sábado, 16 de enero de 2016

De huellas y libros


De huellas y libros

Los libros tienen vida propia, dejan huellas, exudan frases y palabras que los lectores hacen suyas y luego intercambian entre sí con complicidad. Es una relación simbiótica. A su vez los lectores dejan sus huellas en los libros. Hay quien intenta borrarlas, mima el libro-objeto con una fe reverencial hasta el punto de leerlos sin que se note. Les chupa el contenido como los vampiros la sangre y quedan intactos, como si nunca hubieran dejado de ser vírgenes. Sin embargo, hay quien no solo los lee, sino que los gasta y desgasta, los mancha, los subraya, escribe en los márgenes, los usa de posavasos… Así los libros van acumulando historias que se suman a las que cuentan en sus páginas. Cuando un libro cambia de manos, lleva consigo rastros del propietario anterior que no se borran con un simple encalado de paredes. Yo no soporto abrir un libro y encontrar la huella de otro, atisbar una vida en una dedicatoria, una nota a lápiz en el margen, un subrayado… Las librerías de viejo me resultan tristes. Antes lo primero que hacía con un libro nuevo era firmarlo y fecharlo. Ya no, ahora me disgusta marcarlo, obligar a un fortuito lector a toparse con algo de mí entre sus páginas. Por eso no los compro de segunda mano (bueno, también porque los libros viejos, además de traer pegadas historias ajenas, vienen con ácaros y manchas de humedad que convocan alergias). Pero tengo un amigo que los adopta, los salva de su humillante abandono cuando cada domingo en el mercadillo los encuentra tirados en una manta en el suelo, a la venta bajo un precio irrisorio. No puede evitar comprarlos para rescatarlos del olvido, los lleva a casa donde acumula títulos que andan hasta triplicados. Tengo otra amiga a la que un día comenté que en los libros usados me entristecía enfrentarme a intimidades ajenas y ahora ella, cuando se topa con un nombre manuscrito en la primera página, lo rastrea en internet hasta encontrar quién  pudo ser el propietario de lo que momentáneamente le pertenece. Así salva un poco su recuerdo. Tal vez lo hemos entendido mal y somos nosotros los que pasamos por los libros y no al revés. Tal vez el formato digital ha venido para librarnos de tanta huella.

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