De huellas y libros
Los libros tienen vida propia, dejan huellas, exudan frases y
palabras que los lectores hacen suyas y luego intercambian entre sí con
complicidad. Es una relación simbiótica. A su vez los lectores dejan sus
huellas en los libros. Hay quien intenta borrarlas, mima el libro-objeto con
una fe reverencial hasta el punto de leerlos sin que se note. Les chupa el
contenido como los vampiros la sangre y quedan intactos, como si nunca hubieran
dejado de ser vírgenes. Sin embargo, hay quien no solo los lee, sino que los
gasta y desgasta, los mancha, los subraya, escribe en los márgenes, los usa de
posavasos… Así los libros van acumulando historias que se suman a las que
cuentan en sus páginas. Cuando un libro cambia de manos, lleva consigo rastros
del propietario anterior que no se borran con un simple encalado de paredes. Yo
no soporto abrir un libro y encontrar la huella de otro, atisbar una vida en
una dedicatoria, una nota a lápiz en el margen, un subrayado… Las librerías de
viejo me resultan tristes. Antes lo primero que hacía con un libro nuevo era
firmarlo y fecharlo. Ya no, ahora me disgusta marcarlo, obligar a un fortuito
lector a toparse con algo de mí entre sus páginas. Por eso no los compro de
segunda mano (bueno, también porque los libros viejos, además de traer pegadas
historias ajenas, vienen con ácaros y manchas de humedad que convocan
alergias). Pero tengo un amigo que los adopta, los salva de su humillante
abandono cuando cada domingo en el mercadillo los encuentra tirados en una manta
en el suelo, a la venta bajo un precio irrisorio. No puede evitar comprarlos
para rescatarlos del olvido, los lleva a casa donde acumula títulos que andan
hasta triplicados. Tengo otra amiga a la que un día comenté que en los libros
usados me entristecía enfrentarme a intimidades ajenas y ahora ella, cuando se
topa con un nombre manuscrito en la primera página, lo rastrea en internet
hasta encontrar quién pudo ser el
propietario de lo que momentáneamente le pertenece. Así salva un poco su
recuerdo. Tal vez lo hemos entendido mal y somos nosotros los que pasamos por
los libros y no al revés. Tal vez el formato digital ha venido para librarnos
de tanta huella.
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