sábado, 11 de junio de 2016

Graduación de Secundaria del IES La Arboleda


Buenas tardes, estudiantes, familias y profesores. Soy la madre de Ale y estoy encantada de que me hayan encargado dirigirme a vosotros como representante de las familias gracias a (o por culpa de) la dirección de este instituto en el que habéis pasado cuatro años. Pero no cuatro años cualesquiera, sino años fundamentales de crecimiento personal. Personal y físico, claro, no hay más que miraros. Hoy resulta complicado reconocer en vosotros a los niños que cruzaban la puerta con prisa, nervios y miedo los primeros días de instituto. Hay que rebuscar entre los trajes, los tacones, las corbatas, los vestidos largos, el maquillaje, los recogidos… para encontrarse de nuevo con las caritas infantiles, con los cuerpos delgaduchos o los mofletes redondos, con la plastilina que eran vuestros cuerpos antes del proceso de cambio. Porque habéis sido como plastilina y, aunque en algún momento pueda haber parecido que el que la manejaba no era muy experto en el arte del modelado, (cuando se estiraban los brazos y los pies, se agrandaban las narices o se descompensaban las caderas), al final aquí estáis, a punto de completar vuestra metamorfosis, guapotes y arreglados, convertidos ya en personitas dispuestas a comerse el mundo. O al menos, el instituto. Porque aunque la vida toda es un cambio, un pasar de una etapa a otra, hay cambios que se producen suavemente, son más bien un deslizarse suave entre los años, pero otros, como este de la adolescencia, son más bien un portazo, un desprenderse brusco de la niñez como de la ropa vieja cuando aún no se ha abierto la siguiente puerta de la juventud; es sentirse en tierra de nadie, perdidas las referencias, los gustos, los amores de antes; es tratar de afianzar las actitudes, buscar un estilo, una forma de moverse, de mirar, de sonreír, de firmar, de peinarse… Apuntan las rebeldías, los conatos de ser otro sin entender muy bien quién. A veces ha costado seguiros en estos cambios, equilibrar las reglas y las libertades, acompañaros soltando la cuerda lo justo para que encontrarais el nuevo camino sin que se perdiera todavía el de vuelta a casa. Pero puedo decir que lo hemos llevado bastante bien. Habéis tenido la suerte de contar con un instituto familiar en el que todos sois conocidos por todos, desde las conserjes, que son amables y encantadoras, hasta el director, pasando por los profesores y el orientador. Todos volcados en haceros esta etapa fácil e interesante; todos implicados en acompañaros en la difícil tarea de la maduración. 
Por eso, llegados a este momento de la graduación, las sensaciones de todos nosotros son contradictorias:
- Las familias somos conscientes de que los niños que acompañábamos a la puerta y entraban rápido intentando pasar desapercibidos, son estos adolescentes de ahora que están aquí elegantemente vestidos de mayores. 
- Vosotros, habéis pasado otra vez a ser los grandes, los que pisan fuerte por el instituto, los que cada día de este curso habéis remoloneado en la puerta apurando la hora de entrada mirando con suficiencia a los nuevos alumnos de 1º mientras comentabais como viejecitos ya de vuelta de todo, ”¡Qué pequeños son los niños ahora, nosotros no éramos así!”.
- Y vuestros profesores tienen hoy “el corazón partío” entre la satisfacción de despediros y la pena de dejar marchar a unos alumnos que ya estaban hechos al centro y formaban parte de él. ¿Conocéis el mito de Sísifo? Estaba condenado a empujar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso y Sísifo tenía que volver a empezar. Es un mito para explicar lo terrible de realizar un castigo inútil y sin esperanza, repetitivo. Bueno, pues los profesores luchan por no caer en él cada final de curso pero lejos de desanimarse al ver partir cada promoción que termina y vuelta a empezar, intentan ver esperanza en los que os vais porque, una vez sacada del horno la nueva promoción, en su punto exacto de cocción, tienen que volver a empezar con otra que tiene exactamente la misma edad que vosotros teníais, aunque ellos serán ahora cuatro años más mayores. 
Dejadme que os lo diga con palabras de Vicente Aleixandre, un autor del 27 que habéis estudiado este curso, en un poema que se llama “Adolescencia”:

“Vinieras y te fueras dulcemente,
de otro camino
a otro camino. Verte,
y ya otra vez no verte.
Pasar por un puente a otro puente.
El pie breve,
la luz vencida alegre.“

Así hablaba él de la adolescencia, y así os quiero despedir en nombre de todos: pasad de un camino a otro camino, de un puente a otro puente, dulcemente; seguid creciendo bien, nosotros vamos a seguir a vuestro lado.

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