sábado, 30 de julio de 2016

Chispa

Mi última heroína tiene tres años. Se llama Gabriela y es mi sobrina. Es preciosa, lista y encantadora como solo se puede ser con tres años. Solo sabe ser feliz y disfrutar de la vida, adora hablar y que le hablen. Por eso quiere que le cuentes historias o las cuenta ella. Si las cuentas tú, te escucha con ojos muy atentos, serios, con un brillo de luz que demuestra el interés con que te sigue. Y en cuanto dices la última palabra, las historias tienen que volver a empezar porque, con una sonrisa zalamera, en cuanto tú acabas ella dice: “¿me la cuentas otra vez?”. Si las cuenta ella hay que pararla, porque no tienen argumento ni fin, mezcla a modo de collage retazos de cuentos que ya se sabe y que ensarta con cosas que le han pasado o le pueden pasar, hace un batiburrillo que solo tiene por finalidad demostrar que ella también puede contar en una especie de encantador “horror vacui”, para no callarse nunca, para asegurarse de lo que sabe, para fijar la norma del lenguaje. Por eso dice “Y tú ¿qué hacibas cuando eras pequeña?”, “¿y entonces venió?”. Si no tuviera tres años y alguien le siguiera los pasos, podría crear un movimiento artístico de vanguardia y correrían ríos de tinta tratando de explicar la unión de todos esos conceptos que ella enlaza de modo tan natural.  Yo casi siempre me invento las historias sobre la marcha y le meto un toque gamberro, para reírnos y sacarla del mundo rosa al que están abocadas las niñas si se las deja en manos de la tele y la publicidad. También las invento para no aburrirnos con los cuentos clásicos (para no aburrirme yo, ella nunca, porque para un niño la originalidad no es un valor, ellos prefieren la repetición, la seguridad de que las historias sigan siendo siempre las mismas). No duda, es tremendamente segura en lo que quiere y lo que le gusta. Y es intuitiva porque mira al fondo sin que la distraigan amaneramientos  aprendidos. Comunica desde dentro, sin imposturas. Nos quiere sin resquicios y no sufre con las despedidas porque aún no ha aprendido a temer las ausencias. Y es feliz, abierta e impúdicamente feliz. Yo quiero ser como Gabriela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario