domingo, 10 de abril de 2016

Tomate de diseño

Un tomate no está más rico por ser redondo y brillante. Un tomate tiene que ser sabroso y estar en su punto de madurez. O sea, que la belleza está en su interior. Porque lo importante de un tomate no es que prometa sabor, sino que lo tenga. Por supuesto que se agradece ver un puesto de fruta y verdura lleno de color, con los productos estudiadamente colocados, pero si luego ni la verdura ni la fruta saben a lo que tienen que saber, es un fraude y estamos haciendo el tonto. Quiero decir que me parece que nos estamos dejando obsesionar por el aspecto, pero que, aunque la estética esté bien y ayude a la atracción del producto, sea este un tomate o una persona, si debajo de la piel no hay nada, si solo hay cáscara y peladura, la comida no nos va a salir bien. La imposición de los modelos estéticos es tirana y, en muchas ocasiones,  absurda y contra natura. Y es verdad que la frase “para presumir hay que sufrir” no se ha inventado ahora y suena a otra época, pero en realidad está más en boga que nunca. No es normal que las mujeres estén tragando con la moda de los tacones vertiginosos con los que no se puede andar y los hombres (sobre todo los muy jóvenes) con el degradado en los cortes de pelo que hay que retocar casi cada semana, dejando en la peluquería un dinero que no se tiene. Tampoco es normal que el único modelo a imitar sea el de un cuerpo joven y sonriente cuando todos estamos subidos sin remedio a la cinta transportadora del tiempo a la que nadie puede parar. ¿El hombre ha conseguido ganar años de vida y, al mismo tiempo, hace un aborrecimiento social de todo lo que  no está lozano y estirado? Si uno ve la televisión, mira anuncios publicitarios y echa una ojeada a las revistas, no hay vida deseable después de los cuarenta. Sobre todo para las mujeres, sencillamente se vuelven invisibles, no hay piedad ni excepciones. El modelo de perfección al que se aspira es engañoso,  está hueco. Y conste que soy defensora de la forma. Instintivamente le doy importancia a la estética y me siento atraída por la belleza, pero el radicalismo siempre es malo. El virus de frivolidad adolescente nos amenaza. ¡Con la que está cayendo! ¡Y con lo rica que está la fruta madura! 

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