sábado, 4 de junio de 2016

La vida entre dos aguas


 Por mucho que haya aumentado la esperanza de vida en esta parte del mundo, por mucho que se haya alargado la adolescencia y juventud, por mucho que nos queramos convencer de que los 40 de ahora son los 30 de antes, los 50 los 40 y así…Llega un momento en que uno se encuentra en esa edad en que sabe que se ha convertido en sus padres. Incluso aunque actúe y piense diferente. La genética está ahí y los años hacen que aflore el parecido porque tienen la crueldad de ir arrebatando poco a poco la pátina de juventud y lozanía que enmascaraba la presencia de los ancestros. Además, cuando se es más joven, el parecido es algo ajeno que ven los demás, o que tú mismo intentas apreciar a través de las fotos en las que tus padres eran unos jóvenes desconocidos. Pero, de pronto (porque la llegada de la madurez siempre nos parece repentina) tú mismo te miras al espejo y ves en él a tu padre, a tu madre. No los de las fotos, sino los que tú ya puedes recordar. Es una edad en la que, si tienes hijos, inevitablemente se han convertido en quien tú te recuerdas siendo, cuando braceabas para apartar los últimos rescoldos de la niñez e intentabas hacerte valer como adulto, aunque aún necesitaras desesperadamente a tus padres. Es un momento terrible y a la vez hermoso. De un lado tus padres, vivan o no, mostrándote el camino que te espera, y de otro tus hijos intentando ocupar el camino de donde vienes. Estos días son días de fiesta en los institutos, los alumnos de último curso se nos van. Son la puesta de largo de nuestros niños y los despedimos con honores porque nos sentimos orgullosos de ellos. Los hemos visto madurar, hemos intentado encauzar su rebeldía y les decimos adiós ahora que podríamos establecer con ellos una relación de adultos, hacerlos nuestros amigos. Este año no solo los despido como profesora, también mi hijo cruza la frontera. Veo en su mayoría de edad el vértigo de lo que deja y lo que espera, de lo que dejé y esperé, de lo que intenté mostrarle y compruebo que ha asimilado con creces. Me encanta quien es,  no hubiera sido capaz de imaginar alguien mejor, sé que puede caminar solo, pero sé también que hoy despedimos su infancia. Se quema una etapa más. 

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