  y temores en el pensamiento del otro. Parcelamos e inventamos la realidad  a nuestro antojo. Pero creerse en posesión de la verdad solo conduce a la intolerancia. Si uno solo se entera de lo que lo reafirma, acabará convencido de llevar razón, puesto que todo su entorno se volverá uniforme. La misma música, las mismas noticias, las  mismas preocupaciones… Cualquier atisbo de pensamiento diferente hará saltar la alarma. No hay más que mirar las redes. Lo vemos a diario. Qué razón tenía Einstein al afirmar que “hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”. Nunca antes estuvimos tan conectados al mundo y, sin embargo, nunca fue tan fácil desconectar, desinformarse, borrar lo que no interesa. Eliminando la diversidad, eliminamos también la capacidad empática de sentir y sufrir por otro. Ahora sabemos que no hay ninguna sección de la Luna que no reciba luz solar. Falta descubrir cómo aquí podemos encontrar luz al otro lado. Mientras, sigamos acusándonos. “Antidemócrata, tú”

domingo, 10 de septiembre de 2017

Uniformes

Me molesta, mucho, el dirigismo, las cosas demasiado masticadas, la uniformidad, la vía única. Me molesta en casi todas sus variantes, desde el detalle más tonto. Me resulta odioso, sin ir más lejos, el sistema de circulación y aparcamiento del Luz Shopping de Jerez, donde es imposible escoger a dónde quieres ir. Una vez que has entrado en un carril, tienes que seguirlo. O el corrector del Whatsapp que entiende que me equivoco y, sin preguntar, va cambiando cada palabra que escribo por otra que, por lo visto, sería más conveniente si yo fuera una máquina y me comunicara como se supone que me tengo que comunicar. Imposibles los dobles sentidos o las metáforas. Los mensajes, finalmente, me quedan ininteligibles. Y las colas con trampa que no van en línea recta sino en serpiente, delimitadas con cintas, de modo que no dejan calibrar el rato de espera para decidir si me interesa quedarme o no. “Afortunado aquel que tiene tiempo para esperar”, decía Calderón de la Barca. Me molesta que Google se dirija a mí como si fuera una persona y me diga “¿Quieres respuestas antes de que preguntes?” No, claro que no. Me gustaría encontrar respuestas, por supuesto, pero a mis propias preguntas. Quiero indagar, reflexionar, investigar, curiosear, equivocarme, plantearme opciones… Estoy harta del “¿quizás quiso decir…?”. Ya sé que somos masa, que es difícil sentirse original, pero me gustaría no vivir una vida completamente uniformada. No quiero entrar en Facebook y encontrarlo lleno de sugerencias del tipo “celebra tus siete años de amistad con…”, cuando además ese “con”…. resulta que a lo mejor es mi marido al que, desde luego, tengo la suerte de tener por amigo hace muchísimo más de 7 años. Y no quiero que me llamen a casa para ofrecerme nada, prefiero salir a buscarlo cuando me apetezca o lo necesite. Ni que me paren para hacerme encuestas. Tampoco me convence que la gente exija que uno esté constantemente conectado al móvil. Reclamo el derecho a la desconexión. Y a no sentirme rara por no usar ningún sistema de videoconferencia porque me gusta estar en casa en la intimidad, vestida de cualquier manera.  Y a que no me gusten los bestsellers, ni los musicales…


sábado, 26 de agosto de 2017

Miedo

Ha pasado más de una semana de los atentados en Cataluña y seguimos atónitos la marcha de las investigaciones, las reacciones de la ciudadanía, el intento de recuperación de la normalidad.  “No tinc por”, no tengo miedo, es el lema más repetido estos días, y hace falta armarse de valor, reafirmarse en la defensa de un estilo de vida en libertad para repetirlo con convicción. Porque sí tenemos miedo. Yo lo tengo. Miedo del fanatismo de jóvenes educados en España que se radicalizan hasta el extremo de considerar que cualquiera en cualquier momento es culpable y merecedor de sufrir un atentado; miedo de sabernos inmersos en una guerra de límites difusos de la que es difícil mantenerse a salvo; miedo de las redes sociales que permiten escupir impunemente comentarios violentos, islamófobos, inspirados y divulgados con raíces similares a las que han permitido fabricar terroristas; miedo al rechazo que provocan las diferencias y que hace que haya quien se escandalice de que estos días “también” se expresen en catalán los catalanes;  miedo al miedo a sabiendas de que la única reacción posible es continuar con nuestras vidas a pesar de todo.  Ahora ha sido Barcelona. Nos duelen más las víctimas cercanas, quizás porque nos hacen sentir más vulnerables. Hemos paseado por allí, descuidados como cualquier otro turista o ciudadano. Duelen también las noticias de otras muertes violentas, igualmente inocentes, a veces solo números, atentados igual de absurdos en lugares mucho más apartados aunque los medios de comunicación y las redes sociales actúen tapando el sufrimiento. Es difícil compaginar la solidaridad, el dolor y la preocupación con la recuperación de un agosto de vacaciones. Resulta frívolo cambiar de tema, alternar las noticias plagadas de crueldad con la frivolidad necesaria que requiere seguir con nuestras vidas. No tinc por, clama el ciudadano. “No en mi nombre”, tratan de hacerse oír quienes también son víctimas. Dejar que se alcen sus voces es la única manera de luchar contra quienes sacan partido de la xenofobia. Lo vivimos con ETA. Debería servirnos para algo. Y, por supuesto exigir a los gobernantes soluciones y unión ante la barbarie.

domingo, 13 de agosto de 2017

Abierto por vacaciones

Un paseo mañanero en bicicleta de punta a punta de El puerto deja una postal variopinta. Caminantes solitarios con sus auriculares; grupos ciclistas “maqueados” para carrera disfrutando de las vistas al mar; señor mayor montado en patinete con casco incluido; señoras de moño alto, sobrepeso y altisonante lenguaje popular; parejas de ancianos paseando de la mano; chicas de piel morena y rasgos orientales, de uniforme, que pasean niños rubios con bañadores floreados; pescadores bajo sombrillas, con caña plantada entre las rocas del espigón, indiferentes a los saludos de los pasajeros del catamarán; pijos hasta en los andares con atuendo playero que incluye camisa de manga larga y sombrero de paja con banderita española; turistas de bajo presupuesto y “desestilismo” que llevan, sin garbo y sin mangas, su camiseta de colores, (riñonera y bermudas obligadas); turistas extranjeros con cara de ilusión que disfrutan y fotografían cada detalle; turistas nacionales que buscan actividades culturales en los tablones del Alfonso X; turistas nacionales que buscan precios baratos en los establecimientos de la ciudad; jóvenes que arrastran en la cara las señales de la noche de juerga en la vuelta a casa; amas de casa camino del mercado… A mí me parece que, aunque apretados, cabemos todos. Total, son dos meses y luego solo un tercio de esta población veraniega tenemos el privilegio de seguir disfrutando de las playas paradisíacas y el pescaíto. Ojalá no se contagie la moda del “Turistas go home”. Echar a los turistas es un acto vandálico e irresponsable. Mejor exigir a nuestros gobiernos una planificación coherente, unas infraestructuras dignas, una oferta de actividades culturales que apuesten por la calidad, previsión ante las temporadas altas… Si cada uno cumple con lo suyo, si nos respetamos, cabemos todos.

(Otro día hablamos de las obras, de los conductores prepotentes y maleducados, de los abusos en el trato que se permiten ciertos locales de moda, de las colas en Renfe porque solo abre una ventanilla de información/venta en pleno mes de agosto y la escalera mecánica está apagada y la otra en permanente revisión y la máquina expendedora no imprime…)

sábado, 29 de julio de 2017

Mis acentos


Estoy lejos de casa, en un pueblo de Holanda llamado Loenen aan de Vecht. Es un lugar muy cerca de Amsterdam, de dimensiones diminutas, cuidado y verde. La zona tiene algo de irreal. No hay ruido, la gente se mueve en bicicleta, los jardines se confunden con la naturaleza... Todo parece ordenado, hasta los patos, ovejas, cisnes y aves zancudas que hay por doquier. Las cunetas son verdes. Hay mucha agua, canales, enormes macizos de hortensias, estanques cubiertos de nenúfares por donde quiera que mires. En la casa dispongo de un Appel conectado, claro, a internet.  Me dispongo a escribir la columna quincenal y a sortear los problemas de un ordenador configurado en Nederlands y en un sistema que desconozco. Es un reto. El teclado carece de acentos como el paisaje carece de puntos secos, de matojos quemados por el verano, de jornadas estables. El sol sale con fuerza muy temprano para dar paso enseguida a las nubes, la lluvia y otra vez el sol. Estar de paso permite adaptarse bien. No da tiempo a echar de menos nada e invita a divagar. Mis pensamientos, ahora sin acentos, me llevan a imaginar una ciudad ideal en la que colocar lo mejor de cada uno de los lugares que he visitado. De esta zona me quedo con la cultura, con la educación que permite que un festival de música convoque a cientos de personas de todas las edades llegadas en bicicleta a pasar la jornada escuchando conciertos bajo árboles centenarios.  Me quedo con las calles limpias, impensables las cacas de perro o los restos de bocadillos por los suelos. La libertad para vestir como quieras y llevar de la mano a quien te apetezca. Los carriles bici presentes en todas las ciudades, en todos los caminos y respetados por todos los conductores. Las actividades culturales, los museos. No cuesta nada imaginar y, realmente, cualquier ciudad mejoraría mucho con un centro dinámico, verde, cuidado, sin apenas coches, repleto de actividades culturales y de gente bien formada que se mueve en bicicleta. 
Reto casi cumplido. Texto sin acentos. Se resisten nenúfar, música, árbol, educación, dinámico, mejoraría. Parece un buen ejercicio de autoconocimiento, lo dejo aunque al final haya aprendido a acentuar. 

miércoles, 19 de julio de 2017

Contradicciones


Resultado de imagen de gaming ladiesEn Suecia se prepara un Festival de música para el verano de 2018 solo para mujeres.  No es la primera iniciativa, el año pasado Glastonbury (Reino Unido) contaba con escenarios solo para mujeres, The sisterhood. También se ha celebrado el primer “Gaming ladies”, solo para “gamers” femeninas. En París está siendo muy polémica la preparación de un festival, Nynsapo, que cuenta con talleres dirigidos exclusivamente a mujeres negras. Cada vez es más frecuente encontrar que, dentro de un Festival de música, exista un “safe-space” y ya es normal encontrar gimnasios donde no admiten hombres. Cuando leo y escucho estas iniciativas, me vienen tantas ideas contradictorias a la cabeza que me cuesta ordenarlas. Para empezar, me choca mucho que todos estos proyectos estén surgiendo en lugares del mundo donde se supone que la igualdad entre hombres y mujeres es un derecho reconocido por la ley. Hablamos de Reino Unido, Canadá, EEUU, Francia, Suecia, España… Además, surgen tras una larga batalla para conseguir que mujeres y hombres puedan estar codo con codo en las aulas de colegios y universidades, en espectáculos públicos, en las urnas… Hasta hace muy poco, el logro era haber conseguido precisamente lo contrario, espacios unisex. Y, sin embargo, parece que como medida reivindicativa tras las numerosas denuncias de agresiones sexuales y violaciones, se está volviendo a esta segregación. ¿Logro o retroceso? Entiendo que pueda tener su fuerza como llamada de atención, pero me cuesta aceptar que la única manera de mantener a las mujeres a salvo sea haciendo un corralito en el que poder protegerlas. Tiene algo de rendición, de paso atrás. Pero ahí siguen los datos de violaciones y agresiones en los Sanfermines, en los festivales de música o la suspensión de la segunda edición del “Gaming ladies” por el boicot de Forocoches. ¡Llegaron a amenazar con entrar disfrazados de mujeres para reventar las charlas al grito de “muerte al marichulo”! Se me cae el alma a los pies. Mi apuesta segura es, como siempre, la educación desde todos los ámbitos. Pero ¿y mientras tanto? No creo que los guetos sean una solución por mucho que también surgieran como medida de protección. La única aspiración posible es la diversidad basada en el respeto. Lástima que por ahora parezca una utopía.

sábado, 1 de julio de 2017

Felicidad espesa



“La felicidad es una decisión”, leo en facebook. Se ven a diario mensajes de este tipo con más o menos variaciones. La búsqueda de la felicidad a través de frases inteligentes a veces, sensibleras otras. La felicidad es una decisión, tal vez, que se pospone para cuando la realidad no ponga demasiados obstáculos para ser feliz. Pero “demasiados” es un determinante indefinido, es decir, no aclara cuántos obstáculos nos podemos permitir antes de exigir esa hipotética felicidad. Cuántos y de qué peso. Otra vez el relativismo. ¿Se puede ser  feliz a pesar de las dificultades económicas? ¿en un entorno de guerra? ¿a pesar de una grave enfermedad? ¿en soledad? ¿se puede no ser feliz a pesar de no padecer ninguno de los supuestos anteriores? El factor tiempo juega en contra. “La resignación es un suicidio cotidiano”, decía Balzac. Mientras aguardamos a que cambie el aire, los días, meses o años gastados son irrecuperables. No podemos esperar a que el tiempo lo cure todo. El tiempo pierde cosas, no las cura. Tampoco sé si es un mensaje trampa como los que circulaban durante lo peor de la crisis, frases de autoayuda que pretendían convencer al ciudadano de a pie de que la buena suerte estaba en sus manos. Encerraban un enorme engaño ya que poco se puede hacer por mejorar la suerte si el entorno se vuelve terriblemente desfavorable. El pensamiento positivo no es suficiente. De ahí a culpar a cada uno por su destino solo hay un paso: si la buena suerte es para el que la busca, se deduce que la mala también, ¿no? Entonces el parado es culpable de su despido, el desahuciado  de la usura de su banco, el enfermo de su enfermedad…  Así, al afectado se le despoja también del consuelo de sentirse comprendido, se le despoja de la solidaridad. Entre instalarse en “Los mundos de Yupi” y vivir con la conciencia alerta ante el sufrimiento propio o ajeno hay un abismo. Sin embargo, tengo la sospecha de que la clave de la felicidad está justo ahí, en construir un puente que, sin destruir el pensamiento crítico y lúcido, permita relativizar los problemas y saborear la vida a pesar de ellos. 

Un poco espeso para el primer sábado de julio. Será el calor.

sábado, 17 de junio de 2017

Pecado verde

Volvía a casa a mediodía cuando en mitad de la carretera estaba soleándose un lagarto verde precioso de cola larga. Como la zona es vía urbana y residencial, no iba muy rápido y, sin embargo, me costó trabajo esquivarlo. Lucía increíblemente bello y elegante con sus colores chillones sobre el gris del asfalto. Temí atropellarlo y destrozar su belleza. Sentí que era yo la que estaba invadiendo su territorio y no al revés, puesto que las construcciones han ido arrinconando las dunas y los pinares. No se le pueden poner puertas al campo, dice el refrán, y creo que dice bien. La intervención del hombre sobre el entorno es siempre artificial y, por tanto, una agresión. Evidentemente no estoy en contra del progreso, pero sí de esa prepotencia pretendidamente humana que da por hecho que somos dueños y señores del planeta y que, por tanto, es lícito que lo utilicemos a nuestro antojo. Cada vez que ese uso se hace sin cabeza, la naturaleza recuerda que ella es la que manda y devuelve en forma de catástrofe un recordatorio del cauce que tenía un río, del movimiento natural de las tierras en una ladera a la que se le ha ido comiendo uno de sus lados…  Oigo con espanto predicciones sobre el futuro en las que se dice, por ejemplo, que el hombre deberá buscar otros planetas para sobrevivir porque en unos años este mundo ya no será habitable. ¿Cómo se puede permitir tal inconsciencia? ¿Cómo es posible que veamos como factibles opciones estrafalarias más propias de una película de ciencia ficción? Estamos a tiempo. No puedo entender que el mundo no reaccione, que los votantes americanos no se echen sobre su presidente para exigirle compromisos con el medio ambiente, que se siga negando el cambio climático, que no se protejan las selvas cuando sabemos que son el pulmón de todos, que no se apueste por las energías limpias… Qué insensible es el ser humano, qué pretencioso y arrogante. Construye terrarios para encerrar  a los “bichos” o incluso se los lleva a casa por capricho, antes de permitir que exista un entorno natural en el que puedan seguir viviendo libres. Qué falta de respeto.

domingo, 4 de junio de 2017

Resaca

Las ferias, se beba o no, dejan resaca. Puede ser cabezona o productiva, resacas espirituales que han bebido conversaciones, risas, colores, olores, sensaciones… que están por asimilar. En feria, uno es más expansivo, se conocen y se recuperan amigos, pero también se estrechan lazos, se aprovecha un tiempo lejos de las carreras diarias que se invierte en gente. Se ahonda en amistades que se van haciendo despacio, como el buen vino, con un grado de maduración que ya lo haría más que apto para el consumo, pero que ilusiona porque promete mucho más. También dejan perlas, como la que escuché al Selu de El Puerto entre pase y pase. Nos explicaba lo difícil de “hacer ferias”. Ahora que cada caseta tiene música en directo se observa que las diferencias entre los artistas son abismales. La misma diferencia que encontraríamos entre una mala salchicha y un buen plato de jamón. La distancia no está solo en saber cantar, está en hacerlo con dignidad y autenticidad. El Selu nos hablaba de lo difícil que resulta concentrarse cuando se oye música disco de la caseta de al lado o sale un borracho a bailar sin tener ni idea, o simplemente la gente sigue comiendo y bebiendo sin escuchar. Él, para no sentirse bufón de la corte, busca con los ojos otros ojos que escuchen y entonces se obliga a sacar lo mejor que tiene para ellos. Por eso no canta alegrías, por ejemplo, porque, para hacerlo bien necesita mirar hacia dentro con una concentración y fuerza que las ferias no permiten. Prefiere no cantar a cantar sin verdad. No se pervierte, se vierte en cada pase. El arquitecto interpretado por G. Cooper en El manantial, con guión de la escritora A. Rand, lo dice así: “antes de hacer algo por la gente, debes ser capaz de hacer las cosas bien, y para hacer una cosa bien, debes amar esa cosa. Mi razón y mi vida es el trabajo mismo, hecho a mí manera”. Es la responsabilidad y dignidad de cualquier trabajo. Hacerlo bien es la recompensa. No traicionarnos para no traicionar. Y esto es así sea cual sea la tarea. Cantar, enseñar, construir, servir cafés, cocinar… Merece la pena escuchar el cante del Selu (J.L.Torres),  ver la película, leer a Any Rand y cultivar amigos. Es mi resaca. 

lunes, 22 de mayo de 2017

Respeto

He participado recientemente en la Marcha cicloturista por la Vía verde entre ríos, que lleva reclamándose veinte años, ahí es nada. Ha coincidido en el tiempo, desgraciadamente, con dos atropellos múltiples que han tenido lugar en las últimas semanas y que han acabado con tres ciclistas muertos y varios heridos. En ambos casos, la conductora dio positivo en la prueba de alcoholemia. Quizás España no es país para ciclistas, el uso de la bicicleta se convierte demasiadas veces en una actividad de riesgo. Los datos de la DGT apuntan que en los casos de accidentes en los que hay coches involucrados, seis de cada 10 veces el conductor incumple alguna norma o sobrepasa los límites de velocidad. El uso del coche sin responsabilidad se convierte en un arma mortífera y cuando el encuentro es con ciclistas o peatones que, indefectiblemente pagarán el golpe con su cuerpo, mucho más. Pero me temo que topamos con el problema de siempre. Por un lado tenemos un país de pícaros donde saltarse la norma es un deporte nacional y, por otro, falta cultura y educación suficiente como para avanzar hacia posiciones más cívicas. Está claro que para el cafre que va al volante, el ciclista es un pringao que viene a estorbarle el paso; del mismo modo que, para los políticos, los que reclaman carriles bicis son solo una panda de verdes radicales a los que no merece la pena hacer demasiado caso. Así que la marcha de hoy, celebrada por cuarta vez con ciclistas de Sanlúcar, Rota, Chipiona y El Puerto, probablemente no sirva para nada. Pero no me he venido de vacío. He compartido encuentro, carretera y tomates ecológicos con un grupo de ciclistas muy majos, entre ellos uno de 8 años y otro de 82. En los dos veía las actitudes que podrían dar vuelta a la situación: ilusión y respeto. Si se volvieran contagiosas, probablemente ni siquiera harían falta carriles bici. Lástima que por ahora la intolerancia se lleve más que el respeto. Los tiempos no vienen bien dados para ceder el paso. Por desgracia, no somos un país verde, más bien estamos verdes en cultura cívica.

sábado, 6 de mayo de 2017

Tirar del hilo

Tengo una amiga con la que comparto lecturas, conversaciones, amores, pérdidas y temores. En esta inquietud, somos consumidoras más que ocasionales de charlas, exposiciones, publicaciones interesantes que compartimos en una suerte de comunión intelectual a la que nos arrojamos buscando estímulos para seguir leyendo, compartiendo, transmitiendo en nuestras clases. El último hilo del que tirar surgió de un encuentro en la universidad de Cádiz con A. Muñoz Molina. Lo entrevistaba su mujer, Elvira Lindo. Son dos de los escritores a los que más fielmente sigo porque me entusiasma en ellos su trabajo, su sentido común, su empeño en no perder el contacto con la gente de a pie, muy alejados ambos del endiosamiento en el que otros muchos caen y, de un modo entrañable, me gusta de ellos su capacidad para reírse de sí mismos sin tomarse demasiado en serio. Como suele ocurrir, allí nos encontramos con más amigos cómplices de lecturas y conversaciones, con lo que, antes de empezar el encuentro, la tarde ya ha merecido la pena. Y da fruto. La charla, distendida, de trasfondo literario y social, suelta algunos cabos. A la salida, una tarde de luz plateada y azul  entre dos levantes, nos ayuda a fijar y saborear las perlas recién extraídas. De entre ellas, la cita recurrente en Antonio de su tocayo Gramsci: frente al “pesimismo de la razón, el optimismo de la voluntad”, tomado a su vez de R. Rolland. Por mucho que parezca que todo va mal, que la política, la macroeconomía, la justicia mundial dejan mucho que desear, la acción concreta puede ayudar a salir de la pasividad, del escepticismo hacia el porvenir. De una manera intuitiva lo he sabido siempre, un individuo no puede cambiar el mundo, pero su trabajo individual puede ayudar aunque sea minúsculamente a mejorar su entorno. Por eso la práctica diaria de la enseñanza, en la que creo profundamente, me equilibra y me hace feliz. Adoro esta profesión que me permite hablar con jóvenes y adolescentes, pensar que los ayudo, leer y comentar textos, ponerme a prueba cada día… Acabo con Gramsci: “Tomen la educación y la cultura y el resto se dará por añadidura”. Otro hilo, otra madeja.

sábado, 22 de abril de 2017

Más que palabras

No estudio por saber más sino por ignorar menos. Me apasiona Leer, leer, leer la vida que otros soñaron. Al fin y al cabo El libro es el salvavidas de la soledad, por eso Nadie está solo. Tampoco sé vivir a medias. Aunque la conciencia duela, Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte. Porque ayer se fue; mañana no ha llegado; hoy se está yendo sin parar un punto. Y tengo miedo de la muerte Donde habite el olvido, Cisne redondo en el río, ojo de las catedrales. Pero sé que Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra. Hace falta sensibilidad para sentir por otro, sufrir por otro. Qué básico tomar conciencia cuando En este mismo instante hay un hombre que sufre, un hombre torturado tan sólo por amar la libertad. No me engaño, Yo sé que el miedo del hombre ha inventado todos los cuentos, por eso reconozco que Hay días que con la esperanza no me alcanza, que me arrastra la Negra sombra. Y aunque me asusta el futuro, no desconfío de los jóvenes ¿Qué les queda por probar a los jóvenes? también les queda discutir con dios tanto si existe como si no existe, tender manos que ayudan, abrir puertas entre el corazón propio y el ajeno, sobre todo les queda hacer futuro a pesar de los ruines del pasado y los sabios granujas del presente. Pero, puesto que existe el amor, Vivamus mea Lesbia atque amemus. Así, Si yo te comentase que la vida es mentira, háblame del amor o de tu cuerpo, de la noche contigo. Y recuérdame luego los días que son días porque alguien me ama o acaso porque tú me prefieres. Sí, todo con exceso: la luz, la vida, el mar! Que se rompan las cifras sin poder calcular ni el tiempo ni los besos. De tanto bien lo que no entiendo creo ¿De dónde vengo? Tú justificas mi existencia: si no te conozco, no he vivido; si muero sin conocerte, no muero porque no he vivido. A veces toca sufrir. Es tan corto el amor y es tan largo el olvido. Pero por ahora Que no se acabe nunca la madeja del te quiero me quieres. Porque Tu risa me hace libre, me pone alas. Gracias Federico Benedetti Juana Cernuda Unamuno Salinas Gloria Luis Neruda Miguel Catulo León Garcilaso Rosalía Ramón Bécquer… Buscaos, aún hay más. Feliz día del Libro

sábado, 8 de abril de 2017

Eclosión

Que sepa el frío que por ahora ha perdido la batalla. Cuéntale que aunque amague con volver, esta temporada ya nadie lo tomará en serio. Que se entere de que el viento puede soplar, pueden bajar las temperaturas, volver los cielos grises y llover, pero este invierno, como las golondrinas de Bécquer, no volverá. No, porque ha roto la primavera, ha estallado la luz. Hemos probado en nuestras pieles el abrazo del sol de abril, hemos olido el verano, lo hemos atisbado en estos días, saboreadas las tardes inacabables, perezosas. Abiertos los armarios, nos hemos echado a la calle. Tomados los parques, playas, terrazas, campo… Hasta la cuneta más fea, los solares más abandonados, se hacen nobles estos días salpicados de flores multicolores y verde intenso. “Eres tan cursi, hija, que no hay por donde cogerte”, recriminaba Gloria Fuertes a la primavera. No somos indiferentes al verde reciente, incitante incluso en las ortigas, las acariciarías, tan vivo es su color. Nos hemos instalado en la primavera. Y sabemos, lo hemos vivido ya, que esta templanza no es definitiva, pero no hay vuelta atrás. A partir de ahora, esta luz radiante estará presente o agazapada, pero se desbordará, ingobernable, en cuanto las nubes se descuiden. Nos hacemos naturaleza al sentir el ciclo de la vida en nuestras ganas de calle, al notar que estamos vivos, que huele distinto, que sentimos distinto. Nos permitimos soñar, revivir infancias, retomar anhelos. Estos días… Es una primera sensación zalamera (“La primavera besaba/ suavemente la arboleda…” escribía Machado) y engañosa. Es un espejismo. Una amante esquiva. Un estallido de vida que dura apenas unos días, luego se va, o nos acostumbramos. Y quedará la luz, el color, pero ya no sabremos verlo ni apreciarlo de la misma forma. Porque los humanos no entendemos de regodeo primaveral. Nos cansamos o exigimos más. Nos quejaremos de las alergias, del calor excesivo o insuficiente, algo habrá. “Con la primavera/ viene una ansiedad/ de pájaro preso/ que quiere volar”, advertía José Martí. “Primavera loca de soles y de trinos”, decía Gabriela Mistral. Pasará, pero por ahora con N. Guillén “¡De qué callada manera se me adentra usted sonriendo…!”

sábado, 25 de marzo de 2017

Contracorriente

Dice el biólogo E. O. Wilson que si todas las personas del mundo alcanzaran el mismo nivel de consumismo de los estadounidenses, se necesitarían cuatro planetas más como la Tierra. Entonces lo lógico sería reducir el consumo, ya que no disponemos más que de una Tierra para compartir. Sin embargo, no solo se incita a consumir en exceso, sino que el indicador de salida de la crisis es, precisamente, el consumo. Es una carrera sin ganadores o, más bien, con ganadores que hacen trampas, porque el actual crecimiento económico solo beneficia a quien más tiene. De este modo, según denuncia Oxfam, ocho personas concentran la riqueza equivalente a la mitad más pobre de la población mundial (3.600 millones). Pero seguimos como borregos sus pautas porque nos creemos la falacia de que es más moderno y avanzado el estilo de vida que nos proponen, cuando en realidad nos implantan un patrón engañoso que incita a consumir agresivamente a cambio de una inexistente felicidad que solo existe en su publicidad. Y es que no es más feliz quien más tiene. Ya lo sabía Antístenes (siglo V a. de C.) cuando decidió prescindir de todo lo superfluo, ya lo sabía San Agustín, ya lo sabía Tolstoi (La camisa del hombre feliz), y lo sabe M. MacDonnell, reciente ganadora del “Nobel de los profesores” por haber mejorado la vida de una población inuit del Ártico de 1300 habitantes con un altísimo índice de suicidio entre los jóvenes. Esta profesora en 2 años vio cómo 10 jóvenes se quitaban la vida. Investigó las causas y encontró que la “civilización” que sobreexplotaba sus recursos naturales estaba acabando también con su tradición y cultura. A cambio, dejaba un rastro de insatisfacción y drogas. Encontró la cura en la vuelta a lo natural, en la concienciación del entorno, en la recuperación de sus tradiciones y cultura. Salieron del patrón en el que no encajaban y recobraron su estilo de vida. Así, esta profesora les ha devuelto su identidad y, de paso, han transformado la vida de la comunidad. Parece que todavía estamos a tiempo. La educación, la conservación del medioambiente y el consumo responsable ofrecen una esperanza. Aunque a veces parezca que nadamos contracorriente.

sábado, 11 de marzo de 2017

El ya limitante

Pues esta vez me ha decepcionado la RAE con su diccionario. Buscaba refrendo a un uso del adverbio “ya”, que me resulta muy, muy triste y no lo he encontrado. Yo lo llamo el “ya limitante”, que se utiliza cuando se da una situación por acabada, sin oportunidad de cambio. Se la he oído a alumnos a  mitad de la primera evaluación para justificar que no están haciendo nada para aprobar (“pero si yo ya estoy suspenso…” y dejan de trabajar por el aprobado), a adultos resignados (“yo ya no estoy para estos trotes…” y dejan de hacer actividades que antes les divertían), a niños avejentados (“yo ya no juego con eso, que ya no soy un  bebé…” y renuncian al juego que más les divertía), a mujeres que se autocensuran por el qué dirán (“yo ya no estoy para ponerme eso…” y se olvidan de que lo usaban porque les gusta a ellas y no a los demás). De esta forma nos vamos limitando mientras nos convencemos o nos convencen de que lo que hacemos es madurar, sentar la cabeza, asumir la realidad. No. Hoy me he levantado rebelde. Bastante dura es la vida como para tratar de encajar en patrones que han cortado otros. ¿Qué hay de malo en seguir disfrutando de un cuento infantil, en seguir deseando salir de noche a bailar con los amigos, trasnochar, cansarse, intentar un aprobado incluso cuando los primeros intentos nos desaniman, ponerse la ropa que a uno le apetece porque sí, porque nos gusta a nosotros y no a un supuesto “manual de estilo”…? El sábado pasado, en tono de broma, claro, le escuché a Berto Romero: “yo es que antes me lo creía todo, pero ahora ya no me creo nada”. Y ahí está el quid de la cuestión, en que en el avance de nuestro “río que va a dar a la mar, que es el morir”,  se van quedando atrás, en el lecho del río, la ingenuidad, la ilusión, el candor… y vamos, en cambio, arrastrando un lodo de escepticismo, de renuncia… que amenaza con amargarnos el porvenir.  Por eso no me gusta usar este “ya”, porque soy contraria a las renuncias revestidas de aceptación. Son engañosas y nos acaban convirtiendo en quien no queremos, en quienes no somos. Así que abogo por poner freno al “ya limitante” a cambio de un nuevo y  militante “ya está bien”. 

martes, 28 de febrero de 2017

Sin retorno

Verse obligado a abandonar la tierra en que se vive es un desgarro. Incluso en el siglo XXI,  en plena globalización, acostumbrados al ir y venir turístico, tener que dejar el lugar en el que querrías echar raíces es una ruptura violenta que produce desazón y malestar. Vivimos en una tierra de clima amable, de costumbres latinas con tendencia al hedonismo, y amamos este estilo de vida cayendo a veces incluso en el chovinismo. Y sin embargo, somos un pueblo de exilio. Hemos sufrido en muchos momentos de nuestra historia el azote del destierro. A modo de castigo bíblico, se ha sufrido la expulsión del paraíso por motivos económicos, políticos, ideológicos… Antonio Muñoz Molina en su estupenda “Sefarad” recogía algunos de estos exilios y plasmaba de una manera eficaz y literaria el dolor y la nostalgia que todos ellos deparaban. En su exilio político, Mª Teresa León se quejaba de este destino: “Estoy cansada de no saber dónde morirme. Ésa es la mayor tristeza del emigrado. ¿Qué tenemos nosotros que ver con los cementerios de los países donde vivimos?” Porque una cosa es tener la comezón del viaje, la aspiración juvenil de descubrir y conquistar el mundo, la plenitud de sentirse libre y ligero para elegir el lugar donde establecerse y otra es la imposición de tener que hacerlo. Le podemos poner el nombre que queramos, revestidos de un orgullo nuevo que nos obliga a desmarcarnos de los exilios anteriores, pero la vergonzosa realidad es que estamos expulsando a nuestros jóvenes, universitarios, cosmopolitas, preparados… para buscarse la vida fuera de nuestras fronteras. En pocos días celebraremos el día de Andalucía, y volveremos a escuchar discursos vacíos afirmándonos en nuestra identidad orgullosa de andaluces, pero si queremos dignificar nuestra tierra, tenemos que dar oportunidad a las nuevas generaciones para que vivan en ella con dignidad. Y la dignidad ahora se llama trabajo. Lo otro, dar por bueno que nuestros licenciados estén en Londres sirviendo copas para “mejorar su inglés” no es otra cosa que un eufemismo para evitar enfrentarnos a la realidad sucia del exilio, del destierro, de la emigración… Y es que del viaje por turismo, se vuelve.

domingo, 12 de febrero de 2017

Palabras perdidas

Una confesión: hasta la llegada de internet me daban pereza los diccionarios. Sentía cierto repelús por tener que dejar de leer lo que tuviera entre manos para buscar significados desconocidos que más o menos podía sacar por el contexto. Me resultaba lento y torpe el rastreo. Sin embargo, mi tío Paco, una de las personas más cultas que he conocido nunca, a pesar de haber tenido que dejar de estudiar cuando era niño, podía pasar horas y horas buceando en un diccionario o una enciclopedia. Saltaba de una entrada a otra absorto en una búsqueda personal que le permitía ir completando su minucioso mapa de conocimiento. Ese saber, esa posibilidad de salir de la ignorancia, está ahora con internet tan al alcance que cuesta creer que  la mayoría de los estudiantes no lo utilicen como herramienta en lugar de ver en la red solo un enorme almacén de vídeos chorra o sitio para esa horrible cosa que se llama “matar el tiempo” (Lorca dixit).  Desde que tengo el diccionario de la RAE a golpe de click, me estoy haciendo adicta. Me fascina su inmediatez y me hipnotiza su precisión. A menudo busco palabras que ya conozco solo por el placer de leer la exactitud de la definición. Es un enganche que me hace ir de una entrada a otra recuperando términos que tenía olvidados. Hace poco me costaba explicar a un  grupo de adolescentes qué quería decir Valle-Inclán cuando se quejaba de “tener que escribir manso y pacato para no asustar a las niñas del abono”. No entendían manso ni pacato, y yo, en mi afán por explicar cada término, caía en una retahíla de palabras que se iban encadenando y que cada vez sonaban más demodés. Me venían a la boca mojigato, ñoño, escrupuloso, apocado, pusilánime… hasta que paré para que la distancia no se convirtiera en abismo, porque nada de aquello les sonaba. Por supuesto que, más tarde, las busqué en la RAE para comprobar que me había explicado bien. Allí estaban todas, desnudándose en sus significados y asociadas a otros. Me reencontré con timorato, gazmoñería, meapilas… Después me surgió la duda ¿se han perdido las palabras o solo el interés por matizar? Porque estulticia, necios, mansos, encogidos, rancios y pérfidos sigue habiendo ¿no? 

sábado, 28 de enero de 2017

A cuadros

A veces me siento marciana, de verdad. Luego lo pienso y concluyo que no, que no es una cuestión de planetas sino de edad, que probablemente lo que me pasa tiene que ver con el archisabido salto generacional que hasta ahora no iba conmigo. O sea, que antes era yo la que me hacía la marciana a posta. Todo esto viene porque leí en el Tentaciones “Las 10 cosas que vas a hacer este año” y en lugar de ilusionarme con los supuestos adelantos tecnológicos, me quedé pasmada, fuera de juego. La primera: vamos a comprar de todo sin salir de casa. Ésta no me sorprendió porque ya lo hacemos si queremos, pero el texto hablaba de entregas realizadas por drones capaces de llevarte, en menos de dos horas, papel higiénico o preservativos (300.000 llevan repartidos así en España). Vale, lo voy a dejar pasar. El puesto número 3 era que los chatbots serán nuestro mejor amigo. Ya hay uno llamado Replika que, no solo está preparado para imitar su personalidad, sino que permite resucitar virtualmente a alguien fallecido y volver a hablar con él (todo a partir de los mensajes de texto que hubiera escrito, no imaginéis otra cosa). Es decir, que seguimos empeñados en hacer realidad las distopías y presentarlas como una novedad apetecible. No nos bastaba con convertir la advertencia de Orwell en  su novela 1984 en un programa televisivo como Gran Hermano, sino que ahora aspiramos a vivir la película  Her o la serie Black mirror en primera persona. El número 7 era ver peleas de robots y, el mejor, el último: no hay que perder el tiempo en comer porque hay una compañía (startup se dice, por si quieres estar al día) que tiene polvos, batidos y barritas con todo lo necesario para la nutrición diaria. O sea, que feliz futuro si se trata de lanzarnos en brazos de la inteligencia artificial (que no es otra cosa que facilitar la inclusión de publicidad adaptada a nuestras necesidades) para no tener que salir de casa ni a comprar y poder quedarnos viendo peleas de robots o reviviendo a los muertos mientras saboreamos unos asquerosos polvitos nutritivos.  Lo que veo sin futuro es la entrega de los preservativos a domicilio, no parece que así vayan a hacer mucha falta. A cuadros. 

domingo, 15 de enero de 2017

Las pequeñas cosas

No sé si es deformación profesional, pero tengo tendencia a fijar palabras y momentos con imágenes, a veces incluso con colores. Ahora por ejemplo, noticiarios y periódicos vomitan “Rebajas” y “cuesta de enero” y yo veo la palabra Rebajas en negrita con un marco rojo e imagino la cuesta de enero como la pendiente nevada de una montaña que hay que subir. No es una cuestión de balance económico tratando de equilibrar el exceso de gasto de las vacaciones con la posible apetencia de gastar en Rebajas, es más bien una actitud, a veces helada, a la hora de reincorporarse a las tareas diarias en un año nuevo. Yo confieso que me incorporo activa, que no me espanta el día a día, pero observo, incluso en los más jóvenes, cierta apatía, cierta laxitud a la hora de arrancar con ganas. Por eso me sorprende el afán de otros países por utilizar este período para hacer propósitos de Año Nuevo. Probablemente tiene que ver con el clima. Aquí somos más de asociar los proyectos con el fin de los largos veranos, cuando sabemos que  hay que replegarse y buscar actividades de interior para los escasos meses en que nos falte la luz. En cualquier caso, ya estamos en 2017, comprobando en pocos días cómo las expectativas para el año nuevo, ya no se van a cumplir. Seguimos conociendo noticias desalentadoras de atentados crueles y absurdos, de crímenes machistas, de colas inhumanas a muchos grados bajo cero para conseguir un poco de comida caliente; de  inmigrantes que intentan entrar en el codiciado primer mundo incrustados junto al motor de una furgoneta, en el interior de una maleta…; de declaraciones y actitudes del que será presidente de uno de los países más poderosos del planeta que parecerían una broma si no fuera asunto demasiado serio lo que está en juego… Y es verdad que dan ganas de desinflarse, de abrir paso a un aire de derrota y desasosiego provocado por tanta crueldad, tanto sinsentido, tanta distribución desigual de la riqueza, tanto arrinconamiento de la cultura… ¿Laxitud? Es poco. El año arranca con miedo, harán falta piolet y arnés para la escalada que nos espera. Queda el único recurso de construirnos una red de cotidianidad con los detalles menudos, por si resbalamos. 

domingo, 8 de enero de 2017

Estreno

Cuando la aurora, (Eos rododáctila la llamaba Homero) anuncia al sol, sus colores rosados muestran posibilidades prometedoras. Debió de ser la toma de conciencia de la actividad positiva que el sol ejercía en los humanos y su entorno la que hizo que se contaran las horas y los días, las estaciones y los años, en la confianza de que los patrones se repetirían. La tristeza y el miedo se esconden en la oscuridad, por lo que proyectamos los deseos en un nuevo día, en un nuevo año que permita hacer las cosas mejor o  traiga más suerte. Pero ya decía Quevedo que Nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y de costumbres, lo que parece aplicable al cambio de fechas. Creemos supersticiosamente o tal vez necesitamos imperiosamente, que las nuevas cifras encierren un tiempo más favorable, mientras culpamos a las que se van de lo malo que acarrearon. Enmarcamos los acontecimientos personales y sociales en unos números que querríamos encerrar en una caja, confiando en que ninguna Pandora destape de nuevo los males que nos acechaban. Las costumbres para atraer la buena suerte y soltar el pasado son variopintas y todas reflejan el mismo deseo de mejora. Me ha tocado escribir el último día del año, así que, sin  comer doce uvas, llevar ropa interior roja, barrer la casa para purificarla, encender velas, vestir de blanco, saltar siete olas… confiando en que mi escepticismo no anule la posible buena suerte de la petición, les deseo que el año que estrenamos venga lleno de abrazos reconfortantes y sinceros; que cada mañana nos aporte fuerzas suficientes para arrostrar el día y que este venga repleto de alegrías y de amor; que la política nos permita creer de nuevo en ella; que la humanidad se vuelva merecedora de su nombre; que el próximo brindis sigamos estando todos y ni uno menos y que estemos bien, repletos de salud, energía y esperanza; que la solidaridad, las ganas de aprender y el respeto se vuelvan contagiosos; que el dolor y el miedo queden desterrados de nuestras vidas; que cada amanecer de dedos rosados sea un paso más para cumplir la utopía y que  la paz, el equilibrio, la igualdad, la ternura y la ilusión llenen nuestros días.